lunes, 3 de septiembre de 2007

UN ASUNTO PRIVADO.

Un cuento de Yilly Arana



Una escena de Metrópolis de Fritz Lang


Estimados Amigos


Hoy compartimos con ustedes un cuento de Yilly Arana que forma parte de la Antología Terrorista del Grupo Li Po publicada por la editorial estatal El perro y la rana.


Puede descargar la Antología Terrorista del Grupo Li Po pulsando aquí



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Está permitida la reproducción total o parcial de esta obra y su difusión telemática siempre y cuando sea para uso personal de los lectores y no con fines comerciales.

 

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UN ASUNTO PRIVADO



- Aló - dijo la dulce voz femenina al otro lado de la línea-, “NEMESISTEMA. ASESORES CORPORATIVOS” a sus órdenes.

- Buenas tardes. Estoy llamando por lo del aviso del periódico…

- Espere un momento, le comunico con uno de nuestros promotores. Por favor, no se retire.

- Gracias…

Heriberto González Grass soportó unos compases de la canción de ese verano, utilizada como cortina musical para el tiempo de espera, y al cabo de unos instantes una voz firme se puso al habla.

- “NEMESISTEMA. ASESORES CORPORATIVOS”, dígame en qué podemos servirle.

- Le llamo por lo del anuncio de prensa…

- Umjú…-con tono de hastío-.

- ¿Es verdad lo que dice allí?

- El anuncio no “dice” nada; sólo informa de nuestros servicios por medio de la utilización de símbolos gráficos cuyo significado convencional permite transmitir mensajes entre sujetos previamente alfabetizados. A estos signos se les conoce también con el nombre de “letras”; las letras componen “fonemas”; varios “fonemas” hacen una “palabra”; varias “palab…

- ¡Caramba! Tampoco es para que me ofenda, señor.

- Yo no puedo ofenderle –aseguró esta vez el asesor, suavizando un poco el tono aunque sin perder la severidad-. Es cosa suya si usted, en su poca autoestima, elige sentirse ofendido por mi reconocimiento inmediato de sus evidentes limitaciones intelectuales.

- Cierto, señor. Usted disculpe, le entendí mal. Trataré de no incomodarlo mucho; pero es que quería saber…

- ¿“Quería”?… ¿Es que ahora ya no quiere?... ¿Y para qué estamos hablando entonces?

- ¿Perdón?... No, bueno… Lo que quise decir…-y el potencial cliente tragó grueso-.

- …pero que no dijo...-apostilló su implacable interlocutor.

- Está bien, está bien: Les estoy llamando para saber si su empresa puede encargarse de desalojar a un inquilino muy molesto que tengo. Ustedes aseguran que pueden hacerlo en menos de setenta y dos horas.

- De que podemos, podemos –declaró con evidente y profesional autocomplacencia la voz al otro lado del hilo-. Y nuestro récord es de un par de horas a partir de la firma del contrato. Claro está, siempre que su estómago pueda resistir un poco de sangre. Nuestra efectividad es inversamente proporcional al grado de pacatería y ñoñez del cliente.

- Bueno… En realidad yo no quiero que nadie salga lastimado; pero si no queda otra forma de hacer que el bicho ese me devuelva mi casa... La verdad, el par de viejitos y la niñita no molestan mucho; pero el pelúo ese… Fíjese que ahora le dio por regalarle libros a los carajitos en el parque… ¡Vaya Ud. a saber qué se trae entre manos! Porque seguro que lo que busca es ganarse su confianza para después abusar de ellos, el muy degenerado… El otro día…

- Señor, los cuentos no nos interesan –le cortó en seco la voz autoritaria- ¿Quiere concertar una cita, sí o no? Nuestra firma no discute de negocios por teléfono.

- ¿Cómo dice? Bueno… Sí claro. Pero quería… Es decir, quisiera saber cuánto va a costarme todo eso: Hace un mes le consulté el asunto a un abogado amigo mío…

- Je, je, je…

- ¿De qué se ríe?

- Escuche señor…

- …González Grass. Heriberto González Grass –y añadió con orgullo: - Mi madre es alemana; pero mi papá es de Caripe.

