Elogio y exaltación del libro como regalo
Entre el prestigio, la cultura y la amistad, escritores y editores explican por qué no hay un obsequio mejor
NURIA AZANCOT | Publicado el 16/12/2011
No está claro el origen del prestigio del libro como el mejor regalo posible, pero todos los autores, sociólogos y editores consultados (Muñoz Molina, Alberto Olmos, Susana Fortes, Gonzalo Hidalgo Bayal, Vicente Verdú, Román Gubern, Ignacio Martínez de Pisón y Manuel Borrás) coinciden en que obsequiar literatura demuestra complicidad con el amigo, conocimiento del otro y de uno mismo, y, sobre todo, cultura y honestidad.
Antonio Muñoz Molina lo tiene claro: “El libro es el mejor regalo porque tiene la máxima concentración de la experiencia humana. Ahí lo tienes todo, todo el mundo posible, toda la ficción, la realidad, todo está ahí”. Susana Fortes va más allá y apunta siete razones que podrían ser más: “Primero porque es un placer auténtico y tampoco andamos tan sobrados; segundo, porque hay que saber merecerlo; tercero, porque es el refugio más seguro cuando caen chuzos de punta; cuatro, porque a veces nos salvan un día; quinto, porque nos hacen más jóvenes; sexto, porque algunos libros se quedan con nosotros para siempre; séptimo porque nos calientan el corazón ¿Sigo? Sobran razones”.
Por su parte, el sociólogo Román Gubern destaca que el libro es el mejor regalo “si es realmente bueno. Es un compañero fiel que va contigo toda la vida”. Claro que, metido en harina lectora, aprovecha para reivindicar el libro tradicional ante al ebook, ya que “frente a los actuales lectores digitales, el libro impreso tiene el encanto del objeto, su forma, su textura... Pese a todo, creo que el libro electrónico y el tradicional gutemberiano', por decirlo así, coexistirán durante mucho tiempo. Desde mi punto de vista, el libro electrónico realiza una labor de almacenamiento importantísima en lugares de estudio como universidades o bibliotecas. El impreso, sin embargo, conserva su valor fetiche considerándolo casi como una obra de creación. Pienso en las portadas de Junceda o en las ediciones de Alicia en el País de las Maravillas, aún ilustradas por las dibujos de John Tenniel. Ése es el encanto que aún tiene el libro tradicional. El libro impreso tiene la posibilidad de encariñar, de seducir. El libro electrónico es más frío pero más útil. Desde luego, a alguien que yo quiera jamás le regalaría un libro electrónico. En el libro impreso hay un plus de cariño que no existe en otros soportes”.
Para Manuel Borrás, en cambio, lo importante es el contenido y no el soporte, porque “cuando le regalas a alguien un libro le estás diciendo muchísimo de sí mismo, de cómo le ves y de quién eres tú; para acertar siempre debes contemplar al otro, no es como regalar unos esquís que sólo le van a servir para eso y van a enriquecer su mundo”
Exprimidores y libros
En la misma línea, Ignacio Martínez de Pisón destaca cómo “regalar un libro exige conocer los gustos y la personalidad de la persona. Para regalar un exprimidor sólo hay que averiguar si se le ha estropeado el exprimidor viejo”, mientras que Vicente Verdú menciona que aún “estamos con la secuela de aquello que decía que un libro ayuda a triunfar, y esa mítica del libro yo creo que ha persistido”. Gonzalo Hidalgo Bayal confiesa que no sabe regalar otra cosa, tal vez porque “un libro es el regalo más personal, ya que implica a la conciencia y al gusto tanto del que regala como del destinatario, y más perdurable, porque permanece doblemente en la memoria, como regalo y como texto. Personalmente, puedo hacer lo indecible por conseguir un libro si sospecho que a alguno de los míos les pueda interesar y convenir. Con suerte, es el mejor acierto”.
