domingo, 15 de septiembre de 2024

Teófilo Tortolero, caliéntame con fiebre de tu buena compañía en Nirgua

 

Teófilo Tortolero. Fotografía de Héctor López Orihuela. Tomada de la Revista Auditorio Nº1. 1991


MI DÍA Y LA PUREZA 


Por Adhely Rivero


Para un joven la vida en el campo es trabajo y libertad. Pasión por la naturaleza. Sentarse sobre una silla de montar caballo es sagrado. Correr por la planicie y comprobar que la sabana es otro color del cielo. Mi padre apostaba por mi libertad y labores de llano. Mi madre decía: estudia una profesión para que trabajes en la sombra. Este sol derrite.




Teófilo  Tortolero. Fotografia Héctor Lopez Orihuela.


En 1968 llego a Valencia a estudiar en el Liceo Pedro Gual y luego en la Universidad de Carabobo, la casa que vence la sombra. Estaba leyendo y creando poesía. Por la Ciudad y la Universidad caminaban y trabajaban grandes poetas: Juan Sánchez Peláez, Vicente Gerbasi, Ana E. TeránTeófilo Tortolero, Eugenio Montejo, José Pepe Barroeta, Alejandro Oliveros, Reynaldo Pérez Só y Enrique Mujica.



Un día tuve la oportunidad de estrechar la mano de Teófilo Tortolero, me comunicó que me conocía mucho, y me quedé hablando toda la tarde, sabía que estaba delante de un ser de otra dimensión de lo humano. Se me hace imagen el tono pausado y la mirada apacible que delató el paisaje que le habitaba el alma. No fue fácil sobreponerme a no ser por un verso del poeta, me apartó del asombro y empecé a percibir el afecto que me une a su obra. Aquel verso que hoy recuerdo es de su libro: Demencia Precoz“Si comienzo a morir esta tarde/ caliéntame con fiebre/ de tu buena compañía”


Teófilo Tortolero


Y fue en este encuentro cuando recibí uno de los consejos que ha sembrado rigor en mi quehacer poético. Me decía Teófilo con insistencia, que lo aprendiera al instante como una guía para la vida: “Poeta, usted es joven, aprenda esto, recuérdelo siempre. Nunca le mienta a la poesía, no la engañe, porque tarde o temprano ella, la poesía, le pasará factura. Ella es la creación”.

Teófilo Tortolero venía de la luz de occidente, venía de Nirgua, del arraigo de esa comarca. 

Otro día lo fui a visitar a la casa del gran número visible, y nos tomó la noche como a viejos amigos. Entendíamos que “un pájaro era esa sed de vivir” y nos quedamos en las neblinas de sus asiduas andanzas “y la taberna resultó pequeña para celebrar” y la calle sostenía una garua a nuestro paso cuando íbamos camino a la casa, hablando con ánimo y poesía, y la sorpresa de que la plaza Bolívar era esa noche, lavadizo de un falso caballo de yeso que se derretía bajo la lluvia. Estaba empozado el tinte del bronce ficticio, bajo el reflejo de su cuerpo mojado. El poeta hundió sus blancas manos y se cubrieron de una pátina disuelta en el agua. El maestro escultor encargado de realizar la estatua ecuestre del libertador Simón Bolívar en la ilustre población de Nirgua, en proceso de fundición, se dejó persuadir por el presidente de la Asamblea Legislativa del estado Yaracuy, para montar un simulacro del caballo y su jinete para adelantar la inauguración, urgidos por mostrar la obra al pueblo ante la proximidad de las elecciones legislativas. El escultor Cardona tuvo que afrontar la justicia y pagar por su credulidad a los políticos quienes lo abandonaron.



El poeta Teófilo Tortolero para entonces estaba muy solo, había perdido contacto con los poetas de Valencia y del país. Se comunicaba por teléfono con Ludovico Silva y Alfredo Silva Estada, se encontraba enfermo y con una situación económica deplorable. Se mantenía en una constante angustia. Le propuse ir a El Nacional para que le hicieran una entrevista. Santos López, el poeta y periodista se vino a Nirgua conmigo y logró la entrevista que se publica y contribuyó a refrescarlo en el mundo literario. Hubo un nuevo acercamiento, pero con el aspecto económico todo fue en vano.

Nirgua / Yaracuy



Me encariñé con el poeta y su familia, lo visitaba cada 15 días y nos instalábamos en un bar de la plaza para conversar sobre sus poetas preferidos: Baudelaire, Rimbaud, Tagore y de lo que él pensaba sobre su arte poética…………………



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José Teófilo Tortolero, mejor conocido como Teófilo Tortolero, nació en Valencia, estado Carabobo, en 1936 y falleció en el pueblo de Nirguaestado Yaracuy en 1990. Fue director de los Departamentos de Literatura y Publicaciones de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo. En las revistas "Zona Tórrida" y "Poesía" ocupó los cargos de Jefe de redacción en la primera y corredactor de la ultima. Fue fundador de la colección Separata del Departamento de Literatura de la Universidad de Carabobo.

En 1962 su libro "Demencia Precoz" obtiene una mención de honor en la bienal de Literatura "José Rafael Pocaterra". En 1982, bajo el seudónimo de Lino Blanco, su libro "El Día Perdurable y Otros Poemas" obtiene el primer premio de esta bienal.

Egresó de la máxima casa de estudios carabobeña con el titulo de  abogado pero su verdadera vocación siempre fue la poesía.

Su obra publicada esta conformada por los siguientes títulos:
  • "Demencia Precoz", edición del autor impresa por la Editorial Arte, Caracas, 1968.
  • "Las Drogas Silvestres", Universidad de Carabobo, 1968.
  • "55 Poemas". Antología de la Revista Separata. Universidad de Carabobo, 1981.
  • "Perfuma Jaguaro". Antología Español/Esperanto. Gobernación del Estado Carabobo,1985
  • "La Última Tierra". Ediciones del Gobierno de Carabobo,1990.
  • Antología Mínima". Selección de Luis Alberto Angulo.Revista Auditorio,Nº1. Valencia,1991.
  • "El Día Perdurable".Antología mínima. Cuadernos Cabriales Nª 52. 1991.
  • "El Libro de los Cuartetos". Selección de Orlando Barreto. Ediciones La Oruga Luminosa.San Felipe. 1994.
  • "El Día Perdurable y otros Poemas".Ediciones Poesía,Universidad de Carabobo, Valencia, 1997
Permanecen inéditos de este autor los textos que conforman el libro "La Campana Desierta".

Richard Montenegro


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Adhely Rivero. Venezuela.1954.

Lic. en Lengua y Literatura por la Universidad de Carabobo. Cursó estudios en la Maestría de Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo. Venezuela.

Poeta, editor. Fue jefe del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la U.C. Dirigió la revista Poesía. Coordinador del Encuentro Internacional Poesía de la Universidad de Carabobo. Director de las Ediciones Poesía. Coordinador de las Ediciones El Cuervo, traducciones, U.C.

PUBLICACIONES: 15 Poemas, 1984; En sol de sed, 1990; Los poemas de Arismendi, 1996; Tierras de Gadín, 1999; Los Poemas del Viejo, 2002; Antología Poética, 2003; Medio Siglo, La Vida Entera, 2005; Half a Century, The Entire Life, 2009, versión al inglés de Sam Hamill y Esteban Moore. Poemas (Antología editada en Costa Rica) 2009. Compañera, 2012. Poesíe Caré, Poemas queridos, 2016, Versión al italiano de Emilio Coco. Está representado en varias antologías nacionales y en la antología italiana La Flor de la Poesía Latinoamericana de hoy, tomo I, editada en Italia, 2016. La vida entera. Antología. Ediciones el Taller Blanco. 2021. Colombia. Frontera Invisible. Editorial Sultana del lago. 2022. Gente Íngrima. Editorial Sultana del lago, Zulia. 2023. Campo del alma. Traducción al alemán de Jonás Burghardt y Tobías Burghardt. E. Letra Grande. América. 2024. Sabanas en el cielo. Ediciones Rubiano. Inédito, en imprenta. Dios se está poniendo viejo. Antología. Inédito. Cajón de Peretos, poesía. Inédito.

