El verdadero terror es levantarse una mañana y descubrir que tus compañeros de instituto están gobernando el país.
Kurt Vonnegut
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Ensayo y humor en Aníbal Nazoa
26 de Junio de 2016
Los humoristas y los poetas son convidados de piedra en la configuración de las repúblicas artificiales que se fundan en el extravío de los poderes fácticos. Los escritos humorísticos de Aníbal Nazoa (1928-2001), pese a ser correspondidos con la complicidad lúdica y políticamente incorrecta de sus lectores, no son bien vistos por el conservadurismo que esteriliza a las universidades, las gestorías que son ciertas instituciones culturales, los púlpitos políticos y las tontas cajas de resonancia en que han involucionado los medios de comunicación social. Por fortuna, el academicismo pequeño burgués ni el socio-listo han depositado su ensayística rebelde en un almacén o en el mausoleo del despropósito maula. Aníbal Nazoa es una voz notable y traviesa del ensayo venezolano contemporáneo. Su paradójico oficio literario se vale de un humor descarnado y crítico no sólo para desmontar el solapado discurso autoritario y el aparataje ideológico que lo sustenta y promueve, sino también como fluencia indagatoria de la integración de las artes. Las artes y los oficios (1973) y Obras Incompletas (1993) son dos piezas de ensayo literario que nos reconcilian con el carácter camaleónico y pachuco del género, por supuesto, muy a contracorriente de la tipología fútil de la crítica literaria convencional. A propósito del primero de los títulos, tema central de esta compulsiva aproximación, el propio autor reconoce su inserción bárbara en el ensayo rebasando, eso sí, las catedrales rodantes de los impolutos críticos locales por el hombrillo. Este periodista de filiación amorosa y militante, se sale con la suya al inscribir su nombre en el Canon escurridizo de nuestras lecturas contingentes y por demás entusiastas.
Las artes y los oficios no en balde su origen periodístico, esto es la compilación de una serie de artículos publicados en el suplemento dominical del diario El Nacional, constituye un excepcional volumen de ensayos que apela al dominio de la poligrafía, el humor punzo-penetrante por vía de la ironía y la simulación, amén de la impostura académica y sociológica, para forjar con desenfado un anti-tratado sobre la división del trabajo, la explotación del hombre por el hombre y el desmadre político nacional que se hace universal con escandalosa impunidad.
Desdiciendo y falsificando las descocadas taxonomías del positivismo sociológico, Aníbal Nazoa subvierte el entorno de su época en el caos que aún nos desampara, atravesando la mar picada como si nada. Veintinueve artes y oficios son satirizados en un ejercicio demoledor de la crítica que lo emparenta con una modesta proposición de Jonathan Swift, el Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce e incluso y a futuro con Conversaciones con Taxistas de nuestro Pedro Téllez. Este museo decadente de cera de los trabajadores, sus explotadores y operadores políticos, descoyunta y tritura con crueldad poética un modelo petrolero trunco, individualista y fetichista. La parodia, previa la radiografía rabiosa de la aberrante y disfuncional pirámide social, embochincha el instrumental cientificista, estético y objetual que trastorna por igual al lingüista, el sociólogo, el psiquiatra, el dentista, el cuidador de carros y el comisariato político-cultural.
Aníbal Nazoa, envuelto en el magma mestizo de la venezolanidad, funde lo culto y lo popular para construir una metáfora del país encaramada en un tío vivo dialógico, dialéctico y perturbador. Se vale del Apostador, no sólo como arquetipo de la Venezuela que tropieza todavía en la unidimensional renta petrolera, sino como investigador profesional en el campo de las probabilidades y las estadísticas: “Nuestra experiencia transcurre entre el estudio de los pronósticos, las reuniones del Hipódromo y el análisis de los errores que nos impidieron hacernos millonarios el domingo”. Revela en carne viva los esplendores y miserias de la tragicomedia venezolana y continental: Naciones diagnosticadas hasta el hartazgo pero con la gripe muy mal curada y susceptible a la pulmonía crónica. Cinismo, humor e inteligencia constituyen una tríada que sostiene este libro asombroso y desmitificador, sin pretensiones salvíficas ni exégesis crípticas mal habladas. Nazoa, por ejemplo, no tiene empacho en homologar las categorías Doctor y Dolor en la más terrorista de las cacofonías, mediando el referente histórico y antropológico. Tampoco oculta un móvil iconoclasta cuando expone al escarnio del lector la vana gloria de gobernar, la indolente superioridad moral de los unos sobre los otros y, especialmente, el salto estúpido al vacío que es el Deber Ser. Nos desternilla de una risotada compasiva, no sólo cuando considera la estética entre cursi y pornográfica del transporte público, sino en el instante en que el afán crítico alumbra nuestra triste condición hasta el punto de encandilar la ceguera funcional de las clases sociales fuera de sí: Los burócratas, los cobradores, los academicistas, el presidente de la república, los bachaqueros, los milicos, los tombos, los filántropos o el clero bien cebado no son más que el rostro visible o, como el mismo Nazoa dice, el pararrayos o el escudo de los chupasangres de América Latina. Se trata de acompañarnos en el desengaño, la indignación y la acción revolucionaria que eche a los invasores de aquí y de una buena vez por todas.
