Vista aérea del casco central de Valencia, la de Venezuela en el año 1977. |
Estimados amigos
Hoy tenemos el gusto de compartir este texto de nuestro amigo del escritor valenciano Pedro Téllez que fue publicado en la Revista literaria de la Universidad de Carabobo "La Tuna de oro" en el número 26 correspondiente a los meses de Mayo-junio del año 1999.
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REMATES DE LIBROS EN LA CIUDAD DE VALENCIA
I
BARATILLO DEL LIBRO se llamo el mas grande remate de la ciudad,
funciono en el año de 1986, en el centro de Valencia a tres cuadras del
Capitolio, y a una de la CANTV.
El Baratillo era un galpón de 40 metros de largo por 15 de ancho, sin ventanas a la calle daba una diminuta puerta, afuera un anuncio que solo se leía a la salida; en ese espacio se amontonaban miles de libros, en cajas, en montones del tamaño de un hombre; un volumen de libros comparable al de la Biblioteca Estadal Manuel Feo La Cruz pero sin ficheros ni estanterías, desorganizados y repetidos algunos, en cajas que la gente volcaba. Los libros eran todos nuevos, el precio era ínfimo pues se omitía el ultimo cero: cien era diez, diez era uno. El único requisito para hacerse —en menos tiempo- con un biblioteca personal parecía ser el manejar una lista mental de autores 0 intereses; un buen lector navega perfectamente en el caos de este tipo de recintos, requisitos adicionales
Biblioteca Manuel Feo La Cruz. Valencia, Venezuela. |
serian soportar el inmenso calor del lugar; y resistir las
nubes de polvo que levantaban los visitantes. Dos personas, personajes, atendían
el Baratillo del Libro: el encargado era un hombre
Capitolio de Valencia. |
conversador y culto, con vocabulario y en un acento distinto del común, producto tal vez de su bachillerato entre Bogotá y Madrid; él estaba muy claro en lo que decía: “estoy haciendo una labor cultural en la ciudad” -él no era de aquí- “esta mercancía iría a las recicladoras de papel, yo esperando un poco los venderé uno a uno, o a revendedores, y les gano más haciendo un favor cultural a Valencia”. Sin duda que lo hizo. Su ayudante, también de ambiguo acento, era un joven sin mayor interés por el libro en cuanto a tal, a su contenido; pero se maravillaban del número, la diversidad de títulos y, sobre todo, ante el hecho de que los clientes escarben en las montañas y sepan escoger un par de ellos, reconociendo al autor o el tema que tratan.
Revista Tuna de oro. Mayo junio 1999. Número 26 |
El remate no duro más de un año; a ellos les volví a ver una sola vez: al encargado lo encontré en la Inauguración del Salón Michelena, me hablo de un itinerario de empleos: Firestone, Ford, Montana, etc.; él recodaba con placer sus tiempos del Baratillo. En cuanto al asistente, coincidí con él en una mesa, conversamos largo, actualmente se dedica a reparar aires acondicionados “me va bien, pero mi mejor trabajo fue aquél”, me dijo. Solo entonces averigüe de donde vinieron los libros: los traían de los depósitos de la librería Ibérica, una cadena de locales entre Mérida y Barquisimeto; para ocultar una quiebra inminente sus libros viajaron hasta aquí, obtuvieron una última oportunidad. El remate como todas las minas fue aprovechado por un grupo pequeño de personas, la mayoría jóvenes alumnos de la Escuela de Teatro Ramón Zapata: Jorge, Argenis y Dimeo que llegaba con un sospechoso maletín negro.
Nadie decía nada a nadie, el remate era como un secreto, y
aunque parezca mentira esta enorme cantidad de libros fue comprada poco a poco por una minoría
de jóvenes sin dinero, lo
que me lleva a pensar que lo caro no son los libros, sino el
tiempo que invertimos en leerlos; me explico: para comprarlos son múltiples las
oportunidades, los lances; pero el ocio
necesario para el estudio sí que cuesta dinero, y si no se tiene hay que trabajar (y no leer). Volviendo al Baratillo, cuando aparecieron los revendedores no quedaba mucho, montañas de los repetidos, y aparecieron con ellos las estanterías, cierto orden de autores absurdos e ilegibles. En el Baratillo compré libros de historia antigua, y también de ciencias políticas, lamento hoy no haber tenido intereses más literarios.
Si de los que conservo me pidiesen seleccionar, me quedaría con las Vidas Paralelas de Plutarco; recuerdo que las conseguía una aquí y otra allá, en meses; como todas eran igualitas (las editadas por Losada) y los nombres extraños, llevaba conmigo una lista para no repetirlos. A veces le veía a alguien un texto que me atraía y lo buscaba en los montones, solo aparecía el volumen cuando menos lo pensaba, mientras buscaba otro. El encargado nos permitía guardarlos en otras cajas mientras reuníamos el dinero para pagar; pero estas cajas “reservadas” eran saqueadas por otros compradores, ante la mirada complacida del asistente, por eso lo mejor es llevarse el libro valioso inmediatamente.
