LINDSAY KEMP: El artista debe correr el riesgo de que su arte sea considerado un insulto
Una entrevista de José Pulido
Hoy publico la segunda entrevista que le hice a Lindsay nueve años después de la primera. La fotografía es de Alfredo Padrón, quien se topó con Lindsay saliendo del Ateneo. Esta es una de las mejores imágenes que le hicieron a Kemp fuera del escenario. Agradezco a Alfredo su permiso para usar esta fotografía. Hace unos años Kyoto se escribía así en vez de Kioto. Aclaro. Y se veía más japonés.
LINDSAY KEMP TIENE MIEDO DE ACTUAR HOY
“Mi nombre aparece en las páginas amarillas de la guía telefónica de Roma: Lindsay Kemp”.
Teatro Teresa Carreño. Imagen tomada de VTV |
Su voz shakesperiana, de tonos oscuros y sedosos, flota en una danza con el humo del cigarrillo mentolado. Una bocanada de calor penetra por la ventana abierta. Detrás se ven algunas oficinas de Parque Central. Revuelto con las alarmas y los cornetazos de los carros, se escucha el lamento de las chicharras que arden en el infierno del verano.
Torres de Parque Central. Imagen de Wilfridor. |
Entre la palabra mi y el apellido Kemp su rostro y sus manos han expresado varios sentimientos y emociones. Entre un instante y el otro, se posesiona del hombre la imagen de una japonesa. Allí están la sonrisa silenciosa, la blancura flotante, la suavidad de una danza.
—Tengo miedo —dice la voz de Lindsay Kemp— emergiendo del lugar donde la bailarina japonesa se insinúa.
—¿Miedo de qué?
—De estar ante el público. Siento ese miedo que para mí significa actuar. Está creciendo. Siempre es así. Es sentir que quizá lo que haga mañana sea un completo fracaso.
(Hoy se presentará con su espectáculo Onnagata en la sala Ríos Reyna, del Teresa Carreño. A las seis de la tarde). Ayer, en la habitación del hotel Anauco Hilton confesaba estar asustado.
Sala Ríos Reyna. Imagen tomada de VTV |
Lindsay se toca la cara con las dos manos, con las palmas y con el dorso, como quien comprueba si tiene fiebre.
“Algunos artistas encuentran mayores energías en ese dolor, en ese miedo, yo no”.
Él sigue dándole vueltas a ese tema. Se nota que ha estado vagando por la habitación. En una mesita hay un spray de agua de colonia Jean Marie Farina y en otra se ve un cenicero lleno de colillas a medio fumar.
Colonia Jean Marie Farina |
“Hago cualquier cosa para que desaparezca el miedo, pero todo forma parte de ese temor. Cuando estoy dando cada uno de los pasos para salir a escena, siento miedo en las entrañas”.
(Ayer temblaba un poco, es cierto, pero no dejaba de repetir tal vez de manera inconsciente, los movimientos de Onnagata).
“De pronto estoy en el antiguo Kyoto”, dice.
Cuenta que su padre era un marinero que en cada viaje le traía kimonos. Él se los ponía: era un muchachito inglés que usaba kimonos.
“Aprendí a moverme como los japoneses usando esos kimonos”. Era como si los fantasmas de quienes los habían usado me dieran sus movimientos y me hicieran ver sus paisajes”.
Kemp habla de que hace un tiempo, cuando conoció el teatro Kabuki, sintió una gran emoción porque era como revivir la memoria. Aquella memoria japonesa de los kimonos infantiles.
“Tengo la manera japonesa de caminar, el corazón mediterráneo y el espíritu del latinoamericano. Por eso bailo el kabuki de una manera muy latina”, comenta y se ríe. Agrega a esto la información de que a veces está en el Kyoto de la antigüedad y en otras ocasiones se transporta a Buenos Aires. Por supuesto que cuando él anda por el antiguo Kyoto, ocupa su lugar esta mujer de ojos rasgados que ahora parece estar flotando en el acuario.
