El pasado 1º de septiembre, un jurado internacional, compuesto por
siete escritores y académicos, del cual yo formaba parte, decidió
otorgarle el Premio FIL de Literatura al escritor peruano Alfredo Bryce
Echenique.
El vocero del jurado, el crítico canadiense de origen rumano Călin Mihăilescu, hizo público el dictamen y respondió a todas
las preguntas de los periodistas. Mihăilescu dejó sentado, con gran
claridad, que el jurado había decidido reconocer la trayectoria
narrativa de Bryce y optado por no tomar en cuenta las acusaciones de
plagio de diversos artículos periodísticos debido a que éstas habían
sido llevadas a los tribunales competentes y no incidían en el valor de
su obra narrativa.
La elección se apegó rigurosamente a la
convocatoria del Premio: la base 1 establece: "Podrán ser candidatos al
Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2012 los escritores con una
valiosa obra de creación en cualquiera de los géneros literarios
(poesía, novela, teatro, cuento o ensayo literario)". De este modo,
Bryce fue reconocido por sus novelas y cuentos (el periodismo no se
enumera).
Las razones del jurado pudieron no agradar a muchos,
pero éstas fueron expresadas con absoluta transparencia. Sin embargo, a
partir de ese momento no han cesado de aparecer declaraciones en los
medios no sólo para expresar su malestar ante la decisión -actitud del
todo legítima-, sino para desacreditar al Premio y a los miembros del
jurado e incluso, en un acto de soberbia e hipocresía lamentables, para
exigir que le sea retirado a Bryce.
Dado que yo no soy el vocero del jurado, estas líneas constituyen una opinión estrictamente personal.
Hay
distintas maneras de contar esta historia. Si se cuenta así: "Premio
FIL a plagiario", como hizo un sector de la prensa, sólo podrá despertar
indignación. Pero los miembros del jurado, provenientes de países y
tradiciones muy diversas, la mayoría de los cuales no nos conocíamos y
no mantenemos relación alguna con Bryce, consideramos que debía contarse
de otro modo: "Premio FIL a un clásico de la literatura
latinoamericana".
De entre los miles de libros publicados en
América Latina desde los años setenta, apenas unos cuantos han
conseguido superar el paso de los años y sólo un puñado pueden
considerarse clásicos. Al menos dos novelas de Bryce pertenecen a esta categoría: Un mundo para Julius (1970) y La vida exagerada de Martín Romaña (1981).
Le pese a quien le pese, estas dos obras ya han sido sancionadas por el
único árbitro confiable del mérito literario: el tiempo. El Premio FIL
no ha hecho más que reconocer este hecho avalado a lo largo de 42 años
-42 años, repito- por miles de lectores en todo el mundo.
El
Premio FIL decidió no pronunciarse -no avalar ni condenar- las
acusaciones de plagio recibidas por Bryce. En contra de lo que propugna
nuestra "inquisición", consideró que no es función de
un jurado literario erigirse en jurado criminal. Querer arrebatarle a
Bryce un reconocimiento a su obra narrativa es, en cambio, un atentado a
la legalidad. Quienes así lo exigen, arrogándose una autoridad moral y
jurídica que no les pertenece, buscan convertirse en acusadores y
verdugos de alguien que ya fue sometido a un proceso judicial
en su país. Su actitud, disfrazada de "cruzada moral", en realidad
esconde el virus de la intolerancia y el autoritarismo.
Si bien
entre los críticos del Premio se cuentan académicos y escritores cuya
opinión siempre respeto -y cuyas críticas me invitan a la reflexión-,
apenas sorprende que los miembros más aguerridos de la inquisición
literaria pertenezcan a ese vasto sector que, sin haber escrito jamás
una línea perdurable, medra en los márgenes de nuestra vida cultural.
Ellos, que nunca se pronuncian ni llaman a firmar desplegados ante las
grandes injusticias y descalabros morales del país -de la corrupción de
nuestros políticos a las muertes de la guerra contra el narco- en cambio
se empeñan en convertir en causa justa la moralidad de un
escritor. ¿Por qué concentran su indignación en este caso? Tal vez
porque no toleran a alguien que, a diferencia de ellos, fue capaz de
crear una obra más allá de sus pecados y sus faltas.
Insisto:
cualquiera puede estar en desacuerdo con el premio a Bryce, sea porque
sus libros le parezcan poco relevantes, sea porque considere que sólo
alguien con un historial moral y penal intachable (con los problemas que
conlleva deducirlo) merece un reconocimiento literario.
Me
pregunto si nuestra inquisición literaria también recabará firmas para
que se le despoje del Premio Nobel a Günter Grass por haber mentido y
negar que de joven se enroló en un batallón de las SS? ¿O el Cervantes a
Álvaro Mutis, condenado por malversación de fondos? ¿Dirán que este
último fue un premio que exalta a los estafadores? ¿O torcerán la lógica
para explicar que es mucho peor robar ideas que robar dinero?
¡Cómo
cambian los tiempos, en cualquier caso! Cuando Mutis fue internado en
la cárcel, Octavio Paz y un nutrido grupo de intelectuales le envió una
carta al Presidente para solicitar benevolencia para "un poeta generoso,
amable, y un gran creador". Hoy, algunos de quienes se promocionan como
herederos de Paz, exigen en cambio el linchamiento civil de Bryce
Echenique.
Como puede verse, la discusión sobre si un jurado
literario debe avalar no sólo la obra de un escritor, sino su conducta
ética, es compleja y me parece bienvenida y saludable. Pero de allí a
descalificar al Premio FIL, a los jurados y a las instituciones
convocantes se pasa de la crítica a la calumnia. ¿En verdad nunca
seremos capaces de instalar un diálogo razonable?
El tiempo
verificará quién acierta. Por mi parte, creo que los alaridos de la
inquisición literaria pronto caerán en el olvido, mientras que Un mundo para Julius y La vida exagerada de Martín Romaña continuarán siendo clásicos de la literatura latinoamericana por muchas décadas más.
Pd:
No pienso responder más a los inquisidores, excepto para desmontar, de
una vez por todas, las insidias de Fernando Escalante. Por una razón de
despecho o frustración que sólo él conoce, ha dedicado una buena
cantidad de artículos a descalificar mi obra y mi integridad, y ya no
pienso permitirlo. Escalante insinúa que el libro que escribí con Denise
Dresser -quien fuera su pareja en el pasado-, México, lo que todo ciudadano (no) quisiera saber de su patria, publicado por Aguilar en 2006, obedece al plagio. La afirmación insulta a la inteligencia por varias razones:
1. Desde el principio yo fui invitado a realizar una versión mexicana del libro America: The Book, de Jon Stewart;
2. La editorial Aguilar me aseguró que Stewart había visto el proyecto con entusiasmo;
3. Un agradecimiento explícito a Stewart aparece en nuestro libro; y
4. En cada entrevista y presentación del mismo, tanto Denise Dresser
como yo mencionamos claramente que se trataba de una adaptación de
Stewart.
Un académico serio tendría que distinguir entre la adaptación explícita y el plagio. Yo jamás
he plagiado una línea: sostener lo contrario constituye una infamia.
Nadie es más despreciable que quien, enarbolando una falaz defensa de la
ética, como Escalante, no duda en tergiversar, insultar y mentir para
camuflar su desvergonzada falta de ética.
Tomado de El boomeran(g)
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