El escritor chino-estadounidense publica su ópera prima 'El pequeño guardia rojo', escrita en inglés e inédita en su país de origen
Georgina Higueras Madrid 11 JUN 2013
Nacido en Xi’an (centro de China) en 1965, Wenguang Huang se fue a
Estados Unidos a hacer un doctorado tras la matanza de Tiananmen (4 de
junio de 1989) y decidió reiniciar su vida en ese país, aunque vuelve
con frecuencia a su tierra natal. El pequeño guardia rojo
(Libros del Asteroide), su ópera prima, escrita en inglés y publicada
en Estados Unidos, son las memorias de un muchacho y de un país que
viven atrapados entre la tradición y el comunismo reinante, cuyas ideas
aclara o amplía a través de correo electrónico.
Una novela que no se ha traducido al chino pese a que ha recibido
varias ofertas de editoriales aunque con la condición de que cambiase
algunos “pasajes sensibles”, como su participación en el movimiento
estudiantil del 4 de junio. “Ahora no quiero publicarlo”, dice Wenguang,
pero adelanta que en el futuro planea reescribir la novela en chino y
añadirle algunos capítulos para esos lectores. “Las memorias de la
década de los 70 se han hecho muy populares entre los nostálgicos de
China. Pero primero lo publicaré en Taiwán y Hong Kong”.
Se trata de un autor que destaca las contradicciones entre
confucianismo y comunismo durante la Revolución Cultural. Ante la
pregunta sobre si piensa que el enorme desarrollo de las tres últimas
décadas ha creado nuevas y más profundas contradicciones, el escritor
cree que sí: “Mao y sus revolucionarios estaban obsesionados con
construir la nueva sociedad de la utopía comunista a través de la
destrucción de la vieja tradición y los valores confucianos. Los líderes
comunistas de la era post Mao se han ido al otro extremo, convirtiendo
el desarrollo económico en una prioridad irrevocable. En la actualidad,
ningún otro partido político del mundo ha dedicado más energía a generar
riqueza que el Partido Comunista Chino (PCCh). En consecuencia, no hay
en el mundo ciudadanos más codiciosos que los chinos. Con Mao, la gente
creía que “con la verdad y la justicia de tu lado, puedes ir a cualquier
parte”. Ahora, el principio guía es “con dinero en tu bolsillo, puedes
ir a cualquier parte. La cultura y los valores morales tradicionales se
han tirado por la ventana. China padece contradicciones profundas".
Su padre se desencantó del Partido Comunista Chino. Él y sus
contemporáneos creían fervientemente en el comunismo. “Veían al PCCh,
que representaba lo mejor de la sociedad, como un partido libre de
corrupción, que construía una sociedad igualitaria, en la que el pueblo
podía disfrutar de seguridad en el trabajo y de atención médica
gratuita. En la era de Mao, pese a la puesta en marcha de una campaña
política tras otra para purgar a los disidentes y a que el país estaba
casi en bancarrota, mi padre tenía el cerebro tan lavado que no veía el
lado oscuro del comunismo. En la era post Mao, cuando las descontroladas
reformas capitalistas abolieron el trabajo seguro y la atención médica
gratuita y ensancharon la brecha entre ricos y pobres, mi padre y sus
camaradas, que sostuvieron la revolución, se sintieron abandonados y muy
desencantados”.
La pregunta, entonces, es si el PCCh podrá erradicar la rampante
corrupción. Wenguang cree que la corrupción seguirá creciendo si no
aborda reformas políticas fundamentales, como elecciones libres,
libertad de prensa e independencia judicial. “Pese a las muchas campañas
iniciadas por el partido contra los corruptos, nada funciona. Por cada
funcionario corrupto que captura, emergen miles”, y advierte: "Tiene que
haber un cambio del sistema”.
Un retrato del pasado y del presente es que él cuenta que los jóvenes
no se podían casar hasta que las autoridades les asignaran la vivienda y
ahora no se casan porque no tienen dinero para comprar o alquilar un
apartamento. ¿Qué es peor? “Es igual de malo. Los constructores, en
connivencia con los gobiernos locales, se han forrado y han creado una
burbuja inmobiliaria. Han inflado de tal manera los precios de la
vivienda que en las ciudades la gente corriente, y en especial los
jóvenes, no tienen acceso a ella, lo que crea tremendos problemas
sociales”.
