Predio selvático incendiado para eliminar los árboles en el estado de Acre. Crédito: Mario Osava/IPS |
Por Mario Osava *
Brasil
se alejó de América Latina en materia climática y articula sus
posiciones en el ámbito Basic, que conforma junto a Sudáfrica, India y
China, y con el Grupo de los 77 países en desarrollo.
RÍO
DE JANEIRO, 28 nov (Tierramérica).
Sin propuestas relevantes, con
retrocesos internos y un contexto internacional adverso, Brasil tiene
escasas condiciones para asumir el liderazgo que se espera de unapotencia ambiental en la conferencia climática de la ciudad sudafricana
de Durban.
Las responsabilidades de Brasil son mayores pues será anfitrión de la Conferencia de las Naciones Unidas
Las responsabilidades de Brasil son mayores pues será anfitrión de la Conferencia de las Naciones Unidas
sobre el Desarrollo
Sostenible, llamada Río+20 porque se llevará a cabo en junio de 2012,
dos décadas
después de la cumbre mundial que aprobó las convenciones del
clima y de la biodiversidad y en la misma ciudad de Río de Janeiro.
Pero Brasilia parece estar "renunciando a un papel más activo”, a juzgar por el "tibio" documento que presentó el 27 de octubre como base de las negociaciones de Río+20, dijo Luiz Pinguelli Rosa, secretario ejecutivo del Foro Brasileño de Cambio Climático, que reúne al gobierno y la sociedad para contribuir en la formulación de políticas públicas.
En el sector ambientalista se teme que el gobierno esté evitando propuestas más osadas para asegurarse una buena concurrencia de jefes de Estado y de gobierno, especialmente de los países industrializados, a Río.
Se trata de una “táctica equivocada” pues los gobernantes no vendrían a discutir amenidades y en cambio se sentirían desafiados y atraídos por “propuestas fuertes” y polémicas, dijo Pinguelli, profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro y experto en energía, en entrevista con Tierramérica.
Para Rubens Born, coordinador adjunto de Vitae Civilis, organización no gubernamental activa en las negociaciones del clima, "el éxito de Río+20 depende de los avances en la COP 17”, la 17 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se celebra entre el 28 de este mes y el 9 de diciembre en Durban.
Pero Brasil sufre contradicciones internas que pueden “manchar” su imagen y frenan propuestas más audaces, dijo a Tierramérica.
El parlamento se apresta a aprobar una reforma del Código Forestal de 1965 que flexibiliza exigencias ambientales, lo que podría estimular la deforestación e invertir la tendencia de caída de la tala en los últimos años.
Además, Brasil se está convirtiendo en un gran productor de petróleo, a partir de los yacimientos descubiertos bajo una gruesa capa de sal a más de 5.000 metros de profundidad en el océano Atlántico, y tiende a “ensuciar” su matriz energética, acotó Maureen Santos, especialista en negociaciones internacionales de la Federación de Órganos para Asistencia Social y Educacional.
Con una política económica “desarrollista”, asentada en grandes obras de infraestructura energética y logística, la expansión agrícola en los principales biomas nacionales –la Amazonia y la sabana del Cerrado– y una creciente exportación de materias primas, Brasil está en problemas para sostener su legitimidad ambientalista.
Dueño de envidiables recursos naturales, enormes reservas de biodiversidad, agua dulce y bosques tropicales, ostenta también la matriz energética más renovable y el mayor potencial agrícola del mundo. Es, por tanto, un actor clave en las negociaciones ambientales internacionales.
Este país de 192 millones de habitantes fue protagonista del debate climático desde antes de la Cumbre de la Tierra de 1992. Conceptos básicos, como las emisiones históricas de gases de efecto invernadero que definen las responsabilidades diferenciadas de los países en el cambio climático, y el Mecanismo de Desarrollo Limpio, se originaron aquí.
En la COP 15 de Copenhague, Brasil también obtuvo fuerte repercusión al presentar un compromiso voluntario de reducir sus emisiones de gases invernadero proyectadas para 2020 entre 36 y 39 por ciento, y con el dramático discurso del entonces presidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011), prometiendo ayudar a los países más pobres.
