Tomasa Ochoa Cordero ( 15 de enero de 1915, Montalbán , Estado Carabobo - 20 de enero de 2011, Valencia , Estado Carabobo) |
Crónicas del Olvido
VIENTO DE SEQUÍA SOBRE EL ARADO
**Alberto Hernández**
1.-
Tomasa Ochoa se vino con sus duendes benignos a Valencia y espolvoreó, con el santo y seña de su poesía, el silencio que sus libros entregan. Digamos que Tomasa, sumergida en la brillante soledad de sus ochenta años, acarrea las imágenes y se hace ropaje interior en ese imaginario que Montalbán sembró en su existencia.
Después de “Canto Uno”, “Montalbán: Mi canto es el viento” y “Páginas en el espacio”, esta mujer de la tierra y del surco nos entrega “Viento de sequía sobre el arado” (Colección Poesía María Clemencia Camarán/ Secretaría de Cultura del Gobierno de Carabobo, 1996), textos que se recogen entre los años 79 y 92 en una hermosa demostración de lucidez poética, en la que la sencillez, por profunda y destacada frecuencia, forma parte de su aliento vital.
2.-
“Si ven mis ojos fijos/ como lanza apacible/ traspasando murallas/ sin prisa alguna, / no pregunten nada. / Piensen, solamente”, donde el silencio aguza el misterio, la mirada calcada en el tiempo, en la manera de tocar las paredes y muros para descubrir la exactitud de los días, sin preguntas, en el absoluto de la contemplación.
Este libro de Tomasa Ochoa privilegia un paisaje decantado localizado en la férrea pasión por seguir añadiendo milagros a las cosas y la naturaleza.
“En lo angosto de las aguas, / allí donde se oculta la noche, / soy fugitivo/ de una verdad que agoniza”, dice desde la orilla de algún lugar que la oye ser parte de una sombra.
¿Cuántos climas de adentro lleva la poeta en su encargo misterioso? ¿Cuántas cicatrices en la piel de su vestidura?
3.-
Esa misma contemplación, atraída por los mensajes del misterio, esculca en la presencia de quien maneja todas las cosas, a quien se dirige condescendientemente:
“Dios, la tierra está dura. // No te esfuerces/ haz lo que puedas”,
en un acto de confianza donde el monólogo se hace lluvia en la tierra, en la germinación de las ideas, en la semilla alimenticia de la imagen. Dios es una voz que se oye, en lo hondo, pero también sobre la tierra valorada por la estaciones.
Una poesía que es presencia sutil, casi como si no se oyera en la casa, en el corredor que amplía el paisaje, el patio, el campo, ese paisaje de naranjales en la tierra alta de Carabobo. Patio de Gerbasi, esa “última tierra de Teófilo Tortolero, cargado de muerte y sombra solariega. La naturaleza contiene los gestos que apresamos para no morir eternamente.
“Me desquicia el sonido bruco/
de una hoja que se desprende/
al primer impulso del viento, la incomprensión/
de las chicharras que se me atormentan, /
esta soledad/
incapaz de salir conmigo/
y el tiempo que me aguarda”.
El tiempo, siempre el tiempo, sustancia de la existencia poética, amigado con la humana destreza de un paisaje que cambia.
4.-
“Viento de sequía sobre el arado” forma parte del recogimiento, de la bruma donde la muerte habla: “No he tenido un lugar/ cálido y compasivo/ donde morir, / ni tiempo”. Pero el lugar, la arcadia, el “anhelo vacío”, se muestra generoso “escaleras arriba/ doblada de cicatrices”.
Tomasa Ochoa es una continua revelación. Para los que la tenemos reciente en la lectura es un modo de vivir sin dejar de reflejarnos en su religiosa condición de poeta, dado de brillos y sombras, enhebrada por una voz que determina su cuantiosa y grácil imaginación.
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