- ¡Rancio abolengo, eso me gusta! Bien, le voy a explicar una cosa, señor González Grass: acudir a los Tribunales no le resolverá el problema. Usted, por nada en este mundo debe considerar siquiera esa opción. De hecho, lo que ocurrirá si demanda usted a su inquilino, es que va a pasar los próximos diez años de su vida acudiendo a cada rato a unos sitios bastante feos, atestados de gente malhumorada, escuchando palabras incomprensibles y destrozándose los nervios… ¿Y todo para qué? Pues para que al final –si es que logra desalojar al criminal violador de su vivienda, cosa que ocurre en muy pocos casos- su “amigo” el abogado se termine quedándose con la casa, alegando que usted le debe dinero. Esa es la verdad: Al final, usted pierde su juventud, su dinero y su casa –ahora el asesor había adoptado el tono paternal de quien trata de hacerse entender por un niño o por un idiota-.

- ¡Susto! ¿Ud. cree?

- No lo “creo”, señor; estoy seguro. Precisamente, nuestra empresa es líder en su área porque entendemos que todos, y subrayo TODOS, los problemas son privados y en consecuencia, deben resolverse privadamente. Si usted no lo intuyera así, no nos hubiese contactado ¿verdad? –hizo entonces una estudiada pausa dramática, antes de dar el puntillazo definitivo-. Ahora bien, honestamente debo reconocer que nuestra tarifa no es la más económica; sin embargo, puedo asegurarle que es de las más competitivas del mercado en materia de privatización de conflictos. Créame, usted no debe preocuparse por eso, amigo. ¡Puede considerar que su problema ya está resuelto!

- Y ¿cuánto me costaría?

- Tenemos una tarifa por campaña básica que cubre las primeras cuatro semanas de operaciones. Por lo general eso basta; pero si así no fuese, puede contratar entonces el paquete “Premium” que se calcula por módulos y es directamente proporcional a la resistencia del inquilino. Este servicio garantiza el cumplimiento del objetivo y, además, usted participaría, sin cargo alguno, en nuestros sorteos especiales para clientes V. I. P.

- ¿Dan premios?

- Sí. Nada en metálico. Sólo cruceros con todos los gastos pagados.

- ¡Wuau, eso es increible!

- No tanto, sólo aprovechamos las ventajas de la libre empresa: tenemos un convenio con “Caribe Wild Tours” y su flotilla de catamaranes first class.

- Muy bien, caballero. Ahora dígame, por favor, ¿dónde están sus oficinas?


La tarde de aquel jueves de marzo hacía un calor sofocante en el centro de la ciudad; sin embargo, indiferente por completo a ello, en el interior del amplio Pent House que ocupaban las oficinas de NEMESISTEMA, ASESORES CORPORATIVOS reinaba una atmósfera tan fresca como sólo puede encontrase en aquellos lugares acostumbrados por completo al éxito. Cómodamente sentados en el lobby de la lujosa oficina, la pareja constituida por el gordito González Grass y su consentida esposa Tatiana Enriqueta Viturro de González (La “Tati”, como le gustaba que la llamaran sus amistades) esperaban desde hacía quince minutos. Frente a ellos, en el módulo de la recepción, una rubia que parecía sacada de la mansión Playboy acariciaba el teclado de una moderna computadora al tiempo que contestaba el teléfono. Ambos esposos se miraban nerviosamente y sonreían como niños que se preparan a cometer una travesura. En las piernas del marido descansaba un maletín negro, de cuero, fuertemente cogido por sus asas.

- El señor Battista les recibirá enseguida. Adelante, por favor –dijo, al tiempo que abría la maciza puerta de madera pulida del despacho de su jefe.

El tal señor Battista resultó ser un tipo contradictorio: De baja estatura, se había salvado por poco de ser enano; sin embargo, había algo de inquietante en su porte, como si se tratase de una especie de zorro de ojos saltones enfundado en un traje de casimir inglés, de excelente corte. El asesor ocupaba un enorme escritorio de madera de caoba que lucía desproporcionado con relación a su ocupante. Levantó la vista de los papeles en que estaba trabajado y dejó estos en un rincón del mueble. Entonces se levantó ágilmente de su silla y cruzó la espaciosa estancia para estrechar las manos de sus nuevos clientes. Llevaba el pelo engominado y se peinaba con un ridículo copete ondulado, estilo años treinta, que le hacía parecer una muestra médica de gangster de película. Sólo le faltaba una flor en el ojal para completar el cuadro.

