viernes, 6 de julio de 2018

LA OTRA CLARIDAD de Miguel Ramón Utrera


Miguel Ramón Utrera. Foto: Leonor Basalo


Miguel Ramón Utrera

LA OTRA CLARIDAD

-Alberto Hernández-




"Alguien volverá sus pasos para recordar antiguos nombres
de la ciudad: entre ellos el que linda con la dura comarca de la sed.
Un río fue su imagen: un pequeño río de “verde y apacible ribera”,
en cuyas clarísimas linfas halló sustento la vieja tribu contra el
hambre y la sed".
Miguel Ramón Utrera


1.- 

Miguel Ramón Utrera  (1908-1993) es un monje que escribe bajo un árbol sagrado. A través de sus hojas, se mete el mundo que sus ojos han visto en sueños. Desde la techumbre de la casa, advierte el arco de la tierra, las curvas soleadas de las serranías y el ojo de Dios calculando la luz. Entonces, San Sebastián de los Reyes es una epifanía, la gran fiesta de una voz hecha sonoridad poética. 

El sitio para resguardar el silencio, el tan dicho y pronunciado en su poética, el que retorna en río para destacar la presencia de la noche y sus asuntos:

“Alguien debía volver de aquel país de sombra. Y por haber olvidado la clave de sus pasos, caminaba a tientas, procurando recordar nombres olvidados en la sombra”.

2.-

El sonido de un yo exterior que resalta el cuerpo de adentro del paisaje. Un ojo permanente que desde el cuadro de la ventana imagina el acento de la soledad, de una sombra que jamás se agota, de una claridad enceguecedora. Alguien debía volver de aquel país de sombra. Alguien, sí. Desde ese lugar recurre a una voz que se desliza por el tiempo en que la poesía era oro y silencio.

“Quizá pensó en el silencio nocturno de los árboles. Y volvió a caer en la sombra. Otra silenciosa sombra”.

3.-

Con la poesía, con las sombras, con las claridades, ajustamos cuenta con el olvido. Desbrozando el último sueño, nace la antología, el recado vigoroso venido de la noche, de los zumbidos terrenales de San Sebastián, para alegría de lectores y duendes. Miguel ramón Utrera se aleja así del país inasible.


Harry Almela. Fotografía de Leonor Basaló. Tomada del libro Rostro y Poesía.1996


No en vano el poeta Harry Almela, para la edición antológica de La liebre libre, “La otra claridad”, destaca lo siguiente: “No es justo el criterio de quienes desean la presencia de Utrera en el terreno exclusivo del nativismo. Esta doctrina rezuma color local desde el paisaje, entendiendo a éste como naturaleza tamizada por una voz poética”.

En efecto, la voz redonda, la que circunda el universo, no se queda en un solo sitio. El paisaje de Utrera emerge de la sombra, de la noche, de la luz del día y se hace otros países, otros lugares, los mismos del espíritu, los mismos que encontramos en cualquier sueño.

Desde su aldea, el poeta Miguel Ramón Utrera es el más universal de nuestros escritores, porque se funda en los sonidos que vienen de otros tiempos que hoy saboreamos con holgura. Desde la sombría celda de Fray Luis. Desde las flagelaciones silenciosas de San Juan. Allí está el oro de este hombre que ha permanecido toda la vida haciendo vida de creador.

“Quizás tocó los labios dormidos del agua. Y descubrió que la sed es otra sombra. Otra dormida sombra.

Quizás llamó a la puerta de alguna choza abandonada. Y sólo halló la respuesta de la sombra. Otra abandonada sombra”.

4.-

La sed recoge un rumor de voces frescas, pareciera ser el ars poética de Miguel Ramón Utrera. Deshojando su propio árbol genésico, vuelve de la ventana. Adora las estrías de la madera. Celebra el cuerpo añoso de la silla. Vivaquea con el olor húmedo de las paredes. Sorbe, en su más callada hora, el relámpago de la primera lluvia en la montaña. Toda su sangre en el afuera, en el adentro que lo estimula y eleva.

¿Dónde encaja ese país hondo, sumergido entre nubes? ¿De dónde proviene esa voz? ¿Quién la pronuncia? Entonces, más allá del dolor del cuerpo, de la avanzada muerte de las calles del pueblo, de aquella empinada desolación frente a los árboles, el poeta retorna y dice:

“Alguien debía volver de aquel país de sueño. Y por haber olvidado la clave de sus pasos, trataba de alcanzar los caminos donde siempre descansa el último sueño.