Ha recibido los Premio Nacional de Poesía Cecilio Chío Zubillaga Perera. Carora, Venezuela. Premio Nacional de Poesía Universidad Rómulo Gallegos. Venezuela.

Premio Único de Poesía 40 Aniversario de la Reapertura de la Universidad de Carabobo. Premio Nacional de Poesía Universidad de Carabobo. Premio Beca del CELARG, de Poesía, con Rafael Cadenas.

Homenaje en la Revista Poesía 156. Condecoración en su Única Clase Alejo Zuloaga. 2009, Condecoración Chuchuíta Carvallo de Díaz, Ateneo de Valencia, 2023. Botón de FILUC. 2023.

Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia, en 2007 y 2016. Festival Internacional de Poesía Al-Mutanabi en Suiza.2008. Festival Internacional de Poesía de Bogotá, Colombia. Festival Internacional de Poesía del Mundo Latino, México. Encuentro Internacional Poesía Universidad de Carabobo, Venezuela

Traducido al inglés, portugués, italiano, alemán, griego, francés y árabe.

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La Ultima Tierra de Teófilo... by Dimitri Lipo

La Última Tierra fue tomada de Poesía Venezolana

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sábado, 14 de septiembre de 2024

Fernando Savater: Me tomaría a Donald Trump en salsa agridulce antes que comerme una chuleta de caballo.

 



EL CULTURAL

Fernando Savater: "Agradezco que los otros escriban mejor que yo"


4 abril, 2017 09:00

Fernando Aramburu



Fernando Aramburu. Dicen que es inevitable preguntarse por el sentido de la existencia. Quizá yo me lo he puesto demasiado fácil al dedicar mi vida entera a cumplirle el sueño a un chaval que, a los catorce o quince años, concibió el capricho de ser escritor. Algo me dice que me vas a comprender, amigo Fernando, si te cuento que aquel niño, aquel adolescente, lo llevo dentro envuelto como el centro de una cebolla en las sucesivas capas de la edad. Me vigila, me pide atención y cuidados. Te diré que aún leo libros de su gusto, para tenerlo complacido. Así y todo, creo que debería guardarle gratitud. Primero, porque me asegura un alto grado de vitalismo, similar al que veo encarnado en congéneres que admiro y, si no me equivoco, también en ti y en no pocos de tus escritos. Después, porque a su modo me sirve de antidepresivo y me libra de la solemnidad, que es una de las actitudes sociales que más me cuesta aceptar. Yo creo que a ti, a menudo, también se te ve el niño que fuiste; ahora quizá menos, porque la vida te ha dado un palo feroz. Tengo entendido que coleccionas o coleccionabas objetos y pequeñas figuras, supongo que sucedáneos de juguetes. La última vez que nos vimos me regalaste las memorias de Salgari, por ti prologadas. No se te olvidó recordarme el final que tuvo este escritor, como agregando el desenlace que el protagonista no había podido relatar. Hace poco murió en mi viejo barrio de San Sebastián la última vecina que, siendo yo niño, me llamaba Fernandito. Sentí con pena que se llevaba a la tumba algo de mí. Tú que estás avezado a racionalizar, confírmame por favor, aunque discrepes, que el fin de la existencia humana es retener la mayor cantidad posible de la propia infancia.


Fernando Savater. En alguna parte dice Borges: “Antes de haber escrito una línea supe que mi destino sería literario”. Ese fue también mi caso, como veo que fue el tuyo. Desde muy pequeño, con ocho o nueve años, cuando me preguntaban qué quería ser de mayor nunca contestaba “quiero ser escritor”. Yo decía con total seguridad: “Voy a ser escritor”. De modo que cuando por fin lo fui de modo digamos oficial, no me sentí nada sorprendido. En cambio, nunca me tomé en serio como profesor o como periodista, tareas con las que siempre me he ganado la vida y que he tratado de desempeñar lo mejor que he podido. Pero sabiéndome siempre, ante todo y como fundamento de todo, escritor. Mejor dicho: lector. Lo que pasa es que yo creía (y en buena medida no he dejado de creerlo) que los lectores se vuelven antes o después escritores necesariamente, como las orugas se transforman en crisálidas y luego en mariposas. Si a uno de verdad le gusta leer, ¿cómo no va a intentar escribir? Es el deber de ser fiel a lo que nos causa placer. Fernando, ¿tú crees que habrá ahora niños así? Supongo que sí, aunque hoy lean y escriban en soportes diferentes, portátiles, tabletas, lo que sea. Como yo siempre he tenido mala letra y todo lo que lleva tinta incorporada chorrea en mis manos (desde el palillero con plumín que mojábamos en el tintero incorporado al pupitre, pasando por la pluma Parker o Inoxcrom, hasta los bolígrafos que misteriosamente revientan entre mis dedos pringados), el gran salto adelante de mi vida profesional fue la máquina de escribir portátil que me regalaron mis padres a los diez años. Era una Remington preciosa, color gris plomo, bastante pequeña pero enquistada en una caja de tamaño algo menor que un catafalco. Creo que es el objeto que más me ha gustado en toda mi vida: la acariciaba con dedos cautelosos y excitados, como mucho después repasé con lúbrica veneración el sexo de las mujeres. Si es cierto, como aseguran los sabios, que la materia ni se crea ni se destruye, algo del metal sagrado que formó ese instrumento que me hizo feliz debe aún ser parte del universo que me rodea. Ya sé que es imposible, que no hay moviola en la vida ni vuelta atrás, pero a veces aún sueño con que la encuentro, con que abro temblando el mamotreto de su caja y allí está ella, como la perla dentro de la ostra. Y estoy seguro (en mi sueño, claro, que es lugar para extrañas certezas) de que entonces yo apretaré con suavidad sus teclas cuadradas y blancas, logrando por fin escribir como nunca he escrito, como siempre quise hacerlo.





FA. Como tantos jóvenes dispuestos a comerse el mundo, yo empecé cultivando deliberadamente la oscuridad. Hubo un tiempo en que me atrajeron el surrealismo, la escritura automática, los textos herméticos escritos bajo los efectos de una locura fingida, hasta que me di cuenta de que estaba malgastando mis limitadas energías en el dudoso arte de no decir nada mediante palabras: un fraude que tuve que admitir tan pronto como caí en la cuenta de que en realidad escribía para otros, para transmitir algo a posibles lectores cuyo tiempo y atención mis textos reclamaban por la mera circunstancia de ser publicados, aunque luego muy poca gente se tomara la molestia de aburrirse con ellos. Antes solía citarse con frecuencia una frase de Ortega y Gasset: “La claridad es la cortesía del filósofo.” Ignoro la procedencia del aserto. Yo encontré la cita en un viejo artículo de periódico de José Ferrater Mora, en el cual este advertía de que no hay que confundir la claridad con la trivialidad. De antemano sé que un libro sobre física nuclear o neurociencia se me va a resistir no por culpa del autor, sino porque llego a la lectura con un pesado saco de ignorancia sobre la espalda. Tú dices que pronto, sin acabar la infancia, tomaste la decisión de convertirte en escritor. Leídos no pocos libros y artículos tuyos, me atrevería a añadir que te propusiste ser de mayor un escritor comprensible. Has practicado con frecuencia la divulgación, eres un promotor incansable de la lectura, has enseñado en la universidad. Se te podrá acusar de lo que sea menos de ser ambiguo y oscuro. Mi impresión es que no pierdes de vista que reflexionas, escribes, disertas, para destinatarios, con independencia de que luego, en casa, te lo puedas pasar estupendamente bien cantando sin público bajo la ducha.



