Uno de los padres del darwinismo moderno, Theodosius Dobzhansky,
abrazó la selección natural como la herramienta óptima elegida por Dios
para crear al hombre a su imagen y semejanza. Craso error, porque si
Dios existiera sería lamarckista. Sus criaturas no solo pasarían a la
descendencia sus genes, sino también el tuneado con que la biografía los
ha ido puliendo, los estratos de consonancia que han resultado de su
careo con el mundo. No la partitura de Sweet Lorraine, sino el disco en que la borda Frank Sinatra. Bueno, esa parece la forma más inteligente de hacer las cosas, ¿no creen?
Los biólogos consideramos el lamarckismo, o herencia de los
caracteres adquiridos, una teoría refutada por dos experimentos
históricos, el de Weismann y el de Luria y Delbrück. El primero es uno
de los padres de la genética, y los segundos una leyenda de la biología
molecular. Sus refutaciones del lamarckismo, sin embargo, poseen la
sutileza de un martillo pilón.
August Weismann no solo fue uno de los primeros darwinistas alemanes,
sino el primer ultradarwinista del mundo. A diferencia de Darwin,
albergaba la ardorosa creencia en que el lamarckismo era erróneo, y a
finales del siglo XIX quiso refutarlo con un experimento memorable: le
cortó la cola a cinco generaciones seguidas de ratones y comprobó que,
pese a ello, seguían naciendo con la cola intacta. Luego el lamarckismo
era erróneo, concluyó de algún modo.
En el segundo clásico, Max Delbrück y Salvador Luria expusieron
muchas colonias de bacterias a un virus mortal para ellas; vieron que
unas pocas sobrevivían, y se preguntaron: ¿se han hecho resistentes al
virus, como querría Lamarck, o es que ya lo eran, como diría Darwin?
Resultó lo segundo, luego el lamarckismo volvía a ser erróneo. Pero,
como dice el genetista James Shapiro,
de la Universidad de Chicago, "lo único que Luria y Delbrück
demostraron fue que las mutaciones que confieren resistencia a un virus
invariablemente letal son anteriores a la selección, como no puede ser
de otra forma". Cuando los virus no son tan letales, o lo son solo en
ciertas condiciones, las bacterias se adaptan a ellos con suma
facilidad. El mecanismo más común
empieza por la incorporación de los genes del virus en el genoma de su
huésped, o presunta víctima, y uno de sus descubridores, el genetista
Eugene Koonin, no tiene el menor empacho en llamarlo lamarckista.
Un caso aún más interesante de evolución lamarckista se centra en los
priones, un tipo de proteínas que se hicieron famosas como transmisoras
del mal de las vacas locas, y los únicos agentes infecciosos que no
tienen genes. Son proteínas normales del cuerpo que adoptan una forma
errónea cuando tocan a otra que tal la tiene: lo que se propaga aquí no
es una cosa, sino la forma de una cosa.
El equipo de Susan Lindquist, del Instituto Whitehead de Cambridge (Boston), publica hoy en Nature
que los priones no solo son comunes en las levaduras aisladas del
campo, sino que suelen conferirles alguna ventaja en el medio particular
en que les ha tocado vivir. Por ejemplo, una cepa aislada del vino
blanco es resistente al ácido; otra aislada directamente de uvas
Lambrusco lo es a las quinolinas, los precursores químicos de muchos
pesticidas; otra aislada de mosto de uva lo es al fluconazol, un
antifúngico común, y todas estas resistencias son adaptaciones
evolutivas introducidas por los priones.
En la levadura hay un par de docenas de proteínas que pueden volverse
priones. En su estado normal forman parte del sistema de lectura y
edición de los genes, y por tanto su cambio de forma altera el efecto de
muchos genes a la vez. El mecanismo es de nuevo claramente lamarckista,
porque la probabilidad de que estas proteínas adopten la forma
contagiosa depende críticamente de la escasez de alimento, el exceso de
presión, la oxidación, la acidez, la radiación y un amplio abanico de
sustancias tóxicas inventadas o por inventar. Es decir, de los factores
universales que estresan a cualquier célula del planeta, incluidas las
nuestras.
Cortar rabos no aparece en la lista, doctor Weismann. Se le debió pasar a Dios.
Tomado del blog de El País
"... sino también el tuneado con que la biografía los ha ido puliendo..."
ResponderEliminareste concepto es buenísimo, transmitir el tuneado que adquirimos con las vivencias a los hijos. Aunque hay gente que los tuneados no le quedan muy bien.