viernes, 9 de octubre de 2015

Luis Cedeño, cuentero valenciano a Marisol Pradas: "Yo no puedo traicionar el cuento".


 
Luis Cedeño. Fotografía Yuri Valecillo


"Yo no puedo traicionar el cuento".
Una entrevista al escritor ¿o cuentero? valenciano Luis Cedeño. Una entrevista de Marisol Pradas.


sábado, 19 de abril de 2008

Luis Cedeño: "Del cuento lo que perdura es la esencia"



“…yo no puedo traicionar el cuento.” Dice Luis Cedeño en esta entrevista. Esa sentencia pareciera confirmar la tesis Borgeana (o borgiana) sobre la realidad que se ajusta a la ficción. Cedeño nos indica que la figura del Cuenta Cuentos y el Cuentero son diferentes porque el primero se desprende de la formalidad académica del que lee una historia y la repite – lo cual no condena – mientras que el segundo aparece cuando la historia necesita contarse y escoge al individuo digno de hacerlo. Así deja una definición clara del cuentero sin decirnos nunca lo que es. 



Maestro al fin, queda de parte del alumno descifrar el resto del enigma después de escuchar el cuento.



Javier Domínguez

*******



Luis Cedeño: "Del cuento lo que perdura es la esencia"

Marisol Pradas



"Nací en 1953. Tengo cincuenta y cinco años. Me gusta nombrar que nací en un barrio*. Me gusta decirlo por lo que pasó ahí conmigo. Cosas muy bellas. Fui feliz allí. Estudié en la escuela La Salle, la gratuita. Lo acentúo porque también pasaron cosas bellas allí. Conocí la de Guaparo y me gustaba la gratuita. Los religiosos. Mi mamá un día me tomó por la mano y me dijo: "Usted va para la Normal "Simón Rodríguez" a estudiar para maestro". Me gradué y soy maestro. Me gustan la bicicletas de reparto y tuve una. Me gustó atender una bodega y la atendí. Me gusta barrer patio y mi casa tiene uno. Quise tener un maletín viejo, de médico, para echar cuentos y mi hermano me lo consiguió. Estudié en la universidad, pasé por ella y me gradué. Soy esposo de Marlene y papá de Surrú y Mariana. Me gusta decir que soy maestro mas que licenciado. Complací y complaceré gustos de la vida. He andado como a mí me gusta andar. Fundamentalmente vivo porque a eso he venido".



De esta forma se presentó Luis Cedeño cuando se le pidió que resumiera su curriculum para esta entrevista tras treinta años como cuenta cuentos, aunque el gusta que le digan cuentero. Ganó el premio del concurso de cuento radial Panchito Mandefúa, de la Casa de las Letras patrocinado también por la radio universitaria 104,5 FM con la historia "Radio Cuento".



Para escribirlo le pidió a su esposa que le prestara el espacio de la cocina por una tarde. Allí acomodó los peroles e improvisó una emisora. Puso la mesa en el centro y en el medio colocó la licuadora que cumplió el rol micrófono. Después de actuarlo lo escribió.


Luis Cedeño. Foto de José Antonio Rosales.  Fotografía tomada de Biblióntecario

¿Cómo fue esa vivencia trasladada al papel?

En el traslado de la palabra a la literatura hay un espacio de tiempo, unas normas de orden gramatical y un tiempo para el dibujo de las letras que hace que no seamos exactos.



¿Cuál es la diferencia entre el cuenta cuentos y el cuentero?

El cuenta cuentos, por lo general, busca los cuentos en libros. Los lee, les hace alguna modificación y los echa. Siempre les va a incorporar algo que tiene el cuerpo. Yo nunca he podido contar un cuento así. Me sé muchos cuentos de esos porque soy un lector. Yo lo que puedo hacer es conversar sobre cuentos que he leído, contar su historia, su anécdota. Yo voy haciendo cuentos... Y también me nutro de lo que oigo, en las camionetas. Escucho unas cosas que superan tanto la imaginación que es allí cuando comienzo a armar hasta que creo que están listos para contarlos a los demás. Primero tengo que convencerme a mí mismo para que los que me escuchen lo gocen. Mi vanidad, porque creo que la tengo, se llena cuando alguien se me acerca y me hace una pregunta racional sobre alguna de las historias que he contado.



¿Qué cuento se le ocurre?

