miércoles, 20 de octubre de 2021

LA GEOMETRÍA Y LA SOLEDAD

 

'Print Gallery', obra de Escher. Tomada de El País.





Crónicas del Olvido

LA GEOMETRÍA Y LA SOLEDAD


**Alberto Hernández**


“Sólo la poesía tiene poetas”

**José Pulido**


1.-

Solía ver a mi padre de perfil. Al fondo, una pared cubierta por la hiedra, una enredadera áspera y seca que a diario era más la piel de un animal. Solía oírlo leer en voz baja o repetir un soneto y luego callar. Movía los labios sin voz y yo advertía el temblor de las mismas palabras que eran partes o trozos del poema. Él miraba a todos lados y entonces yo sentía que el cielo crecía sobre el patio, sobre el solar donde también crecíamos cuando estábamos fuera de la casa.

Solía verlo de perfil. Cuando volteaba a mirarme, sabía que el acento que lo representaba era más que él. Era la soledad, la suya. Y las palabras lo acosaban. Eco remoto que él no conocía porque sólo eran sonidos cantados. Sabía del poema, del cuerpo, del esqueleto de lo que decía, lo que pronunciaba. No era poesía, era música, porque nadie sabe de poesía. Nadie la conoce. Ella está allí, con su antifaz de lujo. O fea, como un dolor intenso donde queda el alma. Quien diga que la conoce miente. La poesía es un misterio. Y es mucho saberla un misterio.

Y como él no lo sabía, ni nunca lo supo, se le llenaban los ojos de agua. Entonces, ocultaba el rostro, se limpiaba los pómulos y los anteojos y hablaba fuerte, como el hombre de la casa. Creo que allí estaba la poesía (o lo que él creía era eso), en ese pudor, en ese no querer demostrar que él decía en voz alta lo que otros decían en sus adentros, en concordancia con sus vísceras.


2.-

La mayoría de las veces que abordo un poema siento que no sé nada acerca de lo que califican como poesía. Y eso me alegra. Porque en realidad el poema me convence de que no la conozco. Es decir, la poesía y el poema, y hablo con Octavio Paz, tienen como destino a alguien que se le acerque. Si el poema es el cuerpo, lo que vemos en la página, la poesía es lo que no está. Es lo que luego estará fuera de la página, fuera del poema. O lo que no vemos.

Los críticos, los académicos, suelen ser demasiado científicos. Muy serios, quejicosos y hasta coherentes, sí, pero poco ligados a la poesía. Están más con el poema, porque es lo que la crítica más ve. La poesía es artística, no es para el aula de clases. Y si apunto hacia el pensamiento o la reflexión el crítico se hace más serio, más controlador de las imágenes.

Hay poetas artistas y los hay intelectuales. Si se combinan ambos estadios, el poema podría convertirse en savia, en poesía. Aunque no necesariamente. Por eso, desde el primer poema dicho el hombre ha querido ser artista, pero también pensador. Quedan por allí, entre los rastrojos de las universidades, algunos que se amotinan en medio de teorías, relatos largos y tediosos, una narrativa sediciosa, abultada de experiencias burocráticas, bien trajeadas, pues, nada más.

Algunos críticos no entienden o no quieren entender el alma artística. Se van con el poema mientras la poesía se les escapa de las manos. Y se extrañan. Algunos son “enemigos” del artista o de la belleza. Son más textuales, más de la forma. Más profesores. Más maestros de ceremonias. Duros de matar.

A veces me veo en el espejo y me pregunto si soy impresionista. Y la poesía (los sonidos que me conmueven o me hacen pensar) me responde que sí. Y lo admito. Sí, sí lo soy. Me he paseado por teóricos, críticos y poetas, sí. He leído algo -en perfecto desorden- de Barthes, Lezama, Rilke, Pound, Blanchot, Benjamin, Ossott, Arendt, Baudrillard, Bachelard, Eco, Ricoeur, Greimas, Kristeva, los griegos, presocráticos y socráticos, hermeneutas que son todos porque todos son sabios y hasta resabios. Ética, estética, poética, política, métrica. Todos esdrújulos. Como algunos críticos. Sí, pero me queda más la geometría. Podría ser la geométrica, para acercarla a ellos. Pero no. Ella, tan complicada como la poesía, que no el poema, fórmula o esquema, tejido óseo o blando, mucosa, médula, pero no savia.

Por supuesto, esos nombres son parte de lo que uno indaga para poder ser impresionista. Gracias a esos pensadores el lector que soy es lo que es, un lector que puede jugar al escondido con el texto ajeno y hacerlo propio desde las ideas tomadas en préstamo de esos maestros.

