Adrián Guerra recibiendo el premio Raúl Ferrer al mejor promotor del 2009 de manos de la Dra. María Dolores Ortíz
Estimados Amigos
Hoy le hacemos llegar esta entrevista que le hicieron a nuestro amigo Adrián Guerra. Son interesantes sus planteamientos sobre el fenómeno de la lectura y sobre las bibliotecas en general. Esperamos que la disfruten tanto como nosotros.
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Por Ivette Fernández Sosa
Adrián no quiere que hablen de él. Tampoco habla de sí mismo, sino de lo que sabe y de lo que ve. Adrián Guerra Pensado lleva casi 40 años entre anaqueles de bibliotecas y tiene numerosos premios. Pero no se enorgullece tanto de eso como de su pequeña galería de retratos de autores para niños Eduardo Muñoz Bachs, en la Biblioteca Pública Rubén Martínez Villena.
Quien crea, sin embargo, que Adrián se adormece después de un éxito solo demuestra no conocerlo. Y es que la profesión de bibliotecario, según él “la mejor del mundo”, le exige y le proporciona en la misma medida.
Entrevistarlo es como leer un libro sabio y bueno. Sueños y fábulas se desprenden de su charla donde no cabe el egoísmo pues todo lo ocupa el desinterés.
Adrián es promotor cultural, animador de lectura y merecedor, recientemente, del Premio María Teresa Freyre de Andrade y Premio Raúl Ferrer por la obra de toda la vida.
¿Cómo ocurrió su acercamiento a los libros?
Mi acercamiento a los libros data de cuando era un adolescente, tendría 11 o 12 años. Entonces leía en las casas de las personas que mi madre visitaba. Me refugiaba en los libreros y así logré acceder a muchos libros. Como me sentaba a leer no me importaba cuánto demoraba la visita y al final me los prestaban. Así conseguía poder llevar conmigo a casa mucha lectura. De esa manera leí a Salgari, a Verne...
Pero pensando un poco más atrás quizás fue mi abuelo gallego quien influyó en mi gusto por los libros. Él tenía una tarima de venta de papelería (papel para envolver, libretas, blocs…) en el Mercado Único. Y todos los viernes su regalo consistía en cuatro historietas y una manzana para cada día de la semana. Esos fueron siempre los obsequios de mi abuelo. No era que supiera mucho sobre literatura, jamás me habló de libros, ni me compró ninguna otra cosa. Nunca sabré por qué lo hacía pero siempre se lo agradeceré.
¿Por qué trabaja para niños?
Trabajar para niños no es algo que yo crea haber elegido. En realidad me siento escogido. Algo tuvo que venir dentro de mí para que decidiera trabajar para ellos. La primera vez que entré a la Biblioteca Nacional fue durante una práctica en la carrera. Estando allí vi una actividad que daban a los niños y sé que me encontré. Me di cuenta de que eso era lo que me gustaba. En ese sitio quería e hice mis prácticas. Desde que empecé a trabajar con los niños me he sentido siempre transformado, rejuvenecido porque ellos siempre vienen con las ideas frescas, con inocencia, con muchos espacios en blanco para llenar.
Hay algo que viene con las personas que trabajamos con niños. Es algo muy profundo que viene de muy atrás. Es una condición, tal vez. Todo el que trabaja con niños tiene esa cualidad consigo, que, probablemente, no se sepa ni cómo ni por qué le viene.
Las acciones en pos de incrementar el hábito de lectura han aumentado en los últimos años. ¿Le parece suficiente o eficiente todo lo que se hace?
Hoy, a partir del nacimiento del Programa Nacional de Promoción la Lectura , considero que la preocupación sobre qué se lee, quiénes leen o por qué no se hace y cómo promoverla, empezó, por fin, a dar pasos firmes.