Un hombre que tenía dos orejas muy grandes. La oreja izquierda era como del tamaño de una sala de conferencias. Eso es lo que yo recuerdo. Y la oreja derecha como del tamaño del edificio de Notitarde. Ese hombre, sentado frente a su casa, cuando soplaba el viento, la cabeza le daba a un lado y otro, de acuerdo a como soplaba el viento, por el tamaño de las orejas. Unos niños que lo vieron se le acercaron y le preguntaron si escuchaba por la oreja izquierda. El dijo que sí. "øY qué oye?", le preguntaron. "Estando, por ejemplo en San Diego, puedo oír lo que están hablando en la plaza Bolívar de Maracay". Todos los niños se le encaramaron arriba, se le pusieron cerca de la oreja y escucharon hasta los perros ladrando de la plaza Bolívar de Maracay. Entonces, otro niño le dijo: " Y si usted oye tanto por qué no escucha lo que hablan en la plaza Bolívar de Caracas". El dijo: "Sí, lo oigo". Puso la oreja hacia Caracas y escucharon él y los niños lo que allí ocurría. Otro niño llegó y le dijo "¡Ah! usted se la echa, señor. ¿Por qué usted no escucha lo que hablan en la china?". Entonces el hombre le dijo: "Sí, lo escucho. Búsquense una guafas y unos mecates". Los niños bajaron, se montaron de nuevo; le amarraron la oreja, la templaron y pusieron la oreja hacia un cerro. El les dijo que del otro lado quedaba la China. Así escucharon muchas voces de chinos que no entendieron.



"¡Señor! ¿Y por la oreja derecha que es más grande? "Por esa yo no oigo nada".



De esta forma Luis Cedeño va diciendo que a los niños se les ocurrió hacer un conuco, sembrar caraotas, ají y pimentón; después idearon un río que saltó con agua clara; una casa, un hombre y una mujer que se dieron un largo beso que abrió las ventanas y las puertas para dar paso al aire y a los pájaros y los muchos niños que llegaron rompiendo la soledad.



¿Lo acaba de inventar?

No, lo he echado, pero los cuentos que se echan son libres y adquieren una atmósfera. Ahorita, lo he echado, y no sé por qué, con nostalgia. Se mantiene una esencia que es "lo no dicho", que es lo que uno percibe de una palabra aunque ella no lo denota. Lo que perdura es la esencia, lo demás son formas, gestos, recursos que se usan, que pueden cambiar.



¿Dónde le nació el oficio de cuenta cuentos o cuentero?

Se inició en la escuela rural de -Güigüe donde trabajé.



¿Era consciente de su don?


No. Yo estaba dando clases y estaba contando los cuentos de lo que ahora sé que se llama recurso pedagógico. Yo me doy cuenta de eso después. En el momento yo estaba contando los cuentos correlacionados con el contenido programático. En los recesos los niños me pedían que les echara algunos cuentos y lo hacía. Así comencé. Pero se dio la relación que empezaron a decir "el maestro Luis cuenta cuentos, si quieren lo llaman y lo invitan". De esta forma me llevaron a algunos lugares y empecé a contar lo que me sucedía en clase, con mis alumnos. Hubo un momento, no sé cuál, en el tiempo, que soy un cuenta cuentos.



¿Cuando empezó a agregar objetos a sus cuentos? 


Toda mi vida he sido muy escenográfico. Toda mi vida me ha gustado usar sombrero y cargar cosas en el cuerpo. Cuando quiero contar, el cuento me consigue con la escenografía. Entonces yo la incorporo.



¿Disfruta echar cuentos o ver a la gente escuchándolo?

Cuando me olvido del espectáculo comienza el goce, el cuento en el que creo cuando lo echo, nunca dudo, y cuando veo al público atento a mi actuación, siento que el cuento hace que yo me ponga al servicio de él, porque él requiere de mí y yo no puedo traicionar el cuento. Hay un acto como mágico.



Lo disfruto y el público aplaude, aunque a veces se queda reflexivo. Me gusta cuando la gente se olvida del esquema ese de aplaudir apenas termina una actuación. Si alguna vez hago teoría sobre la oralidad comenzaré por allí, sobre esa conciencia que despierta el cuento y la palabra 


(Notitarde, 19/04/2008, Confabulario).-


*Barrio se denomina en Venezuela a las zonas pobres de la ciudad, que muchas veces surgen sin planificación urbana previa. A las zonas surgidas de planes urbanísticos privados se les llama urbanizaciones y se suele decir que en ellas habitan la clase media y alta.

