jueves, 10 de enero de 2013

Václav Havel: "Me pregunta usted por mi credo político. Me opongo a toda idea fija, porque considero las ideas fijas como uno de los fenómenos comunes más peligrosos"




Václav Havel


UNA REVOLUCIÓN DE MENTES Y CORAZONES, por Václav Havel


 “Me pregunta usted por mi credo político. Me opongo a toda idea fija, porque considero las ideas fijas como uno de los fenómenos comunes más peligrosos. Y por tanto me opongo también al fundamentalismo y dogmatismo de mercado, por lo que me merezco entre los “amargados” el sambenito de izquierdista. La ley del beneficio no garantiza nada coherente por sí mismo. O bien consigo convencer a la ciudadanía de que mi opinión minoritaria tiene sentido y me gano su confianza, o bien seguiré mis propios criterios y no me ofenderé. Aún podría formular mi “credo” de una manera distinta: creo que el orden moral es superior al orden legal, político y económico, y que estos órdenes deberían surgir de aquél y no buscar tretas para ver cómo pueden prescindir de su imperativo. Y que este orden moral tiene su anclaje metafísico en lo infinito y la eternidad. Aún hoy creo y sigo creyendo de forma aún más apremiante que hace falta una revolución de mentes y corazones, una especie de despertar general del ser humano y la salida del declive de una civilización autodestructiva”.




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-Ya hemos hablado de los llamados políticos apolíticos. El primero en usar el término, que yo sepa, fue el presidente Masaryk, quien en su etapa se refería a los diversos tipos de iniciativas cívicas o públicas en beneficio del prójimo. Ya ha explicado usted muchas veces en qué circunstancias y cuándo usó esta expresión. Sin embargo, aún se le reprocha su “política apolítica”. Evidentemente, con eso se entiende una especie de ensoñación irrealizable, la invención de algo nuevo, poca confianza en los partidos políticos y los procedimientos corrientes, una especie de moralización y quién sabe qué más. ¿Podría resumir en unas cuantas frases su credo político?



La cuestión es a qué se refieren todos esos procedimientos corrientes. Tengo la desagradable sensación de que en el fondo se trata de una ideologización de la mediocridad, de lo prosaico, de la banalidad. Es como si el ideal del comportamiento corriente fuera la adaptación al statu quo, sea cual sea, porque el hecho de que la mayoría tienda a aceptarlo significa que es bueno en sí mismo. Al mismo tiempo, se trata de un rechazo al pensamiento independiente y sobre todo a la voluntad de sacrificar algo por unos ideales o arriesgar lo que sea.


El comportamiento mayoritario durante la “normalización” de los años setenta y ochenta, es decir, cuando la gente fingía que estaba de acuerdo con el sistema a cambio de poder disfrutar de su pequeña felicidad doméstica, se convierte aquí en ideal, y todo lo que se desvíe de esta fórmula es objeto de burla. De ahí que se rechazara a los disidentes. Ellos no se comportaban como la mayoría, estaban dispuestos a decir en voz alta la verdad y de ese modo mantener la continuidad del pensamiento libre, sin especular con el éxito sino arriesgándose al sacrifico y la pérdida. ¡Y esta desviación respecto del comportamiento normal no se perdona!


Me pregunta usted por mi credo político. Me opongo a toda idea fija, porque considero las ideas fijas como uno de los fenómenos comunes más peligrosos. Y por tanto me opongo también al fundamentalismo y dogmatismo de mercado, por lo que me merezco entre los “amargados” el sambenito de izquierdista. La ley del beneficio no garantiza nada coherente por sí mismo. Y si digo todo esto es porque el dogmatismo de mercado es parte de la ideología de lo estándar de la que hablábamos.


Pero yo no sé por qué debería, en virtud de una imposición superior, escoger a una mujer corriente, un piso corriente, acumular dinero y artículos de forma corriente y pensar de manera corriente. Y no sé por qué como político debería estar obligado a enarbolar la bandera de lo corriente. O bien consigo convencer a la ciudadanía de que mi opinión minoritaria tiene sentido y me gano su confianza, o bien seguiré mis propios criterios y no me ofenderé.


Aún podría formular mi “credo” de una manera distinta: creo que el orden moral es superior al orden legal, político y económico, y que estos órdenes deberían surgir de aquél y no buscar tretas para ver cómo pueden prescindir de su imperativo. Y que este orden moral tiene su anclaje metafísico en lo infinito y la eternidad.




-En relación con esta cuestión no puedo dejar de preguntarle cómo ve la situación política actual en la República Checa.


El papel dirigente del Partido Comunista, dictado por el poder y respetado por doquier, dejó tras de sí en la conciencia de la sociedad una honda impronta, y numerosas personas -sin darse cuenta- siguen respetando este principio, lo que significa que buscan una institución política que les facilite el camino del éxito. Hoy en día, la situación es radicalmente distinta: tenemos más partidos grandes e influyentes, uno puede elegir y en ningún lugar se exige de un modo claro y manifiesto la pertenencia a tal o cual partido.