Paraíso selecto
Pero ¿cuándo nace el prestigio del libro como el mejor regalo? Al menos, desde hace cuatro siglos, según Borrás. Para Hidalgo Bayal también es cuento largo, “antiguo y selecto, de supremacía intelectual, paraíso cerrado para muchos. El prestigio social tal vez sea más cercano, un ingrediente añadido a la teoría de la clase ociosa. Creo que ahora los antiguos prestigios -social e intelectual- se han fundido en un prestigio nuevo, que no es de gremio ni de clase, sino democrático y común, popular y personal, de inmensa minoría y brotes humanistas (casi estoy por decir humanos')”. Gubern señala a la Ilustración, “justo cuando el libro se convierte en algo accesible para las masas. En definitiva, cuando se democratiza. A partir de este momento, el libro nace como objeto diferenciado y es cuando se consideran los aspectos que comento sobre su olor, tamaño, etc”. Y también Fortes coincide con el XVIII,y la llegada “de la Ilustración y aquellos filósofos exquisitos y medio aristócratas. Pero, aunque hay precedentes, la novela como género adictivo y popular es un fenómeno del XIX: Dickens, Stevenson, Melville, Conan Doyle, Dumas, Tolstói, Julio Verne, Galdós...”.
Cargado de desengaño, sin embargo, Vicente Verdú destaca cómo la fascinación de los lectores más veteranos pierde importancia en los tiempos del kindle, twitter y tuenti, “sobre todo para los jóvenes, que ni siquiera prestan atención al libro electrónico, porque casi todo está ya pirateado en la red, mientras los lectores veteranos , los que consideramos el libro en papel como un tótem, quedamos como reliquias del pasado”.
Analfabetismo generalizado
Otros no son tan pesimistas. Así, Ignacio Martínez de Pisón destaca que el prestigio del libro “surge al mismo tiempo que él y se explica por un contexto de analfabetismo generalizado. Por desgracia, a medida que el analfabetismo se ha ido derrotando, el prestigio del libro ha ido disminuyendo”, mientras que Antonio Muñoz Molina vuelve sus ojos al pasado, a la Roma clásica y al medievo: “Con la imprenta hay una generalización del libro, pero no hay más que pensar en la reverencia que en Roma se conservaban los libros o cómo en la Edad Media se salvaron tantos libros. Pensamos que han estado siempre a disposición de todo el mundo, pero no es verdad, a veces ha habido un único ejemplar que fue copiado un monje y que pudo perderse para siempre. Desde que existe el concepto del texto escrito que se puede copiar y trasmitir, muy visible desde Alejandría, un buen libro siempre ha sido un tesoro”.
A veces, incluso, los libros regalados pueden cambiar nuestras vidas. Manuel Borrás, por ejemplo, recuerda como si fuese ayer cómo su madre le regaló, siendo niño, las poesías de Rubén Darío, y cómo buscó en un atlas dónde estaba ese “paisito desconocido” llamado Nicaragua. Ahora, con la perspectiva que da el tiempo, el editor que más ha hecho por que autores de las dos orillas sean conocidos, sabe que ése fue su primer viaje. Para Susana Fortes, el libro regalado clave fue Las aventuras de Tom Sawyer, de Twain, “que era el mundo en el que los niños de antes nos iniciamos en el embrujo de la narración cuando aún no existía el colegio Hogwarts de Harry Potter. Supongo que de él depende que me haya dedicado a escribir, como sucede con todos los grandes libros que nos han amueblado el corazón y la cabeza”, mientras Muñoz Molina recuerda con nostalgia 20.000 leguas de viaje submarino de Verne.
Algunas pistas
Quizá por eso, Borrás siempre regala a sus íntimos las Meditaciones de Marco Aurelio, el Velázquez de Ramón Gaya, y los ensayos de Montaigne. Gonzalo Hidalgo Bayal apuesta este año por Yo confieso, de Jaume Cabré, “una novela magnífica y voluminosa que compré un poco a ciegas, leí con gusto y he regalado con entusiasmo”, y por La noche feroz, de Ricardo Menéndez Salmón, “una de mis preferencias”. Martínez de Pisón confiesa que este año ha regalado Lágrimas en la lluvia de Rosa Montero y Salvador Dalí y la más inquietante de las chicas yeyé de Jordi Soler, y recomienda a los interesados en la España del siglo XX Cuatro gotas de sangre, de Josep Maria Prous i Vila, “todo un descubrimiento”. En esa línea, Muñoz Molina apuesta por dos libros de Chaves Nogales recuperados por Renacimiento, y por Tierras de sangre, de Timothy Snyder , “un libro prodigioso que analiza la mala suerte de catorce millones de europeos exterminados en doce años.”