Quizás tomó la senda de los frágiles cocuyos. Y tropezó una vez más con las espinas del sueño. Su desgarrado sueño”. 

5.-

El silencio, los fantasmas, la mirada oscura de quien baja de una a otra casa. La voz inaudible de quien recorre los adoquines del pueblo y se traduce en pájaro en un árbol muerto, sometido a los relámpagos de la mañana. El poeta, de cuerpo enfermo, es el mismo árbol, la misma noche, la mañana cerca del alero mientras el patio convierte en edad temprana la memoria. 

El silencio/ fantasma: “Guardemos ya nuestras mejores voces”, canta y se inmortaliza. Y el misterio de aquel sonido peculiar, de la donosa España escondida, soportada, renegada, relegada, austera en la palabra y rica en la poesía.
Celebramos con vasos de junco las aguas de esta sonoridad, que refresca mucho más “la otra claridad” de los hombres. Celebramos con jugo de la tierra estas hojas de sueños. “El sendero invisible” que el tiempo nos tiene reservado.

“Quizás trató de seguir el vuelo de las hojas. Y se encontró, de sorpresa,ante la fronda de otro sueño. Su desgarrado sueño.

Quizás palpó las piedras que ocultan los secretos de la noche. Y junto a ellas pudo escuchar los ecos de aquel sueño. Aquel desvelado sueño”.

6.-

Temerario es el canto, la sombra que lo anuncia. La poesía de Miguel Ramón Utrera, por mucho obligada a ser local, espacio reducido, escapa de quienes favorecen esa aventura. Se trata de una poesía traducida a todos los verbos de nuestro español. A todos los giros que nos nacen a diario, tanto en España como en América Latina. Y su traducción auguraría una sorpresa, una dispersión de opiniones. Utrera es una nación, un continente de ecos, el misterio de la gran poesía.

“Alguien debía volver de aquel país de silencio. Y por haber olvidado la clave de sus pasos, pretendía trepar a las grutas donde moran las arañas del silencio. 

Quizás buscó el abrigo de algún recóndito jardín. Y en él contempló, ya 
Deshojada, la rosa del silencio. Aquel mustio silencio”.

Si ese “alguien” es la duda, no nos extraña que el país de la sombra, de la sed, del sueño habite multiplicado en el silencio, el otro leit motiv del poeta de San Sebastián. Estos elementos, tan sensoriales como reveladores del espíritu, fraguan la invisibilidad de la eternidad, de la luz que invoca. El silencio continúa siendo el lugar donde limar los sentidos apagados.

“Quizás descubrió los hilos de otro remoto manantial. Pero en ellos también dormía el silencio. El más callado silencio.

Quizás volvió a hollar los tenues espejos de la lluvia. También en ellos había huellas desvaídas. Las huellas del más claro silencio”. 

7.- 
Claridad versus sombra. O ambos en el convulso sistema espiritual del hombre. El poeta navega en estas aguas. La poesía despeja el paisaje, lo hace visible a todos los ojos. A los ciegos y a los congregados por la luz. He allí la otra claridad, la soledad reencontrada. 

“Alguien debía volver de aquel país de soledad. Y por haber olvidado la clave de sus pasos, descansa ahora a la vera de su cansada soledad. 

Quizás vació sus lágrimas en el cálido surco de la sombra. Y allí creció, entonces, el árbol de la soledad. La más armoniosa soledad.

Quizás ató sus pasos a las cálidas raíces del sueño. Allí se abrió, entonces, la flor de la soledad. La más candorosa soledad.

Quizás dejó caer sus voces en el cálido río del silencio. ¿Recuperó allí la clave de sus pasos? Desde entonces quedó poblada de música la soledad de las palabras”.

La pregunta del poeta descubre la posibilidad de que la soledad invada las palabras. Es decir, el sonido del mundo, el más hondo, el más humano, la poesía. La fuerza de este poema de Utrera nos lleva hacia el lugar donde desaparece el paisaje restringido. El poeta aragüeño universaliza la lectura, la imagen de un hombre solitario, quien desde los motivos de su afán hace país global, redondo, mundial.