No obstante, sin duda perduran residuos de este principio tanto en el sistema como en el sentimiento de la gente: primero hay que ingresar en algún partido, luego intimar con alguien para después buscar un provecho mayor. [...] Ahora la situación es distinta. Crecen las generaciones más jóvenes, a las que el lenguaje de nuestros políticos les resulta más bien extraño. Y no sólo a ellos: mucha gente está hoy en día cansada de ver a los mismos grandes partidos de siempre, las mismas caras, las mismas polémicas, los mismos acuerdos; no quieren participar en las elecciones, y decae su interés por la política.


Si alguien fuera capaz de ofrecer a estas personas una alternativa realmente sugerente y creíble podría conseguir, según mi estimación, hasta el 20 % de los votos en las próximas elecciones. Pero probablemente eso no sucederá. la gente a la que le gustaría ir por este camino y que, durante este tiempo, ha apoyado tanto a los pequeños partidos extraparlamentarios, sean liberales o verdes, como el abigarrado espectro de iniciativas ciudadanas, evidentemente no es capaz de llegar a un acuerdo. Una lástima. La revuelta contra el poscomunismo se pospone.


-Habla mucho de poscomunismo. En El poder de los sin poder, escrito hace casi treinta años, usó el término “posdemocracia”. ¿A qué se refería con ello?


Sucede lo mismo que con la “política apolítica”: utilicé esa expresión una sola vez, entre comillas, en un contexto concreto y de forma metafórica. Era el contrapunto a otro concepto igualmente situacional que usé entonces, el concepto de postotalitarismo. Con “posdemocracia” yo solamente aludía a una democracia que recuperara su contenido humano, que por tanto no es sólo formal, sino institucional, un mecanismo elegante que sirve para que, aunque sigan gobernando los mismos, parezca que son los ciudadanos los que siguen eligiendo.


Quizá pequé de ingenuidad cuando entonces expliqué lo que aún hoy creo y sigo creyendo de forma aún más apremiante: que si no deriva en una tragedia, hace falta una “revolución de mentes y corazones”, como la denominó Masaryk, una especie de despertar general del ser humano, un cierto énfasis en la búsqueda de alternativas a los partidos políticos establecidos, ya bastante deteriorados y muy tecnocráticos, o al menos en la apelación a su regeneración interna; un esfuerzo por privarlos de su poder oculto, inadvertido y omnipresente, que sostiene el mismo principio de la democracia representativa; el énfasis en el desarrollo de una sociedad civil abierta y en la reconstrucción de comunidades humanas reconocibles como medios de solidaridad y autocontrol humanos; la importancia del interés a largo plazo y de la dimensión espiritual y moral de la política.


Todo ello son sólo aspectos o consecuencias de la propia idea de la posdemocracia, que no es nada complicada; es simplemente la salida del ser humano del declive de una civilización autodestructiva.



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VÁCLAV HAVEL, Sea breve, por favor (Pensamientos y recuerdos). Entrevista con Karel Hvízd’ala. Traducción de Monika Zgustova. Círculo de Lectores, 2008. [FD, 27/05/2008]



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Vaclav Havel


Su pensamiento y acción dan fe de su integridad y de sus virtudes



REBECA PERLI |  EL UNIVERSAL 
martes 3 de enero de 2012



 
Vaclav Havel (Praga, 5 de octubre de 1936 - Vlčice, República Checa, 18 de diciembre de 2011), fue el último presidente de Checoslovaquia (1989-1992) y el primero de la República Checa (1993-2003). Se le reconoce como un paladín de la libertad y los Derechos Humanos, que fue repetidamente encarcelado por sus ideas democráticas y por enfrentarse, pacíficamente, al régimen comunista.

Su actividad política estuvo acompañada por su vocación literaria en el campo del teatro, poesía y ensayo. En sus Cartas a Olga, su primera esposa, de la que enviudó, registró sus memorias mientras estuvo encarcelado. En su ensayo El poder de los sin poder analiza el orden social y político que hace que los pueblos "vivan dentro de una mentira". Su lema era: "la verdad y el amor deben prevalecer sobre el odio y la mentira".

Havel tuvo participación protagónica en la Primavera de Praga (1968), movimiento pionero en enfrentar al totalitarismo soviético. En 1977 firmó la Carta 77 que hizo que la mirada del mundo se volviera a Checoslovaquia por su defensa de los derechos humanos, políticos y culturales, no solo en su país sino en el mundo entero. Sus autores, destacados intelectuales, fueron duramente perseguidos. En 1989 fue artífice de la Revolución de Terciopelo que propició la caída del régimen comunista sin que se disparara ni un solo tiro.

Vaclav Havel creía en la esperanza. "Esperanza -decía- ... no es la convicción de que algo va a salir bien, sino la seguridad de que algo tiene sentido, sin importar su desenlace".

Su pensamiento y acción dan fe de su integridad y de sus virtudes las cuales, como suele suceder, solo salen a relucir después del fallecimiento de quien las posee. Su muerte lo  colocó en el protagonismo internacional como símbolo de la lucha contra los regímenes totalitarios.




Tomado de El Universal


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