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En
Venezuela los aeropuertos y puertos marítimos viven repletos y aunque he
viajado en barco y en avión, antes de ser inmigrante, no puedo decir nada de
los funcionarios que operan en estos puestos de control pues salí del país por
vía terrestre. Por eso hablaré del perfil que tienen los funcionarios que
operan en los miles de kilómetros fronterizos terrestres de mi país, ya que en
ellos he encontrado la mayor de las paradojas.
Los
militares venezolanos, en vez de ayudarnos, se dedican a robarnos. Si la reencarnación
existe me imagino que en otra vida fueron chacales. La avidez con que revisan
los bolsos y maletas de quienes salimos del país o de quienes volvemos con
medicinas y alimentos para nuestros seres queridos tiene un solo objetivo:
sacar provecho.
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Sé
que hay militares éticos, pero la mayoría de los que están en los puestos de
control fronterizo tienen un perfil definido… el funcionario que tiene el
perfil de chacal no va a Cararabo, Isla Vapor, Río Negro o zonas donde pueden
presentarse enfrentamientos armados… el funcionario que tiene perfil de ladrón
lo destacan en alcabalas, bodegas y lugares donde se mueva dinero.
En
mi juventud presté servicio militar en un puesto naval que queda a orillas del
río Apure, en ese puesto había una garita codiciada por sargentos, suboficiales
y oficiales. La garita que codiciaban era la de cabotaje, puesto que por
cabotaje tienen que pasar las embarcaciones que navegan el caudaloso río Apure
y muchas de esas embarcaciones transportan pescado, queso, verduras, materiales
de ferretería, refrescos, repuestos para motores fuera de borda, combustible,
es decir, llevan dinero y quien montaba esa guardia se lucraba.
Esto
que comento es fuerte, pero estoy hablando con conocimiento de causa y aunque
los puestos de control por donde pasamos millones de migrantes venezolanos no
son como el cabotaje de la época en que presté servicio militar… tenemos algo
en común con las embarcaciones que surcan el río Apure: llevamos dinero.
Generalmente salimos con poco, pero eso no le interesa a los chacales pues,
como dice la afamada máxima, “cada centavo cuenta”.
Hay
decenas de alcabalas y la práctica es la misma. Te piden documentos y abrir
bolsos y maletas… cualquiera creería que realizan esta actividad por cuestiones
de seguridad, porque así lo exige el protocolo o qué sé yo. La verdad es que su
único objetivo es lucrarse. No es raro escuchar, en una mezcolanza nauseabunda
de la jerga militar y la jerga que usan los malandros, expresiones como estas:
“Al que dé veinte mil pesos o cinco dólares no se le revisa la maleta ni los
documentos” o “Necesitamos plata… organícense… si no nos reúnen las lucas no
los dejaremos pasar”.
A
unos colegas larenses que venden artesanía por las calles de Cartagena les
pregunté que cómo hacían para pasar tanta artesanía a la costa colombiana.
Respondieron: “Le mojamos la mano a los guardias”. Se fijan, el micro tráfico y
el macro tráfico tienen cabida por la anuencia de estos tales.
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En
una oportunidad que crucé la frontera por Paraguachón vi la siguiente escena:
un guardia se enamoró de un pequeño televisor que traía una señora para sus
nietos. El funcionario le pidió los documentos del aparato, la cédula y la
retuvo más de 15 minutos. La señora al ver las intenciones del uniformado se
llenó de ira, alzó el aparato y lo arrojó al piso con todas sus fuerzas. Cuando
el chacal miró los destrozos la señora le gritó: “¡Como tanto querías el
televisor de mis nietos… allí te lo dejo coño e tu madre!”.
Los
militares, pienso yo, no deberían agravar nuestra penosa situación. Ojalá
recapaciten y se coloquen del lado correcto de la historia para que se
restablezca la democracia y finalice nuestro éxodo.
Francisco Aguiar
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