LA SOMBRA TEMERARIA

Hace un tiempo, el año (1981) que Miguel Ramón Utrera ganó el Premio Nacional de Literatura, nos tocó entablar con él una conversación. Habló de su vida, de la vida de otros, de un “inmerecido” galardón que sus amigos le dieron. Habló de poesía, del silencio y de los ruidos más allá del pueblo donde enseñaba y solía encontrarse con la sombra, con el silencio. 

Decíamos:

“Cuando la muerte reposaba en la puerta, Miguel Ramón Utrera no se negó a presentirla. Con los años la hizo sombra, sueños y fantasmas en los lomos empedrados de su San Sebastián de los Reyes, donde el sur es memoria y distancia”.

Entonces entendimos el poema, la belleza de su misterio:

“Esta sombra nos sigue, de puntillas;
se oculta en nuestras horas claras;
y así mismo se infiltra en nuestras voces
con leves ademanes de fantasmas”.

La sombra, la persistencia de la sombra, esa, la temeraria que de puntillas lo sigue mientras baja a desayunar a la casa de su hermana. Acogido por un clima benigno, el poeta se amiga con su bastón, siente los límites del dolor en las coyunturas, en los ligamentos del alma. Por eso, sabe que la sombra es plural, mirada de quienes se sienten seguidos por ella:

“La entrevemos, siguiendo nuestros pasos,
y trepando por todas las palabras;
inasible, fugaz, sin rumbo fijo,
pero presente siempre y siempre extraña”.

El soneto se hace muchas voces. Un poeta es capaz de multiplicarse, de reflejarse en la misma sombra, en esa aventurera incursión. 

“Guardemos ya nuestras mejores voces.
Deshilando la hebras de este sueño,
esperemos la luz de la mañana”.

Un viejo recuerdo de oro: Calderón de la Barca, la vida es sueño, la muerte es sombra, la mañana es la única posibilidad de salir del río infinito. 

“Cuando el día retorne con sus sones,
en el diálogo puro –lumbre y sueño-
se rasgará la sombra temeraria”. 

“La otra claridad” es la sombra que nos sigue. La que habrá de desaparecer con la muerte. La que habrá de regresarnos a la luz. 

Ese día de visita al poeta, dejamos escrito:

“En san Sebastián de los Reyes nadie duda de la sombra de Miguel Ramón Utrera, nadie calumnia los pasos que se siguen oyendo frente a la iglesia, en el corazón del cedro o en la hojarasca retraída de Semana Santa.

Otra cosa es el silencio. Porque “hay ahora un silencio hondo que destila soledad sobre las voces aún dormidas”.

Su voz, silencio que no lo agota, suena a pared de casona. Es una poesía llena de regresos. Y el jardín donde aún encuentra la soledad es el mismo silencio de otros patios. Una cronología de palabras que encajaron en la fuente de los cerros, en la mirada sobre la “huella impaciente” del tiempo.

Se extravía en sus propias huellas, las que preguntan. Tomará “el cauce de estas voces/ que nos llegan de lejos”.

Alguien acaba de ver al poeta Miguel Ramón Utrera metido en unos libros, cubierto de polvo nocturno, recogiendo los pasos, recobrando su sombra”.

Los que regresamos desde esa sombra, de la que el mismo poeta fundó, aún lo vemos trajinar por las calles, la única que bajaba y subía, a recoger los restos del silencio.



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Alberto Hernández. Fotografía de Alberto H. Cobo.


Alberto Hernández

Nació en Calabozo, estado Guárico, el 25 de octubre de 1952. Poeta, narrador y periodista. Se desempeña como secretario de redacción del diario “El Periodiquito” de la ciudad de Maracay, estado Aragua

Fundador de la revista literaria Umbra, es miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo y colaborador de publicaciones locales y  extranjeras. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria.

En Venezuela ha publicado sus trabajos en la Revista Nacional de Cultura, Imagen, Solar, Poda, et al. Miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de CaraboboIntegrante de “Crear en Salamanca”, página digital de la ciudad castellana. Igualmente, en Cervantesmileshighcity de la ciudad de DenverEstados Unidos. Y en diferentes blog nacionales e internacionales.



En 2018 fue reconocido en la XVII Edición del Premio Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana por su novela “El nervio poético”.




Ha publicado los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) e Intentos y el exilio (1996). Además ha publicado el ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999).  Stravagnza (Italia 2012), 70 poemas burgueses (Caracas 2014), Ropaje (Cancún, México. 2012), Los ejercicios de la ofensa (Estados Unidos. 2010)
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