FS. La verdad es que no he practicado nunca el experimentalismo literario, ni como lector ni como escritor. Todos mis referentes han pertenecido siempre a la “línea clara”, como dicen en el cómic (por cierto, también en el cómic me gusta la línea clara…). Nunca he soportado que los arabescos verbales, no digamos las originalidades de puntuación, se interpongan entre el argumento narrativo o los razonamientos filosóficos y yo. Supongo que es porque tengo una mentalidad muy poco estética, que va más a los contenidos que a la forma. Con el transcurso del tiempo, he ido estando cada vez más empeñado en la claridad de estilo, aplicando al mío el método homeopático de las diluciones sucesivas hasta que finalmente ya no queda nada… Siguiendo el consejo irónico de Mme du Deffand, quiero iluminar, no deslumbrar. Yo creía que eso es una muestra de reconocimiento a los lectores hasta que Chesterton, otro de mis preferidos, me sacó de mi error. En su biografía de Robert Browning y hablando de su estilo enrevesado hasta lo enigmático, dice que escribía así porque estaba convencido de que los lectores eran tan inteligentes como él; en cambio, los que escribimos de la manera más clara posible, como Voltaire, en el fondo estamos convencidos de que son tontos y perezosos, de modo que abandonarán la lectura a la primera dificultad. O sea que ya ves. Esta simplicidad me ha llevado finalmente a escribir para niños y adolescentes. Incluso podría decir evangélicamente a mis lectores adultos que, si quieren acercarse a mí y a mi modesto reino, deben hacerse como niños…



FA. Llegados a este punto, compruebo que nuestro camino se bifurca y que tú tiraste para un lado y yo para otro. El ingrediente estético de la escritura supone para mí mucho más que un aditivo o un envoltorio. Para empezar, lo considero territorio conquistado. Lo es para todo el mundo, supongo; pero vamos a decir que los que venimos de la parte más desprotegida de la sociedad hemos tenido que subir un tramo suplementario de cuesta para alcanzar el dominio de la lengua culta, frente a quienes dispusieron en sus años de formación de mayores posibilidades, empezando por una biblioteca paterna, el piano donde tocaba la madre y esas cosas. Esto carecería de importancia, al menos con vistas a los resultados últimos, si no fuera por las consecuencias directas que tiene sobre la escritura. Una de ellas está, en mi opinión, vinculada a la voluntad de estilo, dentro del movimiento que me aleja del habla precaria usada en el medio social en que me crié. Procuro, eso sí, no pasarme de frenada para no dar en los arabescos que justamente repruebas. El sendero que en la mencionada bifurcación no seguí fue el de la intervención social mediante el ejercicio público de la palabra, que es donde yo te sitúo a ti y donde te he buscado a lo largo de los años, ya sea en los libros de análisis y reflexión, ya en los artículos de prensa, con frecuencia para saber qué pensar acerca de algunas cuestiones de actualidad sobre las que me faltaban conocimientos y criterio. Juraría que te has dejado el alma en ello; por cierto, no sin riesgo de tu salud y de tu vida.





FS. Mérito tuyo y regalo para los lectores, Fernando, es tu aplicación estética al texto. Logras la famosa “calidad de página” de la que tanto se habló en su día, pero sin transmitir a quien te lee el esfuerzo que te ha costado conseguirla. No hay preciosismos, que son los que suelen pasar factura al que se supone que debe disfrutarlos. Parece a cada párrafo que el autor rezonga: “Vaya, no creerás que todo esto viene gratis, ¿verdad? Si supieras lo que he sudado… Venga, aplaude. A ver dónde tienes esa corona de laurel…”. Reconozco que la mayoría de los autores españoles que leo, algunos de ellos sin duda excelentes, me dan siempre la impresión de que escriben demasiado lo que escriben, se ensañan y apelmazan escribiendo… Echo de menos a Pío Baroja, qué quieres. O a Bécquer. Uno lee las Rimas y nada parece tan sencillo, tan obvio, casi tan infantil… Pero una vez que visité el Museo Romántico de Madrid (te confieso que buscando la pistola con la que se suicidó Larra) vi algunos manuscritos de Bécquer. Estaban llenos de tachaduras, rectificaciones, arrepentimientos, añadidos… ¡Cuánto esfuerzo le había costado llegar a la definitiva sencillez! Y, sobre todo, cuánto le costó que el distraído lector nunca notase olor a sudor, a gimnasio, en sus páginas. De modo que cuando alguno de mis usuarios me elogia, pero quizá con un punto remoto de displicencia, diciendo: “No, si tú siempre escribes clarito, no te complicas la vida”, yo respiro aliviado. También cuando daba clase me pasaba lo mismo. Los alumnos me decían: “A ti se te entiende todo”, pero con un poco de reproche. Admiraban a los que entendían sólo a medias, porque les resultaban más profundos. Y quizá tenían razón. Cuando traduje Le mauvais demiurgue, no sabía qué hacer con el título. En español, el “malvado” demiurgo o el demiurgo "maligno” me sonaban a novela de ciencia ficción. De modo que me decidí por El aciago demiurgo. Cioran receló del adjetivo, que no conocía (él se preciaba de entender bastante el castellano). De modo que me dijo que esperase un poco hasta darme el visto bueno. Y le preguntó por “aciago” a una criada española que trabajaba con unos vecinos. La mujer le dijo: “¡Sí, como cuando se dice ‘un día aciago’!”. Tuve suerte con la mucama y Cioran me dio ya tranquilo su placet…


FA. Como bien se sabe, tú has tocado en tu carrera de escritor diversos palos. Acabas de mencionar la traducción. Tu escritura ha pasado asimismo por la filosofía, el ensayo, la novela, la literatura confesional, el articulismo, y te has metido, aunque a mí me parece que eres un hombre más propenso a pensar por cuenta propia que a discurrir a partir de las cláusulas consignadas en un programa electoral, en ese fango infestado de caimanes que llaman política española. Más difícil me resulta vincularte con la poesía. La idea se me ha ocurrido a raíz de tu alusión a Bécquer. Al punto me ha venido al recuerdo un detalle relativo a tu libro Mira por dónde, que subtitulaste “Autobiografía razonada”. Abundan en él, entre las numerosas citas, algunas tomadas de poetas célebres. Este o el otro capítulo aparece encabezado con versos de William Blake, Miguel Hernández, Antonio Machado, Jorge Guillén y alguno más. No me sorprendería averiguar que guardas en un cajón un viejo cuaderno con treinta y cinco sonetos. Dudo que un ladrón de libros de poemas que entrara a desvalijar tu biblioteca se tuviera que marchar de vacío. Como diría un entrevistador mexicano: a ver, maestro, platíqueme esto. No se avergüence de reconocer el pecado poético.




