Vladimiro Rivas de memoria
Carlos Yusti
Viernes 29 de junio de 2018
Cuando cursaba el último año del bachillerato conocí al primer escritor de carne y alma. Para ese entonces los escritores eran para mis compañeros de curso sólo fichas bibliográficas o en el peor de los casos señores que garantizaban el bostezo y el hastío a la hora de castellano y literatura. Para mí eran entes difusos, vagos y neblinosos y sólo había visto las fotos, tipo carnet, de algunos con más aspecto de vendedores de pompas fúnebres, o de empleados burocráticos de algún ministerio, que de escritores con capacidad para magializar las palabras.
Por esos días era un lector más bien intermitente con la mirada perdida a través del ventanal de la realidad absurda y algo chata para mi gusto. A pesar de haber escrito algunos cuentos y poemas, con más desgano plagiario de fondo que con creatividad y cosa, no me veía en esa foto: saco oscuro, corbata y gafas de cuatro ojos de sabelotodo. Muchos menos me veía como materia de estudio para torturar estudiantes. Conocer a un escritor de verdad podría despejar todas mis telarañas de prejuicios.
Un día un condiscípulo de la clase, José Rosario Pérez, me dijo que iría a Caracas con uno de sus hermanos a visitar a Vladimiro Rivas, un profesor y escritor con algunos libros publicados. Enseguida me apunté en el viaje más por tedio juvenil que por interés de olfatear de cerca un escritor.
Llegamos a un conjunto de apartamentos modesto, pero ubicado en una buena zona de Caracas. Vladimiro Rivas nos esperaba. Era un individuo moreno claro, un tanto alto, con un buen timbre de voz y excelente dicción. Andaba de pantalón y camisa. Daba más el porte de obrero de la construcción que de escritor, pero de eso va la vida: de falsas apariencias y de máscaras a priori.
Me preguntó si escribía. Le dije que a veces para darle chance a la musa y otras para darle chance a las palabras. Que era más bien lector y que con mi amigo José Rosario teníamos un grupo de teatro juvenil donde me encargaba de las obras. Luego hablamos de otras cosas algo banales que se han descartado de mi memoria. No obstante recuerdo que habló algo de García Márquez, de sus andanzas guerrilleras y de sus inicios de escritor. Dijo que la militancia más que la lectura lo condujo a la escritura. Que era un gran lector de poesía, pero que la novela le permitía expresar un conjunto de inquietudes sociales y políticas y luego estaba toda esa magia poética que se podía armar con las palabras.
Comimos algún aperitivo, que él mismo sirvió. Al parecer estaba solo. La familia andaba de viaje. Me llamó la atención la mesa: era de madera pintada, pero labrada a mano con motivos de selva en las cuales se divisaban serpientes, paisajes, tucanes, tigres. Era en verdad una obra de arte. Vladimiro me aseguró que la trajo de Perú por partes, debido a que era una pieza modular que podía desarmarse y ensamblarse como un rompecabezas. Que resultó una verdadera odisea traerla al país. Se notaba que estaba orgulloso de su mesa. Fue grato conocerlo. Como era lógico me obsequió sus dos novelas publicadas: Delante de los fusiles o delante de los rosales y Las huellas crecen así. Tenía una tercera novela, pero de la cual no tenía ningún ejemplar, titulada Cuando maduren los mangos.
“Las huellas crecen así”, de Vladimiro Rivas |
Yo creo que a Vladimiro Rivas más que el fasto de la literatura le preocupaba el país, estaba interesado en buscarle un costado mágico a su entorno cotidiano para desnudar la realidad siempre opresora y asqueante. Cuando maduren los mangos es una de sus novelas que más he disfrutado. Novela urbana que retrata un barrio con los viceversas de la existencia y donde bullen personajes que uno ha conocido en los barrios reales donde uno ha ido mudando la piel y las entrañas. La novela tiene un realismo mágico diurno (o como más elaborado en lo poético) y comienza con una especie de mago callejero, si la memoria no me falla, que dejará traslucir su cuerpo para que los espectadores puedan mirar sus vísceras. En su novela corta Delante de los fusiles o delante de los rosales, se encuentra el Vladimiro Rivas poeta en su máxima expresión. Novela que es un canto amoroso, de lucha y de luz. La novela posee una trasparencia vital por la metáfora. Vladimiro construye un artefacto que puede leerse como una novela o como un poema. Su brevedad permite que el lector no se sienta abrumado por los giros poéticos siempre luminosos y con mucha cotidianidad en el margen.
