Estimados Amigos
Hoy compartimos con ustedes esta nota del primero de enero del año en curso. Esperamos puedan disfrutar de los autores que ahora son patrimonio libre de la humanidad.
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1-01-2013
¡Feliz Día del Dominio Público 2013!
Podría afirmarse que la Segunda Guerra Mundial ha sido una de las más desinterasadas y eficaces benefactoras del listado de incorporaciones autorales al dominio universal para este año que comienza. El 1 de enero de 2013 se suman al dominio público las obras de los autores fallecidos durante 1942, año prolífico en matanzas y barbarie si los hay, con más de diez millones de almas masacradas (performance sólo superada en el transcurso de 1945, al culminar la guerra). 1942 fue un año decisivo: las potencias del Eje estuvieron más cerca que nunca de ganar la guerra. También comenzaron a operar los campos de exterminio nazis, poniéndose en práctica una prolija y organizada maquinaria industrial de asesinato sistemático y masivo. Alli judíos, gitanos, “enemigos del estado”, y desde luego, autores e intelectuales molestos al régimen o artistas “degenerados”, encontraron la muerte prematuramente, y fueron condenados, muy probablemente, a dejar sin realizar sus mejores obras.
Es excepcional encontrar en el dominio público actual, autores cuyo esplendor se encuentre en épocas tan recientes como los años 30 o 40. Más de una centuria es el promedio general para que las obras se liberen de las restricciones artificiales a su difusión. Ocurre que durante todo el siglo pasado, este sistema de enriquecer masivamente a los autores y volverlos millonarios —conocido como copyright— no ha hecho otra cosa que extender sus plazos progresivamente (y retroactivamente) hasta llegar a los eternos 70 años después de la muerte del autor. Lamentablemente los autores tienen la mala costumbre de vivir varias décadas más luego de escritas sus obras más notables, retrasando así el inicio del conteo liberador (pero afortunadamente, los abundantes beneficios recaudados en este lapso post-mortem —destinados al noble y conocido “incentivo a la creación”— continúan, como todos sabemos, incentivando al fallecido a seguir produciendo nuevas, geniales y originales obras desde ultratumba …)
Cuando el ingreso al dominio público se ve limitado por plazos tan extensos e irracionales, el resultado no puede ser otro que el olvido. No para los autores que han ingresado al selecto grupo de los célebres y atemporales, que mantienen la demanda y por lo tanto el interés del negocio, sino para aquellos que quedan fuera del circuito comercial. Por más que hayan sido muy populares en su tiempo, la incertidumbre legal, la naturaleza de un sistema basado en la restricción-por-defecto, la “cultura del permiso”, la mezquindad de los herederos o la falta de excepciones, limita la necesaria reapropiación, muchas veces irreverente, que la siguiente generación de autores y lectores —con los contextos y referencias aun vivas— siempre está dispuesta a realizar. Una foto o un párrafo de más, una obra derivada, musicalización, traducción, guión de una película, etc. sin el escrupuloso permiso correspondiente, significa un riesgo difícil de asumir —en especial cuando no hay grandes negocios en el medio— que muchas veces contribuye al circulo vicioso del olvido: los permisos no se consiguen porque los titulares de los derechos sencillamente pierden el interés por ser encontrados, o porque imponen barreras exageradas. Los circuitos marginales y especializados, arcones donde la diversidad prolifera y donde los autores olvidados del pasado tienen más posibilidades de seguir circulando, se quedan sin estímulo ni promoción, más bien con amenazas legales. De esta forma, la mayoría de las obras son condenadas a vagar sin padres por los anaqueles de las bibliotecas: se las conoce como “obras huérfanas”, y son legión.
Si los plazos fueran mínimamente razonables como en sus comienzos, podríamos estar reseñando escritores de obras publicadas hace dos o tres décadas… pero revivir nombres olvidados luego de un siglo es una tarea más ardua. Sin embargo aquí no renunciamos al intento: los padres de la antropología moderna, el autor de una de las novelas más influyentes del siglo XX, un célebre escritor bieloruso, una santa judía, el “Julio Verne” ruso, el autor de las cartas de Tarot, o varios escritores e intelectuales que encontraron la muerte durante guerra… parece que no hubo nombres deslumbrantes este año, excepto para nosotros, por Roberto Arlt, que de paso algo tenía para decir sobre Europa, la guerra y la inutilidad de los libros…
[…] en Alemania se publican anualmente más o menos 10.000 libros, que abarcan todos los géneros de la especulación literaria; en París ocurre lo mismo; en Londres, ídem; en Nueva York, igual.
Piense esto:
Si cada libro contuviera una verdad, una sola verdad nueva en la superficie de la tierra, el grado de civilización moral que habrían alcanzado los hombres sería incalculable. ¿No es así? Ahora bien, piense usted que los hombres de esas naciones cultas, Alemania, Inglaterra, Francia, están actualmente discutiendo la reducción de armamentos (no confundir con supresión). Ahora bien, sea un momento sensato usted. ¿Para qué sirve esa cultura de diez mil libros por nación, volcada anualmente sobre la cabeza de los habitantes de esas tierras? ¿Para qué sirve esa cultura, si en el año 1930, después de una guerra catastrófica como la de 1914, se discute un problema que debía causar espanto? ¿Para qué han servido los libros, puede decirme usted? Yo, con toda sinceridad, le declaro que ignoro para qué sirven los libros. […]
Copiar y pegar completa este aguafuerte en tu sitio o blog, hasta hace poco era un delito penal si no se contaba con el permiso por escrito de los titulares de derechos. A partir de hoy, está liberada. ¡Festejemos!
