viernes, 1 de abril de 2022

"Mi satisfacción más grande es tener 90 años y ser un limpio"

Entrevista a JOSÉ AGUSTÍN CATALÁ






JOSÉ AGUSTÍN CATALÁ | 20 DE FEBRERO DE 2005 



"Mi satisfacción más grande es tener 90 años y ser un limpio"





  • las prisiones de ahora están legalizadas por unos tribunales entregados a la represión para hacerle el coro al gobierno de turno. Pero lo más grave es que ignoramos hacia dónde vamos, hacia dónde nos llevan, porque los procesos de persecución, tortura y muerte comienzan por caminos como el que transitamos ahora.






—El país ha cambiado mucho desde el año 1934, cuando usted tenía 19 años de edad y fue hecho preso por primera vez acusado de difundir un texto filosófico que la policía del general Gómez consideró comunista. Desde su perspectiva, ¿en qué ha cambiado el país, desde ese año, cuando lo empezaron a perseguir por escribir o editar críticas a los gobiernos?

—Hay un cambio muy radical: las prisiones de ahora están legalizadas por unos tribunales entregados a la represión para hacerle el coro al gobierno de turno. Pero lo más grave es que ignoramos hacia dónde vamos, hacia dónde nos llevan, porque los procesos de persecución, tortura y muerte comienzan por caminos como el que transitamos ahora.



—Usted ha escrito sobre las torturas a compañeros suyos de prisión, pero nunca ha contado su propia experiencia.

—Te advierto que no he querido hablar nunca de eso, pero te lo voy a contar. Estuve detenido después de un largo proceso de persecuciones tras la edición del Libro Negro (publicación clandestina que denunciaba y describía los abusos de la dictadura, los secuestros, las detenciones, las torturas, los traslados a Guasina, las confiscaciones a las libertades, fue editado en octubre de 1952). Esa prisión ocurrió después del asesinato de Leonardo Ruiz Pineda, ya el libro estaba en la calle. Yo había sido detenido otras muchas veces para asistir a interrogatorios por papeles clandestinos que circulaban. Esta vez fui y me hizo el honor de interrogarme el jefe de la policía, que era Pedro Estrada, quien cayó en una equivocación que le resultó muy molesta porque me acusó de haber escondido los archivos de Ruiz Pineda. Y yo le dije: “Mal podría yo, señor Estrada, esconder esos archivos cuando estaba preso en la Cárcel Modelo el día que mataron a Ruiz Pineda. Me mandó otra vez a esa prisión. La anterior vez que estuve allí, el bachiller Luis Castro, jefe de la sección política, me había advertido que la próxima oportunidad que me llevaran no sería para interrogarme sino para aplicarme “el procedimiento acostumbrado”. Una mañana me vinieron a buscar para trasladarme de la cárcel Modelo a la Seguridad Nacional. Nunca olvidaré la cara de Ramón J. Velásquez, que estaba preso conmigo, cuando me vio salir con los esbirros. Llegué al cuartel de la policía, que estaba en El Paraíso, y me pasaron directamente a la tortura.


—¿Qué pasó entonces?

—Me arrancaron la ropa y empezó eso. Había una tortura que consistía en obligar a los detenidos a pararse en el borde del rin de un automóvil. Para mí eso era terrible porque tengo los pies planos. Me caía a rato y entonces la situación era peor porque me caían a palos.

—¿Qué le ocurrió a usted?

—Tanto el torturador como el torturado llegan a un estado bestial. Los torturadores eran jóvenes que se volvían locos. Hoy los calificarían de drogados. Se solazaban en el dolor de los demás, dándonos palos y peinillazos, saltando sobre nosotros. En eso nos tuvieron cuatro días, tirados en un piso de cemento frío. Cuando estaba prácticamente inconsciente por el dolor, por las heridas y los hematomas en todo el cuerpo, entró Ulises Ortega, uno de los peores criminales del grupo de Estrada, a quien yo había denominado “el Monstruo”, se acercó a mí, que estaba tirado en el piso, abrió los ojos como una fiera, le quitó la peinilla al vigilante, me levantó por los cabellos y me cayó a planazos mientras gritaba como un loco: “Yo soy el Monstruo, yo soy el Monstruo”. Fue terrible.

—¿Cómo se hace para no enloquecer de dolor, de rabia, de humillación?

—En medio de eso uno tiene sus momentos de aliento, de empeño en subsistir para continuar la lucha y para contar todo lo que ocurría allí, para que no se olvidara. Para mí fue muy importante el hecho de ver torturados que habían tenido actitudes muy honrosas.

—Ahora no se ha llegado a eso —prosigue Catalá—. Este gobierno ha activado las venganzas matando la gente y no torturándola. No dejan rastros. Eso es lo que ocurrió con Antonio López Castillo y Juan Carlos Sánchez, asesinados a sangre fría.



—La democracia también incurrió en asesinatos políticos.

—Sí. Pero los dos casos, el del profesor Lovera y el de Jorge Rodríguez, fueron llevados a los tribunales y sus autores fueron acusados y condenados. Ahora los juzgados no responden sino para legitimar los crímenes. Las personas que dispararon en puente Llaguno no sólo fueron puestas en libertad, sino glorificadas. La diferencia es total. Esto nos hace presagiar días peores.


—Usted está luchando desde que era menor de edad. Ahora, que tiene 90 años, ¿encuentra que este es el país por el que tanto bregó? ¿Cómo se siente con respecto a la comparación entre el país que procuró, a riesgo de su vida, y el que tenemos hoy?

—Muy mal. Después de que uno vive todas estas cosas de las que hemos hablado no puede sino sentir una gran pesadumbre al ver lo que está ocurriendo. Lo que pasa es que no se puede ser en ningún momento pesimista. Yo no tengo ningún temor de morir mientras sea... ya no digamos en puesto de combate... a mi edad... en fin, estaré combatiendo hasta donde pueda con mis libros. Pero estaré en el combate. Hay que ser optimista y tener siempre presente que esto tiene su tiempo. Esto no será eterno.

Ramón J. Velásquez en 1993. Imagen tomada de Wikipedia.



Tomado de El Nacional



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