José Carlos De Nóbrega
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EL
PRESIDENTE
Una
pregunta estúpida
¿Usted
quiere ser Presidente?
Hacer esta pregunta a
un venezolano es casi una ofensa, es como preguntarle a Julieta si está
enamorada de Romeo o a un pez si sabe nadar. Para los Venezolanos la
Presidencia es la zapatilla de la Cenicienta, la Piedra Filosofal, el tacto de
Midas, la lámpara de Aladino y las Botas de Siete Leguas...¿Qué por que no
agregamos el Sésamo ábrete?
¡Hombre, no sea usté
vulgar!
Constitución
y realidad
De acuerdo con los
términos de la Constitución Nacional, “Para
ser elegido Presidente de la República se requiere ser venezolano por
nacimiento, mayor de treinta años y de estado seglar”. De acuerdo con los
términos de la realidad ¿Será lo mismo? Nos permitimos dudarlo. Para empezar,
lo de “mayor de treinta años” es una generalización carente, como casi todas
las generalizaciones, de valor. Los verdaderos
requisitos para ser elegido Presidente no caben ni en veinte tratados como el
presente. Para volver a empezar, el que aspire a la Presidencia debe ser un
político, y es mentira que un político se pueda hacer en treinta años solares,
comerciales o como se les quiera llamar.
Treinta años
representan la trayectoria mínima
exigida a un político para poder pretender al trono, perdón a la Silla Presidencial.
Quien no lleve ese tiempo hablando, es decir, viviendo de la política, que
olvide sus aspiraciones, ¿Entendido? Entonces, la auténtica edad presidenciales
de 45 para arriba, suponiendo que el aspirante fue un niño prodigio capaz de
instalarse plenamente a los 15. Pero mejor dejemos a un lado la materia
constitucional y vamos a discriminar uno por uno los requerimientos para mejor
conocer lo que es un presidente perfecto.
Del
espíritu de sacrificio
Si usted no está
dispuesto a sacrificarse por la Patria, ¿Paraqué quiere ser Presidente? He aquí
la condición primordial para ascender a la Primera Magistratura: el espíritu de
sacrificio. El estar dispuesto a darlo todo a cambio de nada. El renunciar al
propio bienestar en aras del bien público. El no vacilar a la hora de escoger
entre su interés personal y los supremos intereses de la nación. La Presidencia
es el camino de las espinas, la cruz de la responsabilidad, la cárcel del deber
(aplausos), y déjese de estar preguntando por qué entonces todo el mundo quiere
ser Presidente.
De
la vocación
El oficio de Presidente
es absolutamente vocacional. Sólo puede ejercerlo aquel que no ha deseado otra
cosa en toda su vida, desde el día en que nace hasta el momento de entregar el
mando, si es de los que entregan. En este sentido es responsabilidad de los
padres averiguar lo más temprano posible si sus hijos quieren ser presidentes
cuando sean grandes, a fin de iniciar inmediatamente el entrenamiento. Se
educará al niño de manera que cuando llegue a la mayoría de edad no sepa hacer
otra cosa sino ser Presidente. Una vez que el futuro Presidente sale de la
tutela paterna continúa el proceso formativo por su propia cuenta y a través de
lo que hemos llamado trayectoria, o
sea la suma de los años que el político se pasa tratando de llegar a
Presidente. Dicho con otras palabras: la Presidencia, más que oficio o
profesión, es una idea fija.
De
los títulos
Aunque la ley no lo dispone taxativamente,
para ejercer el oficio de Presidente se requiere pertenecer a la mejor sociedad
y poseer un título académico. Ahora bien, ¿Cuál es el título apropiado? la Constitución pauta que el Presidente debe
ser“ de estado seglar” y eso
significa que no puede ser sacerdote, por exclusión es fácil deducir que el
hombre debe ser Doctor o General. Lo cual no quiere decir de ninguna manera que
un bachiller o un militar de menor graduación no puedan aspirar a la Banda
Presidencial. Una vez Presidente, no importa que el ciudadano no tenga título
alguno, porque de todos modos la gente lo llamará “doctor”, sin contar la cantidad de doctorados Honoris causa que se le otorgarán a lo largo de su período
constitucional. En cuanto al militar de menor graduación, pues para eso es
Presidente: para ascenderse a General en cuanto le ponga la mano al coroto. La
historia latinoamericana está llena de ejemplos ilustrativos al respecto.