II
JOSALY esta ubicado en el Big Low Center, esa vergüenza arquitectónica que queda a un lado del terminal de pasajeros. Es Josaly un local también poco agradable, de entrada estrecha que conduce a un pasillo forrado de estanterías, al fondo una oficina de vidrio donde se traslucen los archivadores del prestamista, a su izquierda una escalera sube al segundo piso: estantes con ropa usada y estantes con más libros, un olor sordo que inevitablemente relaciona telas y textos viejos. ¿serán los mismos, los que dejaron aquí libros y pantalones? Al contrario anotaba Lichtenberg: “Quien tenga dos pantalones, que venda uno y compre este libro”. También dejo escrito:
“Había desbordado su biblioteca como se desborda un chaleco”. Las bibliotecas pueden ser demasiado estrechas o demasiado amplias para la mente”. Siempre estuve tentado en Josaly de cambiar ropa vieja por libros “nuevos”; debí hacerlo, no me atreví por inelegante, no conocía a Lichtenberg. Con el tiempo cerrarían el piso de arriba, dejando el pasillo con discos y equipos de sonido, motores, cortadoras de grama y libros, muchos libros; pues se trataba de una pequeña casa de empeños, supongo que no se prestaba en base a joyas, porque las medidas de seguridad eran mínimas.
Una de las vanguardistas construcciones del Big Low Center |
La “pobre” gente de clase media venia aquí a dejar en garantía objetos domésticos, 0 a venderlos a precios bajísimos; más de una vez mientras revisaba estantes, oía las súplicas y los regateos; y ellos miraban como yo leía los libros, impávido. Estos eran fundamentalmente libros-muebles: enciclopedias, colecciones de los premios Nobel, series semanales de novelas encuadernadas en azul. Los vendía o empeñaba la gente junto a sus aspiradoras y tocadiscos, en estas colecciones estaban a veces las únicas ediciones encontrables en comercio de cierto autor, o el mismo título pero a precios muchos menores que en las librerías; así mismo textos en inglés o alemán, 0 en nuestro idioma pero impresos en otros países latinoamericanos (Colombia, Chile, Uruguay), de emigrantes que retornan a su origen, 0 de los que vienen; recuérdese que los dueños terminarían montando una agencia de viajes. El librero era un chileno al que ayudaba su esposa, ellos también actuaban como prestamistas. Solamente comprando varios él me rebajaba un 10%, y ella nunca más del 5%, en cualquier transacción se comportaban como en un gran negocio. Un tanto brutos tenían la mafia de recortar las cubiertas bonitas (lo hacían con las portadas de Pedro CentenoVallenilla) lo que me molestaba de sobremanera.
Una pintura de Pedro CentenoVallenilla |
Siempre compraba dos o tres bolsas de libros, eso porque no iba mucho, y a veces estaba cerrado, por lo que perdía mi viaje. En él compré algunos libros realmente importantes (entre tantos, y tan joven, como podía saber escoger en aquel tiempo?), y la lectura de esos pocos significó tanto para mí, que no vale la pena que cite autores, me referiré a los más valiosos como objeto, y que algún día leeré: la primera edición del Doctor Faustus, así como la de Lotte en Weimar, y la de Felix Krull. Editados por Bermann-Fischer, una editorial de judíos que huían del nazismo, así fueron impresos en Estocolmo Frankfurt, conforme avanzaba o retrocedía el ejército alemán. ¿Cómo llegaron a Josaly? ¿O a Venezuela?; pertenecían a un tal Robert Lejemann de Pto. Cabello, y su firma se estampaba el mismo año, o uno después de la edición, es decir: 1948,1954, y Lotte in Weimar en 1039. Josaly no duro mucho, algo menos de tres años; alquilaron antes el local adyacente con el tiempo el local de empeños fue anexado al negocio mas “digno”, la agencia de viajes del mismo nombre.
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Pedro Téllez (Valencia, Venezuela, 1966). Ensayista. Conferencista. Bibliófilo. Médico psiquiatra. Ha publicado los libros: Añadir comento (1977). Fichas y remates (1998), Tela de araña (1999), La última cena del ensayo (2005) y Un Naipe en el camino de El Dorado (2007). Ha sido redactor en la revista Poesía y colaborador de la revista Zona Tórrida, publicaciones de la Universidad de Carabobo. Colaborador en publicaciones periódicas tales como Predios, Arte de leer, Mañongo y Tiempo Universitario.
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