FS. ¿Te has fijado en que todos los escritores queremos ser poetas? Si a un autor que ha escrito diez novelas de éxito, ocho dramas premiados, varios ensayos recomendados en la bibliografía universitaria y tres sonetos dedicados a su primera novia, la del pueblo, le preguntas qué se siente ante todo, te contestará bajando púdicamente los ojos: “Yo soy poeta”. Creo que esa preferencia viene de que la poesía es lo más puramente literario de todo, lo que menos se parece a una clase (ensayo), a la crónica que hacemos de lo que pasa (novela), a un cruce de opiniones (teatro)… La poesía realmente no se parece a nada utilitario, todo lo más a los balbuceos obscenos durante el coito o a los delirios enfebrecidos de un moribundo. De modo que su prestigio es enorme… Tranquilo, no es mi caso. Escribí bastante poesía entre los quince y los dieciocho años, y hasta publiqué dos dizque sonetos en uno de mis primeros libros, Apología del sofista (habrás notado que los títulos de mis libros suelen ser mejores que el libro mismo…). Pero descuida, que nunca te diré: “Ante todo, me considero poeta”. En todo caso, me hubiera gustado serlo, nada más. Mis poesías en verso son muy malas. En cambio Criaturas del aire, uno de los libros del que estoy menos descontento, puede considerarse, siendo generoso, una especie de poesía en prosa… En fin, no basta. Las únicas poesías de las que no me arrepiento, pero totalmente privadas, son el poema que cada primero de año escribía a mi mujer. Only for her eyes… Porque lo poético en mi vida fue ella, mi amor por ella, aunque haya sido incapaz artísticamente de ser digno de ese sentimiento.


FA. Pues ya ves. Pasamos y, con suerte, nos será dado dejar unos signos en el borde del camino para el que venga detrás y quiera posar su mirada un instante en ellos. Es curioso lo asentada que está en la tradición española la desconfianza ante dichos signos cuando adoptan la forma del lenguaje articulado. San Juan de la Cruz no creía posible expresar mediante palabras la experiencia mística. Bécquer protestaba del “rebelde, mezquino idioma”. “La palabra, esa lana marchita”, se lee en un poema de Vicente Aleixandre. Góngora fue uno de los pocos que proclamó sin tapujos la perfección. El complejo de inferioridad de quien junta con escasa convicción las palabras no lo veo tan extendido en la tradición alemana. Sin cuestionarse la eficacia del procedimiento, Lutero y Goethe levantaron enormes montañas de escritura. No faltaron pensadores convencidos de poder encerrar el universo en vastos sistemas de teoría filosófica. Thomas Mann tallaba como un orfebre la lengua escrita. E incluso Kafka era un fervoroso cultivador de la precisión y no se habría atrevido a inventar un vocablo que alterara aquel objeto suficiente, el idioma alemán. Tu poema de principios de año no podía ni tenía por qué reemplazar el amor, pero entiendo que te servía para decirlo. No sé tú, pero yo no me habría dedicado ni dos días a la literatura si no tuviera fe en la capacidad expresiva de los símbolos.


FS. Por supuesto, yo también creo en la posibilidad de la comunicación por medio de símbolos, que es en lo que consiste el núcleo de nuestra humanidad. Somos “animales simbólicos”, como bien explicó Ernst Cassirer. Pero en cuanto a la capacidad de comunicar, la diferencia entre unos y otros es enorme. Esa diferencia no se nota a ciertos niveles: es probable que a la hora de pedir un café con leche, la distancia entre Borges o Rilke y yo no fuese demasiado pronunciada, pero se hace enorme cuando se trata de expresar sentimientos profundos. Esa inferioridad ante los grandes autores no me disgusta o humilla, todo lo contrario. Como lo que más me hace disfrutar es la lectura, muy por delante de la escritura, agradezco que los otros escriban mejor que yo. Esos autores que se consideran por encima de cualquiera y leen sólo para encontrar los defectos de sus colegas se parecen a alguien que fuese a los restaurantes para denigrar los platos que le ofrecen y no conociese más que el insulso placer de decir: “¡Esto lo hago yo mejor!”. Por mi parte, prefiero ser espectador y admirador de Shakespeare que ser Shakespeare. Sólo envidié a los mejores cuando quería conmover a mi amada y ahora cuando pienso qué hermoso sería cantarla como es debido. Pero también el esfuerzo, aunque fracase, da por un instante una vislumbre de la perfección…



FA. Por cierto, a ti que tanto te gusta acudir al hipódromo, ¿cómo prefieres la carne de caballo? ¿Muy hecha, poco hecha o al punto?


FS. ¿Comer yo una chuleta de caballo? ¿Me tomas por un caníbal? Antes me tomaría a Donald Trump en salsa agridulce.



https://www.elespanol.com/el-cultural/20170404/fernando-savater-agradezco-escriban-mejor/205980488_0.html


Fernando Savater: «No es lo mismo ser un periódico progresista que ser un periódico gubernamental»







viernes, 13 de septiembre de 2024

Ibsen Martínez: Los 911 que le dieron la bienvenida Fidel Castro en 1989 ya no son los mismos





“Los de entonces ya no somos los mismos”


Aquellos intelectuales venezolanos que en 1989 firmaron una carta de adhesión a Fidel Castro rechazan hoy el autoritarismo del régimen chavista

Ibsen Martínez

IBSEN MARTÍNEZ


JUN 05, 2014 - 17:51 EDT


En el fandango de locos que es nuestra América prosperó, hasta hace poco, la excéntrica costumbre de invitar al dictador cubano, Fidel Castro, a la toma de posesión de presidentes electos democráticamente. Si ya hemos dejado de hacerlo es solo porque el provecto y protervo comandante no está ya para esos trotes.


En Venezuela aún recordamos cómo la toma de posesión de Carlos Andrés Pérez, para su segundo y malhadado período constitucional (1988-1993), revistió la apariencia de una coronación monárquica. De todos los invitados a aquella apoteosis, Fidel Castro fue la estelar figura por quien se desmoñaron las damas del Country Club en su afán de estrechar la mano del Comandante durante un sarao muy mentado en aquel tiempo. Fue también por esos días cuando Castro dio en vestir traje oscuro y corbata para ocasiones muy señaladas, como la audiencia que le concedió el papa Juan Pablo II en 1996.


A los ojos de cualquier venezolano de mi generación, el traje azul marino y las coloridas corbatas que lució el Máximo Líder en la ceremonia inaugural de Pérez contrastaban socarronamente con la Colt 45 colgada al cinto con que pretendió dirigir un discurso ante el Congreso de mi país en su primera visita a Caracas, en 1959. Felizmente, Rómulo Betancourt, quizá el único ser humano en toda América Latina que no había sucumbido al hechizo de los barbudos era, al mismo tiempo, presidente de Venezuela (1958-1963) y ordenó desarmar a Castro, junto con sus hombres (cuesta llamar comitiva a aquella panda verde olivo de hirsutos cortagangantas), no bien aterrizaron en Maiquetía, apenas 22 días después de haber derrocado a Fulgencio Batista, el dictador saliente. Pero, ¿qué tiene que ver la evocación de ocurrencias del siglo pasado caribeño con el título de esta bagatela de asunto, digamos, cultural?



La respuesta quizá esté en un exaltado manifiesto de bienvenida, firmado nada menos que por 911 sedicentes intelectuales, entre académicos, poetas y artistas venezolanos, a la llegada de Castro a Caracas hace ya un cuarto de siglo. Me serviré de él porque ofrece una muestra, sin duda parcial pero significativa, de nuestro poetariado progresista que quizá permita caracterizar las tortuosas relaciones que hoy sostienen intelectuales y artistas venezolanos con la vociferante satrapía militar que expolia y desangra mi país ante la indiferencia de casi todo el mundo.


Como espécimen de un género latinoamericano por excelencia, el Manifiesto de los 911 es muy breve pero cabrillean suficientemente en él frases imbuidas de garciamarquezca postración ante el Hombre Imprescindible como para dudar de su linaje izquierdista.


