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"No hay salida en un sistema que privilegie la venta a la realización artística". Eduardo Mileo, poeta argentino, integrante de SEA
Un argumento persistente en favor del actual régimen de derecho de autor y sus restricciones a la copia y distribución en el ámbito digital, es una pregunta lanzada con intencionada ingenuidad: ¿de qué vivirán los escritores si no podemos vender sus libros?, si el autor vive de la venta de libros (copias), y no hay escasez de copias (es decir, dejamos que los lectores copien y compartan libremente) entonces no hay mercado de ventas de copias. no hay escritores, ¡no hay ilteratura!.
Ante semejante dilema: la existencia misma de la literatura o la libertad de los lectores de copiar y distribuir libremente las obras, nadie que no pretenda ser estigmatizado como un enemigo de cultura, podría pronunciarse por otra cosa que no sea la primer opción.
El planteo resulta elocuente porque incorpora en la ecuación al actor mas apreciado de la escena: el escritor. Nótese que todo el argumento se sostiene en un suspuesto que se da por verdadero: el autor vive de la venta de libros, pero ¿el autor vive de la venta de libros?
A confesión de partes
En una nota publicada hace unos meses en Crítica Digital, resultan muy ilustrativas las afirmaciones de Pablo Avelluto, nada menos que el director de editorial Sudamericana, quien dispara "Borges empezó a vivir de sus derechos después de los 60 años". Quiza la cruda sinceridad del editor lleve una oculta suspicacia, desalentar las posibles pretensiones monetarias de escritores menos célebres que el mencionado... ya sea interesada o no la mención, bienvenido el dato. Luego admite "Los escritores que viven de los derechos de autor en la Argentina no creo que lleguen a diez, y eso es porque el tamaño del mercado es muy pequeño".
La nota sigue con indiscretas especulaciones numérico/literarias: "Un cálculo rápido: del precio de tapa de un libro, un 10 % queda para el autor [...] tanto en Sudamericana como en Planeta dicen que cuando de literatura argentina hablamos, y exceptuando a los pocos escritores que son garantía de ventas masivas, un libro que vende dos mil ejemplares es considerado exitoso. Por un libro que tiene un precio de tapa de 50 pesos, un autor percibirá por dos mil libros un total de diez mil pesos. Si tuvo suerte y la producción de la novela le llevó sólo un año, le quedarían, en promedio, 830 pesos por mes".
Entonces si nuestro autor exitoso llega a los 830 pesos al mes producto de esta maravillosa maquinaria de sostener el oficio literario, ¿qué ocurre con los autores menos afortunados? "La mayoría de los escritores trabajan como periodistas, traductores, correctores, editores, guionistas, libreros, dan talleres literarios y/o clases en la universidad. Pero también hay otros que se dedican a asuntos distantes de la literatura: entre los narradores nacionales hubo remiseros, vendedores ambulantes, cadetes, repositores de supermercado y fumigadores".
Su situación no es diferente de la de aquellos que protagonizaron épocas de mercados editoriales mas amplios que actual, algunos disponían de "rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales", como decía Arlt, otros no tanto, mientras publicaban sus obras mas significativas eran traductores, periodistas, becados, docentes, inventores.
Si usted puede vivir sin escribir, no escriba
Para muchos escritores, el termino "vivir de la literatura", no es un sinónimo de "vivir de la venta de libros". Para las editoriales en cambio, "vivir de la literatura" no puede significar otra cosa que "vivir de la venta de libros".
En "El interpretador" realizaron una encuesta sobre el tema a varios escritores argentinos que no tiene desperdicio. Para los no familiarizados con el ambiente literario local, les ahorro las visitas a google, en general se trata de autores reconocidos, que han publicado en importantes editoriales, y en mucho casos ganadores de importantes premios literarios que se otorgan por estas latitudes.
Dice Ariel Bermani "¿Vivir de la literatura? De alguna manera, sí. Si usted puede vivir sin escribir, no escriba, decía Walsh que dijo –o escribió– Rilke. Todo lo que no sea literatura me aburre –esto es de Kafka y también, de alguna manera, es mío–."