Podría afirmarse que la Segunda Guerra Mundial ha sido una de las más desinterasadas y eficaces benefactoras del listado de incorporaciones autorales al dominio universal para este año que comienza. El 1 de enero de 2013 se suman al dominio público las obras de los autores fallecidos durante 1942, año prolífico en matanzas y barbarie si los hay, con más de diez millones de almas masacradas (performance sólo superada en el transcurso de 1945, al culminar la guerra). 1942 fue un año decisivo: las potencias del Eje estuvieron más cerca que nunca de ganar la guerra. También comenzaron a operar los campos de exterminio nazis, poniéndose en práctica una prolija y organizada maquinaria industrial de asesinato sistemático y masivo. Alli judíos, gitanos, “enemigos del estado”, y desde luego, autores e intelectuales molestos al régimen o artistas “degenerados”, encontraron la muerte prematuramente, y fueron condenados, muy probablemente, a dejar sin realizar sus mejores obras.
Es excepcional encontrar en el dominio público actual, autores cuyo esplendor se encuentre en épocas tan recientes como los años 30 o 40. Más de una centuria es el promedio general para que las obras se liberen de las restricciones artificiales a su difusión. Ocurre que durante todo el siglo pasado, este sistema de enriquecer masivamente a los autores y volverlos millonarios —conocido como copyright— no ha hecho otra cosa que extender sus plazos progresivamente (y retroactivamente) hasta llegar a los eternos 70 años después de la muerte del autor. Lamentablemente los autores tienen la mala costumbre de vivir varias décadas más luego de escritas sus obras más notables, retrasando así el inicio del conteo liberador (pero afortunadamente, los abundantes beneficios recaudados en este lapso post-mortem —destinados al noble y conocido “incentivo a la creación”— continúan, como todos sabemos, incentivando al fallecido a seguir produciendo nuevas, geniales y originales obras desde ultratumba …)
Cuando el ingreso al dominio público se ve limitado por plazos tan extensos e irracionales, el resultado no puede ser otro que el olvido. No para los autores que han ingresado al selecto grupo de los célebres y atemporales, que mantienen la demanda y por lo tanto el interés del negocio, sino para aquellos que quedan fuera del circuito comercial. Por más que hayan sido muy populares en su tiempo, la incertidumbre legal, la naturaleza de un sistema basado en la restricción-por-defecto, la “cultura del permiso”, la mezquindad de los herederos o la falta de excepciones, limita la necesaria reapropiación, muchas veces irreverente, que la siguiente generación de autores y lectores —con los contextos y referencias aun vivas— siempre está dispuesta a realizar. Una foto o un párrafo de más, una obra derivada, musicalización, traducción, guión de una película, etc. sin el escrupuloso permiso correspondiente, significa un riesgo difícil de asumir —en especial cuando no hay grandes negocios en el medio— que muchas veces contribuye al circulo vicioso del olvido: los permisos no se consiguen porque los titulares de los derechos sencillamente pierden el interés por ser encontrados, o porque imponen barreras exageradas. Los circuitos marginales y especializados, arcones donde la diversidad prolifera y donde los autores olvidados del pasado tienen más posibilidades de seguir circulando, se quedan sin estímulo ni promoción, más bien con amenazas legales. De esta forma, la mayoría de las obras son condenadas a vagar sin padres por los anaqueles de las bibliotecas: se las conoce como “obras huérfanas”, y son legión.
Si los plazos fueran mínimamente razonables como en sus comienzos, podríamos estar reseñando escritores de obras publicadas hace dos o tres décadas… pero revivir nombres olvidados luego de un siglo es una tarea más ardua. Sin embargo aquí no renunciamos al intento: los padres de la antropología moderna, el autor de una de las novelas más influyentes del siglo XX, un célebre escritor bieloruso, una santa judía, el “Julio Verne” ruso, el autor de las cartas de Tarot, o varios escritores e intelectuales que encontraron la muerte durante guerra… parece que no hubo nombres deslumbrantes este año, excepto para nosotros, por Roberto Arlt, que de paso algo tenía para decir sobre Europa, la guerra y la inutilidad de los libros…
[…] en Alemania se publican anualmente más o menos 10.000 libros, que abarcan todos los géneros de la especulación literaria; en París ocurre lo mismo; en Londres, ídem; en Nueva York, igual.
Piense esto:
Si cada libro contuviera una verdad, una sola verdad nueva en la superficie de la tierra, el grado de civilización moral que habrían alcanzado los hombres sería incalculable. ¿No es así? Ahora bien, piense usted que los hombres de esas naciones cultas, Alemania, Inglaterra, Francia, están actualmente discutiendo la reducción de armamentos (no confundir con supresión). Ahora bien, sea un momento sensato usted. ¿Para qué sirve esa cultura de diez mil libros por nación, volcada anualmente sobre la cabeza de los habitantes de esas tierras? ¿Para qué sirve esa cultura, si en el año 1930, después de una guerra catastrófica como la de 1914, se discute un problema que debía causar espanto? ¿Para qué han servido los libros, puede decirme usted? Yo, con toda sinceridad, le declaro que ignoro para qué sirven los libros. […]
Copiar y pegar completa este aguafuerte en tu sitio o blog, hasta hace poco era un delito penal si no se contaba con el permiso por escrito de los titulares de derechos. A partir de hoy, está liberada. ¡Festejemos!
1. Bronislaw Malinowski
2. Franz Boas
3. Edith Stein
4. Stefan Zweig
5. Lucy Maud Montgomery
6. Miguel Hernández
7. Irène Némirovsky
8. Janusz Korczak
9. Francis Younghusband
10. Roberto Arlt
11. Robert Musil
12. Yanka Kupala
13. Olena Teliha
14. Alexander Beliaev
15. Arthur E. Waite
16. Eric Ravilious
Tomado de Derecho a Leer
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