martes, 20 de noviembre de 2018

UN CIELO DE LIBRERIAS EN SABANA GRANDE







Un segundo círculo celeste era el de los anuncios gigantes de neón: EFE en colores, Pepsi Cola con su roto yin yang en movimiento, la roja Coca-Cola de cola alternante, cerveza Polar que sube y baja y la piramidal torre La Previsora dando la hora. Luces inmorales. Otras luces necesarias en un tercer círculo lo proporcionaban las mejores librerías de Caracas, agrupadas en constelaciones. 




La Cruz del Sur y constelación del mismo nombre en una lateral del boulevard, que era librería, editorial, sala de exposiciones  y revista. Era la más histórica y no apuntaba al norte sino al este. La constelación la conforman otras dos librerías: una de textos esotéricos tan del gusto de Armando Molina Duarte y cuyo nombre no recuerdo, y en la base de la cruz la librería Suma. En un lateral el restaurant La Vesubiana. A un costado de la librería almorzamos pasta, y mi papa preguntaba a los dueños por Adriano Gonzales León que nunca estaba, luego veíamos una exposición, hacíamos escala en una juguetería educativa, y ya empezando la noche toda la familia nos recogíamos, entre libros y juguetes, en una pequeña habitación del hotel  Khursaal. El alimento espiritual corría a cargo de las librerías. Así concluía nuestro viaje a Caracas desde Valencia.


Gran Café

Era SUMA en mayúscula como su cartel,  la librería más brillante de ese cielo familiar. Allí mi padre hacia escala, dejaba sus maletas al llegar de un viaje de congresos científicos o antes de partir del país, y Bethencourt, el librero y su amable hermana se las custodiaban tras el mostrador. Recuerdo que una vez la dejo atravesada, y el librero se tropezó y se le cayó su pipa.  Lejos de molestarse, con una sonrisa recogió la pipa y su picadura. ¡Clientes de provincia! En los pasillos cercanos a la puerta que da a la calle estaba la narrativa, en el medio la filosofía y solo al final de la librería los valiosos libros de poesía. En el fondo perpendicular el escritorio y alrededor la tertulia. Eran los tiempos en que Manuel Matute sería el último presidente de la Republica del Este y Mario Abreu el Ministro de Defensa. Le habían dado un golpe de Estado a Caupolicán Ovalles. (En un rincón de la barra del Molino rojo Miquilena maquinaba golpes de verdad). 




En los pasillos de la librería Suma recibí mi primer  regaño como lector de parte de un escritor. Yo tenía apenas 15 años y Héctor Bujanda, hoy periodista,  un poco menos, como trece. Nosotros sabíamos quién era Manuel Caballero, y por supuesto, el solo  veía a dos ingenuos  jóvenes escoger un viejo manual de la Academia de Ciencias de la URSS. Nos jalo metafóricamente las orejas y con energía nos instó a la lectura y compra de su libro sobre la internacional. Le hice caso 20 años después. Una tercera  anécdota de Suma la dejo para el final. 




Otras dos constelaciones más al este de la Cruz del Sur eran las osas mayores y menores, o le podríamos decir a la Osa Mayor Constelación del Papagayo por la cafetería contigua a la gran escultura urbana de Jesús Soto,  un sol rojo. Una gran librería de novedades en el nivel de la calle  tenía un anuncio del Gabo tamaño natural que nos recibía en la puerta. Pero los tesoros siempre están ocultos y bajando la escalera topábamos con las vitrinas de la librería del gran Walter, hoy el último librero del país. Libros  finamente escogidos, literatura europea y sureña, libros objetos  y de pinturas esculturas y fotografía. Fotografías adornaban las paredes con escritores de visita o presentaciones de Jorge Luis Borges o Mario Vargas Llosa que en un descuido firmaba sus libros para el lector casual que los hallase. Todo esto creaba un ambiente real maravilloso. Y la Osa Mayor era la conformada por la librería del FCE al lado del Hotel Savoy (no confundir con la heladería Savoy en el otro extremo de la vía etílica y cerca de la segunda librería del FCE). Todo Paz, todo Reyes, todo Pitol, todo sor Juana Ines de la Cruz, los universales clásicos Porrua traducidos por mexicanos y exiliados españoles, los códices aztecas, y el único libro de Rulfo. Y bajando en la pata de la osa La Gran Pulpería del Libro de Castellano Guedez, que recientemente hizo una historia de las librerías y pulperías de libros desde el siglo XVI al  XIX, no llegó ni al XX ni al XXI por humildad, para no concluir con él mismo y su hermano de la librería Historia. La  Gran Pulpería es la mayor librería del país en cantidad y calidad. Es un gran agujero negro que traga todos los libros y del que no querríamos salir. El purgatorio como librería. 

La Gran Pulpería del Libro


En el oeste cruzando la avenida lateral al Gran Café centro de tertulias literarias desde Sardio, ver hablar entre si a los autores de los libros que acabamos de comprar: Calzadilla, Juan Nuño, y el pintor Pascual Navarro con una camisa de curiosos bordados. En otra mesa Papillon. Comprendemos que la literatura vive, y luego de esa avenida límite de Sabana Grande,  está la constelación de Plaza Venezuela que pasando la Previsora, con otro Soto de pared, y la otra FCE, la librería Ludens con Javier Marichal antes de irse a trabajar con los jesuitas y la librería Le France del educadísimo Pierre Paneico.