- Encantado de conocerles, amigos –siseó en forma melosa, aunque con un timbre chillón que acentuaba su aspecto de roedor. –Heidi, traiga café para los señores, por favor-dijo dirigiéndose a la rubia al tiempo que le guiñaba un ojo.

- Gracias señor Battista, es muy amable en recibirnos –contestó a coro el matrimonio.

- Tomen asiento por favor, y disculpen la demora en atenderles –dijo Battista frotándose las manos e indicándoles un par de cómodas sillas frente a su escritorio-. Es que tuve que solventar un pequeño inconveniente; pero gracias a la maravillosa tecnología de la Internet, hoy día podemos realizar desde una video-conferencia hasta chequear nuestras finanzas aunque estén muy lejos de aquí, en las Islas Caimán por ejemplo, ¿eh? Y ya que hablamos de finanzas… ¿Trajeron el dinero?

- Oh, sí, por supuesto –respondió inmediatamente Tatiana, con su habitual deseo de demostrar su liderazgo conyugal. Y dirigiéndose a su dócil maridito: –Dáselo, “Berto”.

Con un movimiento que había ensayado la noche anterior frente al espejo, Heriberto colocó el maletín sobre el pulido escritorio del señor Battista quien frunció casi imperceptiblemente el ceño, aunque no dijo nada. No en vano su lema de vida era “El que paga, manda.” Cuando el gordito sacó del maletín varios gruesos fajos de billetes, el engominado ejecutivo se chupó los labios con un ruidito desagradable. Fue el único gesto que se permitió. Tatiana y Heriberto se miraron a los ojos, complacidos: eran unos auténticos triunfadores. Battista seguía imperturbable, mirando el dinero y sin hacer nada. Tatiana miró interrogadoramente a su marido, quien se encogió de hombros y carraspeó levemente para llamar la atención del asesor; el cual seguía mirando, impávido, el montón de billetes. Heriberto carraspeó más fuerte todavía. Entonces, lentamente y sin mover un músculo más de los estrictamente necesarios para ello, Battista ladeó un poco la cabeza y sus ojos desorbitados se clavaron en sus interlocutores, con una mirada vacía, de pozo profundo. Parecían los ojos sin vida de los tiburones. A la vez, una mueca mal disfrazada de sonrisa se formó en su pálido rostro.

- Cuando contemplo a Dios siempre experimento una especie de arrobo ante su grandeza –dijo al fin-. ÉL es el gran misterio que todo lo puede. No hay enemigo que no venza ni obstáculo que no remueva. ¿No lo creen así, amigos míos?- dijo con su voz de falsete.

- ¿Dios? No le entiendo. Esto es el dinero que acordamos… Sólo dinero –dijo Heriberto. La Tati asintió; más por no quedarse sin hacer nada que por haber entendido algo.

- Eso es cuestión de criterios, señor mío –repostó Battista conservando su amarga sonrisa.

Antología Terrorista (2008) del Grupo Li Po. 





En ese momento la despampanante recepcionista se ajustó el auricular -apenas disimulado por su melena dorada- y, tras un rápido intercambio de palabras muy breves con alguien invisible, levantó la vista de su terminal, le obsequió una radiante sonrisa a la pareja y alisándose la falda salió de su reservado. Con un amable gesto les indicó que la siguieran por el pasillo de mullida alfombra que separaba su puesto de trabajo del resto de las oficinas.
 
