Los
amores perdidos de Agustín Lara
Por
Héctor Seijas
Hermes
dibuja
números en una pizarra, nos da la clave de los signos del zodíaco.
Pretende revelar –de lunes a viernes– la trama constante del
amor, el dinero y la pasión.
Josefina, adicta
suya, desayuna con su tarot, anota cada número; prepara recetas de
feng shui con aceite de coco, canela y agua de rosas.
Hermes Ramirez. |
Le enciende velas a
las ánimas del purgatorio.
Está al día con
los santos –especialmente con San Antonio–, no les debe ninguna
promesa, las ha pagado puntuales, celebra el cumpleaños de Santa
Bárbara con mariachis y se fuma nueve tabacos todos los días, por
si las moscas.
Josefina adora la
música de Agustín Lara y prefiere escuchar sus canciones cuando se
encuentra sola, a eso de las diez de la mañana cuando la pensión
queda desalojada, por la chamba nuestra de todos los días.
El “Cara Cortada”
la enamora cada mañana por Radio Tiempo y le devuelve el rocío de
otra época galante, pergeñada de palabras que son talismanes,
metáforas aterciopeladas, donde abundan el rosa y el carmesí
y en donde las mujeres tienen labios de cristal y son hechiceras y
fatales.
Mujeres vampiros,
enjoyadas, cubiertas de pieles costosas. Algunas han conocido el
sacrificio del “amor malvado” por las calles y los prostíbulos
de la gran ciudad –mariposas equivocadas–; deambulado bajo el
duro “cierzo invernal”.
Otras han coronado
riquezas, fama, brillo, prestigio; cautivado quimeras que se
desvanecen como burbujas en “finas copas de champán”.
Diosas fatales en
cuyos altares se le rinde culto al placer y al amor. Féminas
pecadoras y bellísimas, hijas de Venus Afrodita, entre las cuales
destaca la legendaria actriz María Félix, María Bonita.
Surgida de la bruma
de una noche tropical, una noche pecadora, la estrella de María
Bonita, María del Alma, iluminará el firmamento nostálgico de
Agustín Lara como una joya rutilante.
Ambos representan la
síntesis de una época, un vivir, un estilo o muchos estilos, porque
ellos encarnan la opera social de los sentimientos de un colectivo,
una multitud, una nación, un continente de hombres y mujeres que se
aman y se odian –los dos extremos de la pasión–.
Ellos nos hablan,
nos miran, nos cantan y actúan para nosotros desde la precaria
eternidad del vinil, el acetato y la cinta de celuloide.
Con palabras –diría
Félix B. Caignet, el autor del melodrama El
derecho de nacer–
que van directo al corazón, ese lugar solitario, tan concurrido como
El Zócalo de México D.F.
Pero, las virtudes
públicas y los vicios privados son capaces de cambiar el orden de
los factores y entonces pasa que los vicios se hacen públicos y las
virtudes mero civismo, nacionalismo; machismo, patriarcado feudal, la
otra cara de la moneda mexicana, desde los tiempos (los estilos) de
la dictadura de Porfirio Díaz (1830-1915), pasando por el período
violento de la Revolución (Villa, Zapata), hasta la llegada de la
“revolufia” a las instituciones de la mordida contemporánea
(PRI), sin olvidar el estertóreo grito de la guerra civil de Juan
Charrasqueado, entablada en contra de sus congéneres féminas, el
aguardentoso “¡Ay! Jalisco no te rajes”.
“La rajada” es
La Malinche, para algunos, Octavio Paz entre ellos, estereotipo
nacional femenino opuesto al macho traicionado por un ser que lleva
una rajadura.
Entonces la rajada
se vuelve metafísica y folklórica y es cuando el honor radica entre
las piernas. Entre el hogar y el burdel promedian las instituciones,
llámense clero, sociedad patriótica o la Confederación Regional
Obrera Mexicana (CROM), entre cuyos líderes figuraba un tal Morones;
durante la presidencia de uno de los fundadores del PNR, antecesor
del PRI, Plutarco Elías Calles (1877-1945) –el sindicalista
Morones vendría siendo el prototipo protagónico de la novela de
Carlos Fuentes: La
muerte de Artemio Cruz–.
A éste corrupto sindicalista y a otros más y a otros menos,
inversionistas de la vida nocturna, adscritos a las filas del PRI,
los veremos ante el tribunal de la historia, convocados por Carlos
Monsivais en la obra titulada: Amor
Perdido*.
