Crónicas del Olvido
“RUA SAO PAULO”: JESÚS MONTOYA
**Alberto Hernández**
“La libertad no es impura”.
** J.M.: “Domingo”**
1.-
Quien viaja acumula sueños. La poesía escrita por alguien que viaja en su juventud destaca el despertar. No queda en su mochila ningún desperdicio. Abundan los detalles, las palabras hiladas, sin adjetivos a veces. Líneas verbales alargadas que semejan un prado, una gran sabana o el cielo abierto mientras el autobús atraviesa una metáfora. Quien viaja siempre sueña.
No deja de hacerlo. Es como escribir un relato o un poema. Nunca termina de vaciarse en la página o en la pantalla. La poesía es un permanente viaje. Y es mucho más: es un retorno.
Cruzar fronteras, decir en otra lengua, cerrar los ojos en el tabaco de un avión o en el estrecho pasillo de un bus y despertar luego con la lengua invadida de voces larvarias, de sinalefas, hiatos, sobresaltos y lograr macerar las palabras que aparecen y desaparecen en la boca.
Viajar, definitivamente es convertir una visita en una calle. En una ciudad, en personajes que también viajan un instante. Ser de otro lugar es viajar mientras ese lugar permanece detenido.
Ser niño al lado del padre que señala mogotes, oteros, arroyos, pájaros aturdidos por el sol, colgados de unas ramas mientras el día avisa que el viaje no ha terminado, porque el poema es extenso, abundante en sonidos, en ritmos y acentos.
Un tono desafiante que hace en el viajero/ lector / poeta una suerte de agrimensor, el mismo que Kafka recreó en su odisea detenida.
He leído algunos poemas de Jesús Montoya. He sabido de sus aciertos y méritos. Ahora lo tengo en este libro, “Rua Sao Paulo”, que obtuvo el Premio Franco-Venezolano a la Joven Vocación Literaria, en la Edición Poesía del 2018, publicado con los auspicios de la Embajada de Francia en Venezuela, de la Universidad de Carabobo, de la Feria Internacional del Libro de esa misma universidad (Filuc) y de Ediciones Fundavag.
Este es un libro para leer viajando o para viajar leyendo. Es un libro en permanente gerundio porque le permite al lector saberse tiempo continuo en los versos que se desplazan por geografías verbales y variables, sonoras, paisajes que se ocultan, que sobresalen, que se amañan mientras la fronda del verso es también el paisaje que no vemos. No es una poesía en la que uno se detiene a fijar la imagen: la imagen fija al lector, lo traduce en cualquier espacio o en cualquier tiempo.
En su libro “El espacio y el tiempo”, en el aparte “El espacio y los sentidos”, Henri Poincaré afirma: “El problema parece estar resuelto. Sólo tenemos que aplicar la regla precedente al continuo físico, que es una imagen burda del espacio, o al continuo matemático correspondiente, que es su imagen pura y constituye el espacio del geómetra.”
No deja de advertir el filósofo que lo dicho es sólo ilusión, “que sería correcta si el continuo físico del cual desprendemos el espacio fuera dable directamente por los sentidos. Y eso es absolutamente falso”.
Así parece suceder mientras leemos el libro de Jesús Montoya: el paisaje está allí, en los sentidos, en la ilusión. Nos hace creer, y lo creemos, que el viaje nos mantiene detenidos en un mismo lugar pese a que menciona los espacios, los sitios donde estuvo, donde ha estado y donde está. Es decir, es una poesía de los sentidos y de la ilusión. Y cuando afirmo ilusión me refiero al hecho de los sentidos de manera concomitante –no es que sean engañosos- es que nos reafirman en el engaño, en el hecho de que la poesía, como creación, nos hace creer que somos, que estamos en un tiempo y en un espacio.
Y aunque Poincaré considere que se trata de una falsedad, precisamente, esa falsedad, esa pericia ilusoria, es la que hace posible el poema en un espacio y en un tiempo.
Por eso nuestro autor dice en uno de sus versos que “La libertad no es impura”. Es decir, ser libre significa ser puro. Dueño del espacio que se viaja y del tiempo en la edad que se conserva.
2.-
Montoya secciona su libro en cinco partes: “Rua Sao Paulo”, “la casa de los peces negros”, “Hijo sonámbulo”, “Língua” y “La imagen flotante”.
La primera, es decir, el poema que lo constituye afina el pulso de una poética: “La lengua como medusa en la página circula. / Rumiante es su golpe incomprensible. / Escribo, hablo arrancado entre las patas, / la silla o la olla mortuoria, cápsula envuelta al paladar”,
Nos conduce a una ambigüedad: ¿Es la lengua que se habla o la que permite articular el habla? Más adelante se aclara el agua del texto, pero queda como un sonido ancestral en “la olla mortuoria”, en una imagen funeraria asentada en alguna cultura aborigen. Ahí comienza la lengua, la que se muerde para pronunciarse y la que se descubre: “La selva es la voz preciosa del niño”.
Aquí comienza la biografía del viaje. La historia del pequeño que inicia su aventura en el mapa sur de su país. El joven Odiseo se convierte en las distintas estaciones de una ruta que lo define, lo traza, lo dibuja en medio del paisaje, del espacio:
Hacerse frente al “mapa mental del infinito” lo conduce a “Ser sonido de las cosas”.
Mientras el viaje se hace en la “Troncal 858 Km”, la primera persona de su impresión escribe: “Entonces quité el vaho de mi padre para conocer al verdadero”. Padre y tierra, la de los Pemón, la del “dorado Tepuy” y los árboles, tan sagrados como el mismo hijo que escama el “aire”, donde “Caseríos será coplas en tu marcha, / vagabundaje que apuntala el gozo, la pena de un puñal vencido,/ de tu sangre seca de paisajes”.
