martes, 22 de enero de 2013

Leonardo Padura, escritor cubano: Durante el periodo especial trabajé muchísimo y eso me salvó de la locura








30 de Diciembre del 2012

'Por demasiado tiempo nos han dicho cómo actuar' 
 Una entrevista al escritor cubano Leonardo Padura


El ganador del Premio Nacional de Literatura cubana reflexiona sobre ser escritor en su país.

Leonardo Padura (La Habana, 1955), conocido por sus novelas policíacas de Mario Conde y agudas críticas a la sociedad cubana, inició su carrera literaria contra todo pronóstico. Corría la década del noventa, había caído el muro de Berlín y la isla, que siempre se financió con la ayuda de Moscú, se vio empobrecida de un día para otro. Cerraron las editoriales, la producción cultural pasó a un segundo plano y él acaba de salir de Juventud Rebelde, el segundo diario más importante del castrismo. Pero mientras muchos de sus compatriotas salían de Cuba en balsa, él siguió escribiendo.

Desde entonces, ha publicado más de veinte libros, entre novelas, antologías de cuento, ensayos y reportajes; sus obras han sido traducidas a 17 lenguas; y ha recibido prestigiosos premios de literatura latinoamericana y policíaca, como el Roger Caillois, el Café Gijón y el Hammett. Su más reciente novela, El hombre que amaba a los perros, sobre el destierro y asesinato de Trotsky y una mirada crítica al Moscú posestalinista, la Guerra Civil Española y Cuba entre los años 70 y 90, acaba de recibir el Premio Nacional de Literatura cubana.

El escritor, que estará en Cartagena durante el Hay Festival, que comienza el 24 de enero, conversó con EL TIEMPO, desde La Habana.


Sus novelas son conocidas por su visión crítica de la realidad cubana, pero usted trabajó varios años en medios oficiales. ¿Qué le dejó la experiencia?

A principios de los ochenta, tuve la suerte de trabajar en el Caimán Barbudo, una revista que publicaba un periodismo cultural reflexivo, crítico y que constataba la entrada a una nueva generación de artistas y escritores cubanos. Tres años después, me sacaron y me enviaron a Juventud Rebelde, para ‘reeducarme’ ideológicamente. Pero me hicieron un gran favor. Junto con Ángel Tomás González (hoy, el corresponsal de El Mundo, de España, en La Habana) empecé a hacer parte del equipo encargado de los reportajes de los domingos, donde nos dieron mucha libertad. Tanta, que el periódico sufrió un gran cambio, el periodismo sufrió un gran cambio y yo sufrí un gran cambio. En el momento en que salí de Juventud, había pasado de ser un escritor intuitivo y juvenil a ser uno con instrumentos profesionales. En ese momento empecé a escribir las novelas de Mario Conde.

Usted ha dicho que el desencanto de Mario Conde es el mismo desencanto de su generación.

Yo quería escribir una novela policíaca que fuera muy cubana y, sobre todo, que no se pareciera a las que se habían escrito en los setenta y ochenta, que son absolutamente reafirmativas del sistema. Quería escribir algo que cuestionara lo que estábamos viviendo. Y para hacerlo, la figura del policía era esencial: alguien con la suficiente inteligencia y capacidad de análisis que, de manera verosímil, pudiera recrear nuestra realidad; un hombre de mi generación, que a principios de los noventa, cuando teníamos 35 años, se encontró con que todo por lo que habíamos trabajado y creímos que iba a ser nuestra vida, había desaparecido. Mario Conde sufre esa pérdida, como la sufrí yo, y ese desencanto define su visión de la realidad.


En ‘El hombre que amaba a los perros’, su crítica es más directa: se hace desde los orígenes del estalinismo. ¿Cómo surgió este libro?

En el año 89 viajé por primera vez a México y visité la casa de Trotsky en Coyoacán. Estando allí, me conmoví y a partir de entonces sentí una gran curiosidad por conocer a ese personaje, del cual no se hablaba en Cuba. Años después, me enteré de que el asesino de Trotsky, Ramón Mercader, había vivido y había muerto en La Habana. ¡Ese hombre había sido alguien con quien yo me hubiera podido cruzar en la calle sin saber quién era! Empecé, entonces, a interesarme por escribir algo, pero en ese momento yo no tenía el conocimiento para hacerlo y seguí escribiendo mis novelas.

¿Cómo fue el proceso de investigación?