Nada menos que 911 sedicentes intelectuales, entre académicos, poetas y artistas venezolanos, firmaron un manifiesto de bienvenida a Castro

“En esta hora dramática del Continente —declaraban los firmantes—, solo la ceguera ideológica puede negar el lugar que ocupa el proceso que usted representa en la historia de la liberación de nuestros pueblos”. Sigue diciendo el documento que en 1959 Castro triunfó sobre “la tiranía, la corrupción y el vasallaje” batistianos. Y termina así: “...afirmamos que Fidel Castro, en medio de los terribles avatares que ha enfrentado la transformación social por él liderizada y de los nuevos desafíos que implica su propio avance colectivo, continúa siendo una entrañable referencia en lo hondo de nuestra esperanza, la de construir una América Latina justa, independiente y solidaria”. Luego firman mis compatriotas, en orden alfabético: Abdala, Guillermo; Acosta, Vladimir y así, sucesivamente, hasta llegar a Zapata, Pedro León.

Junto a cada nombre, la lista añade una sucinta descripción del arte u oficio o disciplina, nivel de escolaridad, rango académico del abajo firmante y, en ocasiones, la opinión que de sí mismos tienen los infaltables wannabes: los igualados de siempre, los parejeros, los quiero y no puedo colados mayoritariamente en la lista. Así, junto a reconocidos escritores, artistas plásticos y académicos, se asoman borrosos “promotores culturales”, “artistas del fuego”, “editores alternativos” de no se supo nunca qué tipo de publicaciones, catedráticos de materias introductorias y el consabido batallón de cineastas de filme inconcluso de quienes nada se sabía entonces ni se ha podido saber.


El documento se lee hoy con nostalgia del año en que, con la caída del muro de Berlín, comenzó el colapso de la Unión Soviética. También con desengañada sonrisa al ver el nombre de entrañables, auténticos hombres y mujeres de ideas y de letras, de músicos, cineastas, gente de teatro y artistas plásticos, entreverado con el de los sempiternos logreros y lobbystas del presupuesto cultural del petroestado venezolano; todos saludando a un tiempo la visita de un tirano que en cosa de meses habría de fusilar, tras un juicio farsesco, a quienes se pensaban sus mejores amigos.


Podría pensarse que aquel manifiesto fue pura efusión de simpatía caribe por el Máximo Líder pero lo cierto es que se presentó también como respuesta obligada a otra carta abierta que los desaparecidos Reinaldo Arenas y Jorge Camacho, escritor el primero y pintor el segundo, ambos disidentes cubanos por entonces ya exilados, enviaron a Fidel Castro en diciembre del año anterior, apenas dos meses antes de la visita de éste a Caracas, emplazándolo a convocar un plebiscito luego de treinta años de ejercer poder omnímodo sobre la isla.


La Carta de París, como pronto fue conocida aquella exhortación, halló muchísimo eco en el mundo intelectual europeo y estadounidense y concitó la firma de unas cien personalidades; gente como Octavio Paz, Jack Nicholson, Juan Goytisolo, Saul Bellow, Yves Montand, Claude Simon, José Luis Aranguren, Bernard-Henri Lévy, Federico Fellini o Gérard Depardieu.


En la carta de los 911, como es de suponer, “no están todos lo que son ni son todos los que están”. Ciertamente, no figura nadie nacido a la vida pública venezolana a este lado del caracazo, nombre con que son conocidos los sangrientos motines y saqueos que estallaron en febrero de 1989, no bien se marcharon los dignatarios invitados a la coronación de Pérez.



Comparada con la lista de ultraconservadores —los llamados notables— que, encabezados por el humanista burgués por excelencia, Arturo Uslar Pietri, firmaba un año más tarde una artera declaración, modelo de antipolítica, que en opinión de muchos contribuyó enérgicamente a validar la defenestración constitucional de Pérez, gracias a una leguleya conspiración de la dirigencia de Acción Democrática —su propio partido—, los barones de la prensa y buena parte del empresariado, la lista de los 911 filocastristas podría pasar por una nómina de ingenuos, borreguiles buenos lectores de Las venas abiertas de América Latina, pero no es del todo así.


Por ejemplo, ese Alí Rodríguez, que en 1989 se definía escuetamente como “ensayista”, ¿será el mismo Alí Rodríguez, exguerrillero contumaz, que con Chávez llegó a ser embajador de Venezuela en Cuba, canciller, ministro de petróleos, presidente de la empresa petrolera estatal, ministro de economía y finanzas, secretario general de la Opep y, actualmente, secretario general de Unasur?

Imagen tomada de Climax


Un poco más arriba figura Elías Pino Iturrieta, brillante historiador que por entonces era decano de la Facultad de Humanidades en la Universidad de Central de Venezuela, autor de muchos libros y de uno muy especial: El divino Bolívar: ensayo sobre una religión republicana (Catarata, 2003), texto sin duda seminal para el desmonte del culto a Bolívar. Hoy, Pino Iturrieta es editor adjunto de El Nacional, acosado e insumiso matutino de oposición.


Abundan en la lista marxistas que, sin haber dejado de serlo, hoy denuncian los extravíos de la petrodiplomacia chavista, como lo hace el economista Héctor Malavé Mata, o los dislates del culto a la personalidad, como lo hace el profesor Alexis Márquez Rodríguez, paisano de Chávez, filólogo y académico de la lengua quien durante décadas mantuvo una popular columna sobre el castellano en América, columna de mucho predicamento entre nosotros.


Transcurrido un cuarto de siglo desde aquella visita, luego de quince años de hegemonía chavista, muchos de aquellos firmantes venezolanos siguen siendo figuras relevantes en nuestra cultura, aunque hoy bien podrían decir con Neruda: “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.


La crema de la crema de aquellos 911 ha terminado encarnando una obstinada oposición “de centro izquierda” al chavismo

En efecto, si atendemos tan solo a los 123 abajo firmantes que en 1989 se describían a sí mismos como escritores (algo así como el 13,3 % del total de saludantes), vemos que la abrumadora mayoría de ellos enfrenta hoy decididamente el modelo castrochavista —de algún modo hay que llamarlo, sobre todo ahora que [el líder del partido Podemos] Pablo Iglesias, autoproclamado bolivariano peninsular, lo ha propuesto a los españoles—.



Esa mayoría ha generado desde hace mucho más de quince años no solo obras laureadas (tal el caso de Alberto Barrera Tyszka, premio Herralde de novela 2006, coautor de una autorizada biografía crítica de Chávez, columnista y acérrimo adversario del régimen), sino toda una masa de significados críticos del neopopulismo latinoamericano, la manipulación política de la memoria histórica, la militarización de la sociedad, la constitucionalidad política, el papel del Estado en la educación y la cultura, la gestión de la riqueza petrolera, la violencia criminal y, last but not least, la pérdida de soberanía que entraña haber convertido al poder ejecutivo venezolano en un aberrante protectorado político de Cuba.


¿Circulan ideas en Venezuela? ¿Debaten los intelectuales de mi país? Hace tres lustros la conversación pública se afanaba en discernir la verdadera naturaleza del chavismo. ¿Populismo carismático radical o militarismo latinoamericano a secas? ¿peronismo caribeño? ¿neotorrijismo patrimonialista? ¿y qué rayos debíamos entender por bolivariano? ¿Por qué había que nacionalizar de nuevo, una y mil veces, el petróleo? Los accidentes del proceso revolucionario han forzado a aterrizar los temas.


Así, hoy se interpela duramente al gobierno, como lo hace la historiadora Inés Quintero, autora de best sellers sobre el procerato independentista, sobre la adoctrinadora versión de la historia patria que el poschavismo ha hecho obligatoria en los libros de texto de escuela elemental. Angel Alayón, economista y director de Prodavinci, el más influyente medio digital del país, exclusivamente dedicado a literatura e ideas, desenmascara persuasiva y garbosamente la inviabilidad del socialismo del siglo XXI.