Tomado de Azul Fortaleza 

*******




Javier Domínguez, Valencia, Venezuela. Narrador. Ha participado en diversos talleres literarios. Entre sus obras publicadas tiene el libro de cuentos El camino de los hilos, además de haber colaborado en varias antologías nacionales e internacionales, en la revista Tlön, en las publicaciones del Celarg y en los medios digitales Letralia.com y panfletonegro.com. Participó en la III Semana de la narrativa urbana en Caracas, Vezuela. Actualmente trabaja en su primera novela y una nueva colección de cuentos.



El camino de los hilos puede leerse o descargarse pulsando aquí  



 

1 comentario:

  1. Al derecho y al revés


    “Esas medias están al revés, Pedro” le decía mi madre a mi padre cada vez que lo veía ponerse las medias. A lo que mi padre respondía: “¿¡Cómo al revés!? ¿¡Cómo al revés!? ¡Tú si eres necia, mujer…! ¿¡Cómo pueden unas medias estar al revés, ah!?” Y yo me preguntaba lo mismo. A nosotros nos gustaba ver a mi papá vestirse. Era todo un espectáculo. Nos parábamos todos: mi madre, mi hermana y yo, apretujados unos contra otros, apartando la raída y sucia cortina, en la puerta del cuarto y lo observábamos en silencio. Tenía todo dispuesto sobre la cama. Se paraba frente al espejo y empezaba. Lo primero que se ponía era la camisa, ya tenía puestos los interiores, desde luego. Después se ponía los pantalones, que siempre mantenían un filo casi cortante, como espadas. Los tomaba, los levantaba a la altura de la cara y pasando una mano por el filo decía: “¡Este es el filo del amor! ¡Cuándo se melle, murió el amor!” Luego las elásticas, que estiraba con los pulgares hasta un punto que parecía que se iban a reventar —mientras se vestía nos hacía guiños y morisquetas desde el espejo, nos guiñaba un ojo, nos sonreía, nos sacaba la lengua o nos silbaba—. Después se ponía la corbata, que veía y veía repetidas veces colocándosela sobre la camisa para ver si combinaba. Después se ponía el chaleco, que templaba hacia abajo por las puntas con energía hasta tres y cuatro veces, como si quisiera hacerlo más largo. Por último, se sentaba en el borde de la camita, que chirriaba bajo su escuálido peso, se ponía las medias y se calzaba los zapatos. Luego tomaba su bastón, se ponía el sombrero y salía del cuarto. “¡Esas medias están al revés, Pedro!” le decía mi madre antes de salir. Esto, algunas veces, generaba algún pequeño “disgusto” entre mis padres. Pero la mayoría de las veces era motivo de bromas y de risas para todos.
    Mi papá se vestía todo de blanco, sobre todo los domingos.
    Yo creí bajo esa duda. Cuando iba para el colegio, antes de ponerme las medias, las observaba durante mucho tiempo tratando de averiguar cuál era la derecha y cuál era la izquierda. O llamaba a Luis, mi amiguito de al lado, y le preguntaba. Este, después de ver las medias en la claridad de la ventana, después de ponérselas y quitárselas hasta dos y tres veces, de revisarlas, de sentir su textura, incluso su olor, de estirarlas y de caminar con ellas por todo el cuarto, me decía, con aires de autosuficiencia: “ ¡Esta es la derecha y esta es la izquierda!” Y las colocaba sobre la cama. Pero por más que le buscara una diferencia, yo las veía iguales, idénticas. Las medias no son como los zapatos, que si uno se los pone al revés enseguida se da cuenta. Por cierto, Lusito no se sabía amarrar los zapatos. Y todos los días, al mediodía, antes de ir al colegio, yo tenía que entrar escondido por la ventana de la segunda planta para atárselos sin que su mamá supiera. Claro que yo podía resolver el dilema de las medias consultándole a mi madre, pero no quería que supiera que yo tampoco sabía ponerme los calcetines. Yo me las ponía adivinando cuál era la derecha y cuál era la izquierda. Parece que siempre acertaba porque mi mamá nunca me dijo nada.
    Cuando mi padre murió, y mi madre y yo lo estábamos amortajando, ella, en medio del llanto, me dijo: “¡Toma, ponle las medias a tu padre!” Cuando terminé de ponérselas, mi madre, entre lágrimas, se rió un poco y le dijo: “¡Esa medias están al revés, Pedro!” Entonces se las quitó, metió las manos dentro de las medias y las volteó; les puso lo de adentro para afuera y lo de afuera para adentro.

    Autor: Pedro Querales. Del libro "Se vende".

    ResponderEliminar