Se trata de un programa de vida, es un proyecto con la sociedad que debe involucrar a todos. Lo que hay es que enriquecer y tributar a ese programa. Pero todo lo que hacemos no es suficiente ni tampoco somos todo lo eficientes que debemos ser. Hay que decir que no hay muchos promotores de lectura, ni siquiera todos los bibliotecarios lo son. De manera que queda mucho por hacer. Y son tantos los que no leen y es tanta la gente que no ha descubierto que su vida puede cambiar con el impacto de un libro, que el camino es aún largo.
Una de las cosas más importantes, que a mi juicio, tiene el Programa, es que influye en la calidad de la lectura. Los animadores de lectura debemos saber a qué personas y qué temas recomendar. La sinceridad es una condición determinante. La promoción es un compromiso para toda la vida, es algo que te hace feliz y se vuelve el objeto de tu trabajo. Es casi increíble que te paguen por eso, por tratar de ser feliz y hacer felices a otras personas, y si tienes ese don de querer a la gente, de comunicarte con ella, entonces, estás en la gloria. Cada vez que abres un libro hay nuevas esperanzas, hay optimismo, hay nuevas maneras de pensar, hacer, contribuir…
Esto de tratar de que la gente lea parece sencillo, pero no lo es. Los seres humanos están muy complicados y la meta son aquellos que dicen que no tienen tiempo. El trabajo que tenemos por delante es muy grande y hay que tratar de llegar a todos los grupos sociales y etarios. Eso es un horizonte enorme, pero es un trabajo feliz. Repartir felicidad, que es lo que uno recibe de la lectura, es algo siempre grato y solamente se hace fácil cuando uno tiene impresiones muy personales que compartir. Es importante el conocimiento que tengamos sobre el libro pero también sobre los destinatarios. Lo más importante en la promoción de lectura es la labor individualizada, es la recomendación diferenciada, a cada persona lo que necesita en el momento en que se hace posible abordarla. El promotor aprende mucho del lector porque, para sentirse realizado, el que se inicia precisa de una persona con la cual intercambiar impresiones.
El promotor tiene una función fundamental: tratar de que todos descubran la importancia que puede tener la lectura para sus vidas. Siempre andamos tratando de convencer a los demás de que un buen consejo puede allanar el camino y evitar malos pasos. La gente también se resiste a cambiar su rutina. Creo que nunca terminaré mi labor y no creo que alguien lo piense. Esa es una labor de por vida.
De manera habitual se piensa que un bibliotecario es alguien que solamente guía a un usuario, pero su trayectoria se parece más a la de un educador. ¿Hay retroalimentación entre el sistema educacional y la biblioteca pública?
Los bibliotecarios siempre estamos rozando el papel de los educadores, pero eso sucede siempre en las áreas infantiles y juveniles. Todos los que vienen aquí por primera vez intentan resolver un trabajo escolar. Eso es algo que tenemos que agradecer al sistema de educación: que nos brinde la posibilidad de que ellos vengan a nosotros por una tarea. Eso los pone a tiro de nuestras armas, los ayudamos con la información y, a veces, uno se siente un poco papá. Pronto descubrimos las fallas. Los niños se están alejando del entorno porque estamos en una sociedad donde lo más importante parecen ser las nuevas tecnologías. Saben más de los dinosaurios, a partir de Parque Jurásico, que de los caballos. Uno los encuentra que no saben lo que son cascos de caballos. Cuando los niños tienen computadoras en sus casas las tienen llenas de música, juegos y películas, puro entretenimiento. El disco duro más importante que ellos tienen es el cerebro y si lo llenan de distracciones están confundiendo el tiempo. Por eso no conocen los pájaros o los árboles. En la biblioteca se descubren cosas que el común de las personas no ve. Nosotros vemos el germen de la sociedad futura. Por eso ser bibliotecario para mí no es una profesión común. Nos pueden confundir con educadores porque también rectificamos ortografía y conductas.