Fue una gran investigación, que inició en el 2005. Y digo ‘gran’ porque la información que existe sobre Ramón Mercader es escasísima y porque tenía que leer la literatura disponible después de que abrieran los Archivos de Moscú, que cambiaron la perspectiva histórica de los hechos que iba a narrar. Cada vez que iba a España regresaba con una maleta llena de libros, iba a las librerías de viejo y creé una red de agentes en España, Francia, México, Uruguay y Estados Unidos que buscaban información y me la enviaban.

El narrador de esta novela es un escritor que vive la censura en los primeros años de la revolución. ¿Cómo la vivió usted?

En los años 70 la producción cultural en Cuba se regía por patrones muy ortodoxos. El eslogan era ‘La cultura es un arma de la revolución’ y era imposible publicar algo que se saliera de ello. La generación del Caimán Barbudo empieza a escribir una literatura distinta y, a partir de entonces, más que el peso de una censura, quedó el peso de la autocensura. La gente sabía qué escribir y el horizonte era publicar con una editorial cubana, que decidía qué se podía decir. El caso de Iván, un personaje que trata de escribir y terminó derrotado, fue muy frecuente en Cuba.


¿Y qué ha hecho usted para no terminar derrotado?

A mí me ha salvado el trabajo. Después de la caída del muro de Berlín, durante los años más difíciles de la década del noventa, en los que faltaba electricidad, comida, en los que no había transporte público, escribí tres novelas, un libro de ensayos, coordiné un libro de periodismo, escribí dos guiones de cine y preparé una antología de cuentistas cubanos que se publicó en México. Trabajé muchísimo y eso me salvó de la desesperación, incluso de la locura, y me permitió ganarme un espacio, profesionalizarme como escritor y vivir de mis derechos de autor.

Ha dicho que a mediados de los 90 Cuba le producía rabia, ira y, ahora, escepticismo. ¿A qué se debe ese cambio?

Las cosas en los años 90 estaban en tal grado de pauperización que la reacción era visceral. Luego, todo empezó a mejorar con estrategias políticas para que las cosas no resultaran tan difíciles, mientras se mantenía el control de la sociedad y, en los últimos años, se ha iniciado un proceso de cambios económicos, aunque sigue habiendo un sector de la población muy empobrecido. Hoy, la situación cubana me produce una mezcla de sentimientos. Hay días en que amanezco muy escéptico, hay otros en que amanezco muy enrabietado –en términos cubanos, muy encabronado– y hay días en que soy optimista.

Pero el Gobierno de España le concedió la ciudadanía en el 2011, ¿por qué ha decidido entonces seguir en Cuba?

La ciudadanía española es un reconocimiento y tener un pasaporte español me ayuda a la hora de sacar los visados. Pero mi centro de gravedad como escritor, como persona, está aquí, en La Habana. Necesito ese contacto con la realidad cubana para alimentar mi literatura y mis reflexiones, aunque a veces haya dificultades materiales, trabas burocráticas, críticas y hasta ataques. Estoy aquí porque es el lugar donde quiero estar.


Hasta cierto punto, sus personajes mantienen los ideales altos de la revolución. ¿Qué defiende usted de ese momento hoy?

Defiendo, sobre todo, el derecho de las personas a decidir qué hacer con sus vidas. Durante demasiado tiempo nos han dicho cómo tenemos que actuar, qué debemos hacer y hasta lo que debemos pensar. Y creo que el “libre albedrío” como lo llaman algunos, es una de las más esenciales opciones humanas. Los más disímiles poderes –políticos, económicos, religiosos, sociales– siempre compulsan a la gente a que se comporte de acuerdo a sus propias necesidades y exigencias –las de esos poderes– y nos dejan pocos márgenes de decisión. Y defiendo el derecho a equivocarnos, siempre que esa decisión y esa posible equivocación no perjudique al prójimo.

En el bajo mundo de La Habana

Leonardo Padura saltó a la fama por sus libros policíacos. Ambientadas en el barrio de Mantilla, en La Habana, y protagonizadas por Mario Conde, un detective desencantado con vocación de escritor, las novelas son críticas a la sociedad cubana de mediados de los noventa. La serie, compuesta por ocho libros, le ha merecido al escritor premios tan prestigiosos como el Hammett, entregado por la Asociación Internacional de Escritores Policíacos, y el Premio Café Gijón y el Raymond Chandler, de novela negra.



MARÍA ALEJANDRA PAUTASSI


Redacción Domingo

Tomado de El Tiempo





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