sábado, 2 de septiembre de 2017

Libros que cambiaron mi vida. Parte I : De Los Cinco al Corsario Negro.

Por Armando Boix






Siempre es un placer presentarle un texto de Armando Boix. Comparto con Armando muchas características biográficas, casi todas, incluso Armando emigró a Málaga, él se volvió a Sabadell, yo me quedé. Pero sólo es un casi, pues yo no poseo su talento, ni su capacidad de trabajo y eso se apreciará tras acabar de leer esta entradilla.

Hoy iniciamos la serie de varias entradas, con los cuatro primeros libros que cambiaron la vida de Armando y sin duda la de muchos más. De cuatro en cuarto irán apareciendo los libros que conforman su bibliografía vital. Con pinceladas biográficas que contextualizan la breve reseña unas veces o comentarios metaliterarios otras, teje el paño de la nostalgia. Así, sin querer, sin pretenderlo, se refleja una sociedad triste como la de los esténtores del franquismo, pero esperanzada. Una sociedad que creía que aquello no iba a durar y con el mejor regalo que se puede dar a sus jóvenes: un futuro esperanzador. Nuestro futuro estaba lleno de promesas de mejora, de liberación y realización. Y el futuro llegó, fue un bonito presente, se progresó, se mejoró y luego pasó, se fue, nos dejó huérfanos de futuro y ahítos de realidad. Pero hoy no toca hablar de eso, retrocedamos 40 años, volvamos a un Sabadell que crecía a ojos vista con la llegada de inmigrantes del resto de España y quedémonos en  aquellas eternas tardes de verano.
by PacoMan

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Libros que cambiaron mi vida: LOS CINCO Y EL TESORO DE LA ISLA  (1)

Desde hace algunas semanas el amigo Ignacio Carlos Romeo Puolakka, autor de ensayos sobre rock e hijo de ese notable escritor de ciencia ficción que fue Ignacio Romeo, viene publicando una serie de comentarios sobre los álbumes de música que cambiaron su vida. En la mía la música ha jugado un papel bastante más accesorio; en cambio, la literatura sí ha sido muy importante, así que me permito robarle la idea y colgar aquí una lista de obras que no pretenden ser una recomendación, solo un reconocimiento hacia aquellos textos que jugaron un papel decisivo en mi formación o deformación intelectual, y me proporcionaron placer como lector, encadenándome a una pasión de la que no tengo interés en liberarme.


El primero de esos títulos es "LOS CINCO Y ELTESORO DE LA ISLA", de Enid Blyton. Mi gusto por leer novelas empezó muy pronto y se debe a mi hermana mayor, Ana. Ella se había hecho el carnet de una biblioteca pública de barrio y cada semana, sin falta, se traía a casa un par de libros, primero de Enid Blyton, después, sobre todo, de Agatha Christie. Los libros, por tanto, no entraron en mi vida como una obligación escolar (todavía era un crío) sino como algo que servía para divertirse, en igualdad de condiciones con los tebeos de "El Jabato" y "El Capitán Trueno" que ya leía yo por aquel entonces. Ana era de "Lily", y aunque a mí me interesaba menos, tampoco tenía ningún problema en leer sus historietas femeninas. Por tanto, decidí darle una oportunidad a aquellos libros de mi hermana con pocos dibujos y pronto me volví consumidor constante de las novelas de aquella señora británica sobre los Siete Secretos, Torres de Mallory (me habría encantado que me enviaran a un internado para chicas, y no por los mismos motivos en los que pensaría cuando las hormonas se dispararan) y sobre todo Los Cinco, mis preferidos. Me enamoré de la valiente e inconformista Jorgina/Jorge, aunque se vistiera como un chico, y me habría encantado tener un perro como Tim. Con aquellas novelas aprendí vocabulario, pues descubrí que los personajes no solo decían las cosas, también "exclamaban", y mis jugos gástricos se alborotaban con sus estupendas merendolas, tanto que siempre deseé probar la cerveza de jengibre, hasta que descubrí, muy tarde, que era un vulgar ginger ale. A su primera aventura, "El tesoro de la isla" no se le podía pedir más: unas vacaciones en una localidad costera, liberados de la vigilancia de sus padres; una isla a la que solo se podía llegar remando en barca y con un castillo en ruinas; una poderosa tormenta que arrancaba del lecho marino a un galeón hundido y se abría a la exploración... Misterio, tesoros, villanos, y una camaradería incombustible entre los cuatro muchachos y su fiel perro. Desde aquel momento, nunca he dejado de tener un libro a mano.



Libros que cambiaron mi vida: Narraciones extraordinarias (2).

Mis padres nunca fueron aficionados a la lectura, más allá de la prensa diaria y alguna revista del corazón. En casa había pocos libros, comprados por su encuadernación vistosa para adornar la estantería del comedor: un volumen de las “Novelas ejemplares”, de Cervantes, y tres entregas de los “Episodios nacionales”, de Galdós. A ellos se sumaban un ensayo sobre historia local, un manual de bricolage y otro de pediatría. Cada año se añadía alguna que otra novela, solo porque la regalaba la Caixa de Sabadell con motivo de Sant Jordi, pero muy pocos de esos títulos podían llegar a interesarme. Los libros solo abundaron en mi casa cuando empecé a formar mi propia biblioteca.