La investigación más linda e interesante que podría hacer un profesor es pedir a los alumnos que averigüen qué pasó el día que ellos nacieron. En cambio nunca les orientan esa investigación. Los maestros no se dan cuenta del engranaje que se mueve detrás de una solicitud que sobrepasa los niveles lógicos de información que están al servicio de estas edades. Aprender cómo funciona la biblioteca es algo que debieran saber todos los profesores. Los detalles solo los sabemos nosotros. Si los profesores se acercaran a la biblioteca y vieran cómo se desgranan las preguntas para crear las respuestas, se darían cuenta de que hay cosas que merecen ser reelaboradas.
En un artículo titulado “Una buena razón para leer”, aparecido en la revista Esplendor de Aurora, de la que es redactor y editor, afirma: “Ser ‘la persona indicada’ para enfrentar nuestro destino, podría requerir una sólida escala de valores, cierta dosis de serenidad, de valor… inteligencia, amor propio y optimismo. (…) un hombre o una mujer no se miden bien por las cualidades que poseen, sino por las decisiones que toman”. ¿Cuánto puede contribuir la lectura para el fomento de valores?
Los valores no se han perdido. Los valores también están en la literatura. La cubana, por ejemplo, contiene los nuestros y nuestra identidad. Los que acceden a la lectura revalorizan constantemente su escala de valores. Además de conocimiento, cuando se lee, se adquieren emociones y, a través de ellas, uno reestructura la visión que tiene. Hay gente en el mundo que no puede escuchar porque les gusta hablar, cuando alguien trata de explicarles algo se rebelan. Las personas que más difíciles son de callar, tienen que hacerlo ante un libro. Aún aquellos calificados de impertinentes se dejan enamorar por la palabra escrita. Al final, cuando se cierran las tapas de un libro, uno no es el mismo que era cuando lo abrió.
Con respecto a las nuevas tecnologías algunos especialistas vaticinan cambios radicales en el mundo de las bibliotecas. ¿Desaparecerán tal y como las conocemos ahora?
Las bibliotecas del primer mundo, las que tienen mayor tradición y mejores posibilidades tecnológicas, dicen que las opciones que brindan las nuevas tecnologías harán variar un poco la imagen de las bibliotecas. Pero, pienso, siempre nos va a salvar lo cálido del encuentro humano. La biblioteca es el lugar ideal para todos los encuentros posibles. Conferencias y cursos siempre serán demandantes de un espacio que no puede ser más ideal que el de una biblioteca. Ese contacto humano donde surgen nuevos compromisos, planes, inclusive amores, requiere de un lugar apropiado. De un espacio en el que también se pueda confrontar y socializar el conocimiento. Un encuentro donde un especialista desarrolle un tema que es de interés social, es incomparablemente mejor que un foro.
Estas tecnologías, sin embargo, pueden ser provechosas. Nosotros estamos trabajando con un club de lectores en la sala juvenil. Se creó a partir de un método que inventé que se llama Carita feliz. Las cubiertas de los libros que promuevo tienen una carita feliz (un círculo amarillo con un rostro sonriente). Eso es para cuando yo no esté, para que luego los padres sepan que esas son las recomendaciones que hacemos los bibliotecarios. Mientras estamos podemos explicar mucho, pero cuando no estemos esa señal indica a donde uno dirigirse en busca de nuevas lecturas, sobre todo para la gente que no es avezada en escoger buenos libros. Esa señal se pone en el expediente del lector y por ahí vemos cómo va aumentando su presencia en los libros que extraen. Cuando vemos que hay suficiente, veinte por ejemplo, es una cifra buena. Confiamos en que a medida que pase el tiempo escojan, mayormente, libros señalados. Y se cumple. Entonces les pedimos que tomen los cinco libros que más les interesan y les hacemos una fotografía. Hecho esto, el joven forma parte del club virtual.