Pero las políticas actuales contradicen esas promesas, según ecologistas. La revisión del Código Forestal amenaza la meta de reducir la deforestación amazónica en 80 por ciento, y no se tiene noticia de aportes brasileños al Fondo Verde para el Clima, destinado a apoyar a las naciones pobres.
Además, Brasil se alejó de América Latina en materia climática y articula sus posiciones en el ámbito Basic (que conforma junto a Sudáfrica, India y China) y con el Grupo de los 77 países en desarrollo (G-77), apuntó Santos.
La dimensión ambiental no está debidamente contemplada en los procesos de integración sudamericanos, lamentó.
Río+20 será “una bellísima oportunidad” para corregir y “aglutinar” a una región que “contrasta con el momento ruinoso” que vive el mundo, marcado por la “derechización”, la vuelta al neoliberalismo y la democracia supeditada a la economía para salvar a los banqueros de la quiebra, comentó Pinguelli.
Es una coyuntura de “víspera del fascismo”, que recuerda la crisis iniciada en 1929 y que culminó en una guerra mundial, que ahora sería “improbable a causa de las armas nucleares, ese demonio que dificulta las guerras”, sostuvo el profesor y físico nuclear.
Ese contexto internacional “sofoca” el debate climático, acotó.
Pero la crisis económica no significa ausencia de recursos para ayudar a países pobres a mitigar y adaptarse al cambio climático, matizó Born. Solo en 2009, el mundo destinó 312.000 millones de dólares a subsidiar los combustibles fósiles, según el último Informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, recordó.
Sin embargo, la amenaza de recesión en el mundo rico no favorece la meta de entregar centenares de miles de millones de dólares para reducir la contaminación causante del calentamiento y hacer frente a los cambios del clima en los países en desarrollo.
La cuestión prioritaria en Durbán es la supervivencia del Protocolo de Kyoto, único instrumento internacional que establece metas obligatorias de mitigación y cuyo término en 2012 desmantelaría toda la arquitectura desarrollada en la convención sobre el cambio climático.
Pero Brasilia parece estar "renunciando a un papel más activo”, a juzgar por el "tibio" documento que presentó el 27 de octubre como base de las negociaciones de Río+20, dijo Luiz Pinguelli Rosa, secretario ejecutivo del Foro Brasileño de Cambio Climático, que reúne al gobierno y la sociedad para contribuir en la formulación de políticas públicas.
En el sector ambientalista se teme que el gobierno esté evitando propuestas más osadas para asegurarse una buena concurrencia de jefes de Estado y de gobierno, especialmente de los países industrializados, a Río.
Se trata de una “táctica equivocada” pues los gobernantes no vendrían a discutir amenidades y en cambio se sentirían desafiados y atraídos por “propuestas fuertes” y polémicas, dijo Pinguelli, profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro y experto en energía, en entrevista con Tierramérica.
Para Rubens Born, coordinador adjunto de Vitae Civilis, organización no gubernamental activa en las negociaciones del clima, "el éxito de Río+20 depende de los avances en la COP 17”, la 17 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se celebra entre el 28 de este mes y el 9 de diciembre en Durban.
Pero Brasil sufre contradicciones internas que pueden “manchar” su imagen y frenan propuestas más audaces, dijo a Tierramérica.
El parlamento se apresta a aprobar una reforma del Código Forestal de 1965 que flexibiliza exigencias ambientales, lo que podría estimular la deforestación e invertir la tendencia de caída de la tala en los últimos años.
Además, Brasil se está convirtiendo en un gran productor de petróleo, a partir de los yacimientos descubiertos bajo una gruesa capa de sal a más de 5.000 metros de profundidad en el océano Atlántico, y tiende a “ensuciar” su matriz energética, acotó Maureen Santos, especialista en negociaciones internacionales de la Federación de Órganos para Asistencia Social y Educacional.
Con una política económica “desarrollista”, asentada en grandes obras de infraestructura energética y logística, la expansión agrícola en los principales biomas nacionales –la Amazonia y la sabana del Cerrado– y una creciente exportación de materias primas, Brasil está en problemas para sostener su legitimidad ambientalista.