De
la facilidad de palabra
Nueve décimas partes de
la actividad de un Presidente se reducen a pronunciar discursos y dar Ruedas de
Prensa. Por lo tanto, un Mandatario consciente de su deber e iluminado por una
verdadera Vocación de Servicio, tiene la Obligación Ineludible de dominar
afondo la Ciencia de la Oratoria para dirigir su Palabra Autorizada a la Ciudadanía
cada vez que lo demande el País Nacional, pues quien lleva el Timón en la nave
del Estado ha de mantener constante Diálogo con el Pueblo, a fin de permitir
que la Opinión Pública esté debidamente informada respecto al Manejo de la Cosa
Pública y de las Grandes Cuestiones de Nuestro Tiempo, si queremos salir del
Marasmo y ocupar sitio de Honor en el Concierto de las Naciones como lo
desearon los Ínclitos Varones que nos legaron la Libertad derramando su Sangre
Generosa para darnos una Patria Grande enrumbada por las Rutas del Progreso con
la Ayuda del Altísimo.
Del
buen entendimiento
El aspirante a la
Presidencia no puede olvidar en ningún instante que el Primer Magistrado
representa a toda la Nación. Debe entonces estar en buen entendimiento con
todas las capas que componen la sociedad. Esto quiere decir que la discreción y
la confianza que sea capaz de inspirar a todos los sectores constituyen la clave de su éxito. El Presidente ha de
prestar atención de las demandas de las Fuerzas Vivas sin ofender a las Fuerzas
Bolsas. Prometer la tierra al campesino sin molestar al terrateniente.
Rebajarlos alquileres sin disgustar a los caseros y convencer al inquilino para
que no pida una rebaja más sustancial. Agitar la bandera del nacionalismo sin
alarmar a los inversionistas y saludar a los desfiles de trabajadores desde la
tribuna de los patronos. Dicho más brevemente: el Presidente tiene que ser un águila.
De
los instrumentos de trabajo.
Parece mentira pero en
el ejercicio de una profesión tan compleja y de tanta responsabilidad como es
la de Presidente, no se requiere sino dos sencillas herramientas: una pluma
para firmar los decretos y poner el “Ejecútese”
a las leyes, y unas tijeras para cortar las cintas en las inauguraciones.
De
las atribuciones
Hablemos ahora en
términos más Concretos: ¿Qué es, en la práctica, lo que hace un Presidente?
Para tratar este punto, nos vamos a permitir algo que más bien repugna a
nuestras costumbres, pero en este caso está plenamente justificado: vamos a
reproducir parte de un artículo que escribimos hace algunos años, en el cual se
describen con bastante exactitud las tareas que forman la rutina presidencial.
Con su amable permiso, aquí va el refrito: El Presidente de la República está
obligado a recibir casi a diario a representantes de países que él ni sabe con
exactitud dónde quedan y pasarse horas enteras con ellos, sentado en un sofá,
con las manos entrecruzadas y mirándolos a la cara como diciendo.
“bueno,
¿y entonces?”
El Presidente de la
República debe ir por lo menos una vez a la semana a cortar una cinta con unas
tijeras que por lo regular se han
perdido a la hora del corte, y cuando aparecen están amelladas o
trancadas.
Debe estar
constantemente visitando obras en construcción, lo cual supone horas y horas de
andar bajo un sol inclemente tragando
tierra y rodeado por una fastidiosa multitud de adulantes, pedigüeños,
espías y muchachitos que lo observan como si él fuera algún fenómeno de circo.
Está condenado, cada
vez que visita una obra de ésas, a retratarse con un ridículo casquito de
aluminio que le hace si viniera de un
reparto de cotillón.
Cuando asiste a una
recepción oficial, todo el mundo bebe whisky a discreción y devora toneladas de
pasapalos mientras él se tiene que estar sentado en una silleta incomodísima,
muriéndose de las ganas de echarse un trago.
Adonde quiera que vaya
tiene que aceptar la compañía de tres militares que siempre están parados
detrás de él, como en caso de que
quiera echar a correr.
Casi todos los días se
le somete a la tortura de soportar interminables discursos de señores gordos
enlevitados que no dicen nada y, lo que es más grave, a contestarles aunque a
él tampoco se le ocurra nada en ese momento.