De esta manera, muchachos que empiezan su camino como lectores pueden identificarlos, ver los libros que tienen en mano, más las recomendaciones que agregan por escrito. Da cierta confianza que quien te recomiende sea un muchacho de tu misma edad y que, además, tiene muchas lecturas. Es un power point donde cada uno tiene su espacio con su eslogan e imagen. Algunos tienen tres o cuatro páginas de lecturas recomendadas. Ahí hay libros que tienen la señal y otros que ellos consideran que deberían tenerla. El club aporta más de doscientos libros que están señalados y que se encuentran dispersos en las estanterías. También empleamos el método de las librerías, sobre todo en verano. Colocamos un muestreo de libros sobre una mesa de forma tal que el que viene a entregar no tenga que recorrer las estanterías en busca de las recomendaciones. Si algo de eso no le conviene, puede ir a la máquina y encontrar los otros. Estos jovencitos que aman la lectura están trabajando para el mundo del libro. Les estamos enseñando a producir información. Ellos hacen comentarios muy valiosos sobre los libros que leen. Los estamos publicando en la revista electrónica y le llamamos Wikiclub.
El año pasado entregaron a la Editorial Gente Nueva todas las cubiertas de los libros premiados en los 37 años del Concurso de la Edad de Oro. Hicieron las fichas de esos textos. Cuando se dispone de los medios, uno no solo se alimenta de eso, sino que produce información que tiene demanda. Actualmente están trabajando con el certamen la Rosa Blanca. Tenemos escaneadas todas las cubiertas de los premios en los 26 años que tiene y ya están poniendo los datos de cada uno. Trabajan, también, en el Premio Abril, el Premio Unión. Están revisando Bohemia, buscando información sobre literatura que nunca se ha digitalizado, escaneándola ellos y guardándola en la base de datos. Estos muchachos no juegan en la computadora, están encaminados a una ética que es muy necesaria para enfrentarse a Internet y la están adquiriendo con el trabajo que les damos. Se trata del mérito de aunar información que nadie tiene. Ello implica que pueden dominar ciertos diseños. Por aquí pasan editores y autores, y les mostramos el trabajo y ellos les dan su parecer. El presidente del club está estudiando para técnico medio en Bibliotecología y después seguirá la universidad. Los otros quizás sean escritores o pasen a formar parte del mundo del libro como editores, correctores…, porque lo que hacen ahora los capacita en esa dirección. Pero si logran ser solamente padres y madres capaces de mostrarles a sus hijos la importancia que tiene leer o la que tienen las bibliotecas para su realización personal, ya podemos darnos por satisfechos y la sociedad podría aplaudir, porque lo que estamos tratando de demostrar es que sí se puede dejar de jugar para hacer cosas meritorias. Los adolescentes lo que quieren es revalorizar su figura dentro del grupo al que pertenecen, encontrar algo que los distinga y dentro de ello también está el aprender a producir información útil para la sociedad. Eso es lo que queremos, que tengan una visión que pueda acompañarles toda la vida y que sea la correcta.
Una de las misiones del bibliotecario es facilitar el conocimiento, ¿cuánto le enseña a diario su propia labor?
Cuando uno estudia esta carrera, cuando uno quiere ser bibliotecario, eso no solo te permite alcanzar el conocimiento, también te alimenta las emociones, y como en la inteligencia también hay emociones, entonces uno aprende a través de los libros, no lo que hay en ellos, sino que aprende a entender. Los libros te enseñan muchas cosas, pero la novela y el cuento, la poesía y los ensayos te enseñan a entender la vida. Cuando alguien tiene la posibilidad de demostrarnos que estamos equivocados o de enriquecer la visión que tenemos sobre cualquier tema, ese es el encuentro que más celebramos porque nos transforma. A veces, un solo libro impacta a una persona que no se recupera jamás.
