domingo, 9 de diciembre de 2018

¡VIVA LA PASTA!, de Renato Rodríguez






**Alberto Hernández**


A mi amiga Magaly Salazar y a los italianos todos que tengo por familia



1.-


Sentado ante una máquina de escribir, cigarro entre los labios, gorro y delantal de cocinero, Renato Rodríguez, ahora Gennaro, nos presenta al maestro don Giuseppe, quien relata esta novela enciclopédica porque en ella encontramos recetas de cocina, datos históricos, musicales, literarios, teatrales, amorosos, cotidianos y hasta ilustraciones de diferentes tipos de cuchillos para cortar cebolla, tomate, carne, pizzas, etc, así como de los distintos tipos de pasta.



Don Giuseppe es un sabio. Don Giuseppe es el maestro que relata toda la historia, y Gennaro, que no es otro que el alter ego de Renato, como lo fue Donato en otra de sus aventuras narrativas, es el aprendiz, el receptor del viejo italiano del sur de la península quien lo enseña a preparar todos los platos de esa extraordinaria cultura culinaria.



Don Giuseppe es fuente de conocimiento. Relata con alegría mientras una copa de vino se asienta en su espíritu. El alumno también toma del vino que el maestro le brinda mientras los grandes compositores, escritores, cantantes, chefs, músicos, personajes como Napoleón, Moliére, Garibaldi, filósofos, fantasmas y hasta los duendes de una desbordada imaginación irrumpen en la cocina donde los dos hombres se pasean por un mundo de sabores, olores y formas.



“¡Viva la pasta/ Las enseñanzas de Don Giuseppe”, editado por R.A. Rodríguez, en Caracas, 1984, es una especie en extinción. Y digo esto porque para algunos lectores se tratará de un recetario de cocina. Pero va más allá. Es una novela donde la cocina italiana es el personaje, pero donde también ambos sujetos actantes, don Giuseppe y Gennaro, son los depositarios de esa curiosa amalgama de nombres en el musical idioma de Dante y D´Annunzio



En estas páginas aprenderemos a querer a un hombre que enseña. Es un libro de afectos culturales. Un libro en el que un italiano y un margariteño se entrelazan para inventar otro mundo: el de la cordialidad, el saber y el placer.


2.-


Nuestro personaje/ narrador protagonista, testigo y a veces omnisciente, porque de alguna manera todo narrador lo es, vivía en California y tuvo que mudarse a Nueva York, a Brooklyn, ciudad donde recaló en el restaurante Il Giardino, cuyo propietario, don Giuseppe, cuenta con el apoyo de dos hijos, Peppino y Alberto, quienes “atendían la caja registradora y el bar”.

Con la llegada de Gennaro don Giuseppe adquiere otro hijo, el putativo que encarará el largo discurso académico de un maestro amable, inteligente y culto. “¡Un vero maestro!”, en la voz del narrador.

Mientras aprende, el personaje retorna en recuerdos a su isla de Margarita, donde se reconoce en vecinos, familiares y amigos, en el maestro ebanista Fermín y en el paisaje agreste de su tierra. La memoria va y viene, mientras la voz del viejo italiano construye todo el mundo de sabores que su pupilo logrará exponer en un libro que se transforma en novela.


Aprendió a usar los cuchillos para trinchar, de zapatero, para la pizza, para las carnes, para los vegetales, para uso variado, éstos, los llamados de filo liso. Y los de filo estriado: para cortar el asado, para el pan, para rebanar embutidos, para el queso, para las tortas y las toronjas. Su primera experiencia fue cortar la cebolla Alla Giuliana. El viaje se extendió por el antipasto, el Arte della Pizza, porque “digamos así como se ha dicho que la Alquimia es la Poesía de la Ciencia, la Pizza es la Poesía de la Alimentación”. 


De su boca se desprendió esta afirmación: “La pizza es una ilusión nada más que eso”.


3.-

El Menestrón y sus distintos sabores, hasta llegar a Il Minestrone di don Giuseppe. Y mientras hablaba mencionaba a Rabelais y su Gargantúa, el glotón. Rossini y sus “Il Barbieri di Siviglia”, “La Gazza Ladra” y “Guglielmo Tell”. Los olores en medio de tanto conocimiento. Escritores cocineros. “El acto de beber es sagrado”, porque también el vino forma parte de la revelación culinaria. 