Dos meses más tarde Perico Fuentes salió temprano rumbo al trabajo. Cerró con llave la puerta de la casa donde vivía desde hacía tres años y se dispuso a enfrentarse al mundo con paciencia, como siempre. Entonces, lo que vio le crispó los nervios: La cabeza de su perro, Corasmín, estaba ensartada en la reja del porche con una nota escrita que decía “La culpa es tuya, por terco”. Con la vista nublada por las lágrimas maldijo mil veces a su enemigo invisible, el mismo que desde hacía un mes sistemáticamente venía embadurnando con mierda el picaporte de la entrada y también le había arruinado las plantas del jardín –única distracción de sus abuelos- envenenando la tierra de las macetas con aceite quemado de motor. Ya esto era demasiado. Salió a la calle y durante casi media hora recorrió la acera y los alrededores de la casa buscando el cuerpo del pobre animalito; pero no lo encontró. Así que hizo de tripas corazón y tragándose la rabia el hombre desprendió suavemente, como si temiera poder lastimar a su amigo, la macabra advertencia de la reja de entrada. Luego se dirigió al patio del fondo y la enterró en completo silencio. Lo mejor era que los abuelos no se enteraran. A Julietica tendría que decirle que el perro se había ido con unos amigos… O mejor con una novia, para casarse y tener perritos y ser felices en la ciudad de los perros. O algo así por el estilo. Al terminar entró de nuevo a la casa y se dio un baño para quitarse el sudor y la tierra. Cuando se estaba enjabonando se puso a llorar como un niño, de pura impotencia.
- ¡Pápiiiii –gritó Conchi desde la sala de estar a su padre, que en ese momento se encontraba desayunando en la cocina y a punto de salir corriendo para la oficina-, ahí está al teléfono el tipo ese, otra vez!

- ¡No, no, no, hija. Dile que no estoy! –susurró agitado Heriberto y caminando de puntillas se dirigió a su mujer que ya iba por la segunda taza de café-: No sé, Tati, atiéndele tú… Dile que deje de fastidiar. Sé firme. Eso: Dile que deje el fastidio… que no tenemos nada que hablar.

- ¡Ah no! Ya estoy cansada de escuchar sus quejas… -protestó La Tati- ¡Además, anoche llamó también y tuvo el descaro de mentarte la madre, el muy grosero!

- ¡Pero bueno! ¿Se volvió loco el desgraciado ese?… Mejor que se deje de vainas, o no respondo. ¡Mi madre es sagrada, por si no lo sabe el mono ese!

- ¡¡Papiiiiii –chilló de nuevo la adolescente, asomándose a la puerta de la cocina- ¡Atiende a tu loco! Yo no me calo este terrorismo, papi… ¡No sé qué le pasa ahora!... Lo único que le entendí es que tiene no sé qué problema con un perro. Dice que va a ir a la Fiscalía… Ay no sé, el tipo es un ridículo. Atiéndelo tú, nojombre! –dijo haciendo pucheros y arrojó el teléfono inalámbrico sobre la mesa de la cocina. Acto seguido salió meneando su trasero quinceañero y rompió a llorar escandalosamente. La Tati encaró a su marido y agarrándolo por un brazo le puso el teléfono en la boca.

- ¡A la beba no me la va a traumatizar ningún malandro, Heriberto. Ahorita mismo lo pones en su sitio, al bicho ese!

El gordito tragó grueso y alzó la voz lo suficiente para parecer autoritario; pero sin perder el glamour.

- ¿Qué es lo que le pasa ahora, señor Fuentes? ¿Se puede saber qué modales son esos?

La Tati forzaba sus tímpanos. Sin embargo no logró distinguir más que una serie de murmullos. No le gustó nada cuando el semblante de su marido se tornó pálido y se le marcaron las venas de la nariz. Heriberto comenzó a sudar y respirando dificultosamente dijo con voz grave: -Haga lo que crea conveniente, amigo. Yo sólo quiero que salga de mi casa…- Y luego de una prolongada pausa en la que se le marcaron las venas de su rechoncha la nariz: -¡Al carajo con el contrato, a mí no me amarran papeles, mequetrefe!- Y colgó.

- ¿Qué te dijo? –preguntó tímidamente La Tati, quien pocas veces había visto a su marido perder los estribos de esa manera.

- Pendejadas. Me salió con una sarta de ridiculeces acerca de sus derechos… Ya tú sabes: Toda esa labia barata conque siempre sale para dárselas de entendido el fracasado ese. Dijo que como no le queremos recibir el alquiler nos va a consignar los reales en un Tribunal y que, de paso, nos va a denunciar en la Fiscalía por haberle matado al perro.