Alan Pauls: "No 'vivo' de la literatura en el sentido de que el dinero que la literatura me da no me alcanza para pagar las cuentas, pero vivo de ella en la medida en que si no leo o escribo durante, digamos, veinticuatro horas, la vida sufre un entristecimiento general que afecta entre otras cosas mi competencia para producir el dinero que sí las paga y cuyas consecuencias vitales".
Pablo Toledo "No vivo ni viviría de la literatura. Trabajo como periodista, trabajé como profesor de inglés y de literatura inglesa, [...] como traductor, como editor. Todas esas cosas incluyen escribir o trabajar con palabras: eso es lo que sé, ése es mi oficio y lo trabajo como puedo".
Bárbara Belloc "la literatura ocupa un lugar central en mis modos de ganarme la vida, a la manera de un telón o una música de fondo. De no estar ella allí, secreta y concreta como la carga en la bodega de un barco, cualquier labor de escritura por dinero sería demasiado lineal, utilitaria, demasiado lisa y llana".
Daniel Link: "Vivo de la literatura, pero no de la escritura. Mi propia literatura ocupa un lugar muy marginal en mi modo de ganarme la vida. Me paga viajes, eso sí. He sido editor, librero, asesor impositivo, periodista, becario, prologuista. Soy profesor universitario".
Fernanda García Lao "No exactamente. Vivo con literatura, es decir creando mecanismos ficticios que no llegan a modificar la realidad. A pesar de que la mayor parte del día estoy escribiendo, no consigo sacarle demasiado rédito a las palabras. Colaboro en diarios, revistas, pido subsidios, hago cine, teatro: voy a pérdida. Y no pierdo la sonrisa. Aunque debo decir que a veces, detesto a la humanidad organizada, al vecino con aguinaldo, al comerciante en blanco. Sólo escribiendo se me pasa: soy un círculo enviciado".
Libros y redes
En el mundo material la industria de la producción y distribución de libros, compite por reducir costos y volvermás abundante el producto, en eso consiste el beneficio colectivo que recibiría la sociedad. En cuanto a la financiación del oficio del autor, como podemos ver, es mucho mas redituable trabajar en cualquier otro eslabón de la cadena productiva del libro, por ejemplo vendedor en una librería, que como escritor.
En el mundo digital, donde la copia y distribución de libros electrónicos se vuelve una tarea trivial sin costo, mantener la escasez del producto (las copias) para poder obtener un beneficio de su venta, implica el empleo de algún mecanismo artificial, ya sea tecnológico (DRM) o legal (copyright), que necesariamente limite las libertadesde todo aquel que no sea el titular de los derechos. Limitacion casi imperceptible en el mundo material (donde se necesita una imprenta para hacer las copias, y logística para la distribución), pero significativa en el virtual (donde sólo se necesita una PC y una conexión a internet).
Teniendo en cuenta las implicaciones éticas involucradas en sostener semejante estrategia basada exclusivamente en mantener en forma artificial la escasez del producto, sería lamentable que dicho modelo comercial, redituase a los escritores de manera tan exigua como el actual, siendo que la industria de la distribución de copias carecería de sentido económico alguno en el medio digital, excepto financiar la autoría, que como vimos aqui, no es la única posibilidad de ganar dinero del oficio de escribir.
- Por si no quedó muy claro, ¿de qué NO viven los escritores? del copyright, obviamente NO viven del copyright.
- (*) Nótese que la fuente de recursos de la industria editorial es una sola, lo que los consumidores pagan al comprar los libros, ese ingreso bruto se reparte entre diferentes eslabones de la cadena: desde la papelera que produce el papel, pasando por la imprenta, el editor, el sueldo de su secretaria o el vendedor de mostrador de la librería, etc. Que el escritor no recibiese una retribución ni remotamente semejante y fuese un rehen de ese sistema para darse a conocer, no parecia preocupar a los editores, o a los ministros de cultura. Todo marchaba bien, hasta que las obras empezaron a distribuirse por otros medios fuera de control. Entonces parece que se acordaron de que existían ‘los autores’
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