30 de Diciembre del 2012
'Por demasiado tiempo nos han dicho cómo actuar'
Una entrevista al escritor cubano Leonardo Padura
El ganador del Premio Nacional de Literatura cubana reflexiona sobre ser escritor en su país.
Leonardo Padura (La Habana,
1955), conocido por sus novelas policíacas de Mario Conde y agudas
críticas a la sociedad cubana, inició su carrera literaria contra todo
pronóstico. Corría la década del noventa, había caído el muro de Berlín y
la isla, que siempre se financió con la ayuda de Moscú, se vio
empobrecida de un día para otro. Cerraron las editoriales, la producción
cultural pasó a un segundo plano y él acaba de salir de Juventud
Rebelde, el segundo diario más importante del castrismo. Pero mientras
muchos de sus compatriotas salían de Cuba en balsa, él siguió
escribiendo.
Desde entonces, ha publicado más de veinte libros, entre novelas,
antologías de cuento, ensayos y reportajes; sus obras han sido
traducidas a 17 lenguas; y ha recibido prestigiosos premios de
literatura latinoamericana y policíaca, como el Roger Caillois, el Café
Gijón y el Hammett. Su más reciente novela, El hombre que amaba a los
perros, sobre el destierro y asesinato de Trotsky y una mirada crítica
al Moscú posestalinista, la Guerra Civil Española y Cuba entre los años
70 y 90, acaba de recibir el Premio Nacional de Literatura cubana.
El escritor, que estará en Cartagena durante el Hay Festival, que
comienza el 24 de enero, conversó con EL TIEMPO, desde La Habana.
Sus novelas son conocidas por su visión crítica de la realidad cubana, pero usted trabajó varios años en medios oficiales. ¿Qué le dejó la experiencia?
A principios de los ochenta, tuve la suerte de trabajar en el Caimán
Barbudo, una revista que publicaba un periodismo cultural reflexivo,
crítico y que constataba la entrada a una nueva generación de artistas y
escritores cubanos. Tres años después, me sacaron y me enviaron a
Juventud Rebelde, para ‘reeducarme’ ideológicamente. Pero me hicieron un
gran favor. Junto con Ángel Tomás González (hoy, el corresponsal de El
Mundo, de España, en La Habana) empecé a hacer parte del equipo
encargado de los reportajes de los domingos, donde nos dieron mucha
libertad. Tanta, que el periódico sufrió un gran cambio, el periodismo
sufrió un gran cambio y yo sufrí un gran cambio. En el momento en que
salí de Juventud, había pasado de ser un escritor intuitivo y juvenil a
ser uno con instrumentos profesionales. En ese momento empecé a escribir
las novelas de Mario Conde.
Usted ha dicho que el desencanto de Mario Conde es el mismo desencanto de su generación.
Yo quería escribir una novela policíaca que fuera muy cubana y, sobre
todo, que no se pareciera a las que se habían escrito en los setenta y
ochenta, que son absolutamente reafirmativas del sistema. Quería
escribir algo que cuestionara lo que estábamos viviendo. Y para hacerlo,
la figura del policía era esencial: alguien con la suficiente
inteligencia y capacidad de análisis que, de manera verosímil, pudiera
recrear nuestra realidad; un hombre de mi generación, que a principios
de los noventa, cuando teníamos 35 años, se encontró con que todo por lo
que habíamos trabajado y creímos que iba a ser nuestra vida, había
desaparecido. Mario Conde sufre esa pérdida, como la sufrí yo, y ese
desencanto define su visión de la realidad.
En ‘El hombre que amaba a los perros’, su crítica es más directa: se hace desde los orígenes del estalinismo. ¿Cómo surgió este libro?
En el año 89 viajé por primera vez a México y visité la casa de
Trotsky en Coyoacán. Estando allí, me conmoví y a partir de entonces
sentí una gran curiosidad por conocer a ese personaje, del cual no se
hablaba en Cuba. Años después, me enteré de que el asesino de Trotsky,
Ramón Mercader, había vivido y había muerto en La Habana. ¡Ese hombre
había sido alguien con quien yo me hubiera podido cruzar en la calle sin
saber quién era! Empecé, entonces, a interesarme por escribir algo,
pero en ese momento yo no tenía el conocimiento para hacerlo y seguí
escribiendo mis novelas.
¿Cómo fue el proceso de investigación?
