Poco dado a las entrevistas, a las presentaciones públicas y hasta a las fotografías, Gabriel Zaid nació en Monterrey en 1934, es ingeniero y vive de un negocio propio. Como mi querido Alejandro Rossi, colaboró con la revista Vuelta, ahora lo hace en Letras Libres y otros medios americanos. Es miembro del Colegio Nacional de México desde 1984 y de la Academia Mexicana de la Lengua desde 1986. Sus ensayos se ocupan de la política, la educación, la economía y hasta del urbanismo, pero sus más agudos y amargos comentarios se han dirigido a las industrias culturales, con particular atención a la del libro: lectores, autores, editoriales, bibliotecas, librerías... El lado poco frecuentado de los asuntos, las cifras, la palabra exacta, la devastadora ironía y las propuestas firmes para cambiar el statu quo son ingredientes infaltables en sus ensayos. Siempre ha denunciado a los intelectuales anclados en la rancia burocracia y destacado a los que escriben para la gente de la calle con una intención de servicio social, y en esta categoría él está incluido en los primeros de la lista. Su obra poética se reedita con constancia. La ensayística está recogida en varios volúmenes: El progreso improductivo, La economía presidencial, Cómo leer en bicicleta, Los demasiados libros... De este último fusilamos este breve y cortante ensayo.
La oferta y la demanda de la poesía
Gabriel Zaid
The New Yorker
recibe 40.000 poemas al año, de los cuales publica 150. Lo cual le
cuesta una fortuna, porque necesita una persona a tiempo completo para
que lea los poemas recibidos: 800 por semana, para escoger tres.
La New York Review of Books promueve entre sus lectores un club de libros (Reader’s Subscription Club) que, hasta la fecha, ha publicado un solo libro de poesía contemporánea, con resultados desastrosos: los Selected poems de Robert Lowell no han vendido más que 350 ejemplares.
Los
clubes de libros casi nunca lanzan libros de poesía. En 1976, a raíz de
que la renombrada Denise Levertov ganó el renombrado premio Leonore
Marshall, por un libro con el renombrado pie de imprenta de New
Directions, el Book of the Month Club dedicó una página completa del
folleto que envía mensualmente a su millón y cuarto de suscriptores,
ofreciéndoles el libro. Vendió 750 ejemplares.
Gabriel Zaid es poco amigo de las fotografías y esta es una de las imágenes usuales que decoran el material sobre o de Zaid en la red. |
Un club de libros
especializados en poesía (The Poetry Book Club of Golden Quill) opera
desde 1954 con un incentivo francamente perturbador: la oferta de
incluir en el anuario Golden Quill Anthology of Poetry un poema de todo suscriptor que compre al menos cinco libros al año.
Lo horrible de este procedimiento es que pone el dedo en la llaga: a medida que aumenta la población universitaria, no aumenta el número de los que leen, sino de los que quieren ser leídos. La vieja tradición del “si me lees, te leo”, y “si me citas, te cito”, que era poco simpática, no era tan mala como la nueva situación. La regla del Golden Quill demuestra que ni los poetas compran libros de poesía si no es a fuerza, como requisito para publicar.
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Plougshares (trimestral,
fundada en 1971, circulación: tres mil), una de las revistas literarias
de más prestigio en los Estados Unidos, recibe 16 mil textos al año de
unas 6 mil personas, de las cuales ni 200 están suscritas a la revista.
Han formado un equipo de quince voluntarios para leer y escoger, pero no
basta. Cada vez que publican un anuncio para promover suscripciones,
por cada suscripción que consiguen les llegan de diez a quince
colaboraciones. Sin embargo, se niegan a la nueva modalidad que empiezan
a adoptar revistas serias y respetadas, como New Letters, Nimrod, Quarterly Review of Literature, que ni leen las cartas de los presuntos colaboradores que no están suscritos. Sin embargo, como reconoce Plougshares, si todos los que quieren escribir en su revista la compraran, la circulación se triplicaría.
Si todos los que quieren ser leídos leyeran, habría un auge nunca visto, porque nunca jamás tantos millones de personas habían soñado con publicar un libro. Pero el narcisismo compartido del “si me lees, te leo” degeneró en un narcisismo que ni siquiera es recíproco: no me pidas atención, dámela. No tengo tiempo, ni dinero, ni ganas de leer lo que publicas; quiero tu tiempo, tu dinero, tus ganas de leer. No me aburras con tus cosas, dedícate a las mías.
Alguna vez, el poeta Jud Lerome dijo que si uno fuera realmente considerado con sus lectores y amigos, debería insertar un billete de cinco dólares en cada uno de los libros que pone en circulación, para reconocer simbólicamente el abuso de quitarles el tiempo. Es una solución racional en una economía de mercado: si hay más oferta que demanda, y nadie está obligado a comprar, se hunden los precios hasta el punto de volverse negativos: pagar, en vez de cobrar, por ser leídos.
Una solución de welfare state sería crear un servicio nacional de geishas literarias, con maestría en letras y psicología autoral, que trabajara a tiempo completo en leer, escuchar, elogiar y consolar a todos los autores no leídos.
Otra
solución sería el racionamiento. Un Plan Nacional de Regulación de la
Oferta y la Demanda pudiera establecer un sistema por el cual toda
persona que pretenda ser leída tendría que registrarse y demostrar lo
que ha leído. Por cada mil poemas (cuentos, artículos, libros) leídos,
tendría derecho a publicar un poema (cuento, artículo, libro). La
proporción exigida iría ajustándose, hasta lograr el equilibrio de la
oferta con la demanda.
Gabriel Zaid, “Los demasiados libros”, en la antología Crítica del mundo cultural, México, El Colegio de México, 1999, pp. 59-61.
Tomado de El ojo en la paja.
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Actualizada el 10/02/2023
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