Como amante del papel impreso, lo primero que hacía cuando íbamos de visita a alguna casa ajena era mirar qué libros tenían por allí. En una ocasión, mientras mis padres y sus amigos charlaban, vislumbré un volumen titulado “Narraciones extraordinarias”, de un tal Edgar Allan Poe. Era de la Biblioteca Básica Salvat y, pese a lo feo de la edición, no pude resistirme a algo semejante. En el rato que duró aquel encuentro dominical tuve tiempo de leerme “El gato negro” y me dejó tan impresionado que, cuando unos días después la maestra nos pidió en clase que para el día siguiente trajéramos una redacción de tema libre, escribí una versión propia de aquella historia. A la profesora le extrañó lo truculento del asunto y sospechó (solo lo sospechó, sin certeza absoluta: señal de que no había leído nunca a Poe, grave pecado) que yo había copiado. Me molestó su duda y su mirada acusadora, pues no tenía el libro en mi poder y solo utilicé la memoria. Era cierto que me había apropiado del asunto, pero la redacción del texto era por completo mía. ¿No se trataba de eso? Es una pena que ese ejercicio de escuela se haya perdido y no pueda comprobar ahora en qué se aproximaba al original y qué había aportado de mi excitada imaginación al relato.




A partir de ese instante y a falta de otros referentes, que me aguardaban en el futuro, para mí Poe fue sinónimo del cuento de miedo. Pronto visitaría la biblioteca pública para llevarme en préstamo una mejor edición de sus historias y poder leerlas a placer. Incluso me empapé de alguna biografía del atormentado autor y no me perdía nunca, cuando las pasaban por televisión, las adaptaciones que Corman dirigió con guiones del gran Richard Matheson. Bastante años más tarde, con la pequeña paga semanal de adolescente de diecisiete años que prefería adquirir libros en lugar de ir a la discoteca, me compraría los dos volúmenes de los cuentos completos en la edición de Alianza Editorial, con traducción de Cortázar. ¿Cuántas veces los habré leído? Las piezas más famosas muchas veces, y por bien que conozca el argumento, siempre hay un momento (lo he encontrado hace poco) para volver a disfrutarlas. Cada lectura, con edades y bagajes diferentes, me ha proporcionado experiencias distintas, captando matices, admirando sutilezas, que en otro momento no advertí. Es lo que tienen los verdaderos clásicos: que son inagotables.



Libros que cambiaron mi vida: Las Mil y una noches (3).

En casa de mi tía Homedes, en el pueblo, no había más libros que en el hogar paterno: dos o tres volúmenes repartidos entre estatuillas de bailarinas y alguna virgen cabizbaja. En una visita de cumplido, durante las vacaciones, descubrí que uno de ellos era una versión, imagino que no muy purista, de “Las mil y una noches”. La tía Homedes debió sorprenderse de que a partir de ese día pasara a visitarla con bastante más frecuencia. Unas frases, unos cuantos lugares comunes, unos dulces en un platito devorados en tres bocados y me dirigía a la estantería para coger aquel libro, como el hierro se siente atraído por el imán. ¿Qué mejor lugar para recrear la imaginación que el antiguo Bagdad de prodigios infinitos, los desiertos donde aguardan los genios, cuevas que se abren con una palabra mágica, puertos de donde parten barcos hacia destinos ignotos? De todas aquellas historias cautivadoras mis preferidas eran las de Simbad el Marino; su encuentro con el ave Roc y otras amenazas sería mi primer experiencia con algo que más tarde aprendería a llamar fantasía heroica, mucho antes de conocer a Conan, a la Compañía del Anillo o a Elric de Melniboné.




Después han llevado a mi poder otras versiones más completas y exactas de esa obra imprescindible, como la traducida por el arabista Juan Vernet, y otras de poco rigor filológico pero de enorme belleza literaria, como la que compuso Vicente Blasco Ibáñez a partir de la traducción francesa de Mardrus. Los eruditos me han informado de que su origen se remonta al siglo IX, aunque el texto más canónico se asentaría hacia el siglo XV. También que llegó a la Europa del Rey Sol por primera vez de manos del francés Galland, logrando más tarde gran difusión entre los lectores anglosajones gracias a la versión del explorador Richard Burton, capaz de fascinar y escandalizar a un tiempo a la sociedad victoriana por sus aspectos picantes. Su influencia ha sido determinante, pues sin “Las mil y una noches” no se habrían escrito nunca obras de tan alta categoría como el “Vathek” de William Beckford, “El manuscrito encontrado en Zaragoza” de JanPotocki, “Nuevos cuentos árabes” de Robert Louis Stevenson, o los cuentos de Clark Ashton Smith, por no hablar de las deliciosas fantasías acuñadas en Hollywood.