Desbocado ya, desde hace meses, el autoritarismo, adoptado por Nicolás Maduro el método fidelista —machacar, intimidar, encarcelar— como única manera de lidiar con más de cien días de protestas estudiantiles que, a fines de mayo, arrojaba un saldo de 44 asesinatos impunes, más de mil detenciones y decenas de denuncias de torturas, el cariz dictatorial de este régimen híbrido no está ya en discusión. Moisés Naím parece haber zanjado al fin el debate caracterizando atinadamente el régimen venezolano como “dictadura posmoderna”. Venezuela no es ya escenario acogedor para los equilibristas fiadores intelectuales del neopopulismo latinoamericano, a la manera del posmarxista argentino Ernesto Laclau.


La concentración de todo el poder en una misma persona, el verticalismo centralizador tan caro a Fidel Castro y sus epígonos, ha ahogado hasta las leales, zalameras disidencias que tanto aprecian algunos dictadores. El régimen instaurado por Chávez no admite sino la obsecuente adulación de los mujiquitas, derivación del bachiller Mujica, personaje de Doña Bárbara con que Rómulo Gallegos satirizó a los áulicos civiles de los espadones.


Así, un país de poetas como Rafael Cadenas, laureado en 2009 con el Premio Feria Internacional del Libro de Guadalajara para la Literatura en Lenguas Romances, hombre cuyos poemas memoriza todo venezolano culto desde hace generaciones, o el desaparecido Eugenio Montejo (1938-2008), que en 2004 obtuvo el Premio Internacional Octavio Paz de poesía y ensayo, no han merecido sino el escarnio propio de guardias rojos chinos de parte de las autoridades culturales venezolanas.



Característicamente, el poeta Luis Alberto Crespo (1941), antiguo director del Papel Literario de El Nacional, y de quien no vacilo en decir que en su columna semanal Unión Libre desplegaba hace ya treinta años una de las mejores prosas de la lengua, es desde 2013 embajador de Venezuela ante la Unesco. “Chávez es el mejor poeta del país”, afirmó galanamente Crespo al instalar un Festival Internacional de Poesía. El actual ministro del Poder Popular para la Cultura, el músico Fidel Barbarito, piensa lo mismo. Farruco Sesto, el anterior ministro de Cultura, opina igual.


Es claro que el núcleo duro de la intelligentsia venezolana actual, la crema de la crema de aquellos 911, ha terminado encarnando una obstinada oposición “de centro izquierda” al chavismo. Para irnos entendiendo, estarían ellos más cerca de la española Rosa Díez, del partido Unión Progreso y Democracia (UPyD) que de Pablo Iglesias, el telegénico chavista vallecano de Podemos.


Algo que, bien o mal debería tener en cuenta el viajero, corresponsal, o simple observador de pájaros que aún piense que todo lo que en Venezuela se opone al chavismo es élite blanca, ultraderecha pura y dura, nómina de contratados de la CIA o todo lo anterior.




Ibsen Martínez es escritor venezolano



https://elpais.com/elpais/2014/06/05/opinion/1402005107_301578.html


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jueves, 12 de septiembre de 2024

Miguel Marcotrigiano a José Pulido: Venezuela se ha venido convirtiendo en un dolor que impulsa mis ganas de abandonarla

 


No escuches


No golpees dentro


El llanto no es real


La verdad se ausenta del poema


Toda la vida llora


en la profundidad del latido


Cada golpe de sangre


reposa en las sienes


No debe ser el corazón


quien diga


escucha lo de más adentro


lo que resuena sin sonido


camina por la sequía


cuando entres al quirófano


que arda la vida


aunque no sople la llama


No digas


No escribas


MIGUEL MARCOTRIGIANO: “NO PUEDO VER NADA POSITIVO EN ESTOS DÍAS”. ENTREVISTA DE JOSÉ PULIDO



28 Dic 2020





MIGUEL MARCOTRIGIANO:


“NO PUEDO VER NADA POSITIVO EN ESTOS DÍAS”


 


Quién sabe cuántos gatos, cuántos libros, cuántas clases y cuántos poemas han debido transcurrir para que llegara este momento en el cual, Miguel Marcotrigiano, con una personalidad bien definida, escribe:


 


“Realmente es muy difícil vivir sin juzgar. Ese ejercicio que recomiendan los budistas de tratar de pasar el día sin emitir juicio alguno, es de lo más difícil que me ha tocado hacer. No llega a transcurrir la mañana y ya he pasado por el filtro de mis conceptos cualquier cosa: el día, el tráfico, alguna persona, yo mismo. ¿Cómo lograr esa perfección desde la imperfección? ¿De qué tamaño es el deseo que ni siquiera cabe en la envoltura del más diminuto de mis sueños?”


 


Ser intensamente lúcido y poeta es vivir a la intemperie.


 


Tener conocimientos y sabiduría de hombre civilizado es igual a moverse en contra de la corriente. Y de la poesía ni hablar: molesta, ofende o estorba a quienes no comprenden por qué existe algo que les parece innecesario.


 


“Todo se resuelve en experiencia poética para los espíritus sensibles. Y para el que no comprende, todo es burdo y vulgar, incluyendo lo sublime”. Eso escribió el poeta colombiano Jaime Jaramillo Escobar.


 


Y es una frase que sirve para hablar del poeta venezolano Miguel Marcotrigiano, cuya escritura suele vapulear al lector propiamente dicho, y cuya poesía estremece a quien ahonda en ella, porque es sincera y crucial. Él es un poeta enfermo de sinceridad y su voz puede ser cruda y bella como la de un niño.


 


Miguel Marcotrigiano sufre lo mismo que el país, pero multiplicado porque su cuerpo y su espíritu no se esconden de las calamidades, no se mimetizan para evitar las tragedias y aunque su don de la palabra es una bendición, carece de significado para quienes no entienden la poesía, para quienes se incomodan ante la poesía porque su esencia siempre es una tempestad.


 


En todo caso, he ahí a un ser humano que ejerce la docencia estando desempleado y nunca renuncia a la poesía, aunque mil penas lo acorralen, porque esa es su manera de existir. Y cada poema que escribe es como un instrumento que se queda sonando a la espera de quien quiera escucharlo.


 


Esta es mi aflicción


¿la ves?


La tengo aquí


latiendo


entre las manos


Maúlla con fuerza


me hiere con sus garras


se resiste


La tengo en la mira


me reta con su ojo ciego


Esta es la angustia


en carne viva


Sabe de mis secretos


escupe sobre mi plato


Luego se duerme


horada mis sueños


destila su bilis


Acecha


hasta el próximo zarpazo


 


Este poema aparece en el libro La meditación, en cuya presentación Alexis Romero afirma que “Miguel se debía este encuentro con la verdad de la belleza, con la verdad del asombro de vivir, con la alegría del dolor y el agradecimiento a la migaja cósmica que es la vida. Un escritor, un maestro, un hombre que vive con amorosa y leal ferocidad”.


 


Marcotrigiano marca un área de respeto con la calidad de sus poemas, con la seriedad que ha puesto, desde los años noventa, en la realización de sus talleres de poesía. Su labor como profesor en las aulas universitarias se detuvo porque el sueldo de un profesor universitario en Venezuela no alcanza ni para pagar el pasaje en el autobús.


