Para garantizar una producción necesaria para la vida, que no
estrese ni degrade la naturaleza, es necesario algo más que la búsqueda
de lo verde. La crisis es conceptual y no económica. La relación con la
Tierra tiene que cambiar. Somos parte de Gaia y mediante nuestra
actuación cuidadosa la volvemos más consciente y con más oportunidad de
asegurar su vitalidad.
Todo lo que hagamos para proteger el planeta vivo que es la Tierra
contra factores que le quitan su equilibrio y provocan, como
consecuencia, el calentamiento global, es válido y debe ser apoyado. En
realidad, la expresión "calentamiento global” esconde fenómenos como
sequías prolongadas que diezman cosechas de granos, grandes inundaciones
y vendavales, falta de agua, erosión de los suelos, hambre, degradación
de 15 de los 24 servicios enumerados en la Evaluación de Ecosistemas de
la Tierra (ONU), y que son responsables de la sostenibilidad del
planeta (agua, energía, suelos, semillas, fibras, etc.). La cuestión
central ni siquiera es salvar la Tierra. Ella se salva a sí misma y, si
fuera preciso, lo haría expulsándonos de su seno. Pero ¿cómo vamos a
salvarnos nosotros mismos y a nuestra civilización? Esta es la pregunta
real, ante la cual la mayoría se encoge de hombros.
La producción de bajo carbono, los productos orgánicos, la energía solar
y eólica, la mayor disminución posible de la intervención en los ritmos
de la naturaleza, buscar la reposición de los bienes utilizados, el
reciclaje, todo lo que viene bajo el nombre de economía verde son los
procesos más buscados y difundidos. Y es recomendable que se imponga ese
modo de producir. Así y todo no debemos ser ilusos y perder el sentido
crítico. Se habla de economía verde para evitar la cuestión de la
sostenibilidad, porque ésta se encuentra en oposición al actual modo de
producción y de consumo, pero en el fondo aquella (la economía verde) se
sirve de medidas dentro del mismo paradigma de dominación de la
naturaleza. No existe lo verde y lo no verde. Todos los productos
contienen en las distintas fases de su producción elementos tóxicos para
la salud de la Tierra y de la sociedad. Hoy mediante el Análisis del
Ciclo de Vida podemos exhibir y monitorizar las complejas
interrelaciones entre las distintas etapas: la extracción, el
transporte, la producción, el uso y el descarte de cada producto y sus
impactos ambientales. Ahí queda claro que el pretendido verde no es tan
verde como parece. Lo verde representa solamente una etapa de todo el
proceso. La producción nunca es del todo ecoamigable.
Tomemos como ejemplo el etanol, considerado como energía limpia y
alternativa a la energía fósil y sucia del petróleo. Es limpio solamente
en la boca de la bomba de suministro. Todo el proceso de su producción
es altamente contaminante: los productos químicos aplicados al suelo,
las quemas, el transporte en grandes camiones que emiten gases, los
líquidos efluentes y el bagazo. Los pesticidas eliminan bacterias y
expulsan las lombrices que son fundamentales para la regeneración de los
suelos; sólo vuelven después de cinco años.
Para garantizar una producción necesaria para la vida, que no estrese ni
degrade la naturaleza, es necesario algo más que la búsqueda de lo
verde. La crisis es conceptual y no económica. La relación con la Tierra
tiene que cambiar. Somos parte de Gaia y mediante nuestra actuación
cuidadosa la volvemos más consciente y con más oportunidad de asegurar
su vitalidad.
Para salvarnos no veo otro camino que el indicado por la Carta de la
Tierra: "el destino común nos convoca a buscar un nuevo comienzo; esto
requiere un cambio en la mente y en el corazón; demanda un nuevo sentido
de interdependencia global y de responsabilidad universal” (final).
Cambio de mente: adoptar un nuevo concepto de Tierra como Gaia. Ella no
nos pertenece a nosotros, sino al conjunto de los ecosistemas que sirven
a la totalidad de la vida, regulando su base biofísica y los climas.
Ella creó toda la comunidad de vida, no sólo a nosotros. Nosotros somos
su porción consciente y responsable. El trabajo más pesado lo hacen
nuestros socios invisibles, verdadero proletariado natural, los
microorganismos, las bacterias y los hongos, que son miles de millones
en cada cucharada de tierra. Ellos son los que sustentan efectivamente
la vida desde hace 3,8 miles de millones de años. Nuestra relación con
la Tierra debe ser como la que tenemos con nuestras madres: de respeto y
gratitud. Debemos devolver, agradecidos, lo que ella nos da y mantener
su capacidad vital.
Cambio de corazón: además de la razón instrumental con la cual
organizamos la producción, necesitamos la razón cordial y sensible, que
se expresa por el amor a la Tierra y por el respeto a cada ser de la
creación porque es nuestro compañero en la comunidad de vida, y por el
sentimiento de reciprocidad, de interdependencia y de cuidado, pues esa
es nuestra misión.
Sin esta conversión no saldremos de la miopía de una economía verde.
Sólo nuevas mentes y nuevos corazones gestarán otro futuro.
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Leonardo Boff - Filósofo y escritor
CCS
solidarios.org.es
Tomado de Ecoportal.Net
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