Nosotros, los bibliotecarios, como se ha dicho en numerosas ocasiones, hacemos un trabajo silencioso. Pero los que trabajan con el público no son nada silenciosos. Si somos silenciosos no somos afectuosos, agradables, obsequiosos, ni traspasamos las barreras de las puras normas de nuestro trabajo.
Para hacer gala y honor a mi profesión debo tratar a todos, aunque sea un adulto, como el mejor de mis usuarios. Por eso le guío según lo que busca. Quiero que agradezcan haber topado con nosotros. Cuando un adulto tiene una buena opinión sobre la atención que recibe, regresa y trae a alguien más consigo. No solo les presto libros a los niños y jóvenes, yo les presto libros a los padres y abuelos de esos niños y jóvenes. No puedo desperdiciar la oportunidad de que padres e hijos compartan buena literatura. Entonces los adultos se convierten en otros mediadores. No puedo tener un horizonte tan corto, que sea nada más de hasta 14 años. Necesito identificar mediadores entre el libro y el niño. No puedo dejar de tratar que la lectura que llegue a la casa sea a través del niño o a través del adulto. Si el bibliotecario no se da cuenta que nuestra labor es larga e involucra a otros, se ciñe solo al eslabón que le toca en la cadena, y ni siquiera lo enlaza con el siguiente o con el anterior. Tienen que aparecer nuevas ideas para llegar a la gente y hacer lo mismo pero cada vez mejor. La profesión está plagada de cosas que la práctica supera y eso es una felicidad, sobre todo para las personas que queremos encontrar una manera nueva de lograr los objetivos. Si preguntas a los estudiantes, muchos te dirán que el ejemplar único debe estar en el almacén. El libro único también debe ser leído, si no es patrimonial merece dar conocimiento.
¿Qué significado tienen las bibliotecas, y en especial la Rubén Martínez Villena, en su vida?
¿Cuál es la mayor satisfacción recibida en todos sus años como trabajador? ¿Cuál el más grande desencanto?
La mayor satisfacción que he recibido en todos estos años como trabajador ha sido la que emana de los propios usuarios. Uno siempre está buscando cumplir con su misión pero también con el bienestar de las personas. Si a mi vez recibo una sonrisa, esa satisfacción supera y deja bien atrás a aquellas personas cuyo deleite se centra en el salario que devengan o en cualquier otro tipo de estímulo material. Si he estado –y estaré– trabajando como bibliotecario para niños, es porque me satisface. Cuando lo que haces te llena espiritualmente, entonces puedes tener la tranquilidad de no doblegarte por ninguna otra razón. Trabajar con los niños tiene tantos encantos que provee una felicidad inextinguible. Y esa satisfacción siempre me ha acompañado. Nunca he tenido un gran desencanto. Si mi misión en la vida es encantar con la lectura, entonces ¿cómo es posible ser un encantador desencantado?
Si pudiera diseñar un universo bibliotecariamente perfecto, ¿cómo sería?
La primera palabra que me viene a la mente es imposible. Nosotros no podemos diseñar ese mundo si no partimos de las demandas y los requisitos que tienen los lectores. Las personas que no son lectoras podrían decir una serie de cosas que no son propias de las bibliotecas porque desconocen sus funciones. Pero la voz de los que son lectores, la voz de lo que acuden a las bibliotecas, quienes celebran cuando se adopta un servicio que les permite un mejor o mayor acceso a la información, son las que deben expresar las insatisfacciones que tienen o los sueños que quisieran que se realizaran en la bibliotecas. Son ellos, y no otros, los que pueden perfilar la biblioteca del futuro. Nosotros solamente tenemos que estar a la escucha y seguir meditando lo que nos puede ser útil para crear nuevos servicios, para ingeniarnos métodos más eficientes con el único propósito de satisfacerlos. La primera palabra la tienen nuestros lectores, ellos dirán cómo será la biblioteca del futuro; nosotros solamente vamos a seguir detrás de ellos tratando de ayudar a que las cosas sean como ellos las sueñan.
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