Imagen tomada de Revista Santiago. |
NOTAS DESABROCHADAS
La impronta de Roberto Calasso
Carlos Yusti. viernes 13 de agosto de 2021
“En definitiva: libro único es aquel en el que rápidamente se reconoce que al autor le ha pasado algo y ese algo ha terminado por depositarse en un escrito”.
Es conocida esa leyenda de que Alejandro Magno dormía con una caja, una daga y una copia de la Ilíada. Plinio el Viejo, en su Historia natural, relata que, entre el botín tomado a Darío, Alejandro cogió una caja en la que se guardaban perfumes, perlas y piedras preciosas para guardar el libro de Homero. Martin Puchner escribe que estos tres objetos tenían un significado especial para el guerrero. La daga le serviría para escapar al destino de su padre, que fue asesinado. La caja se la había arrebatado como trofeo a Darío, su adversario persa, y la Ilíada era el relato que le servía de espejo para contemplar su vida de guerrero a la par de Aquiles y la campaña militar en Asia.
Para algunos lectores los libros que determinados autores escriben se convierten en objetos indispensables; libros que acompañan a sus dueños en las duras jornadas de la realidad cotidiana, especie de amuletos que contrarrestan (o hacen más llevaderas) todas las adversidades. Roberto Calasso, que fue editor y escritor, tuvo clara la función del libro como objeto de fascinación y de la escritura como pulsación de la belleza creada por las palabras ordenadas con pasión inteligente y humanista.
Como escritor supo devolverle lozanía a la literatura clásica y traspapeló esos grandes mitos griegos con el mundo cultural contemporáneo, logrando que se acoplaran como engranajes (sin hacer ruido) en un sutil y docto mecanismo literario. Entre sus libros hay que mencionar La ruina de Kasch (1983), La boda de Cadmo y Harmonia (1988), El rosa Tiepolo (2006), La locura que viene de las ninfas (2008), El ardor (2010), El cazador celeste (2016) o La actualidad innombrable (2017).
Su trabajo como editor en Adelphi Edizioni (adelphi es una palabra griega, ?de?f??, que significa hermanos, asociados, y que de algún modo condensaba el fin común entre los participantes que fundaron la editorial) estuvo sujeto a su gusto heterogéneo y heterodoxo como lector. Además su precisa intuición para editar autores y títulos poco comunes permitió el reencuentro de una literatura dejada al margen, especie de obras literarias ubicadas en la periferia de perdedoras por no ser rentables para el mercado editorial. La visión editorial de Calasso, abierta y a contracorriente, permitió que libros que en su momento pasaron inadvertidos se tornaran piezas literarias extravagantes, despertando el interés en los lectores y así se convirtieran en éxitos de venta.
Calasso, en su libro L’impronta dell’editore (La marca del editor, en su edición en español), número 642 en la Piccola Biblioteca Adelphi, ofrece muchas pistas sobre el trabajo de editor. Calasso escribe: “Si se le pregunta a alguien: ¿qué es una editorial? La respuesta habitual, y también la más razonable, es la siguiente: se trata de una rama secundaria de la industria en la cual se busca hacer dinero publicando libros. ¿Y qué debería ser una buena editorial? Una buena editorial sería —si se me concede la tautología— la que supuestamente publica, dentro de lo posible, sólo buenos libros. O sea, para usar una definición rápida, libros de los que el editor tiende a estar orgulloso y no a avergonzarse. Desde este punto de vista, tal editorial difícilmente podría revelarse de especial interés en términos económicos. Publicar buenos libros nunca enriqueció enormemente a nadie. O, por lo menos, no en una medida comparable a lo que puede suceder si se abastece al mercado del agua mineral, de los ordenadores o de las bolsas de plástico”.
Tuvo como ejemplo de gran editor a un impresor del siglo XVI llamado Aldo Manuzio que inició de algún modo la edición de los clásicos griegos en su idioma original, y que después fue el primero en “imaginar una editorial en términos de forma”, o como lo escribe Calasso: “Y aquí la palabra ‘forma’ se debe entender de muchas y diferentes maneras. En primer lugar, la forma es decisiva en la elección y en la secuencia de los títulos que hay que publicar. Pero la forma tiene que ver también con los textos que acompañan a los libros, además de la manera en que el libro se presenta como objeto. Por eso incluye la portada, el diseño, la compaginación, los caracteres, el papel”.