Susana Fortes piensa regalar El río de la luz, de Javier Reverte ya que “los libros de viajes cuando los escribe un tipo fiable tienen el mismo efecto que una vieja película de aventuras o un western de John Ford”; El silencio del bosque, de Tana French, una historia irlandesa a medio camino entre la novela negra y el thriller psicológico; La Carta esférica, de Arturo Pérez-Reverte, “una lectura de hace años a la que siempre vuelvo, porque consigue desarmarme por completo. Hace que me olvide del oficio y me reconcilia con las razones iniciales por las que empecé a leer. O Irse a Madrid de Manuel Jabois, “un chaval de Pontevedra, una especie de Julio Camba pero más joven y más guapo”. Por último, Román Gubern descubre que le gustaría regalar Y siguió la fiesta, de Alan Riding, “sobre la vida cultural en el París ocupado por los alemanes.”; El amigo americano, de Charles Powell, “que he leído con mucho placer”, y El discreto encanto de la subversión, de Alberto Villamandos.
Por su parte, el sociólogo Román Gubern destaca que el libro es el mejor regalo “si es realmente bueno. Es un compañero fiel que va contigo toda la vida”. Claro que, metido en harina lectora, aprovecha para reivindicar el libro tradicional ante al ebook, ya que “frente a los actuales lectores digitales, el libro impreso tiene el encanto del objeto, su forma, su textura... Pese a todo, creo que el libro electrónico y el tradicional gutemberiano', por decirlo así, coexistirán durante mucho tiempo. Desde mi punto de vista, el libro electrónico realiza una labor de almacenamiento importantísima en lugares de estudio como universidades o bibliotecas. El impreso, sin embargo, conserva su valor fetiche considerándolo casi como una obra de creación. Pienso en las portadas de Junceda o en las ediciones de Alicia en el País de las Maravillas, aún ilustradas por las dibujos de John Tenniel. Ése es el encanto que aún tiene el libro tradicional. El libro impreso tiene la posibilidad de encariñar, de seducir. El libro electrónico es más frío pero más útil. Desde luego, a alguien que yo quiera jamás le regalaría un libro electrónico. En el libro impreso hay un plus de cariño que no existe en otros soportes”.
Para Manuel Borrás, en cambio, lo importante es el contenido y no el soporte, porque “cuando le regalas a alguien un libro le estás diciendo muchísimo de sí mismo, de cómo le ves y de quién eres tú; para acertar siempre debes contemplar al otro, no es como regalar unos esquís que sólo le van a servir para eso y van a enriquecer su mundo”
Exprimidores y libros
En la misma línea, Ignacio Martínez de Pisón destaca cómo “regalar un libro exige conocer los gustos y la personalidad de la persona. Para regalar un exprimidor sólo hay que averiguar si se le ha estropeado el exprimidor viejo”, mientras que Vicente Verdú menciona que aún “estamos con la secuela de aquello que decía que un libro ayuda a triunfar, y esa mítica del libro yo creo que ha persistido”. Gonzalo Hidalgo Bayal confiesa que no sabe regalar otra cosa, tal vez porque “un libro es el regalo más personal, ya que implica a la conciencia y al gusto tanto del que regala como del destinatario, y más perdurable, porque permanece doblemente en la memoria, como regalo y como texto. Personalmente, puedo hacer lo indecible por conseguir un libro si sospecho que a alguno de los míos les pueda interesar y convenir. Con suerte, es el mejor acierto”.
