lunes, 10 de diciembre de 2018

Lejos de mi San Carlos natal




El monumento al Mango





A Reinaldo Manjarrez


Lejos de mi San Carlos natal y con la nostalgia de quien ha dejado su tierra, quizá para no volver, viene a mi mente la vez que mi tía Victoria me señaló uno de los panteones más antiguos del Campo Santo de mi ciudad para decirme: “Aquí yace el poeta Mauricio Pérez Lazo… El autor del Himno del estado Cojedes”.

Iglesia San Juan Bautista, San_Carlos


            Las estrofas grabadas en el granito del panteón del juglar cojedeño mostraban el paso del tiempo y le mostraban a mis siete años que un poeta es alguien que vence de algún modo la muerte, puesto que sabía de memoria las estrofas que divisaba con asombro.

            Desde ese momento quise ser poeta y me di a la tarea de leer cuanta obra conseguía de este autor, del cual recuerdo con afecto el poemario “Crepúsculos”, desde ese momento intento escribir algo que me sobreviva.



Los derroteros de la vida son tan extraños, y lo que la mente selecciona es tan indefinible, que comparto estos pasajes con la esperanza de que me ayuden a perpetuarlos.

            Toda obra es la relación que el artista tiene con su tierra y hoy, que estoy lejos, puedo decir que cada línea que he escrito le pertenece a mi pueblo, pues de una u otra forma me la ha inspirado. 

            “En las pampas que surca el Cojedes” está la flama que me impulsa a seguir pese a las complejidades que acarrea el exilio. Quiera Dios que pueda volver para trabajar con mi gente: “El trabajo es el numen propicio / genitor de la dicha y el bien”. 

            A kilómetros de casa me toca ver todo con los ojos de la memoria y aprecio como el que más cada palmo del llano de mis querencias. Hoy, que recuerdo al poeta Mauricio Pérez Lazo y a su himno inmortal, se acrecienta el amor por mi pueblo y el deseo de que pronto recupere su libertad.  


Francisco José Aguiar




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Francisco José Aguiar, Cojedes, Venezuela, 1.985. Narrador, poeta y dramaturgo.  Licenciado en Educación Mención Castellano y Literatura por la Universidad Nacional Experimental de los Llanos Occidentales Ezequiel Zamora (UNELLEZ). Cursó el Taller de Formación Teatral que auspició la Compañía Nacional de Teatro (CNT) en el año 2014. Es tallerista de la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello y miembro activo de la Sociedad Bolivariana Capítulo Cojedes.  


Actualizada el 29/09/2023

1 comentario:

  1. Un bello cuento
    o el cuento que nunca escribimos


    En estos días, así como algunos escritores se encuentran, no sin asombro y sí con mucha alegría y placer, en una gaveta, extraviado entre montones de papeles, un cuento o un poema que habían escrito hacía mucho tiempo y que creían perdido, yo me encontré, pero en mi mente, un cuento que había pensado escribir hace muchísimo tiempo. Estaba pensando en no sé qué —creo que en otro cuento— cuando de repente apareció. Fue surgiendo poco a poco, lentamente, desde las profundidades del inconsciente hasta mostrárseme todo completo, de principio a fin: bello, sólido…redondito. Cuando lo vi dije: “¡Oye…! ¡Mira este cuento…! ¡Yo pensé que…! ¡No me acordaba de él…! ¡Hace tanto tiempo que…!” Pensé que lo mismo debía sentir un padre cuando el hijo que se había alejado y se creía perdido, vuelve después de mucho tiempo. Y experimenté cierta desazón: una mezcla de alegría y miedo a la vez. Alegría por haberlo recuperado, y miedo de saber que lo había olvidado. Porque su aparición produjo la siguiente pregunta: ¿cuántos más habré perdido, olvidado así? Enseguida recordé todos los pormenores que rodearon el proceso de su creación: la fecha, el día, la hora, dónde se me ocurrió, cómo surgió la anécdota y por qué los títulos que ensayé. Pasé todo el día “leyéndolo” y detallándolo con mucha emoción. Era —o es— un cuento bello, muy tierno. Se ve desvalido y llama a la piedad por haber estado olvidado durante tanto tiempo. Parece un huérfano. Cuando algo de la cotidianidad del día llamó mi atención, dudé en dejarlo para atender lo que me reclamaba. Pensé: “¿¡Y si después no puedo recordarlo!? ¿¡Y si lo vuelvo a olvidar!? ¿¡Y si vuelve a desaparecer!?” Pero luego me di cuenta que podía hundirlo y evocarlo a voluntad. Es más, creo que jugué un poco con eso.
    Ahora, cuando estoy triste, preocupado, solo, o no se me ocurre nada para escribir, lo cito, lo llamo. Y, rasgando el espeso velo de la neblina, él aparece como el mascarón de proa de un barco fantasma.
    Varias veces he intentado escribirlo, pero no puedo. No porque sea difícil o se resista. Sólo tiene tres páginas que puedo escribir de memoria si quisiera. Sino porque, es tan bello que me da dolor lanzarlo, como a los demás que he escrito, al tráfago de los lectores, que lo van a leer sin importarles su particular historia. Lo van a analizar fría e irresponsablemente. Lo van a comentar y a comparar con otros, y a decir coas de él. Algunas ciertas, otras falsas. En fin, lo van a traer y a llevar como una cosa, hasta volverlo vulgar, tosco, común e irreconocible. Preferí entonces dejarlo ahí donde lo encontré, y evocarlo cuando quiera.

    Autor: Pedro Querales. Del libro "Se vende"




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