Su novela Las huellas crecen así posee cierta complejidad narrativa, pero su núcleo central es una crítica certera al subdesarrollo y sus diferentes redes, en las cuales entran la superstición religiosa y la violencia, y todo ello narrado desde una óptica vanguardista con monólogo interior y juego con el tiempo, y donde por momentos lo barroco onírico se deja sentir. Vladimiro Rivas quiere narrar a sus personajes desde lo épico, pero el mundo que los rodea, un tanto absurdo, los somete a los avatares cotidianos sin darles tregua, convirtiéndolos en meras caricaturas de sus anhelos y deseos. Novela coral un tanto enmarañada desde lo narrativo.
En algún diccionario de escritores puede leerse: Rivas, Vladimiro. Santa Marta, Colombia, 1935; Caracas, 1982. Poeta, novelista. Hijo de venezolanos. Licenciado en Periodismo (Ucab). Perteneció al grupo literario “Península” de Paraguaná (Falcón), fundado en los 50. Colaborador en el Papel Literario de El Nacional (Caracas). Coordinador de Medios de Comunicación del Inciba. Obra narrativa: Las huellas crecen así (1972, novela), Cuando maduren los mangos (1973, novela), Delante de los fusiles o delante de los rosales (1975, novela). Obra poética: Rebato de la tierra (1959), Canto a la ciudad de todos (1967). En esta apretada ficha faltó un estudio ensayístico titulado Las fuentes de información del periodismo venezolano (1971).
Luego de la visita escribí un texto sobre sus libros, publicada por el diario El Carabobeño, que debe andar perdida entre mis papeles. Se lo hice llegar y me llamó por teléfono para agradecerme y para asegurarme que no se merecía ese texto, de todos modos estaba muy agradecido por el gesto.
Vladimiro quería ser difuso y etéreo. No estaba interesado en la luz artificial de lo público, estaba a la caza de esa luz profunda e irrefutable de la poesía. Estuvo un poco como clandestino en el mundo literario nuestro y fue leído con fervor por un puñado de consecuentes.
Le recuerdo de memoria, pero no difuso, sino corpóreo y sólido debido a sus libros, gracias a su literatura hecha con esa materia imprescindible de lo humano a pesar de todas las contiendas, de todos los contratiempos, de todas las causas perdidas, que bajan por el desagüe del sueño y el olvido.
Tomado de Letralia
Carlos Yusti en Barcelona, con la estatua de Colon al fondo, al final de la Rambla donde desemboca en el puerto.
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Carlos Yusti (Valencia, 1959). Es pintor y escritor. Ha publicado los libros Pocaterra y su mundo (Ediciones de la Secretaría de Cultura de Carabobo, 1991); Vírgenes necias (Fondo Editorial Predios, 1994) y De ciertos peces voladores (1997). En 1996 obtuvo el Premio de Ensayo de la Casa de Cultura “Miguel Ramón Utrera” con el libro Cuaderno de Argonauta. En el 2006 ganó la IV Bienal de Literatura “Antonio Arráiz”, en la categoría Crónica, por su libro Los sapos son príncipes y otras crónicas de ocasión. Como pintor ha realizado 40 exposiciones individuales. Fue el director editorial de las revistas impresas Fauna Urbana y Fauna Nocturna. Colabora con las publicaciones El correo del Caroní en Guayana y el Notitarde en Valencia y la revista Rasmia. Coordina la página web de arte y literatura Códice y Arte Literal
Tomado de Letralia
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