- ¿Qué le matamos el perro? ¿Tú no habrás hecho eso, verdad Berto? Tú sabes que todos los animalitos me encantan … Bueno, todos menos las culebras y los sapos, esos son feos y peligr…

- ¡Qué voy a estar matando nada, mujer! –le interrumpió su marido, agitando las manos- Eso seguro son vainas de la gente de Battista. Como el idiota ese se empeña en seguir viviendo en MI casa, a lo mejor quisieron darle un susto. Y ahora tiene los riñones de venir a amenazarme a mí… ¿Qué se habrá creído el muy cretino? ¡Ahora sí me va a conocer! Esta tarde paso por donde Battista: Que me cobre lo que quiera; pero a ese pichón de comunista trasnochado lo quiero en la calle… pero YA! Que se vaya a vivir bajo un puente, que es donde debe estar, el muy desgraciado. Mira que nombrarme a mi madre, que es una santa, el muy boca sucia.

- Pero Berto; ya le pagamos bastante. Él nos aseguró que lo desalojaba en dos semanas y ya van dos meses. Yo creo que mejor hablamos con tu amigo Valladares.

- Valladares es un pendejo, mi amor; Battista es un profesional. ¿Vistes las fotos que nos mostró? Además, no le vamos a regalar el dinero: Ya cobró, ahora que cumpla. Tú tranquila, que esto lo arreglo yo al viejo estilo.


Tres noches más tarde la familia González Grass celebraba con una cena especial la liberación de su casa. La beba se hacía carantoñas con su noviecito; mientras Heriberto y Tatiana bebían su tercera copa de vino. La vida había vuelto a su normalidad y se sentían plenos y en armonía con el mundo tal como siempre lo habían conocido.



Una semana después, Julieta, con sus cinco años, preguntaba a sus abuelos una vez más y como todas las tardes, por qué su papá no había vuelto todavía del trabajo. Los viejos inventaban una nueva excusa, mientras seguían esperando noticias de la policía respecto del paradero de su hijo.


Ya era tarde en la noche del martes; sin embargo, las luces del Pent House de “NEMESITEMA, ASESORES CORPORATIVOS” permanecían encendidas. Adentro, sólo el pequeño jefe continuaba trabajando. Los dos sujetos entraron silenciosamente y sin anunciarse. Uno era muy ancho de hombros; el otro era flaco y con marcas en la cara. Sin mayor protocolo saludaron con un gesto a Battista, quien sin dedicarles mayor atención extendió una mano mientras con la otra buscaba una carpeta marrón.

- Lo convenido, patroncito. Cuente, cuente –dijo el de las marcas de viruela- y le dio un sobre abultado al asesor corporativo.

- Tranquilo, Durán. Ustedes no me van a salir con nada raro, ¿cierto?

- De todas formas, verifique. Ya lo sabe: “Cuentas claras conservan amistades”.

Battista contó el dinero. Asintió conforme y sonrió satisfecho. Acto seguido lo guardó en la primera gaveta de su escritorio y le tendió la carpeta a sus interlocutores.

- Allí están los datos. Todos están bastante sanos; aunque me parece que el señor tiene riesgo de hipertensión. En todo caso, la niña compensa cualquier defecto del grupo: “juventud, divino tesoro…” –sonrió evocadoramente el señor Battista.

- ¿Los recogemos donde siempre? –preguntó el grandote, al tiempo que se guardaba la carpeta en un bolsillo de la enorme chaqueta.
- Umjú –fue la simple respuesta.


- ¡… Tatiiiii, mi vida, te tengo un notición! –canturreó alegremente Heriberto González Grass mientras soltaba su portafolios en el sofá y se quitaba los zapatos que le estaban matando.

- Ayyy… ¿Se puede saber por qué tanta alegría, cariño? -le interrogó su esposa, saliendo de la cocina y secándose las manos con el delantal.

- ¿Recuerdas la tarde en que fui a hablar con el señor Battista para exigirle que cumpliera con el trato? Bueno, en principio quiso venderme el plan “Premium” ese, el que contemplaba un pago adicional ¿te acuerdas?...