Todos los platos, todos. Los gnocchi, las salsas, la pasta, todas las pastas que son una sola en diferentes formas: “¡Una creazione dell´estro italiano!”. La historia de Marco Polo y cómo supo del nacimiento en China del spaghetti, un invento de un peninsular residente en el país asiático llamado Pietro Spaghetti. Largo relato donde el Khan y Marco Polo tienen mucho trabajo.

Las ilustraciones de las formas de la pasta también protagonizan o personifican: el acini, el capelletti, el conchiglie, el farfallette, el fusilli, la lasagne, el mostraccioli, el ravioli, el tagliatelle y el ziiti. Formas para comer y admirar. Formas para degustar, aunque “el sabor no ocupa espacio”.

Y todo lo que un italiano de la cocina puede enseñar o un ser humano puede comer mientras pronuncia cada nombre en ese idioma, en el idioma de Sciascia, de Ungaretti, en el mismo de todos los artistas que aquí aparecen. 


“¡Viva la pasta!” es un método de trabajo, una tesis en la que participan los lectores con la boca hecha agua, pero admirados por la sabiduría de don Giuseppe y la paciencia de quien aprende porque está al frente de un gran maestro.

El libro dice más. Mucho más. Queda que los interesados, pasteros o no, lo busquen y terminen leyéndolo, comiéndoselo con los ojos mientras Renato o Gennaro siguen cortando las cebollas, el cilantro y demás ingredientes para preparar la salsa mientras la pasta hierve. 


Un joven Renato Rodríguez. Foto tomada de aquí


4.-

Renato Rodríguez –o Gennaro- cierra su prontuario de sabores, olores y datos de todo tipo con unos Artificios y Triquiñuelas de Don Giuseppe, en los que aconseja cómo mejorar el trabajo en la cocina, secretos que muchos conocen pero que nuestro personaje convierte en una suerte de apostolado. Igual, un Glosario de términos frecuentemente utilizados en el Arte Culinario y un Índice de Recetas.

Todo un libro. Toda una aventura para aprender a cocinar. Páginas para lectores y amantes del arte de meterse entre ingredientes, ollas, cuberterías, hornillas, carnes y vegetales, vinos y demás yerbas para poder obtener un plato que haga más amable el mundo.

Renato Rodríguez. Foto tomada de aquí




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Alberto Hernández. Fotografía de Alberto H. Cobo.


Alberto Hernández

Nació en Calabozo, estado Guárico, el 25 de octubre de 1952. Poeta, narrador y periodista. Se desempeña como secretario de redacción del diario “El Periodiquito” de la ciudad de Maracay, estado Aragua

Fundador de la revista literaria Umbra, es miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo y colaborador de publicaciones locales y  extranjeras. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria.

En Venezuela ha publicado sus trabajos en la Revista Nacional de Cultura, Imagen, Solar, Poda, et al. Miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de CaraboboIntegrante de “Crear en Salamanca”, página digital de la ciudad castellana. Igualmente, en Cervantesmileshighcity de la ciudad de DenverEstados Unidos. Y en diferentes blog nacionales e internacionales.


En 2018 fue reconocido en la XVII Edición del Premio Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana por su novela “El nervio poético”.


Ha publicado los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) e Intentos y el exilio (1996). Además ha publicado el ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999).  Stravagnza (Italia 2012), 70 poemas burgueses (Caracas 2014), Ropaje (Cancún, México. 2012), Los ejercicios de la ofensa (Estados Unidos. 2010)
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3 comentarios:

  1. RENATO RODRÍGUEZ HACE UN TIPO DE LITERATURA QUE REFRESCA LA MIRADA DE LAS ACADEMIAS. LÁSTIMA QUE FUERA DEL PAÍS NO SE CONSIGAN AUTORES VENEZOLANOS.

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  2. Gracias por esta bonita entrega de Viva la pasta de Renato Rodríguez. Lo he buscado en las redes y encontré esta extraordinaria reseña

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