jueves, 26 de septiembre de 2013

LA BIBLIA Y EL VALOR DE UN BUEN LIBRO, por D. H. Lawrence






“El verdadero gozo de un libro consiste en leerlo una y otra vez, hallándolo siempre distinto, encontrando otro significado, otro nivel de sentido. Se trata como siempre de un problema de valores: nos desborda tal cantidad de libros, que apenas nos damos ya cuenta de que un libro puede tener un valor, un valor como el de una joya, o un hermoso cuadro, en el que podemos profundizar más y más y obtener una experiencia más profunda cada vez.”

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El proceso malogra sus propios fines. Mientras la poesía judía penetra las emociones y la imaginación, y la moralidad judía los instintos, la mente se vuelve tozuda, persistente, y al final repudia toda la autoridad de la Biblia, alejándose de ella no sin cierta repugnancia. Este es el caso de muchos hombres de mi generación.


Un libro tiene vida en tanto que es insondable. Una vez que es desentrañado, muere de inmediato. Resulta sorprendente lo diferente que un libro puede ser, leído al cabo de cinco años. Algunos libros ganan inmensamente, son como algo nuevo. Resultan tan increíblemente distintos, que hacen a un hombre cuestionarse su propia identidad. También, otros libros pierden inmensamente. Leí “Guerra y Paz” una vez más, y me sorprendí al comprobar lo poco que me motivaba, casi me espantaba pensar en los arrebatos que una vez me hizo sentir, y que ahora ya no sentía.

Así es. Una vez que el libro es desentrañado, una vez que resulta “conocido”, y su sentido queda fijado y establecido, está muerto. Un libro se halla vivo mientras tiene poder para movernos, y movernos de un modo “diferente”; en cuanto que lo encontramos “diferente” cada vez que lo leemos.



Debido al aluvión de libros superficiales que realmente se agotan a la primera lectura, la mente moderna tiende a pensar que todos los libros son iguales, que concluyen a la primera lectura. Pero de hecho no es así. Y gradualmente la mente moderna se dará cuenta otra vez.

El verdadero gozo de un libro consiste en leerlo una y otra vez, hallándolo siempre distinto, encontrando otro significado, otro nivel de sentido. Se trata como siempre de un problema de valores: nos desborda tal cantidad de libros, que apenas nos damos ya cuenta de que un libro puede tener un valor, un valor como el de una joya, o un hermoso cuadro, en el que podemos profundizar más y más y obtener una experiencia más profunda cada vez.

Es mejor, mucho mejor, leer un libro seis veces, a intervalos, que leer seis libros distintos. Porque si un determinado libro te mueve a leerlo seis veces, la experiencia será cada vez más profunda, y enriquecerá a toda el alma, de un modo emocional y mental. En tanto que seis libros leídos solamente una vez son una nueva acumulación de nuestros días, la cantidad desprovista de valor real.

Tendremos, pues, a los lectores divididos de nuevo en dos grupos: la gran masa, que lee por entretenimiento y con un interés momentáneo, y una pequeña minoría, que sólo quiere libros que posean un valor para ellos mismos, libros que aporten experiencia, incluso una experiencia más profunda.

La Biblia es un libro que mataron momentáneamente para nosotros, o para algunos de nosotros, al fijar arbitrariamente su significado. Sabemos plenamente que, en su significado superficial o popular, está muerto, que nada nos aporta ya. Peor aún, por la vieja costumbre convertida casi en instinto, nos provoca un estado de sentimientos que ahora nos repugna. Detestamos la “capilla” y la sensación de domingo escolar que la Biblia inevitablemente nos impone. Queremos librarnos de toda esa “vulgaridad”, puesto que vulgar es.

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D. H. LAWRENCE, Apocalipsis, 1932. Publicado dos años después de la muerte del autor. [FD, 06/12/2006].


Tomado de Filosofía Digital






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