Retrato de Jane Austen basado en un dibujo realizado por su hermana. Tomado de Wikipedia |
Día 15/11/2011
Jane Austen (1775-1817) fue
un misterio en la vida y en la muerte. En la vida porque desarrolló su
carrera casi en un total anonimato: sólo los más allegados conocían su
identidad, nunca firmó las novelas que escribió, muy pocos críticos y
escritores supieron de ella. Y en la muerte, porque falleció
relativamente joven –tenía 41 años- sin conocerse muy bien la causa. Se
ha hablado del mal de Addison, del linfoma de Hodgking, lupus
eritematoso y hasta ¡sífilis! Males cuyos síntomas pueden solaparse y a
cuyo diagnóstico se fue llegando a través de los achaques que traslucía
en su correspondencia.
Ahora
la escritora Lindsay Ashford cree haber encontrado la solución a este
enigma. Hace tres años frecuentó en Chawton la misma casa donde Edward
Austen había vivido y donde recogió a sus hermanas Jane y Cassandra a
partir de 1809, para consultar su biblioteca y concebir una de sus
novelas de crímenes. Allí localizó una carta que le llamó la atención
pues Jane Austen afirmaba pocas semanas antes de morir: «Me encuentro mucho mejor, recupero algo mi aspecto, muy estropeado por manchas blancas y negras y de cualquier mal color».
Por los conocimientos forenses adquiridos para sus obras, Asfhord
enseguida pensó en un envenenamiento por arsénico, debido a sus típicas
manchas de «gotas de lluvia» en la piel: blancas, negras, marrones…
Luego confirmó que el mechón de pelo que se exhibe en un museo como
reliquia literaria había dado positivo al test de arsénico.
No
se asusten, nadie asesinó a Jane Austen, Ashford lo deja bien claro en
«The Guardian» (aunque explorará esa posibilidad en su próxima novela):
el arsénico era básico en la farmacopea de su tiempo. En realidad, lo
han utilizado los médicos desde antes de Galeno para combatir un sinfín
de dolencias: tos pertinaz, disnea, escrófula, hidrocele… Paracelso lo
consideraba una panacea y los arsenicales fueron un agente terapéutico
universal hasta mediados del el siglo XX. En tiempos de Jane Austen se
recetaba la «Solución Fowler» que servía para tratar desde el reumatismo hasta la sífilis.
Quizá ella abusó de tan milagrosa poción para combatir el reúma que la
torturaba y empeoraba con el lluvioso clima de las Islas Británicas.
Tomado de ABC
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