Imagen tomada de Biografías y vidas. |
Manuel Puig
QUISIERA ESCRIBIR UNA TELENOVELA
José Pulido
—No tengo ropa –dice Manuel Puig con su sonriente nerviosismo habitual y muestra en ese instante una prueba fehaciente de lo que afirma: para el acto de inauguración del Congreso de Escritores se metió la guayabera por dentro y de corbata se puso un pañuelo volátil. Parece disfrutar de esa improvisación. Sonríe con la malicia de quien siempre trama algo inusitado. Sus dientes tienen roturas de anarquía infantil.
Dice que está escribiendo tranquilamente una novela en Brasil, y que pronto la terminará, pero manifiesta que no le interesa revelar el tema. Prefiere contar lo sorprendido que está con el buen recibimiento que ha tenido en España y Brasil su novela “El beso de la mujer araña”.
—¿Sabes que dos peruanos montaron una versión pirata sin mi permiso ni mi revisión, aquí en Caracas? —comenta Puig. “Fue un asunto muy desagradable”, dice. Luego añade que le gustaría que se conociera en Venezuela su adaptación teatral.
—El espacio narrativo es más reducido: tienes que desechar material. No es muy agradable, pero finalmente se me ocurrió una estructura narrativa para teatro, diferente a la de la novela. Es una amistad que se establece entre dos personajes con problemas de comunicación. Uno de ellos cuenta seis filmes al otro y en la adaptación al teatro dejé la narración de un solo filme... el error hubiera sido querer abarcar los seis filmes —explica como quien habla de cotidianidades: está muy compenetrado con el oficio de escribir.
Un fotógrafo se acerca casi de puntillas, como buscando sorprenderle un gesto y Puig se da cuenta, pero se limita a quedarse en silencio un instante, mientras observa una fuente moderna, donde el agua rueda infinitamente, sin belleza. Manuel Puig desborda un tic que parece originarse en la nostalgia de sus años infantiles: se ve claramente en su rostro que de buena gana se lanzaría en esa fuente a darse un baño. El fotógrafo toma la gráfica y es probable que en la foto aparezcan los ojos de Manuel Puig zambulléndose en el agua. El escritor sonríe y sus dientes son como una hilera de piedras de dominó cayéndose.
—¿No ha pensado llevar esa obra a la televisión?
—Creo que el escritor puede acercarse al público a través de ese medio y que debe apoyar la difusión de sus novelas a través de él. Escribir para la televisión es otra historia. A mí me gustaría mucho hacerlo ¿sabes?, pero conciliar el lado comercial con lo literario no es fácil. Hacer una telenovela que no fuera de esas, interminables, sería muy interesante para mí... haría una de veinte capítulos.
Puig señala que cuando se adaptó al cine su obra Boquitas pintadas y se presentó la necesidad de resumir, "el vehículo ideal no era el cine sino una serie de televisión".
A cada rato se le acerca una mujer distinta, de cualquier edad, con maquillaje o sin maquillaje y Puig las atiende con interés. Encuentra una golosina especial en estas conversaciones.
—¿Es usted un escritor feminista?
—Sí, claro. Yo estoy convencido de que la escuela de la explotación es aquella pareja enfermiza mujer débil, hombre fuerte. Creo que el movimiento feminista es altamente positivo, sobre todo para el hombre, porque le va a permitir compartir más los problemas con su pareja y le quitará aquella máscara de macho seguro de sí mismo. Yo recuerdo que en los años 40 se llegaba a afirmar que no había placer sexual sin una sensación de dominación: la mujer sólo lograba goce sexual si se sentía dominada por su pareja... ese era el mito, y se daba por sentado que era una ley de la naturaleza. Es un perfecto disparate.
Sobre sus inicios como novelista, respecto a la verdadera historia de esos comienzos, Puig cuenta que siempre sintió la necesidad de narrar.
—Desde niño miraba muchas películas y pensé hacer cine. Cuando pretendí expresarme, me di cuenta de que no me alcanzaba el espacio que hay en hora y media de una película. Mis temas se adecúan más a un tratamiento novelístico que proporcione espacio para escribir con detallismo. Sin darme cuenta pasé del cine a la literatura: un guión se volvió novela.
Cuando se le toca el tema del Premio Nobel –la prensa publicó que era candidato—, Manuel Puig pasa una mano por su improvisada corbata de varios colores y dice que le incomoda eso porque “en la Academia de Estocolmo no se publican listas, son secretas y los candidatos tienen de más de 60 años y con una obra casi hecha”.
—Me sorprendió mucho eso y si hubo algo serio lo agradezco, pero no lo espero ni remotamente”, añadió. Hace el comentario de que en Latinoamérica son muchos los que se merecen ese premio, como Octavio Paz y Borges. “Supuse que este año se lo darían a Borges —apunta.
—¿Por qué no se lo habrán dado? —se le inquiere.
—Creo que por política —responde.
—¿Es cierto que tiene ocho años sin ir a Argentina?
—Tengo problemas de censura allá. Mis libros están prohibidos y hay un boicot de prensa que supongo proviene de una prohibición oficial.
—Sus libros se siguen leyendo en todo el mundo con pasión de bestsellers.
—No son bestsellers, pero vivo del oficio porque las traducciones son muchas.
Se le pregunta cuál es el secreto de su éxito, mientras mentalmente se da un baño en la fuente monótona.
—Mi caso es curioso –dice– yo trato de escribir para el lector que tiene mis mismas limitaciones. Mi órgano de atención ha sido condicionado por el cine: nací viendo cine y tengo cierta dificultad para concentrarme en la lectura. Trato de facilitar el trabajo de leer al lector, pensando en eso, intento tomar en cuenta los límites de su poder de concentración.
Se pone de pie, lo rodean más mujeres de boquitas pintadas. Sonríe a manera
de despedida, mientras en el agua de la fuente se escucha un chapoteo como si
alguien estuviese saliendo a flote.
Le piden autógrafos y Manuel Puig firma libros, papeles, cuadernos y
servilletas, bañado en sudor.
El Nacional, 21 de octubre de 1981.
José Pulido. Fotografía de Gabriela Pulido Simne |
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