También Manuzio solía escribir en forma de cartas (o epistulae) cortos textos introductorios sobre los libros salidos de su imprenta, y que para Calasso “son los precursores no sólo de todas las introducciones modernas, prefacios y epílogos, sino también de todos los textos de cubiertas, de presentación a los libreros y de la publicidad actuales”. Sin duda con esta idea, y en homenaje a Manuzio, recopiló cien solapas escritas para los libros de Adelphi, de las más de mil contracubiertas que escribió, en un libro titulado Cien cartas a un desconocido.
Además Calasso admiraba en Manuzio sus riesgos como editor al publicar Hypnerotomachia Poliphili. Una novela cuyo título sería “Batalla de amor en sueños”. Calasso escribe: “Y, además de ser de autor desconocido (y hasta hoy enigmático), estaba escrito en un tipo de lenguaje imaginario, una especie de Finnegans Wake compuesto sólo de mezcolanzas e hibridaciones de palabras italianas, latinas y griegas (mientras el hebreo y el árabe se comparaban en las xilografías). Una operación más bien arriesgada, se diría. Pero ¿qué aspecto tenía el libro? Era un volumen en folio, ilustrado con magníficos grabados que constituían una perfecta contraparte visual del texto. Lo que es aún más arriesgado”. Riesgos que él también tomaría como editor.
Explica Calasso que Manuzio en 1502 publicaría una edición de Sófocles en un formato que el impresor denominó como parva forma, “pequeña forma”. Calasso escribe: “Si alguien fuera tan afortunado de tenerlo en sus manos enseguida comprobaría que fue el primer libro de bolsillo de la historia, el primer paperback. Literalmente, el primer libro que se podía meter en un bolsillo. Inventando un libro de tal formato Manuzio transformó los gestos que acompañan a la lectura. Así, el acto mismo de leer cambió de manera radical”.
Para Calasso, lo realizado por Manuzio, que era una especie de juego, es lo que todo buen editor debería imitar, y por eso acota: “…se podría definir la edición como un género literario híbrido, multimediático (…). La edición, como juego que es, sigue siendo fundamentalmente ese mismo viejo juego que Aldo Manuzio practicaba. Y un nuevo autor que se nos acerca con un libro abstruso es para nosotros muy parecido al aún elusivo autor de la novela titulada Hypnerotomachia Poliphili. Mientras dure este juego, estoy seguro de que siempre habrá alguien dispuesto a jugarlo con pasión”.
Otro libro en el cual Calasso demuestra su destreza como ensayista es La locura que viene de las ninfas y otros ensayos. Libro que el propio Calasso estructuró para la editorial Sexto Piso, conformado por cinco ensayos que se interconectan, de manera imperceptible, por ese hilo de telaraña confeccionado con la profusa lectura que enlaza muchos textos y libros.
El ensayo que abre el libro, titulado “La locura que viene de las ninfas”, se vale del poema homérico dedicado a la deidad mitológica griega de Apolo. Calasso explora la locura no como patología, sino desde la idea griega que la tenía como una forma especial de conocimiento. Calasso narra con soltura esa fuerza atrayente de la ninfas hacia los hombres que los conduce a perder la razón. Este ensayo es un abreboca para el siguiente texto, titulado “El síndrome Lolita”. La novela de Vladimir Nabokov es vista desde un prisma distinto o, mejor, desde esa paradoja de la ninfa, o como lo escribe su autor: “La paradoja de la Ninfa es esta: poseerla significa ser poseídos”. El siguiente texto es un puente entre los otros textos del libro: “El plató de la mente”. En este texto Calasso trata de acercar al lector a una película que él considera perfecta: La ventana indiscreta, de Alfred Hitchcock. Los otros dos textos del volumen tienen que ver con los libros: “Confesiones bibliográficas” y “La edición como género literario”. Este último texto se encuentra en el libro La marca del editor. La locura y el arrebato siguen presentes (y como entre líneas) en ambos textos. En el primer texto Calasso hace un recorrido personal por el libro Masa y poder, de Elias Canetti, y le causó sorpresa, al igual que a muchos lectores, el caudal bibliográfico tan variopinto utilizado por el escritor. Canetti escribe sobre un libro en particular que le interesa a Calasso y éste cuenta que trabajaba en la edición italiana de Memorias de un enfermo de nervios, de Daniel Paul Schreber, y para tal fin preparó un texto que buscaba reconstruir las lecturas distantes que recibió el libro por parte de otros autores. Canetti estaba en la lista de Calasso, y Canetti le escribe una larga carta contando su peripecia con el libro. Luego Calasso escribiría su primera novela, El loco impuro, cuyo personaje es Schreber y su diario en un tenue juego de hipertextualidad.