Dueño de envidiables recursos naturales, enormes reservas de biodiversidad, agua dulce y bosques tropicales, ostenta también la matriz energética más renovable y el mayor potencial agrícola del mundo. Es, por tanto, un actor clave en las negociaciones ambientales internacionales.
Este país de 192 millones de habitantes fue protagonista del debate climático desde antes de la Cumbre de la Tierra de 1992. Conceptos básicos, como las emisiones históricas de gases de efecto invernadero que definen las responsabilidades diferenciadas de los países en el cambio climático, y el Mecanismo de Desarrollo Limpio, se originaron aquí.
En la COP 15 de Copenhague, Brasil también obtuvo fuerte repercusión al presentar un compromiso voluntario de reducir sus emisiones de gases invernadero proyectadas para 2020 entre 36 y 39 por ciento, y con el dramático discurso del entonces presidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011), prometiendo ayudar a los países más pobres.
Pero las políticas actuales contradicen esas promesas, según ecologistas. La revisión del Código Forestal amenaza la meta de reducir la deforestación amazónica en 80 por ciento, y no se tiene noticia de aportes brasileños al Fondo Verde para el Clima, destinado a apoyar a las naciones pobres.
Además, Brasil se alejó de América Latina en materia climática y articula sus posiciones en el ámbito Basic (que conforma junto a Sudáfrica, India y China) y con el Grupo de los 77 países en desarrollo (G-77), apuntó Santos.
La dimensión ambiental no está debidamente contemplada en los procesos de integración sudamericanos, lamentó.
Río+20 será “una bellísima oportunidad” para corregir y “aglutinar” a una región que “contrasta con el momento ruinoso” que vive el mundo, marcado por la “derechización”, la vuelta al neoliberalismo y la democracia supeditada a la economía para salvar a los banqueros de la quiebra, comentó Pinguelli.
Es una coyuntura de “víspera del fascismo”, que recuerda la crisis iniciada en 1929 y que culminó en una guerra mundial, que ahora sería “improbable a causa de las armas nucleares, ese demonio que dificulta las guerras”, sostuvo el profesor y físico nuclear.
Ese contexto internacional “sofoca” el debate climático, acotó.
Pero la crisis económica no significa ausencia de recursos para ayudar a países pobres a mitigar y adaptarse al cambio climático, matizó Born. Solo en 2009, el mundo destinó 312.000 millones de dólares a subsidiar los combustibles fósiles, según el último Informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, recordó.
Sin embargo, la amenaza de recesión en el mundo rico no favorece la meta de entregar centenares de miles de millones de dólares para reducir la contaminación causante del calentamiento y hacer frente a los cambios del clima en los países en desarrollo.
La cuestión prioritaria en Durbán es la supervivencia del Protocolo de Kyoto, único instrumento internacional que establece metas obligatorias de mitigación y cuyo término en 2012 desmantelaría toda la arquitectura desarrollada en la convención sobre el cambio climático.
Como portavoz del G-77, Brasil encabeza la lucha por
un segundo período de compromisos del protocolo, cuya aprobación parece
imposible en Durban.
Las discusiones son intensas, y un acuerdo
es posible, aseguró el negociador Luis Alberto Figueiredo, de lacancillería brasileña.
Entre el colapso y el acuerdo ideal –nuevas metas para un segundo período–, lo más probable es que se apruebe una prórroga del protocolo de dos o tres años, para dar tiempo a negociaciones que hoy enfrentan condiciones muy desfavorables, opinó Morrow Gaines, especialista internacional de Vitae Civilis.
Entre el colapso y el acuerdo ideal –nuevas metas para un segundo período–, lo más probable es que se apruebe una prórroga del protocolo de dos o tres años, para dar tiempo a negociaciones que hoy enfrentan condiciones muy desfavorables, opinó Morrow Gaines, especialista internacional de Vitae Civilis.
La
COP no tiene poder por sí sola para poner fin a ese tratado
internacional, y del Protocolo de Kyoto dependenvarios mecanismos, como
el MDL, y el mercado de carbono que ha consolidado intereses
empresariales en todo el mundo, arguyó.
* El autor es corresponsal de IPS.
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