Un joven Raúl Bethencourt. Imagen tomada de aquí

 El cuarto círculo bajando del cielo, más cercano a nosotros entonces jóvenes, y próximo al suelo es el de los vendedores ambulantes, a precios accesibles, libros de segunda y tercera mano, y algunos intonsos. Siempre compre por igual en las librerías de las constelaciones y en este anillo de asteroides de buhoneros, y pasaba algún cometa con la biblioteca personal completa de algún exiliado. Solo que con el precio de uno de librería compraba once en los buhoneros. Mi biblioteca personal se debe a ambos, pero más a los libros de la calle. (El libro callejero, hijo de la calle de las siete puñaladas, que recorrí con Luis Enrique Belmonte, pero eso ya es otra historia, digresión a futuro).


El librero Walter Rodriguez 

Digo que el primer cielo de verdad, de todos, y el cuarto y último cielo de todos, es también  firmamento porque se mantiene pese a la crisis, y nos iluminaran hasta el final de nuestros días. La esencia del librero es el vendedor informal: el alfa y omega de la profesión.  Las constelaciones se apagaron. Solo el astronauta Walter lo vemos en todas las ferias del libro de Caracas y de las provincias. En Valencia le compre el Atlas de Borges buscado por años en su edición original, con cajita.




Un presagio, tan caro a los romanos me anunció el declinar  de las constelaciones, que más bien astrológicamente deberían anunciarnos cosas nuestras. En la librería Suma un cliente  autoridad eclesiástica y académica, el padre Ugalde,  sale  con su maletín y suena el detector de la puerta. Entre pena y con una sonrisa los empleados le dicen que por las normas deben revisar el maletín. Testigo de ocasión, me acerque para lo que creía un pecado venial del prelado para obsequiar un libro a un niño pobre o una biblioteca de las escuelas Fe y Alegría. Todo lo dora un buen fin, escribía Gracián. Con pena y sonrisa abrió el maletín cuyo único contenido era una gran pistola automática. A modo de explicación, que nadie le solicito, nos dijo que trabajaba en “sectores populares”. Con el sacerdote del maletín  cierro mis recuerdos de la librería Suma.


"Anemoi" de Alberto Cavalieri, Bulevar de Sabana Grande (Caracas - Venezuela). Johnny Gomes


Todas las librerías de Sabana Grande eran librerías de izquierda por sus títulos y clientes. De la izquierda exquisita y de la militante. Sus  libros eran muy costosos. Ahora hay otra red de librerías: las del SUR, del Ministerio del poder popular para la Cultura, ediciones del Perro y la Rana, Monte Avila, Fundarte. Nuevas constelaciones al oeste de la ciudad, practicando la inclusión,  con libros a precios accesibles, a menos del costo para que jóvenes de sectores populares hoy puedan hacerse una biblioteca personal para formarse, el complemento de la biblioteca pública. Esta semana entre el 8 y el 18 de noviembre una lluvia de estrellas desciende al casco histórico de la capital. Es la FILVEN 2018 que organiza entre otros Cristian Valles del CENAL. No pierdan esa oportunidad.




Volviendo al pasado, mi pasado. La cultura creada en ese paso de la edad escolar a la adolescencia se la debo a la Vía Láctea de Sabana Grande, láctea para mí por los helados de vainilla, y etílica para los republicanos del este y los balleneros, admirados por el doctor Téllez Carrasco que era a efectos prácticos un abstemio. Entre los recortes de la pastelería Savoy, comprados por mi papá: una económica bolsa con pedacitos de galletas susy, cocosete o fragmentos de bombones, y la bolsa de libros de poesías cuentos y ensayo comprados por mi mama, o viceversa,  significaron mi paso de la niñez a la adolescencia. Sigo ahí. Me comí los chocolates y  todavía leo, o releo con mis hijos, algunos de esos libros de las Constelaciones de Sabana Grande.

Pedro Téllez




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Pedro Téllez (Valencia, Venezuela, 1966). Ensayista. Conferencista. Bibliófilo. Médico psiquiatra. Ha publicado los libros: Añadir comento (1977). Fichas y remates (1998), Tela de araña (1999), La última cena del ensayo (2005) y Un Naipe en el camino de El Dorado (2007). Ha sido redactor en la revista Poesía y colaborador de la revista Zona Tórrida, publicaciones de la Universidad de Carabobo. Colaborador en publicaciones periódicas tales como Predios, Arte de leer, Mañongo y Tiempo Universitario. 

6 comentarios:

  1. Gracias por rememorar una época de oro de Caracas, especialmente Sabana Grande.

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  2. Gracias por mencionar mi libreria Cruz del Sur!

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  3. Pedro te faltó nombrar a los libreros de Sabana Grande que formaban parte de la constelación. Sólo en broma, porque disfruté mucho en la memoria...

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