Tuve noticias de una publicación, realizada en la década de los cincuenta e inicio de los sesenta, por los pacientes de la colonia psiquiátrica de Bárbula, gracias a Pedro Téllez, médico y escritor, hijo del destacado profesor y psiquiatra Pedro Téllez Carrasco. Como el tema despertó mi curiosidad de ratón de biblioteca, Pedro me facilitó los facsímiles de algunos números de la publicación en cuestión.
He tenido siempre una pasión crónica por revistas, semanarios y todo género impreso modesto, lujoso, marginal u orillero. Mi propia experiencia como editor aleatorio (he editado periódicos y revistas multigrafiados, fotocopiados, etc.) me dice que detrás de cualquier impreso hay un esfuerzo, un trabajo azaroso. Existe, por lo general, una apuesta ciega por la palabra escrita y cuando la necesidad de escribir se instala como una enfermedad todas las dificultades se nulifican y cualquier obstáculo se vence.
Los pacientes del psiquiátrico de Bárbula, ubicado en la ciudad de Valencia, editaron el primer número de Nanacinder, varias hojas sueltas multigrafiadas, tamaño oficio escritas por ambos lados, en abril del año 1954. En el primer número aparece como director P. López Marín, como redactor jefe Antonio R. Rangel y los redactores son Rosa C. Abreu y A.H.P.
La impresión y diagramación de Nanacinder se hizo a través de la técnica de multígrafo y el diseño fue realizado, casi en su totalidad, por los pacientes del psiquiátrico. De esta publicación se editaron, por un lapso de 8 años sin interrupción, hasta noviembre de 1962, un total de veinticinco números.
Leer las páginas de Nanacinder, de distintos números, es adentrarse a una visión distinta tanto de la realidad como de la escritura como terapia. Es encarar las motivaciones poéticas, trágicas y memorables de personas sumidas en el laberinto de sus mentes, hundidas en el bosque intenso de sus delirios.
Por supuesto que los médicos encargados, para ese entonces, de atender a los pacientes apoyaron esta iniciativa editorial. Algunos médicos prominentes, como fue el caso del doctor José Solanes, colaboraron con sus escritos en uno que otro número. Médicos y enfermeros tuvieron la visión suficiente para ver en Nanacinder un medio terapéutico menos perjudicial y doloroso que el electroshock y los medicamentos.
En las páginas internas de este primer número hay un texto que explica más a fondo como surgió la idea de editar Nanacinder. En una reunión con los pacientes el director del sanatorio preguntó qué posibilidades había de realizar la edición de un periódico. Enseguida la idea fue acogida con regocijo por los pacientes y enfermeros. Ya con la idea de una publicación decidieron colocarle un nombre y elaboraron entre todos una lista con una veintena de nombres o como está escrito en la propia revista: “Nuevamente se pidió al personal que eligieran entre los nombres propuestos el que les gustara para el periódico. Hecho esto triunfó ampliamente Nanacinder con casi 50 votos sobre su más cercano contendor que era Luz en la Penumbra.
Luego en otro texto se recoge el resultado de una encuesta que indaga entre los demás pacientes qué les sugería (o qué evocaba para ellos) la palabra Nanacinder. Algunas respuestas vale la pena transcribirlas: Un caballo, F. López G. Capricho ilógico, N. Alvarado. País fantástico donde realidad y fantasía se funden, A. Salvioli. Avenida surcada, G. Galea. Algo que nace, N. Arapé. Viene de nana (aya) y Zinder (apócope de sindéresis) y significa persona de juzgar correctamente, L.O. Coronel.
José Solanes |
En este primer número de Nanacinder se encuentran así mismo reseñas, salutaciones, poemas, humor, notas sociales y un breve compendio de palabras y expresiones con significados nuevos, como por ejemplo Llaveras: nombre que le dan los pacientes de Bárbula a las empleadas de la enfermería. Cachalapa: nombre que da un empleado muy popular en esta colonia a su bicicleta azul-vieja.