Y soy impresionista porque el poema me impresiona. No lo pienso muchas veces para leerlo o para escribirlo. Me sorprende cuando emerge de la página hacia mí o de mis ojos hacia la página. O me toma de sorpresa en la calle. Bajo un árbol, desprevenido yo. No el árbol, que es poema y sonidos, voces, apariciones, poesía, para no negarlo.

Entonces vuelvo a mi padre. Él era circular. Abría la boca y decía. Y yo cuadrado. Me encerraba como en un corral a vaciar todo lo que yo oía o no oía, adivinaba.

Y la soledad, esa maestra, honorable las más de las veces, limpia o sucia, ella allí, a nuestro lado, entre círculos y cuadrados.

Y soy impresionista porque aprendo también de la impresión de los lectores (y de la mía propia) quienes no se ufanan de ser teóricos o doctores en poesía, en mayéutica, en sombras detenidas.

Y también aprendo de los poetas que escriben fuera de la poesía. Aislados de ella, sueltos para abreviarse como seres humanos.

3.-

El hombre se mantenía de perfil, entre sílabas. Circular. Iba y venía, mientras yo, desde mi niñez bajo el sol, trazaba un cuadrado y lo llenaba con esas palabras que no escuchaba, pero que sí veía en los labios de aquel hombre crecido o apocado por los sonidos que extraía de las páginas de un libro y eran música. No poesía.

Manejar la astucia como emblema crítico, eso hacen algunos poetas y narradores que se cargan de palabras y terminan académicos de mariposita en el cuello o corbata muy ajustada. Y hasta llevan tirantes. Ensombrecidos por el traje que lucen mientras leen parrafadas que conducen al sueño. He sido testigo de eso en ferias del libro o en funerales. Y llegan a ser los amos de la tribu. Los generadores de teorías, palafreneros de la lengua, maestros del disimulo, silenciosos ante la realidad, porque creen que ellos la inventan desde sus cubículos. Mientras tanto, la literatura anda por las calles, en los bares, en las iglesias, en las cárceles, en las manifestaciones públicas, en las turbas, en el fracaso, en los desamores, en el miedo a la muerte, en un balazo o en una puñalada. En la más temible de las soledades.

Hay mucho aderezo teórico. Muchos cursos por correspondencia. Mucho deletreo. Y así nos perdemos en medio de la niebla de las bombas lacrimógenas, sin pronunciar una sola palabra que logre dar aliento al caído, al falto de un adjetivo.

Años me quedé una noche totalmente solo, “íngrimo y solo”, como decían antes, en plena sabana. Para probar el miedo a lo inmenso de la soledad. En medio de la oscuridad todos los sonidos. La muerte y la eternidad en el silencio que me sacudía en el lecho. El terror en el niño que fui. El miedo frío. Y era la soledad. La abundancia de silencio, el que salía de mí. Entendí que faltaba algo. Ese miedo me llevó a las palabras para poder saber que yo también era parte de ese silencio. De todo el silencio que me había aterrorizado.

Y era mi miedo el impulsor de las palabras que no puedo muchas veces contener.


4.-

Entre la soledad y la geometría, el tipo de perfil. Un fantasma en la memoria.

Si el silencio y los sonidos no hablaran, no se hacen oídos, no habría poetas. O seres que hablen desde el silencio, el miedo y la soledad.

Mi padre lo hacía de perfil.




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Alberto Hernández. Fotografía de Alberto H. Cobo.


Alberto Hernández, es poeta, narrador y periodista, Fue secretario de redacción del diario El Periodiquito. Es egresado del Pedagógico de Maracay con estudios de postgrado de Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Es fundador de la revista literaria Umbra y colabora además en revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Ha publicado un importante número de poemarios: La mofa del musgo (1980), Última instancia (1985) ; Párpado de insolación (1989),  Ojos de afuera (1989) ganadora del 1r Premio del II Concurso Literario Ipasme; Nortes ( 1991), ; Intentos y el exilio(1996), libro ganador del Premio II Bienal Nueva Esparta; Bestias de superficie (1998) premio de Poesía del Ateneo de El Tigre y diario Antorcha 1992 y traducido al idioma árabe por Abdul Zagbour en 2005; Poética del desatino (2001); En boca ajena. Antología poética 1980-2001 (México, 2001);Tierra de la que soy, Universidad de Nueva York (2002). Nortes/ Norths (Universidad de Nueva York, 2002); El poema de la ciudad (2003). Ha escrito también cuentos como Fragmentos de la misma memoria (1994); Cortoletraje (1999) y Virginidades y otros desafíos.  (Universidad de Nueva York, 2000); cuenta también con libros de ensayo literario y crónicas. Publica un blog llamado Puertas de Galina. Parte de su obra ha sido traducida al árabe, italiano, portugués e inglés. 

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