—Si usted se muere en estos momentos, ¿reencarna en el Japón?, ¿renace japonés?
Lindsay hace un esfuerzo y se impone a la actriz japonesa que de cuando en cuando lo borra, lo hace desaparecer.
—¡No! En el Japón moderno no renacería.
Después de responder así cuenta que hace dos años llevó al Japón la obra Alicia en el país de las maravillas. El empresario le preguntó si podía cortar las escenas donde unos personajes son decapitados.
Le explicó que cortar la cabeza a unos personajes sería una especie de insulto para el público japonés.
“Por supuesto que no eliminé esa parte de la obra”, expresó Kemp. Y añadió: “El artista debe correr el riesgo de que su arte sea considerado un insulto”.
—¿Cómo se refleja en el teatro la presunta muerte de las ideologías y la caída del socialismo?
—El trabajo del artista es ayudar a sostener las ideologías, aunque los artistas modernos tienden a abandonar la parte política. Yo ando en una búsqueda igual que el político, pero vivo de emociones. Yo me abandono en las manos de los dioses. Me encanta pasar las noches bailando con el público, junto con los espectadores. El gesto, es mi manera de escribir. Una manera de escribir que no tiene fin.
—Usted estaba en Caracas el miércoles 8 de abril. ¿Qué pensó cuando escuchó los pitos que sonaron por la noche?
—Me sentí que estaba en un carnaval, porque andaba en un carro, con unos amigos y había tomado varios tragos. No me di cuenta de la significación política que eso tenía, pero disfruté el gesto.
La japonesa de labios pintados se apodera otra vez del espacio y hace que Lindsay Kemp se esfume. Ella mueve las manos en una danza sin música, se toca la frente, levanta los brazos, finge que sirve una taza de té.
Lindsay Kemp se pone de pie y dice que ya vuelve, que va al baño. La mujer flota.
EL FESTIVAL INTERNACIONAL
—¿Sintió más emoción en 1983 con la obra de Shakespeare que en este 1992 con Onnagata?
—No. Apartando el miedo escénico, esta obra me emociona más porque permite que la gente vea todas las cosas que soy o que quizás no soy.
—¿Qué opinión tiene sobre el Festival Internacional?
—Estoy impresionado con el resultado del Festival Internacional. Es una lástima que el teatro no sea tan popular fuera del tiempo de este evento. Durante estos días la gente se muere por entrar en las salas y supongo que después se quedan vacías. Es que todo el mundo quiere ir donde va la gente. La gente va donde la gente va.
—¿Quién le ha hecho más bien a Inglaterra entre Margaret Thatcher y Los Beatles?
Lindsay Kemp exclama “¡Oh my God! y suelta una carcajada cuyo sonido utiliza fugazmente la bailarina kabuki para moverse en la sala y ejecutar unos pasos.
Él no parece verla, pero es inevitable que ella lo deje en segundo plano.
-¡Los Beatles! ¡Los Beatles! ¡Los Beatles! Lástima que no hayan sido más duraderos. Fueron poetas de Orfeo.
Lindsay habla y se cubre el rostro para que la emoción no se vaya de golpe. Cuando se quita las manos ella es quien gobierna la acción. Es una mujer del antiguo Kyoto y trata de imponerse al hombre que suda frente a una ventana por culpa del calor caraqueño.
Lindsay habla por encima de los movimientos femeninos, cuenta su admiración por Fred Astaire y Ginger Rogers; confiesa su pasión por Isadora Duncan y Picasso; comenta el amor por Latinoamérica y murmura “Roma es bella”, pero la bailarina kabuki lo avasalla. Diríase que ella se lo está tragando. Él mira a Vanessa, la traductora, como pidiéndole ayuda.
Kemp es un ser fascinante que sirve de puerta de salida a otros seres. Un médium.
“Tengo miedo”, dice en voz baja y hay un revuelo de kimonos en el ambiente. La mujer que habita en él se ha desvestido.
El Diario de Caracas, viernes 10 de abril de 1992.
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José Pulido. Fotografía de Gabriela Pulido Simne |
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