Otro retrato tiene que ver con el confucianismo vista como una
filosofía feudal y obsoleta, pero en los últimos años el Gobierno ha
erigido varios monumentos al maestro. Wenguang cree que se debe a la
incapacidad de ofrecer una alternativa atractiva. El Gobierno, afirma,
“ha iniciado campañas masivas de propaganda para elevar la fe de la
gente en el comunismo pero nadie se traga sus mentiras. La corrupción y
la codicia han originado una crisis de fe. Frente a esta degradación de
los valores morales y sociales, mucha gente se ha volcado en el
cristianismo y el budismo. El PCCh, preocupado porque esta fe religiosa,
en especial la cristiana, pueda erosionar aún más el apoyo al partido y
al monopolio de su dirección, se ha girado hacia el confucianismo y ha
adoptado algunos de sus elementos. El programa del expresidente Hu
Jintao de “construir una sociedad armoniosa” recogió abiertamente los
valores confucianos. Incluso realizaron una película de propaganda sobre
Confucio. Yo dudo de que el partido se salve inyectando confucianismo
al comunismo”.
Una de las consecuencias de la política de un solo hijo preocupa a
Wenguang, porque muchos ancianos mueren solos y muchos serán
abandonados. “La política del hijo único ha traído consecuencias
sociales inesperadas. Quienes nacieron en los años 80 y 90 se encuentran
con que tienen que cuidar de sus padres ancianos sin la ayuda de un
hermano o hermana. Incluso si quieren cumplir sus deberes filiales no
pueden. Además, la generación conocida como los pequeños emperadores y
emperatrices nació en un momento de obsesión de toda la nación por hacer
dinero. Son egoístas, están mal educados y han crecido sin un sentido
de responsabilidad familiar. La piedad filial se ha convertido en un
producto raro en China”.
Su abuela se mofaba, y el tiempo le ha dado la razón, de que lo que
le enseñaban a él en la escuela sobre que “una sociedad comunista
implica menos diferencias en términos de poder, posición social,
bienestar y riqueza”. ¿Acaso el comunismo fue una gran mentira? “Cuando
crecimos nos contaron que la ‘religión es el opio del pueblo’ y ahora
escuchamos que el ‘comunismo es el opio de las masas’. Es verdad. Mao y
sus revolucionarios crearon, en nombre del comunismo, una pesadilla
orwelliana de brutalidad, pobreza y falta de libertad personal. Su
colapso será inevitable”.
Hoy, en contra del consejo de su padre de luchar contra el capitalismo, Wenguang se ha dedicado, como su bisabuelo, a ganar dinero y comprar propiedades. ¿Será el comunismo una página en la historia milenaria de China? “En los últimos cien años, China ha atravesado muchas turbulencias, pero pese a la destrucción que trajo la guerra y el comunismo, China avanzará y los valores morales, sociales y culturales tradicionales desaparecidos renacerán”.
Sobre la matanza de Tiananmen y de la represión desatada tras el aplastamiento estudiantil, escribe en El pequeño guardia rojo:
“Perdimos la ilusión de que podíamos cambiar China”, ¿se debe a ese
fracaso la atonía política de la juventud china? Después de la masacre
de Tiananmen, dice el escritor, el PCCh se embarcó en una campaña masiva
para “hacerse rico’, con la esperanza de que el rápido desarrollo
económico calmaría a las masas. En consecuencia, todo el país, y en
especial los jóvenes, se dedicaron a hacer dinero y se olvidaron de la
política. Diez años después, sin embargo, comenzamos a ver algunas
señales estimulantes. Una nueva generación, harta de la corrupción
rampante y las injusticias sociales, despierta a nuevas ideas y a través
de Internet y los foros sociales promueve cambios políticos en China.
Durante la ‘primavera árabe’ hubo protestas antigubernamentales en
muchas ciudades chinas. Tengo mucha esperanza en la generación más
joven”.
Wenguang recuerda que la actual elite del poder se niega a
enfrentarse a los horrores pasados del comunismo y rechaza quitar de los
altares a Mao y Deng. “Es difícil para China avanzar sin reconciliarse
con el pasado”.
Un pasado que afectó también a la literatura, pero que desde los años
noventa vive un renacer. Aunque la censura y los intereses comerciales,
recuerda el autor de El pequeño guardia rojo, lastraron la
literatura en la década de los noventa. “Pero hay escritores muy
prometedores que luchan contra la censura y narran sin miedo sobre la
China actual. El que más me gusta es Yan Lianke, que utiliza la sátira
para explorar la complejidad y las contradicciones de la China moderna”.
¿Y el premio Nobel a Mo Yan? “Solo he leído dos libros de Mo Yan y me
encantaron. Es un gran narrador, que presenta, con frecuencia en
escuetas imágenes, la vida de la gente común en la China rural
contemporánea. No estoy de acuerdo con el punto de vista político que Mo
Yan expresa en público, pero comprendo su dilema. Como muchos dentro
del sistema, es un hombre de contradicciones. Para gente como yo, que
vive en una sociedad libre y democrática, es más fácil criticar, pero
quien vive dentro, tiene que hacer ciertos compromisos para sobrevivir,
como mi padre en los años 70. Me alegra que el Gobierno chino aplauda la
concesión del premio a Mo Yan, pero también debe reconocer al otro
ganador del Nobel: Liu Xiaobo”.
Tomado de El País
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