Entre sus páginas,
encontraremos una y mil claves para interpretar –y comprender– de
la mano de un iniciado, los misterios recónditos de la popular urbe
azteca, recorreremos el laberinto del ser mexicano, que no es otro
–de acuerdo con la vislumbre histórica-sensible de Carlos
Monsivais– que el laberinto de los corazones rotos. Reconoceremos
la expresión de los sentimientos “nacionales” a través de la
música, el drama, la poesía y la literatura, y, finalmente,
advertiremos los diferentes estilos, los discursos y los sucesivos
aparatos políticos que a lo largo del Siglo Veinte pretendieron
conjugar el civismo, la sensibilidad (y la sensiblería) apuntando,
directo al corazón del pueblo mexicano.
Agustín Lara y MAría Felix. |
A ese corazón
fusilado, a ese pobre corazón herido de Agustín Lara, a ese corazón
expropiado, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos.
*Ediciones
Era, México, D.F. 2005
LA
GLORIOSA DICHA
He
amado y he tenido la gloriosa dicha de que me amen. Las mujeres de mi
vida se cuentan por docenas. He dado miles de besos y la esencia de
mis manos se ha gastado en caricias, dejándolas apergaminadas. He
tocado kilómetros de teclas de piano y con las notas de mis
canciones se pueden componer más sinfonías que las de Beethoven.
Tres veces he tenido fortunas –fortunas,
no tonterías– y tres veces las he perdido. Las joyas que he
regalado, puestas como estrellas en el cielo, podrían formar la Osa
Mayor en una refulgente constelación de diamantes, esmeraldas,
rubíes, zafiros y perlas. He viajado lo suficiente como para dar 20
vueltas al mundo. Hablo francés como si fuera mi idioma y el Señor
de los Señores me otorgó la divina gracia de la musicalidad y, con
ello, lo mismo puedo componer una “java” francesa, que un
“pasodoble” español, una “tarantela” italiana que un “lied”
alemán. He gastado más de 2,000 trajes de finos casimires ingleses
muy bien cortados y los coches que he poseído podrían formar una
hilera de los Indios Verdes a las Pirámides de Teotihuacán. He
tenido junto a mi perfil de “cara dura” a los rostros más bellos
de este siglo a partir de Cecilia
Montalbán. Soy un ingrediente nacional como el hepazote o el
tequila… pero en el fondo, soy más Werther que Dorian Grey. No soy
apocado para el pecado y amar ha sido el capital de los míos.
Soy
ridículamente cursi y me encanta serlo. Porque la mía es una
sinceridad que otros rehúyen… ridículamente. Cualquiera que es
romántico tiene un sentido fino de lo cursi y no desecharlo es una
posición de inteligencia. A las mujeres les gusta que así sea y no
por ellas voy a preferir a los hombres. Pero ser así es, también,
una parte de la personalidad artística y no voy a renunciar a ella
para ser, como tantos, un hombre duro, un payaso de máscaras hechas,
de impasibilidades estudiadas. Vibro con lo que es tenso y si mi
emoción no la puedo traducir más que en el barroco lenguaje de lo
cursi, de ello no me avergüenzo, lo repito, porque soy bien
intencionado.
Quiero
morir católico pero lo más tarde posible.
Agustín Lara
en conversación con José Natividad Rosales.
Revista
Siempre,
abril de 1960.
Héctor Seijas
Ha publicado: La posibilidad infinita (1989); La flor imaginaria (1990); Cuadernos de pensión (1994); Cruz del Sur, una revista, una librería, una causa (2002); Comprensión de nuestras ciudades (2005); Siete poetas rumanos (2009); Caracas revisited. Una poética de la nocturnidad (2010); Amada Caracas. Antología esencial de la ciudad contemporánea (2014) y El spleen de Caracas. Crónicas en el bajo mundo (2015). Ha colaborado en publicaciones periódicas de larga enumeración. Fue jefe de redacción de la revista A Plena Voz y durante la cuarta república trabajó como docente en barrios de pobreza crítica para el ministerio de la Cultura, la Biblioteca Nacional, el Ministerio de la Familia y otras instituciones. Hasta el año pasado (2015) se desempeñó como cronista en El Correo del Orinoco, pero fue desalojado de allí por una junta interventora. En la actualidad, integra el Ejército de Reserva del Proletariado, a causa del desempleo inducido por el macartismo y la lumpen burocracia que prevalece. Por ahora.
P.D.: En busca de editor: Los asesinos del zen. Crónica de los hombres infames (2016).
Recordar es vivir... Gracias por este regalo.
ResponderEliminarGracias Delia Polanco por tu visita y dejar tu comentario. Seguir viviendo es la consigna.
ResponderEliminar