Como un Presidente ha
de estar “ligado a su pueblo”,
periódicamente le toca arriesgar el pellejo viajando en avión parar recorrer
puebluchos donde nada más espantándose moscas pierde seis kilos.
Tiene que mantener
contentos a los militares y hablar a las masas de “cambio de estructuras”. Evitar roces con los Estados Unidos y
sonreír a los que piden más comercio con el Tercer Mundo. Recortar el presupuesto de la Universidad y
presentarse como paladín de la cultura. Soportar que sus amigos de la infancia
le hablen de “usted” cuando hay gente
y que cuando el llegue todo el mundo empiece a hablar bajito, como si hubiera
enfermo. Por último, un Presidente vive -por muy democrático que sea- bajo el
constante temor del arsénico en el café, el barbero sobornado para que al
pasarle la navaja ¡Suas! y la bomba en el cajón del escritorio.
De
las ventajas
Entonces -se preguntará
el lector- ¿Quiere decir que el oficio de Presidente ofrece puras molestias y
ni una sola ventaja? Pues ¡Claro que no! A decir verdad el que se meta a
Presidente goza de dos ventajas ciertas, solamente dos, pero de un valor
incalculable: la primera, que para él no existe problema del tránsito, no sólo
porque no tiene que manejar, sino porque siempre lleva adelante una nube de
motorizados abriéndole paso a como dé lugar. Y la segunda, que cuando uno es Presidente
ya no necesita saber hacer más nada. El Presidente se puede haber frustrado
como escritor, no haber sido conocido como profesional a más de dos cuadras de
su casa, no saber si Picasso es un compositor italiano o un pitcher del
Cincinnati... Pero es Presidente. ¿Le parece poco?
Las Artes y los Oficios, Aníbal Nazoa , publicado por Monte Ávila Editores.
Colección Biblioteca Básica de Autores Venezolanos. Páginas
145-150
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Aníbal Nazoa, nacido en Caracas, Venezuela el 12 de septiembre de 1928 y fallecido en Caracas el 18 de agosto de 2001 fue un poeta, periodista y humorista, considerado como uno de los escritores venezolanos que mejor retrató el siglo XX y en cuya obra, como apuntó Luis Britto García, "concilió erudición con gracia, ternura con acidez, compromiso con libertad de conciencia, densidad con levedad, altura con profundidad".
Esta breve reseña biográfica fue tomada de Wikipedia.
Puede descargar el libro pulsando aquí
Actualizada el 26/02/2026
02/02/2024
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José Carlos De Nóbrega. Ensayista y narrador venezolano (Caracas, 1964 - Valencia, 2023). Licenciado en educación, mención lengua y literatura, de la Universidad de Carabobo (UC). Forma parte de la redacción de la revista Poesía, auspiciada por la misma casa de estudios. En 2007 su blog Salmos compulsivos obtuvo el Premio Nacional del Libro a la mejor página web.
En 2015, fue profesor invitado por la Universidad de Salamanca para dictar un curso sobre literatura venezolana, auspiciado por la Cátedra Ramos Sucre de la USAL y el CENAL.
Ha publicado dos volúmenes de ensayo: Sucre, una lectura posible (Universidad de Carabobo) y Textos de la Prisa (Gobernación del estado Carabobo) en 1996. Los libros de ensayos Derivando a Valencia a la Deriva (2007) y Salmos Compulsivos por la Ciudad (2008, versión digital en www.letralia.com) han sido publicados por las editoriales “El Perro y la Rana” y “Letralia” respectivamente. En mayo de 2008, la Editorial Letralia publicó Para machucar mi corazón: Una antología poética de Brasil (serie Transletralia, versión digital en www.letralia.com), de la cual es el compilador y el traductor. En 2011 apareció el libro de ensayos Salmos Compulsivos, bajo el sello editorial Protagoni, c.a..
El Fondo Editorial Fundarte publicó el libro de cuentos El Dragón Lusitano y otros relatos, en 2013. En 2014,
Fundarte hizo públicas dos traducciones a saber: los libros de poesía Las imaginaciones / El soldado raso. de Ledo Ivo y la novela La Pasión según G.H., de Clarice Lispector. También tradujo Dispersión / Indicios de Oro, del poeta portugués Mário de Sá Carneiro.
Ha colaborado en diversas publicaciones periódicas: Poesía, La Tuna de Oro, Tiempo Universitario, Letra Inversa del diario Notitarde, Laberinto de Papel, Revista Nacional de Cultura, Imagen, suplemento Letras del diario Ciudad Ccs, el diario Vea y Fauna Urbana.
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