¿Respira el padre, perdió el aliento?
El poeta testimonia: “Deja que tu animal dormido sea capaz de hablar (…) No estarás muerto nunca más”.
3.-
Tres “Fisionomías” atraviesan a este libro. Tres poemas en prosa que poetizan el poema. Que lo hablan desde él mismo. Una oración, una letanía de imágenes. Una biografía del poema como ser viviente, vibrante y anhelante.
“Poema anfibio, poema reciclado, en tu calle habrá un hombre solo. Poema vencido, por tus cañerías hablarás en otra lengua…”, y así el poema que viaja en las tres páginas que lo abrazan. Imágenes, relato del poema, aventura del poema, pasión del poema, poema de carne y hueso, de soplo interior, poema del afuera. Poema: “Soñarás una lápida marina con tu nombre desnudo, con tu letra turbia, búfala de cabañas en el prado. Poema espectro, campo de adorno residuales…”
Y el poema ambula, vive, se mueve en el viaje interminable por un río, “un viaje sin retorno”, entre “imágenes…a las que ya no pertenezco”.
4.-
Hay personajes que habitan estos textos. La abuela Gregoria, la nona. Bisabuela del autor, viaja en estos textos, como parte del paisaje, como todo el paisaje que se reencuentra con el aire, y ella, la abuela “te abraza cuando la noche es un remolino de fantasmas”.
La muerte es un túmulo. Recuerdo terreno. Tierra silenciosa. Tierra de otros nombres: Pedro Juan, Daniel, Marina o Moño.
Sustantivos que son parte de la mirada en movimiento por la carretera negra, por mientras “la placenta de la vida” entrega los cuerpos, “el ojo no es una moneda”. No es mirada, es intuición, recuerdo, memoria, pasantía o inventario temporal.
“CAMINO
Antes de mí detengo el paso.
Haré silencio.
Aprendí de la planta.
Aprendí frente a las flores a ser nadie”.
Un día, que pudo ser o es el domingo, la voz del poema se despliega por la realidad, por la violencia que impera en la atmósfera, en el aire hecho calle o segmento del mundo.
De allí que “la libertad no es impura/ Para qué dormir, para qué despertar asesinado (…) En media palabra tu lengua cae a pedazos (…).
Más adelante, el padre, nuevamente el padre, el que viajaba, el que cruzaba el mapa, en un diario donde Iván, la alteridad, el otro, el mismo, “habló esa noche del suicidio de su padre”, y en medio de la soledad, la memoria que no sucumbe: “Viajabas con miedo/ Bajo el sol del mediodía, antes de conocer a Julio, / los guardias desnudaron a Iván”, la recurrencia del abuso, el país peligroso, tomado por asalto por un poder que detenta la sangre, la linfa y el terror.
“Sombras desangradas en el puente La Cabrera, / imagen implicada del embrujo./ La huella del cadáver semejante a un arco”.
Largo es ese camino. La poesía no deja resquicio, rincón libre de luz o sombra. Dice, canta, descubre: “Evoco a los jóvenes frente a sus raíces. / Ellos se vuelven mis amigos en un lejano país (…) La geografía es insistente. / La clara corriente ha despertado”.
5.-
Un cementerio, los músicos de Mérida en una bella prosa cercana a una confesión. Dios y la alucinación, el amor, la espera en una esquina. Y la lengua, el idioma, el que dice y masculla o grita. “Es como un topo la lengua (…) La lengua bofetada fue fruto estéril…”
El poema, la poesía. Su larga insistencia.
Y luego, las fotografías con las leyendas donde se afinca la memoria de la Nona Gregoria, la fría imagen de la carretera Trasandina, un árbol y sus ramas en primer plano más acá de la niebla y la montaña, el Caño El Tigre, en Mérida, “Casa de Ever” … imágenes, fotografías en blanco y negro que dicen del permanente viaje, de la ida y el regreso. De Brasil y sus rúas.
De Mérida y de todo un país que es poesía en medio de tantos verbos, desgracias, dolores, amores, amistades, silencios, tumbas, vivos y muertos. El padre, la madre, la tisis de ella. La poesía, el largo tramo de las palabras.
La pureza de la libertad.
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Alberto Hernández, es poeta, narrador y periodista, Fue secretario de redacción del diario El Periodiquito. Es egresado del Pedagógico de Maracay con estudios de postgrado de Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Es fundador de la revista literaria Umbra y colabora además en revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Ha publicado un importante número de poemarios: La mofa del musgo (1980), Última instancia (1985) ; Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989) ganadora del 1r Premio del II Concurso Literario Ipasme; Nortes ( 1991), ; Intentos y el exilio(1996), libro ganador del Premio II Bienal Nueva Esparta; Bestias de superficie (1998) premio de Poesía del Ateneo de El Tigre y diario Antorcha 1992 y traducido al idioma árabe por Abdul Zagbour en 2005; Poética del desatino (2001); En boca ajena. Antología poética 1980-2001 (México, 2001);Tierra de la que soy, Universidad de Nueva York (2002). Nortes/ Norths (Universidad de Nueva York, 2002); El poema de la ciudad (2003). Ha escrito también cuentos como Fragmentos de la misma memoria (1994); Cortoletraje (1999) y Virginidades y otros desafíos. (Universidad de Nueva York, 2000); cuenta también con libros de ensayo literario y crónicas. Publica un blog llamado Puertas de Gallina. Parte de su obra ha sido traducida al árabe, italiano, portugués e inglés.
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