Conversation: A History of a Declining Art |
Peter Burke
Se han escrito muchos libros sobre el arte de la conversación, algunos de ellos últimamente. Uno de los temas recurrentes que tratan es que ha estado en declive durante los últimos 50 años, si no más. El asunto adquiere el máximo protagonismo en una de las aportaciones más recientes, del estadounidense Stephen Miller, La conversación: Historia de un arte en decadencia. Según su autor, la edad de oro de la conversación fue el siglo XVIII, especialmente en la Gran Bretaña de David Hume, Samuel Johnson y sus amigos. No habla muy bien sobre la práctica de la conversación en su país, ni siquiera en el siglo XIX, cuando la situación le parece buena en comparación con lo que vino después, en especial cuando se ocupa de los «enemigos modernos de la conversación», desde Norman Mailer al rapero Eminem, y sobre «las formas que tenemos actualmente de no conversar».
Mundo perdido.
Por supuesto, debemos tener cuidado con no idealizar ni exagerar las virtudes de ese «mundo de la conversación que hemos perdido», tanto si nos referimos a las Cortes de la Italia renacentista (caso de Urbino, descrita por Baltasar de Castiglione en su Cortesano), como a los salones del París de los siglos XVII y XVIII (con anfitrionas como la marquesa de Rambouillet o Julie d Espinasse) o las tabernas y clubes de Londres y Edimburgo en el XVIII. A fin de cuentas, Johnson era un gran hablador, pero no está nada claro que escuchase lo suficiente a sus interlocutores como para ser considerado un gran conversador. Desde mi punto de vista, la descripción de Miller es demasiado pesimista y simplista. Aun así, la idea de un arte en declive proporciona un buen tema para la reflexión, en el sentido de que nos anima a plantearnos preguntas sobre la naturaleza de la conversación y sobre las condiciones materiales, sociales y culturales que hicieron de la buena conversación algo posible en el pasado y que podrían facilitarla hoy o en el futuro.
Por supuesto, debemos tener cuidado con no idealizar ni exagerar las virtudes de ese «mundo de la conversación que hemos perdido», tanto si nos referimos a las Cortes de la Italia renacentista (caso de Urbino, descrita por Baltasar de Castiglione en su Cortesano), como a los salones del París de los siglos XVII y XVIII (con anfitrionas como la marquesa de Rambouillet o Julie d Espinasse) o las tabernas y clubes de Londres y Edimburgo en el XVIII. A fin de cuentas, Johnson era un gran hablador, pero no está nada claro que escuchase lo suficiente a sus interlocutores como para ser considerado un gran conversador. Desde mi punto de vista, la descripción de Miller es demasiado pesimista y simplista. Aun así, la idea de un arte en declive proporciona un buen tema para la reflexión, en el sentido de que nos anima a plantearnos preguntas sobre la naturaleza de la conversación y sobre las condiciones materiales, sociales y culturales que hicieron de la buena conversación algo posible en el pasado y que podrían facilitarla hoy o en el futuro.
Es habitual señalar que la sociedad contemporánea depende de una
división del trabajo mucho más marcada y de una especialización del
conocimiento y las habilidades mucho mayor que en las sociedades del
pasado. Por tanto, no es de extrañar que, hoy en día, sea necesario
diferenciar varios géneros de oratoria, como ramas que salen del tronco
común de la conversación general.
En buena forma.
Para un profesor universitario como yo, uno de los primeros de dichos géneros que me viene a la cabeza es el seminario académico, en el que el debate general que sigue a la presentación de un tema concreto es, como mínimo, tan importante como la presentación en sí. Cercano al seminario, aunque algo menos formal, está el grupo de debate que se reúne de forma habitual a una hora determinada para debatir temas elegidos de antemano. Una clase especial de grupo de debate es el programa de entrevistas, que tiene lugar en un estudio de televisión y permite que millones de personas escuchen y, a veces, que intervengan enviando sus preguntas por teléfono. Un cuarto género de charla es la entrevista, que por lo general es un diálogo entre dos personas, aunque a veces pueda incluir a más participantes. Estas cuatro formas de charla parecen seguir vivas y en buena forma.
Para un profesor universitario como yo, uno de los primeros de dichos géneros que me viene a la cabeza es el seminario académico, en el que el debate general que sigue a la presentación de un tema concreto es, como mínimo, tan importante como la presentación en sí. Cercano al seminario, aunque algo menos formal, está el grupo de debate que se reúne de forma habitual a una hora determinada para debatir temas elegidos de antemano. Una clase especial de grupo de debate es el programa de entrevistas, que tiene lugar en un estudio de televisión y permite que millones de personas escuchen y, a veces, que intervengan enviando sus preguntas por teléfono. Un cuarto género de charla es la entrevista, que por lo general es un diálogo entre dos personas, aunque a veces pueda incluir a más participantes. Estas cuatro formas de charla parecen seguir vivas y en buena forma.