Clark Ashton Smith

Como lector no necesariamente atento a la arqueología literaria, descubrí que entre los cuentos de “Las mil y una noche”, además de narraciones fantásticas sobre hechicería, espíritus y objetos encantados, había otras historias de muy diversa condición: humorísticas, picarescas, hasta eróticas. También me admiró su original estructura, con cuentos dentro de otros cuentos y narraciones de final quebrado que te impulsan a seguir leyendo, identificándote con el Sultán que cada noche perdonará la vida de Sherezade, deseoso de escuchar durante otra jornada, al menos. ¿Qué lector apasionado no se siente como el Sultán ante un libro estimulante? ¿Qué escritor no envidia la capacidad para fascinar de Sherezade?


Libros que cambiaron mi vida: El Corsario negro (4).

La biblioteca de barrio periférico que frecuentaba de niño tenía sus fondos, casi en un cincuenta por ciento, consagrados al público infantil y juvenil, sus mayores usuarios. Como todos los chavales de la zona, ahí me empapé de Tintín y Asterix, que hasta leí en alguna ocasión en francés. En mi ingenuidad me parecía escrito en un catalán muy raro; pero hasta lo entendía un poco, pues los niños son como esponjas y un “menhir” es un “menhir” en cualquier lengua. Tenían también las colecciones completas de Enid Blyton, de los Hollister, libros de viajes y divulgación de la Editorial Juventud... Y las novelas de Verne y Salgari en su edición de Molino.

Kabir Bedi personificando a Sandokan
Aunque más tarde descubriría sus virtudes, en mis primeros días como lector no simpaticé demasiado con el autor galo, pues me parecía demasiado prolijo en sus descripciones y la trama tardaba mucho en arrancar. Mi relación con Emilio Salgari fue diferente. Sus páginas, de pura aventura, desplegaban acción rápida, constante, con personajes desesperados e intrépidos, no científicos o exploradores más testigos que actores en los sucesos, como ocurría con Verne. En Salgari encontraba piratas, espadas, cañonazos, asedios y abordajes. Sus héroes rugían de rabia y amaban sin ningún freno; buscaban justicia o juraban venganza, pero también sabían mostrarse generosos con el enemigo íntegro. Soy consciente, ahora, de que Salgari era más torpe estilísticamente, abusando de tópicos de la narrativa folletinesca. Como autor que escribía a destajo, no es infrecuente descubrirle errores y algunas torpezas, la más sonora destripar la intriga adjudicando a sus capítulos títulos demasiado explicativos. A su narrativa pasional todo se le perdona.



Aunque la televisión devolvería en aquellos días la fama a su Sandokan, con el rostro de Kabir Bedi, mi serie predilecta de Salgari sería la consagrada a “EL CORSARIO NEGRO”, sobre todo por su primera novela. Pocos escenarios pueden ser más receptivos a la aventura de fuerte colorido que el Caribe en los días de la piratería. Para el escolar educado en un nacionalismo tardofranquista de reconquistas e imperios donde no se ponía el sol, podía suponer un obstáculo que los españoles fueran los enemigos; de todos modos, Salgari siempre los describía como valientes y honorables, y en definitiva el verdadero villano era un paliducho y pérfido holandés, el gobernador de Maracaibo Wan Guld. Latino al fin y al cabo, Salgari siempre sintió más simpatía por nosotros que por las gentes del norte: italianos, portugueses, españoles, árabes y malayos, con toda la diversidad del mestizaje, son sus protagonistas predilectos, mientras los británicos flemáticos o los arrogantes yanquis engrosan las filas de los adversarios. Sus historias están construidas para leerlas conteniendo el aliento, tan aceleradamente se suceden las peripecias y los peligros en apariencia imposibles de superar. Además, la historia de amor del Corsario Negro con Honorata, la hija de Wan Guld. teñía la narración de un hálito trágico que la engrandecía. Sus últimas palabras siguen pareciéndome de las más memorables de la novela de aventuras:

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by PacoMan 

En 1968 nace. Reside en Málaga desde hace más de tres lustros.
Economista y de vocación docente. En la actualidad, trabaja de Director Técnico.
Aficionado a la Ciencia Ficción desde antes de nacer. Muy de vez en cuando, sube post a su maltratado blog.

Y colabora con el blog de Grupo Li Po


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Armando BOIX (1966). Formado en artes aplicadas, ha desarrollado una carrera profesional como dibujante  técnico  y diseñador, al  tiempo que, desde 1994, empezaba a publicar sus primeros relatos y artículos en fanzines y revistas.Dirigió la revista especializada en cine fantástico Stalker y ha recibido diversos premios literarios, como el Gran Angular de novela juvenil por  El Jardín de los Autómatas  (1997),   el   Pablo  Rido   de   relatos  o   el   Gigamesh   de  ensayo.  

 Sus últimos libros publicados son  la novela  La joven a la que amaban las hadas(2012), la antología  El noveno capítulo y otros relatos (2014) y el volumen contres novelas cortas En calles oscuras (2015).



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Actualizada el 01/03/2024

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