Disculpen el texto: no estoy muy fluido en estos días. La fotografía es de Carlos Ayesta
UN AÑO MÁS, UN AÑO MENOS
Al terminar el año es cuando nos damos perfecta cuenta de que hemos sobrevivido un nuevo período. Siempre pensamos algo así como “menos mal: de la que nos salvamos, ya salimos de eso”.
Actuamos como si hubiésemos pasado por unas pruebas como las que aparecen en las historias antiguas, donde a un personaje le ordenan “tienes que matar un dragón, comer un dragón crudo y atravesar el Sahara sin agua”.
Es decir: recordamos todo lo negativo o dificultoso que hemos superado, pero no nos detenemos a pensar en los ratos buenos. Un sabor, un orgasmo, una revelación, una risa auténtica, un cariño verdadero.
Es normal que lo negativo parezca un montón más grande que lo positivo. Tienes que trabajar quince días seguidos para cobrar un sueldo. Tienes que esperar nueve meses para tener un niño. Tienes que trabajar cincuenta años para obtener una jubilación. El sueldo no alcanza, el niño tendrá que ser la esperanza de sí mismo y la jubilación solo alcanzará para obtener un número en la sala de espera de la muerte.
Lo que quiero decir es que no deberíamos vivir el año deseando que se vaya pronto y nos deje en paz, sino tratando de vivir cada día, meterlo dentro de nosotros, que nos sirva para algo útil y verdadero. Exprimirlo con cada sentido, en soledad o en compañía. Si hay alguien que te quiera acompañar exprimiendo el año con sus dulces y sus amargos eso parecerá una victoria.
Son 365 días. Es mejor vivir un día a la vez. Como si fuera el único. Cuando pase diremos “ya va uno”. Lo más importante es que ese día se viva usando el cuerpo y el alma. Con hambre o con hartura, con dolor o con alegría. Porque de ese modo el siguiente día será menos agresivo con nosotros.
El tiempo es como una avalancha que se nos viene encima. No está al servicio nuestro. El tiempo camina sobre estos cuerpos que nos ha dado la vida y nos va dejando marcas. Debemos aprovecharlo como quien atraviesa un bosque o una selva: ¿hay una fruta? La comemos. ¿Hay una flor, adornando el espacio como loca, sin que nadie se lo pida? Miremos esa flor. ¿Nos pica un alacrán? Lloramos y buscamos alivio. ¿Hay un río con agua limpia? A bañarse y a beber agua.
Suena fácil y hasta irresponsable lo que digo. Pero lo hago para animar. Para no decir las cosas duras que alguien debería decir.
Porque cada año será igual de frustrante si seguimos viviendo sin pensar con pensamiento propio. Si seguimos buscando culpables de nuestras fallas y errores. Si seguimos actuando sin ponernos en los zapatos del otro. Si seguimos haciendo al otro lo que no queremos que nos hagan.
El año que viene es un tiempo nuevo que se presenta para que lo usemos y dejemos de ser nuevos.
Nuestros deseos de utilizar el tiempo casi siempre son los mismos: el año que viene lograremos lo que deseamos: tener casa, comida, ropa, salud, estudios y diversión. Los estudios para tener una profesión y conseguir con ello casa, comida, ropa, salud y diversión. Y por supuesto: reducir al mínimo los problemas. Si no se consigue nada de eso ¿qué hacemos? ¿morimos o seguimos?
Creo que muy pocas personas en el mundo se proponen ser menos ignorantes a medida que avanza el tiempo.
Se persiste en mantener esquemas, en pensar poco, en seguir aceptando lo superficial. A preferir creer que saber. Parecer en vez de ser.
Los primeros 25 años del nuevo siglo ya se están yendo y han sido terribles. No solo por las pestes y la violencia, los exilios y las dictaduras, los crímenes y el predominio de fanatismos y de delincuencia en el día a día del planeta.
Han sido terribles porque la ignorancia se eleva como categoría, se acepta como algo muy importante que se debe respaldar. La ignorancia se nutre además por el predominio de la figuración: se cree que es más importante figurar que hacer una obra sólida.
¿Por qué hay tantas personas que quieren destacarse sin realizar una obra, sin marcar la diferencia en alguna actividad? ¿Por qué no se dedican a trabajar intensamente en algo que amen hasta agotar los mayores esfuerzos?
Cada quién va por su lado y hasta lo elemental se va escapando de las manos. Predomina el pensamiento de que si no te reconocen por alguna circunstancia no llegarás ni a la esquina. Se busca un reconocimiento como sea.
En los libros está todo el conocimiento, están todos los pensamientos y los corazones luminosos que la humanidad ha creado. Puedes injertar un corazón de esos en tu corazón. Se puede borrar mucha oscuridad acudiendo a los libros.
Pero los doce meses que transcurren bajo la superficialidad de hacer un espectáculo tonto con cada cosa importante, dificulta el ejercicio pasional de leer. Decir, con orgullo: “El año que pasó no leí ni un libro” es el verdadero apocalipsis, queridas hermanas, queridos hermanos: oscuridad es apocalipsis.
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José Pulido. Fotografía de Gabriela Pulido Simne |
José Pulido:
Poeta, escritor y periodista, nació en Venezuela, el 1° de noviembre de 1945.
Vive en Génova, Italia.
En 1989 obtuvo el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. En el 2000 recibió el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. Ha publicado cinco poemarios y nueve novelas. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la Serie José Pulido pregunta y publica las entrevistas que ha realizado a creadores y artistas.
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