En los cuatro casos, el espacio en que tienen lugar las
conversaciones es algo extremadamente importante. Los organizadores de
seminarios, por ejemplo, saben que los debates son más animados en
determinadas salas y en torno a ciertas mesas (especialmente las
redondas), igual que saben cuándo ha llegado el momento de cambiar el
espacio académico por una cafetería o un bar, porque si los
participantes beben juntos la conversación fluirá incluso con mayor
libertad. La tradicional tertulia española tenía lugar en un café
concreto por el mismo motivo. Conversaciones menos formales y más
generales tenían lugar, y aún lo tienen, en torno a mesas durante la
cena, ya sea en casa de alguien o en un restaurante. Nuevamente, una de
las razones por las que la cultura tradicional de la conversación aún
sobrevive en las Facultades de Oxford y Cambridge es que disponen de
salas comunes en las que se sirve café y vino.
Espacio virtual.
Sin embargo, la aparición de internet ha traído consigo un desafío a nuestras concepciones tanto de los géneros de conversación como de los espacios para realizarla. En su libro, Miller habla brevemente del blog o bitácora como un ejemplo más de lo que llama «dispositivos que evitan la conversación» y evoca la imagen de un individuo solitario pegado a su pantalla. Sin embargo, también podríamos pensar en los blogs de una manera más positiva, como una forma de comunicación. Igual que los chats ofrecen un espacio virtual para flirtear y cotillear, los blogs otorgan a los individuos corrientes la oportunidad de expresar sus opiniones sobre la actualidad y añadir comentarios sobre las opiniones de otras personas. La imposibilidad de ver u oír a los demás que escriben tiene la ventaja de liberarnos de ciertos prejuicios. La idea de una conversación escrita puede resultar rara al principio, pero no es tan novedosa como parece. Los visitantes chinos en Japón y los japoneses que iban a China solían enzarzarse en las llamadas «charlas de pincel», aprovechando que ambas lenguas habladas son incomprensibles entre sí, pero el chino y el japonés utilizan la misma escritura.
Sin embargo, la aparición de internet ha traído consigo un desafío a nuestras concepciones tanto de los géneros de conversación como de los espacios para realizarla. En su libro, Miller habla brevemente del blog o bitácora como un ejemplo más de lo que llama «dispositivos que evitan la conversación» y evoca la imagen de un individuo solitario pegado a su pantalla. Sin embargo, también podríamos pensar en los blogs de una manera más positiva, como una forma de comunicación. Igual que los chats ofrecen un espacio virtual para flirtear y cotillear, los blogs otorgan a los individuos corrientes la oportunidad de expresar sus opiniones sobre la actualidad y añadir comentarios sobre las opiniones de otras personas. La imposibilidad de ver u oír a los demás que escriben tiene la ventaja de liberarnos de ciertos prejuicios. La idea de una conversación escrita puede resultar rara al principio, pero no es tan novedosa como parece. Los visitantes chinos en Japón y los japoneses que iban a China solían enzarzarse en las llamadas «charlas de pincel», aprovechando que ambas lenguas habladas son incomprensibles entre sí, pero el chino y el japonés utilizan la misma escritura.
Castiglione, la marquesa de Rambouillet o Johnson podrían haberse
escandalizado con estos avances recientes, pero parecen apropiados para
una sociedad que es relativamente democrática e igualitaria, a la vez
que sofisticada desde el punto de vista tecnológico. En cualquier caso,
si pensamos en los blogs como una nueva forma de conversación, junto a
otras tradicionales como seminarios, grupos de debate y entrevistas,
concluiremos que la decadencia del arte de conversar está lejos de
producirse.
ABCD.es. Número: 897- 05.04.2009.
Tomado de Salón Kritik
Muy interesante, comparto la opinión del autor, no creo que decaiga, simplemente cambia, como vaticino McLuhan.
ResponderEliminarCito textualmente del artículo:
"... Es habitual señalar que la sociedad contemporánea depende de una división del trabajo mucho más marcada y de una especialización del conocimiento y las habilidades mucho mayor que en las sociedades del pasado. ..."
Es evidente que es cierto, pero no es menos cierto, que la información nunca ha estado más disponible, a un menor coste, ni de forma más aprensible que ahora. Por lo que se pueden equilibrar ambas fuerzas de sentido contrario.... Y no tomo como ejemplo de “nuevos sabios” en el sentido renacentista a los contertulios de los programas televisivos que hablan de todo sin saber de nada.
En las nuevas tecnologías; la docencia con tecnología ONROOM [un pasito más de la educación blended {aunque a mi lo único blended que me guste sea el whisky} una mezcla de la educación presencial y la on-line (aunque por ahora sea un nombre muy pretencioso)] va a permitir una comunicación casi tan rica como la que se produce en el aula presencial, aunque de nuevo con el lenguaje modificado por el medio... que obligatoriamente modificará el contendio, que diría McLuhan de nuevo.