A medida que fueron editándose nuevos números de Nanacinder, la revista fue convirtiéndose en una especie de diario con anotaciones íntimas de algunos pacientes. En otros aspectos sirvió de tribuna, de sillón para psicoanalizarse e intentar escribir sobre su enfermedad y sobre la locura desde una perspectiva descarnada donde toda teoría, toda verborrea médica naufraga sin remedio. Quizá debido a esto el discurso de las revistas posteriores adquirió visos caóticos y en muchos casos poéticos-humorísticos, se podría asegurar que un tanto surrealistas.
Tomemos como muestra el escrito “El monólogo de María Antonieta”, ejemplar del año 1961; en el se recopila un conjunto de reflexiones bastante dispersas: “Mi cárcel fue el sufrimiento y en la cárcel estoy contenta, distraída de los cariños y apartada de los sentimientos. Esto lo he hecho yo cumpliendo con nuestro Señor a quien se le da el corazón”. En otro texto del mismo número titulado “La locura”, firmado por las siglas L.M., puede leerse: “Un loco o una loca es aquella persona que vive para los demás y no para ella, es decir, depende de los demás, no es responsable de sí mismo, no responde de sus actos y no se da cuenta de la vida y sus problemas. Es una enfermedad fácil de curar poniendo bastante interés en ella, utilizando remedios y poniendo a la persona a preocuparse por algo”.
En el número del año 1962, un paciente, A.S.M., escribe un texto curioso titulado “Luz, cenizas y espumas”, que es algo así como una relación sobre su enfermedad. En un fragmento de este escrito puede leerse lo siguiente: “Cómo sucedió la enfermedad. Un día por la tarde me encontraba en la orilla de la mar pensando cosas absurdas, pero no me daba cuenta de ello, me sentía bien por el mundo donde estaba siendo transportado. Yo nunca tomé drogas de ninguna clase pero creo que ello era efecto como de droga, pues el mundo a donde estaba siendo transportado era tan irreal que perdí el nexo del tiempo y del espacio y de todo lo que está relacionado con la vida normal”.
La revista Nanacinder también contiene dibujos con características muy especiales y que de alguna manera captan a través de imágenes ese mundo de la locura amueblada de extrañas alucinaciones. De igual forma tiene poemas de una enorme libertad creadora. Hay un poema firmado por E.P. y que se titula “Madre”, donde hay una amalgama de humor, surrealismo y cierto ritmo en la combinación de las palabras:
“Te quiero, / te adoro, / te amo, / te imploro, cocido, / pan y jamón / y de postre / un melón; / cuatro botellas / de pepsicola / una bicicleta / y una trompeta, / un trombón, / un saxofón / y un acordeón”.
“Te quiero, / te adoro, / te amo, / te imploro, cocido, / pan y jamón / y de postre / un melón; / cuatro botellas / de pepsicola / una bicicleta / y una trompeta, / un trombón, / un saxofón / y un acordeón”.
Esta extraña (y extraordinaria) revista Nanacinder, aparte de su valor en la historia de la psiquiatría terapéutica del país, tiene un valor incalculable para la literatura. Comparto la tesis de Pedro Téllez, quien afirma que es la primera publicación periódica de una zona (Bárbula) donde en la actualidad tiene su sede la Universidad de Carabobo y en cuyo seno se editan revistas tan importantes como Poesía y La Tuna de Oro.
Nanacinder fue, si se ha de ser justos, la primera revista con lineamientos literarios bien definidos, sin mencionar sus méritos como literatura psicopatológica. En su momento Nanacinder fue una ventana entre la locura y el mundo clínico y supuestamente cuerdo. Su valor como terapia rebasó las expectativas de sus promotores. No obstante la literatura desde hace tiempo es una herramienta para expresar lo inexpresable, para fijar en palabras los fantasmas cambiantes y dolorosos que de vez cuando tiende a crear la mente. Lo trágico, o lo poético, es que nadie está a salvo ni de la literatura ni de la locura.
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