La pasajera RAQUEL RIVAS ROJAS es escritora y traductora. Ha publicado los libros de ensayos “Sujetos, actos y textos de una identidad“ (CELARG, 1998) “Bulla y buchiplumeo” (La Nave Va, 2002) y “Narrar en dictadura” (El Perro y la Rana, 2011), asi´ como un volumen de cuentos “El patio del vecino” (Equinoccio, 2013) y dos novelas, “Muerte en el Guaire” (Ediciones B, 2016) y “El Accidente (Bichos de la Orilla”, 2018).
Vive en Edimburgo y su blog es “Cuentos de la Caldera Este”.
1) ¿Piensas que escribir en esta antología ha estimulado de alguna forma tus procesos creativos?
Creo que participar en la antología me ha hecho sentir, sobre todo, parte de un colectivo. Creo que el trabajo de escribir es tan solitario que uno pierde la noción de que forma parte de un grupo más grande y la antología me permite ver con claridad que somos muchas y que lo que estamos haciendo cuenta. Esto es particularmente importante en una cultura como la nuestra en la que lo que las mujeres producen está siempre en un segundo plano. Tenemos nuestras escritoras insignes, por supuesto. ¡Y algunas de ellas están en la antología! Pero en general, si uno lee las reseñas y los comentarios que más circulan en los medios y las redes sobre literatura venezolana, el panorama luce bastante masculino. (Y si uno apunta al hecho evidente de que no se le ofrece la misma atención a las autoras que a los autores uno se convierte en una especie de aguafiestas de la cultura.) Esto suena tan fuera de lugar en este año 2020, en el sentido de que hace tanto rato que debíamos haber superado ese desbalance. Pero sigue existiendo. Y mientras exista hay que seguir insistiendo en que es necesario notar, anotar, poner en primer plano lo que producen las mujeres.
2) La cuarentena, en general, ¿ha dificultado o facilitado tu disposición a leer, escribir, dibujar, fotografiar, entre otras actividades artísticas?
Mi rutina diaria no ha cambiado en realidad mucho con respecto a lo que era para mí un día normal antes de que comenzara el aislamiento. Básicamente yo trabajo en mi casa, escribiendo o traduciendo. Si el clima lo permite, salgo a caminar o a montar bici en las tardes. Y después regreso para seguir trabajando o para leer o responder correos o navegar en las redes y ver qué está pasando allá y aquí. Eso es lo mismo que estoy haciendo ahora, con la única diferencia de que durante el período más estricto del confinamiento no podía ir al centro de la ciudad, que es algo que hacía una vez a la semana en mi rutina anterior. Ahora sí puedo ir, pero no lo he hecho. Yo me muevo en transporte público y todavía no me siento con ánimo de montarme en un autobús por 30 ó 40 minutos para ir a una ciudad donde la mitad de las tiendas y negocios están cerrados y las bibliotecas públicas todavía no han abierto.
Lo que sí ha cambiado es, por supuesto, la preocupación, la angustia por lo que puede pasarle a la gente que quiero y que está en Venezuela, donde los servicios de salud son tan precarios; o en otras partes donde no se han tomado medidas más estrictas para contener la pandemia, como en Estados Unidos. Y también la preocupación por la gente cercana o lejana que se enferma y muere. Las cifras de muertos en el Reino Unido son realmente alarmantes y en Escocia, en particular, ha habido ya cuatro mil muertos, lo que es una inmensidad tomando en cuenta que la población total de Escocia es menor que la de la Gran Caracas. En esas condiciones uno puede sentir en el ambiente que todos estamos como aguantando la respiración hasta nuevo aviso y que la sociedad entera está en duelo. En medio de ese duelo generalizado no hay otra cosa que hacer que respetar el dolor ajeno y tratar de no hacer nada que empeore la situación.
Lo otro que ha cambiado es la disponibilidad de la gente para hacer cosas diferentes, para establecer vínculos y para inventar proyectos, como el caso mismo de esta antología de escritoras venezolanas. Retomar contactos perdidos o conocer gente nueva que está haciendo las mismas cosas que uno, esa ha sido realmente una de las cosas positivas de esta tragedia. Pero no puedo dejar de apuntar que la preocupación y la angustia por lo que nos pueda pasar a todos es algo que a veces me ha paralizado. No por mucho tiempo. Un día o dos. Y después arranco otra vez. Porque siempre he creído que la mejor terapia es mantenerse ocupada.
3) ¿En qué forma crees que el retorno a la normalidad modificará tu actividad creativa?
Tengo cada vez más la impresión de que no vamos a regresar a la vida tal como la conocíamos. Ya se está hablando bastante de la nueva normalidad. No sé cómo va a ser ese nuevo mundo posterior a la pandemia. No soy demasiado optimista, en general, pero tengo la esperanza de que aprendamos alguna lección de este tiempo de encierro. Me daría por satisfecha si aprendiéramos a compartir más y a consumir menos. Pero no me hago muchas ilusiones.
Con respecto a mi propio trabajo, no creo que sea la actividad la que se modifique, en términos de rutinas y procesos. Lo que creo que está cambiando ya es el foco, la mirada, o tal vez el marco desde el cual estoy mirando mis proyectos futuros. Estoy con muchas ganas de hacer algo totalmente diferente. Y ya estoy tomando apuntes y leyendo libros que me empujen en esa dirección. Pero primero tengo que terminar la novela que estoy escribiendo ahora. En todo caso, lo mejor que me puede pasar es tener ya un proyecto en camino antes de terminar lo que estoy haciendo. Y para eso ha servido este tiempo de aislamiento. Para hacerme cambiar de piel, si se puede decir así. Creo que de este encierro voy a salir con una mirada nueva y eso para cualquier persona que escribe o que trabaja con procesos creativos es muy importante.
Graciela Bonnet
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