Crónicas del Olvido
POR LA FERAZ CAMPIÑA
-Alberto Hernández-
1.-
“...Y unos cuantos labriegos que hablan mal de la tierra”, nos lee en voz alta el poeta Sergio Medina, quien hecho epígrafe le da nombre a este ensayo de Harry Almela, con el que nos internamos en una inteligencia fluida, cuya sintaxis nos avisa de un territorio aún virgen, sin lectura, porque “A falta de interlocutores válidos, el corolario de estas indigencias es demasiado evidente: somos un país sin proyecto”.
El libro que escribe el poeta Almela, ganador de la Bienal Nacional de Literatura “Augusto Padrón”, 2001, es un aparte de esta imagen detenida en esta terrenal angustia. “Espacios y cultura en Aragua” celebra a Sergio Medina, pero más allá del acto sensible de agregarlo a la reflexión, se trata de un trabajo en el que la historia de un lugar se desliza por la memoria para hacerse cultura.
Harry Almela nos invita a leer mediante la construcción de un imaginario para poder trazar el mapa y el territorio de una geografía portátil. Desde estas perspectivas nos verificamos. Plurales, comenzamos a sentirnos en un espacio cuyos códigos culturales son de reciente data, lo que no los desmerita, pero sí nos avisa de su precariedad en tanto que no han sido estudiados lo suficiente, o la calidad del abordaje dice muy mal de los cronistas.
Maracay, el espacio que nos acerca y nos conmueve, es sitio de reposta, para seguir con el acento de nuestro autor, quien resume en seis los tipos de ciudad fundacional: “el fuerte militar, el puerto, el sitio de reposta, la ciudad sobre la otra ciudad, las misiones y la ciudad de extracción”.
2.-
Decir sitio de reposta atiende a “sitio para descanso y recambio de vituallas y aparejos en los años posteriores a la Conquista, la aldea debió ser paso obligado de los viajeros que se dirigían hacia el Oeste y al Sur del país, viniendo desde Caracas”. Es decir, lugar de paso, enclave de aprovisionamiento. Un caserío que sólo respondía a seguir siendo una cuadrícula mudable entre los pueblos coloniales de Carabobo y los de Aragua. Entonces Tapa-tapa era el comienzo, el primer intento donde un grupo nutrido de familias recurrió a los buenos oficios del obispo Diego de Baños y Sotomayor para que el significado del tigre de Los Tacarigua se erigiera en parroquia. Como no contó con el nombre de un fundador, Maracay sigue siendo la porfía del anonimato en el que cabemos todos.
Me afinco en una parte de este importante trabajo de Harry Almela. Es el relacionado con las haciendas, donde se consolida el futuro socio-cultural de Maracay. Luego de enumerarlas, el autor señala de las tales haciendas: “su función era básicamente administrativa o de recreo. Los amos hicieron poco para contribuir a la creación de circuitos culturales”. En este sentido, los propietarios de las casas de campo sólo motivaron el intercambio mercantil con las metrópolis y dejaron a un lado el comercio interior. Más les interesó adquirir riquezas desde afuera que fomentarla en el propio lugar de sus fundaciones. Por supuesto, esta práctica no consolidó “una burguesía regional, cuya riqueza se basara en nuestra producción agrícola y pecuaria”. Nos explica el ensayista que los propietarios de la tierra no estaban interesados en “una idea de lo nacional, entendido como la consolidación de un mercado”. De allí, verdaderamente, que los vestigios que nos quedan están representados en una cultura arquitectónica del campo. Cultura material que poco alimentó los saberes de la población.
3.-
Al acentuar el asunto de las casas de campo, el autor destaca el carácter panorámico de la mirada. Es decir, desde el ojo del amo nació una manera de desdén. Esta sólo se ocupó de vigilar el trabajo: “Nuestras casas de hacienda no son casas coloniales, en el sentido estricto del término. Su distribución arquitectónica estaba al servicio de las labores económicas, de extracción y de receso. Los pasillos externos, con arcos y abiertos al mundo, permitían la instrumentalización del panóptico, la posibilidad de observar la faena”.