Fue una gran investigación, que inició en el 2005. Y digo ‘gran’
porque la información que existe sobre Ramón Mercader es escasísima y
porque tenía que leer la literatura disponible después de que abrieran
los Archivos de Moscú, que cambiaron la perspectiva histórica de los
hechos que iba a narrar. Cada vez que iba a España regresaba con una
maleta llena de libros, iba a las librerías de viejo y creé una red de
agentes en España, Francia, México, Uruguay y Estados Unidos que
buscaban información y me la enviaban.
El narrador de esta novela es un escritor que vive la censura en los primeros años de la revolución. ¿Cómo la vivió usted?
En los años 70 la producción cultural en Cuba se regía por patrones
muy ortodoxos. El eslogan era ‘La cultura es un arma de la revolución’ y
era imposible publicar algo que se saliera de ello. La generación del
Caimán Barbudo empieza a escribir una literatura distinta y, a partir de
entonces, más que el peso de una censura, quedó el peso de la
autocensura. La gente sabía qué escribir y el horizonte era publicar con
una editorial cubana, que decidía qué se podía decir. El caso de Iván,
un personaje que trata de escribir y terminó derrotado, fue muy
frecuente en Cuba.
¿Y qué ha hecho usted para no terminar derrotado?
A mí me ha salvado el trabajo. Después de la caída del muro de
Berlín, durante los años más difíciles de la década del noventa, en los
que faltaba electricidad, comida, en los que no había transporte
público, escribí tres novelas, un libro de ensayos, coordiné un libro de
periodismo, escribí dos guiones de cine y preparé una antología de
cuentistas cubanos que se publicó en México. Trabajé muchísimo y eso me
salvó de la desesperación, incluso de la locura, y me permitió ganarme
un espacio, profesionalizarme como escritor y vivir de mis derechos de
autor.
Ha dicho que a mediados de los 90 Cuba le producía rabia, ira y, ahora, escepticismo. ¿A qué se debe ese cambio?
Las cosas en los años 90 estaban en tal grado de pauperización que la
reacción era visceral. Luego, todo empezó a mejorar con estrategias
políticas para que las cosas no resultaran tan difíciles, mientras se
mantenía el control de la sociedad y, en los últimos años, se ha
iniciado un proceso de cambios económicos, aunque sigue habiendo un
sector de la población muy empobrecido. Hoy, la situación cubana me
produce una mezcla de sentimientos. Hay días en que amanezco muy
escéptico, hay otros en que amanezco muy enrabietado –en términos
cubanos, muy encabronado– y hay días en que soy optimista.
Pero el Gobierno de España le concedió la ciudadanía en el 2011, ¿por qué ha decidido entonces seguir en Cuba?
La ciudadanía española es un reconocimiento y tener un pasaporte
español me ayuda a la hora de sacar los visados. Pero mi centro de
gravedad como escritor, como persona, está aquí, en La Habana. Necesito
ese contacto con la realidad cubana para alimentar mi literatura y mis
reflexiones, aunque a veces haya dificultades materiales, trabas
burocráticas, críticas y hasta ataques. Estoy aquí porque es el lugar
donde quiero estar.
Hasta cierto punto, sus personajes mantienen los ideales altos de la revolución. ¿Qué defiende usted de ese momento hoy?
Defiendo, sobre todo, el derecho de las personas a decidir qué hacer
con sus vidas. Durante demasiado tiempo nos han dicho cómo tenemos que
actuar, qué debemos hacer y hasta lo que debemos pensar. Y creo que el
“libre albedrío” como lo llaman algunos, es una de las más esenciales
opciones humanas. Los más disímiles poderes –políticos, económicos,
religiosos, sociales– siempre compulsan a la gente a que se comporte de
acuerdo a sus propias necesidades y exigencias –las de esos poderes– y
nos dejan pocos márgenes de decisión. Y defiendo el derecho a
equivocarnos, siempre que esa decisión y esa posible equivocación no
perjudique al prójimo.
En el bajo mundo de La Habana
Leonardo Padura saltó a la fama por sus libros policíacos.
Ambientadas en el barrio de Mantilla, en La Habana, y protagonizadas por
Mario Conde, un detective desencantado con vocación de escritor, las
novelas son críticas a la sociedad cubana de mediados de los noventa. La
serie, compuesta por ocho libros, le ha merecido al escritor premios
tan prestigiosos como el Hammett, entregado por la Asociación
Internacional de Escritores Policíacos, y el Premio Café Gijón y el
Raymond Chandler, de novela negra.
MARÍA ALEJANDRA PAUTASSI
Redacción Domingo
Tomado de El Tiempo
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