- Heriberto Rubén… ¿No te habrás endeudado más con esa gente, verdad? Mira que todos los ahorros que teníamos se los entregamos. Además…

- Pero déjame hablar, mi Tati –terció el marido. No hubo necesidad de pagar nada. Desde el principio le dejé muy claro que no iba a darle más dinero, no señor. Incluso debo reconocer que me alteré un poco y le hablé fuerte…

- ¡Ay Heri, me encanta cuando te pones intenso y defiendes a tu familia! Por eso es que me casé cont…

- Déjame terminar, mi gordis: El hombre me miró feo. Incluso pensé que me iba a echar de la oficina. Sin embargo, de pronto me sonrió ampliamente, me ofreció un trago y me dijo que no me preocupara más. Entonces le pidió una llamada a su recepcionista…

- Umjú, la bicha esa; la catira a juro que no te quitaba la vista de encima…

- ¿Me vas a dejar terminar el cuento? –se molestó el marido.

- ‘Ta bien, pues.

- Bueno, lo cierto es que parece que habló con alguien de la casa matriz y me aprobaron un plus de servicio o algo así. No le entendí muy bien. Lo bueno es que no sólo obtuvimos las ventajas del sistema “Premium” –y ya viste los resultados, ¿no?- sino que esta tarde me llamaron para informarme que NOS-GA-NA-MOS-EL-CRU-CE-RO, mi amorcito. Una semana por las Antillas con todos los gastos pagos. ¿Qué te parece? Salimos este próximo sábado, mi amorzote; así que empaca y ve tramitándole a la Beba un reposo falso con Eduardito: Que sirva de algo tu hermanito el médico.

- ¡Ay qué maravilla, mi gordito lindo! Eres un genio… -dijo eufórica La Tati, y la feliz pareja se comió a besos.


A las nueve de la mañana del sábado, la familia González Grass esperaba ansiosa al pie del edificio en que vivían. Sentada sobre las maletas, La Beba movía ágilmente los dedos sobre el teclado de su celular, comunicándose amapuches telemáticos con su novio, mientras sus padres escudriñaban el horizonte esperando la llegada del transporte que los llevaría al Paraíso.

- ¡Ahí está! –gritó de pronto Tatiana, sacándose los lentes de sol. –Niña, levántate y ayuda a tu papá con las maletas.

Una camioneta Van, tipo panel, sin placas pero con el anuncio de “CARIBE WILD TOURS” cruzó la esquina en dirección al grupo y se estacionó a pocos pasos de la feliz familia.

- Buenos días –dijo Heriberto.

- Buenos días –respondió el chofer, un hombretón de espaldas como puertas. –Suban por favor, señor y señoritas –La Tati se sentó en las cómodas butacas y sonrió complacida por el halago. La Beba ni se percató ya que seguía chateando por el celular con su noviecito: Subió automáticamente al vehículo mientras su padre acomodaba las maletas, ayudado por el otro tripulante de la camioneta.

- ¿Es todo, señor? –preguntó el sujeto con marcas de viruela.

- Sí, amigo. Eso es todo…

- Bien, entonces. Antes de abordar el Catamarán siempre acostumbramos dar a nuestros clientes un brindis de bienvenida. Esperamos que sea de su agrado, señores –dijo el grandote.

- ¡Uy, qué rico! –dijo La Tati -Igual que en “La Isla de la Fantasía”. ¿Te acuerdas, Heri?

- Si, mi vida. Sólo que lo nuestro es real. ¡Tenemos nuestra fantasía cumplida…!

- Je, je, je –Sonrió el del rostro marcado. -Sí señor: “El avión, Jefe. El avióooon”.


La Isla de la fantasía






Y todos rompieron a reír de lo lindo mientras el vehículo se ponía en marcha. Efectivamente, todos iban a cumplir su fantasía: especialmente los destinatarios de sus órganos, que gracias al mercado negro, ya no tendrían que esperar por donantes.


FIN

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Yilly Arana. Abogado egresado de la Universidad de Carabobo. Perteneció a las redacción de las revistas Nostromo y Ojos de Perro Azul. Escritor que cultiva con frecuencia los géneros del cuento y del ensayo. También se desempeña como dibujante e historietista. La mayoría de sus trabajos fueron publicados en las ya mencionadas revistas. Es coautor de la Antología Terrorista del Grupo Li Po publicada en el año 200 por la editorial El perro y la rana.

EL elefante muere. Libro de Guillermo Cerceau ilustrado por Yilly Arana







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