 




CURRÍCULO BREVE



Miguel Marcotrigiano L. (Caracas, 1963). Escritor, crítico y docente. Licenciado en Letras (UCAB, 1987), Magister en Literatura Venezolana (UCV, 1992), estudios doctorales en Letras (Universidad de Salamanca, España, 2005-2007). Pertenece a la promoción poética de los años 90 venezolanos. Sus poemas han sido incluidos en antologías de su país, Argentina, Colombia, España y Francia. Su obra poética se encuentra en los siguientes títulos: Concierto vegetal a la luz de la luna (Mérida, 1991), De Arcanos y otros signos (1994), El mismo juego (1994), Dípticos (1995), Esta sombra que nos habita (2005), Ocurre a diario. Poesía reunida 1991-2005 (2006), Orfandades (2011), La soledad del náufrago (2012) y Fosa Común (2015, 2016); La meditación (Lector cómplice, 2017). Su trabajo ensayístico está recogido en Las voces de la Hidra. La poesía venezolana de los años 90 (Mucugligo-UCAB, 2002); De orilla a orilla. Estudios de literatura española y venezolana (UCAB, 2010) y Poesía y suicidio en Venezuela. El caso de Martha Korblith (Fundación Celarg, 2012).


 


LA ENTREVISTA


 

A 8068 kilómetros de distancia, hemos logrado esta entrevista. Aunque desde hace muchos años no nos vemos, siento una admiración constante por la poesía de Marcotrigiano.


“Cada vez que leí a Shakespeare, me pareció que desmenuzaba el cerebro de un jaguar”, apuntó en uno de sus cuadernos el casi olvidado Lautreamont. Y con algo parecido se encuentra quien absorbe la voz de un autor que posee los sonidos oscuros, esos que fueron objeto de pasión y devoción para Federico García Lorca:


“Estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte”.


Miguel Marcotrigiano posee las notas enigmáticas de esa afinación. Quizá no se lo proponga, pero están ahí y es necesario que viva con esa especie de virtud que fascina a sus lectores más sensibles, mientras a otros les hace decir, sencilla y llanamente “Miguel no es una perita en dulce”.


 


“EL MIEDO A LO DESCONOCIDO AVANZA”


 


-Tu poesía eres tú ¿cuándo comenzaste a detallarte, a analizarte, a sentirte que escribías y vivías poesía? ¿Qué marcó en tu infancia el destino poético?


 


-Luego de publicar mi primer libro, comencé a analizar la procedencia del lenguaje poético en mi escritura. De mi padre, profesor universitario formado en Roma, vino el gusto por la lectura. La escritura está indisolublemente vinculada a la lectura. Vino por imitación, seguramente, porque lo veía metido en sus libros.


 


Por otra parte, mi madre (alfabetizadora) nos cantaba nanas y boleros al pie de la cama, cuando se acercaba a dormirnos y a rezar para que nosotros repitiéramos la oración. De ahí, quizás, elemento melódico y sagrado del que se apopió la poesía. Lo demás, asociaciones de imágenes de la infancia, los cuentos infantiles y su vinculación con los mitos.


 


-Tu poesía es la palabra como puente entre la realidad y el sentir, los caminos que recorres con la palabra, los caminos que conoces y los que desconoces ¿qué quieres salvar con la palabra poética? ¿qué es lo que te importa más al escribir un poema? ¿qué te produce miedo en la ciudad?


 


-A medida que pasan los años, el miedo a lo desconocido (quizás) avanza. A la muerte, a la incertidumbre, a no poder estar seguro de lo que hago.  No sé si la palabra poética sea un puente entre dos realidades.Y no creo que la poesía salve si no que nos condena. Es una trampa de la mente en la que caes y ya no puedes salir. Es una cosa en sí misma, la poesía. La escritura del poema, en cambio, es parte de un oficio que asumimos sin esperar nada a cambio. No podemos evadirla. Es necesaria. Vital, diría yo. Pero no vital para salvar la vida sino en el sentido que forma parte de quien la escribe. Como un órgano más.


 


“SOMOS EL PAÍS QUE SUFRIMOS”


 



-Tu poesía es el país y la gente del país y el tiempo pasando y haciendo lo que ha hecho con el país y la gente del país ¿cómo vives y sientes tu país en estos tiempos?


 


-El país se ha venido convirtiendo en un dolor. Como bien dices es lo que nos ha tocado, sin considerarlo ni bueno ni malo. Aunque siempre con unas ganas enormes de salir de él. Lo que ocurre es que el país al que pertenecemos se lleva a cuestas a donde quiera que vayamos. Los últimos poemas que he escrito pertenecen a un libro que tiene que ver con el conglomerado al que pertenezco. Está tan entronizado en el pecho que ya es imposible desprenderse de él, entre otras cosas porque somos el país que sufrimos. La gente se podrá ir del país, pero los poetas no escapan a él. Puedes llegar a otro lugar y adaptarte lo mejor posible y sentirte más tranquilo y feliz, inclusive. Pero el país se niega a abandonarnos. Anidó en el pecho, por decirlo de alguna manera, y allí se incrustó.


 

-Hay gente siempre definiendo lo que es poesía y hasta apropiándose de la poesía, aunque es tan inatrapable ¿tienes una idea que te defina lo que es poesía?


 

-Para mí la poesía es una manifestación estética. No es otra cosa. Una forma de interpretar el mundo según nuestras competencias del intelecto. Exige esfuerzo, conocimiento, estudio. No hay poetas ágrafos ni espontáneos ni ingenuos. Los que dicen lo contrario tienen una aproximación –esta sí- ingenua al fenómeno. Por eso hay tantos malos poetas o falsos poetas. En la juventud, por ejemplo, hay muchos espontáneos que sin conocimiento del asunto pretenden a escribir poesía y hasta se autodenominan poetas.


 

-¿Qué piensas del mundo en este tiempo, de la humanidad en este tiempo?


 


-Es una pregunta que exige respuestas amplias y abarcadoras. Tendré una idea de esta al final de mi vida, cuando ya no tenga sentido decirla.


 

-¿Qué duele más hoy en día? ¿qué te conmueve más? ¿Ves algo apocalíptico o es solo una cuestión de que el ser humano supere sus ignorancias? Sus intereses…


 


-Desde mi perspectiva la visión es apocalíptica, pero supongo que es similar a la del individuo que se vio retratado a sí mismo durante las guerras mundiales o las grandes catástrofes. No puedo, por otra parte, ver nada positivo en estos días que nos toca sufrir.


 


“LA VIDA, EN GENERAL, SE ME ESCAPA” 


 


-¿Qué parte de la vida no puedes explicar, qué se te escapa?


 


-La vida, en general, se me escapa. Mi campo de visión no es tan amplio. Solo veo la partecita que me toca ver y, además, estoy tan cercano a ella que no la puedo apreciar en su totalidad. Mientras más te acercas a un hecho, un individuo, una realidad, en fin, más se distorsiona su imagen. Así que para mí la vida, en su totalidad, es imposible de explicar. Apenas sí, mediante mi forma de entendimiento, que es poética.


 


-¿Cuál es tu gran pasión?


-No lo sé. Las pasiones van mutando a medida que vivimos la realidad con el paso del tiempo. Más que pasiones diría que son obsesiones. Así que no es una sola, sino que son varias y dependen en gran medida del tiempo y el lugar que nos toca en turno. Entre las constantes, si es a lo que te refieres, puedo nombrar la infancia, el amor y la muerte. No en sentido amplio y general, sino enmarcado en las versiones particulares como las veo.


 


-¿Estás muy cerca de ti o te mueves como si estuvieras en un lugar que no te corresponde?


 


-Uno siempre se aleja del centro para explorar otros estadios. Todos somos una suerte de exploradores de la vida y sus diversas manifestaciones. Por tanto, no pertenecemos a ningún lugar, ni siquiera al que creemos que nos define, ese lugar metafórico que creemos ser. Esto no tiene que ver con el tema del país o la pertenencia a lugares geográficos, sociales o culturales. Sino solamente con el yo como epicentro de lo que nos definiría como individuos.