Otro libro imprescindible de Calasso es El rosa Tiepolo, en el cual dirige su mirada hacia el pintor del siglo XVIII Giambattista Tiepolo, quien en su tiempo era un artista por encargo, pero aparte de esta obra visible, sujeta a los antojos pictóricos de los contratantes, estaba otra más personal, sombría y poco valorada, consistente en treinta y tres grabados divididos en dos series: los Scherzi y los Caprichos. Esto despertó la curiosidad de Calasso, y para entender esta obra un tanto oscura, poblada de magos, efebos, serpientes y un infrecuente zoológico de figuras escapadas de un imaginario algo enmarañado, realiza una travesía a través del Tiepolo menos publicitado. Dos cosas parecen reprocharle sus contemporáneos: en primer lugar que era un pintor feliz, que pintaba sin complicarse mucho, y la otra que era una especie de pintor superficial, sin un pensamiento elaborado que exhibir y con poca vida interior. Calasso escribe: “Tiepolo no renunciaba nunca al aire de quien ‘trabaja sin esfuerzo y casi sin pensarlo’, ni siquiera cuando los significados se agolpaban en sus imágenes con una furia insolente. Así consiguió hacernos creer que en él no había pensamiento. Era una manera de defender ese pensamiento de los intrusos”.
Calasso realiza a través de Tiepolo un viaje cultural y erudito para despojar al pintor de una serie de malentendidos. Un comentario de Marcel Proust le servirá como título: “Para Marcel, Tiepolo fue ante todo la bata de Odette. A sus ojos de joven y empecinado adorador, ninguna de las toilettes con las que Madame Swann aparecía en sociedad era ni de lejos comparable con la ‘maravillosa bata de crêpe de Chine o de seda, rosa antiguo, cereza, rosa Tiepolo, blanca, malva verde, roja, amarilla, lisa o con dibujos, con la que Madame Swann había desayunado y que estaba a punto de quitarse’. Como fiel adorador, Marcel deploraba que no saliese vestida de ese modo, y recordaba que entonces Odette ‘reía, para jugar a la indiferencia o por el placer del cumplido’. Acaso entre Odette y Marcel no se repetiría nunca un momento de tal intimidad, protegido por el color que se desprendía de la gama de la bata: el ‘rosa Tiepolo’”.
Calasso descubre un pintor no desde la crítica pictórica, ni desde la idea prefabricada de las guías turísticas, sino desde una visión cultural amplia. Para Calasso los grabados de Tiepolo son un libro que puede leerse y en el que hay una trama suculenta que se dispara en varias direcciones. Él se detiene en cada grabado tratando de penetrar en una historia velada, pero rica en significados. Para cerrar este bello y original libro utiliza como metáfora de sencilla desnudez el cuadro Reposo en la fuga de Egipto. Calasso escribe: “Allí casi subsiste solamente el paisaje: la roca resplandeciente, el pino, los pájaros, el río vítreo. María, José, el niño y el burro apenas se ven, en un ángulo. Son comparsas anónimos, absorbidos por el paisaje. La visión debe aún sobrevenir. Hay una estasis intacta —y la mudez maravillosa del mundo”.
Reposo en la fuga de Egipto. Imagen tomada de Reproarte. |
Roberto Calasso supo escribir libros únicos como nadie y por eso no fue en exclusiva un excelente editor, sino un escritor agudo, penetrante y al mismo tiempo transparente. Sus libros, tanto los publicados como los escritos, son su contribución a ese gran libro de la memoria de lo humano por encima de todas las vilezas.
Tomado de Letralia.
Carlos Yusti en Barcelona, con la estatua de Colon al fondo, al final de la Rambla donde desemboca en el puerto. |
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