En la literatura venezolana nos tropezamos con ejemplos varios. Cumboto, de Díaz Sánchez. En Pobre Negro, de Gallegos. Sólo la ambientación musical. El sonido del látigo había quedado rezagado en las marcas de los desnudos bajo el sol. Es decir, los propietarios no procuraron alimentar una cultura que los representara. Mientras el patrono observaba, cuidaba y vigilaba, los trabajadores -los que vivían alrededor de las haciendas o en pequeñas e improvisadas covachas- tomaban la noche para celebrar el santoral, continuar el agasajo genésico, librarse del cansancio ancestral a través de los cantos y las danzas. Esta realidad crea la confrontación campo/ ciudad, que aún se siente en algunas localidades de Aragua y de muchos estados del país.
La lectura de la campiña continúa, se hace evidencia en la diferencia entre mapa y territorio, donde se construye el imaginario, la fuerza vital de una fabulación que tiene en Rafael Requena un extraño protagonista.
Pasando páginas, Gómez es la obligada mención. Si el 5 de marzo de 1701 es la fecha que registra la creación de la parroquia, es Juan Vicente Gómez quien recrea, modela, amasa e inventa la ciudad de Maracay. Dejadas atrás las haciendas, o mejor dicho, para recreo y siembra, la ciudad comienza a dibujarse, a cuadricular su presencia urbana. La metáfora arquitectónica, como la llama Almela, verifica el trazado de un conglomerado humano venido de otros lugares. Los llegados del resto del país se traen sus costumbres, mapas y territorios. Instalan acentos e inauguran barriadas. El General lo ve todo: “Ya instalado en el valle, Gómez convalida la ejecución de importantes proyectos para la ciudad, los cuales marcarán su destino y su vocación para siempre”.
4.-
Nos queda el sabor del texto de Sergio Medina, nos queda el traquetear del ferrocarril, nos queda la verdura en la mirada. Desde su yo asombrado, el poeta nos lee en voz alta: “Viajo en el tren de Aragua. / Cestos de frutas. Flores. / Hácenme compañía/ la ojinegra muchacha de Turmero o de Cagua,/ con labios de rosada frescura de sandía,/ y unos cuantos labriegos que hablan mal de la tierra,/ así como en los cuentos criollos de Pocaterra/ y Urbaneja Achelpol./ Por la feraz campiña corre la cinta de agua/ de un río bajo el sol”.
Del río, la miseria, y de aquella mirada perfecta para imaginar una ciudad, los gobernantes cegados por el poder. La ciudad ya no es la feraz campiña, sino la feroz comarca donde los movedizos antojos precipitan la desmemoria, la vuelta a superadas insanias. La ciudad es un pedestal vacío donde no cabe el inmenso legado de Francisco de Miranda en lugar de la dudosa grandeza histórica de Ezequiel Zamora. La ciudad no quiere ser el retorno a un disparo en la sien en los campos de Cojedes. La ciudad no debe ser el cántico de venganza en el que nos miramos en los ojos de los ahorcados, en la sangre de los degollados.
Este libro de Harry Almela es una verdad incontrovertible. Es un libro que se celebra desde el silencio a la que ha sido sometida la ciudad. También nos celebra como sufrientes de sus calles por donde no corre un río sino el bullicio miserable de quienes no la conocen y la maltratan.
(27-11-2002)
Fotografía de Sindo Reza Nóvoa |
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Alberto Hernández, es poeta, narrador y periodista, Fue secretario de redacción del diario El Periodiquito. Es egresado del Pedagógico de Maracay con estudios de postgrado de Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Es fundador de la revista literaria Umbra y colabora además en revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Ha publicado un importante número de poemarios: La mofa del musgo (1980), Última instancia (1985) ; Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989) ganadora del 1r Premio del II Concurso Literario Ipasme; Nortes ( 1991), ; Intentos y el exilio(1996), libro ganador del Premio II Bienal Nueva Esparta; Bestias de superficie (1998) premio de Poesía del Ateneo de El Tigre y diario Antorcha 1992 y traducido al idioma árabe por Abdul Zagbour en 2005; Poética del desatino (2001); En boca ajena. Antología poética 1980-2001 (México, 2001);Tierra de la que soy, Universidad de Nueva York (2002). Nortes/ Norths (Universidad de Nueva York, 2002); El poema de la ciudad (2003). Ha escrito también cuentos como Fragmentos de la misma memoria (1994); Cortoletraje (1999) y Virginidades y otros desafíos. (Universidad de Nueva York, 2000); cuenta también con libros de ensayo literario y crónicas. Publica un blog llamado Puertas de Gallina. Parte de su obra ha sido traducida al árabe, italiano, portugués e inglés.
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