 


-¿Qué lugar ocupa la religión en tu vida?



-No sé si religión sea el término preciso. Pero creo en algo superior, un concepto de Dios, muy vinculado con el catolicismo. He explorado el budismo y otras formas de creencias “religiosas”, pero siempre vuelvo a la creencia católica. Así fui formado y, aunque no he sido un discípulo fiel y cumplido, está en mí como pocas creencias de esta naturaleza. Mi madre nos educó en esa fe y es difícil desprenderse de ella. Ni siquiera he pensado en hacerlo. De hecho, ya he explicado que mi poesía proviene de ese espacio sagrado de los rezos y plegarias de mi madre a los pies de las camas de sus hijos. Difícil separarse de ese espacio sagrado.

 


-¿Dónde vives? ¿casa? ¿apartamento? ¿perros? ¿gatos?


 


-Me haces esta pregunta justamente en un proceso de mudanza. Tengo más de veinte años viviendo solo en lugares rentados. Las circunstancias me obligan a regresar al apartamento de mis padres. Mi madre ya no vive, pero es un regreso a ella, a la zona de mi infancia y juventud. Los últimos diez años he habitado el anexo de una casa que debo dejar por razones mundanas. Será un viaje de retorno a esa zona entrañable y ya no tan grata de Caracas. La ciudad ha cambiado y, por más que existen los recuerdos, ya no reconozco el lar de otrora.


 


Los gatos han sido mis mascotas desde que pude tener una. Sin embargo, en esta casa he aprendido a convivir con los perros. Es una urbanización de quintas y esta es la mascota predominante. Confieso que poco tolero a los canes, pero tienen su encanto. Pienso en aquellos que tienen mascotas impensables (serpientes, cuervos, murciélagos, lagartos) y concluyo que todo es cuestión de empatía y tolerancia.


 


Ahora, como dije, regreso a un apartamento y esto implica convivir con los vecinos, que están más cerca y presentes que en las casas. A fin de cuentas, todo es cuestión de costumbres.



-¿Qué haces en esta etapa de peste y dramas?


 

-Diseño y dicto mis cursos, asumo trabajos temporales relacionados con mi formación. Corrijo manuscritos, escribo –poco- mato el tiempo leyendo e investigando. Los talleres y cursos que he diseñado durante la pandemia han sido muchos. Cada uno de ellos es un aprendizaje y una incursión en la palabra de otros y la propia. De resto intentar sobrevivir. Ya no estoy empleado sino que trabajo bajo la figura de contratos muy breves, semestrales. Leo poco de lo que quisiera o por distracción simple, porque la economía apremia. La insulina, para tres meses apenas, implica invertir cada vez $50 y bajo este esquema de ingresos no me puedo permitir distracciones ni divagaciones que son buena parte de mi naturaleza.

 



-¿Cómo ha cambiado dentro de ti la ciudadanía, en un país que ha cambiado tanto?


 

-Supongo que habrá algo permanente, cosa que define nuestro ser. Lo que cambian son las circunstancias, no la esencia. Sigo sintiéndome venezolano y, en cierta forma, europeo, italiano por mis raíces, aunque no hablo la lengua y la leo muy básicamente. Esto, y un poco verse como “ciudadano del mundo”, sin fronteras definitorias, miembro de una especie bastante desacreditada. Difícil verse como asiático o africano, pero sí como miembro de la raza. El mundo cada vez está más sin fronteras, salvo las políticamente establecidas por las naciones, pero nos vemos como pertenecientes a una placa, a una especie, nos vemos como humanos y reconocemos nuestras características egoístas de tal conglomerado biológico social. Pervive, como he dicho, para bien y para mal, ser venezolano y me reconozco en sus características definitorias, si las hay. Y estoy conforme a medias. Mi madre nació en Trinidad y Tobago, hija de padres venezolanos. Pero muy niña se trasladó la familia a la isla de Margarita y de allí su esencia oriental. Hay mucho de eso en mí. Mi padre llegó a Venezuela en diciembre de 1957. En ese instante se enamoró del país. Y ese amor agridulce me lo trasvasó. No sé si esto responde a la pregunta.


 


-¿Cuál es tu sueño más preciado en este tiempo?


-Material, regresar a España y vivir en algún pueblito de Castilla y León, quizás en la ciudad misma que recuerdo como habitable, Salamanca. No cuento con los recursos para ello así que estoy un poco resignado. Espiritual, encontrar cierta estabilidad emocional. Vivo sumido en la tristeza de sufrir en un lugar y en una época poco favorable a mis intereses personales y profesionales. Quisiera irme de Venezuela, aunque nunca antes lo había deseado, buscando algo que no tengo en este momento y no sé si lo encontraré en otra parte. Mientras, habitar la poesía.



Ya no recuerdo si el agua


calmaba la sed


sé que la sombra era grata


Esos días de pleno sol


mostraban los espejismos


de las palabras


¿Quién de la familia recuerda ya


al muerto de La Caranta?


¿Sus orientaciones para que el niño sanara?


Llegaba puntual a las 8 p.m.


se sentaba en la mecedora


y hablaba a los dueños de casa


El farmaceuta preguntó


¿quién recetó esa pócima?


¿a quién?


¿con qué fin?


Si administran esto tal como se indica acá


el pequeño será cautivo de las sombras


vendrán por él los duendes


y dejará de ser verdad


los vivos no soportan esta dosis de leyendas


http://www.crearensalamanca.com/miguel-marcotrigiano-no-puedo-ver-nada-positivo-en-estos-dias-entrevista-de-jose-pulido/



Ucab, homenaje Premio Nobel de Literatura 2011, Miguel Marcotrigiano
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José Pulido. Fotografía de Gabriela Pulido Simne

José Pulido

Poeta, escritor y periodista, nació en Venezuela, el 1° de noviembre de 1945.

Vive en Génova, Italia. 

En 1989 obtuvo el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. En el 2000 recibió el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. Ha publicado cinco poemarios y nueve novelas. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la Serie José Pulido pregunta y publica las entrevistas que ha realizado a creadores y artistas.

(Ha fundado y dirigido varios suplementos y revistas de literatura. Si se requiere información detallada sobre estas publicaciones, favor solicitarla a este  correo: jipulido777@gmail.com)

Forma parte de la Antología Por ocho centurias, XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos, Salamanca, España, entre otras. Ha sido invitado a festivales en Irak, Colombia, Brasil, Chile, España y Génova. Participó, en 2012, como invitado de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en SalamancaEn el 2018 y en el 2019 invitado al Festival Internacional de Poesía de Génova. 

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El puente es la palabra. Antología de poetas venezolanos en la diáspora.

Compilación: Kira Kariakin y Eleonora Requena, para Caritas.

Poeti Uniti per il Venezuela, Parole di Libertà  (Poetas Unidos por Venezuela, Palabras de Libertad) publicado por Borella Edizioni, evento respaldado por la Associazione culturale Orquidea de Venezuela, con sede en Milán.

Poemario Heridas espaciales y mermelada casera editado por Barralibro Editores.




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Una entrevista de José Pulido.




El escritor venezolano Adriano González León a José Pulido: No todos nuestros actos están destinados a la eternidad.




Rolando Peña, El príncipe negro, a José Pulido: Por fortuna existe el arte para librarnos del horror de la verdad.




Francisco Herrera Luque a José Pulido: Escribo del pasado porque le rehúyo al presente




Arthur Miller: No hay nada nuevo que pueda decir sobre Marilyn

Una entrevistade José Pulido