Miyó Vestrini (Nimes, Francia; 27 de abril de 1938-Caracas, Venezuela; 29 de noviembre de 1991) |
Disfruten de la entrada.
NUESTRA POETA EN UNA
ESTRECHA TARDE
Un incensario de pensamientos
ensalmaba
la penitencia de su boca.
Si hubiese pasado volando una
golondrina
la punta de un ala tocaba su cara,
la punta de un ala tocaba la mía.
Solo éramos buenos amigos
no estábamos a punto de besarnos
como en las películas.
Le dije “esa es la boca francesa de
Marie-José Fauvelle Ripert,
pero lanza frases criollas- flechas
con curare- platos que se rompen
contra una pared invisible. Esos son
los labios iluminados de pitahaya que adornan en el aire la palabra coño”
Creo que miraba su boca y a veces
podía saber
lo que estaba por decir en aquella
penumbra
Sus lentes nunca dejaron de ser
disonantes
como de una señora extranjera que no
llega de visita
Le importaba la poesía de BlancaVarela, Alejandra Pizarnik y Lenore Kandel
Y a ellas les hubiese gustado con
holgura lo que escribía Miyó Vestrini, la verdadera.
Hasta qué día voy a extrañarte
Hasta qué fecha voy a quererte
Hasta cuánto desangre tengo qué
esconderte
Para que no surjas deshojada en mis
teclas, Marie-José
Estábamos encerrados en la tarde que
era un cubo enorme con arañas y sombras
sus ojos atiborrados de vida gastada
se veían igual a unas uvas abandonadas en un plato que solo ella podía romper
En ese momento le pregunté por qué
lucía tan apagado el cigarrillo de su mano incesante
“nunca te enamores de la burla”
murmuró
era tan retruécano el susurro que no
lo comprendí,
Aunque tampoco he comprendido los
argumentos de Zenón contra el movimiento
y un poco menos a la madre de Hamlet
Pero luego supe que no enamorarse de
la burla formaba parte de su poesía
y de su inigualable sentido de
cuchillo profundo
para soportar cualquiera sea el
dolor
Pegaba su drástico silencio a un
rincón
pensando que podía hacerme cómoda la
estancia
apenas cabíamos en esa tarde tan
estrecha de la última vez que nos vimos,
la última vez que yo quería seguir
aprendiendo con ella.
Veía sus pestañas escampando
su boca estaba necesitando
deshacerse en humo: yo también sabía eso
lo necesitaba en vez de todos los
cariños que no estaban a su altura.
Era mi amiga, iconoclasta amiga
y todos nosotros creíamos en ella
cuando nos despedimos fui un torpe consejero
“No deberías trancarte en esa maraña
pensativa”
Ella se rio como si estuviera
preñada de truenos
unos árboles indecisos se batieron
en retirada con el mensaje huracanado
venía una tormenta, la verdadera.
Aquella carcajada desapareció con
una belleza brusca y justa, como todo lo que escribía su desencajada procesión
su
modo de no estar
Y antes de que pudiera decir algo
imperfecto, me saludó con la mano besada de nicotina
lista para escaparse agitando su
invencible bandera
con la niña solitaria incrustada en
el tórax, respondió “ciao”
tan dulcemente “ciao” como solo ella
podía,
y un abismo se tragó las caras y
algunas otras que no estaban
José Pulido. Fotografía de Gabriela Pulido Simne |
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