Paraíso selecto
Pero ¿cuándo nace el prestigio del libro como el mejor regalo? Al menos, desde hace cuatro siglos, según Borrás. Para Hidalgo Bayal también es cuento largo, “antiguo y selecto, de supremacía intelectual, paraíso cerrado para muchos. El prestigio social tal vez sea más cercano, un ingrediente añadido a la teoría de la clase ociosa. Creo que ahora los antiguos prestigios -social e intelectual- se han fundido en un prestigio nuevo, que no es de gremio ni de clase, sino democrático y común, popular y personal, de inmensa minoría y brotes humanistas (casi estoy por decir humanos')”. Gubern señala a la Ilustración, “justo cuando el libro se convierte en algo accesible para las masas. En definitiva, cuando se democratiza. A partir de este momento, el libro nace como objeto diferenciado y es cuando se consideran los aspectos que comento sobre su olor, tamaño, etc”. Y también Fortes coincide con el XVIII,y la llegada “de la Ilustración y aquellos filósofos exquisitos y medio aristócratas. Pero, aunque hay precedentes, la novela como género adictivo y popular es un fenómeno del XIX: Dickens, Stevenson, Melville, Conan Doyle, Dumas, Tolstói, Julio Verne, Galdós...”.
San Jerónimo en su estudio, Colantonio. Museo di Capodimonte, Nápoles. |
Cargado de desengaño, sin embargo, Vicente Verdú destaca cómo la fascinación de los lectores más veteranos pierde importancia en los tiempos del kindle, twitter y tuenti, “sobre todo para los jóvenes, que ni siquiera prestan atención al libro electrónico, porque casi todo está ya pirateado en la red, mientras los lectores veteranos , los que consideramos el libro en papel como un tótem, quedamos como reliquias del pasado”.
Analfabetismo generalizado
Otros no son tan pesimistas. Así, Ignacio Martínez de Pisón destaca que el prestigio del libro “surge al mismo tiempo que él y se explica por un contexto de analfabetismo generalizado. Por desgracia, a medida que el analfabetismo se ha ido derrotando, el prestigio del libro ha ido disminuyendo”, mientras que Antonio Muñoz Molina vuelve sus ojos al pasado, a la Roma clásica y al medievo: “Con la imprenta hay una generalización del libro, pero no hay más que pensar en la reverencia que en Roma se conservaban los libros o cómo en la Edad Media se salvaron tantos libros. Pensamos que han estado siempre a disposición de todo el mundo, pero no es verdad, a veces ha habido un único ejemplar que fue copiado un monje y que pudo perderse para siempre. Desde que existe el concepto del texto escrito que se puede copiar y trasmitir, muy visible desde Alejandría, un buen libro siempre ha sido un tesoro”.
A veces, incluso, los libros regalados pueden cambiar nuestras vidas. Manuel Borrás, por ejemplo, recuerda como si fuese ayer cómo su madre le regaló, siendo niño, las poesías de Rubén Darío, y cómo buscó en un atlas dónde estaba ese “paisito desconocido” llamado Nicaragua. Ahora, con la perspectiva que da el tiempo, el editor que más ha hecho por que autores de las dos orillas sean conocidos, sabe que ése fue su primer viaje. Para Susana Fortes, el libro regalado clave fue Las aventuras de Tom Sawyer, de Twain, “que era el mundo en el que los niños de antes nos iniciamos en el embrujo de la narración cuando aún no existía el colegio Hogwarts de Harry Potter. Supongo que de él depende que me haya dedicado a escribir, como sucede con todos los grandes libros que nos han amueblado el corazón y la cabeza”, mientras Muñoz Molina recuerda con nostalgia 20.000 leguas de viaje submarino de Verne.
Algunas pistas
Quizá por eso, Borrás siempre regala a sus íntimos las Meditaciones de Marco Aurelio, el Velázquez de Ramón Gaya, y los ensayos de Montaigne. Gonzalo Hidalgo Bayal apuesta este año por Yo confieso, de Jaume Cabré, “una novela magnífica y voluminosa que compré un poco a ciegas, leí con gusto y he regalado con entusiasmo”, y por La noche feroz, de Ricardo Menéndez Salmón, “una de mis preferencias”. Martínez de Pisón confiesa que este año ha regalado Lágrimas en la lluvia de Rosa Montero y Salvador Dalí y la más inquietante de las chicas yeyé de Jordi Soler, y recomienda a los interesados en la España del siglo XX Cuatro gotas de sangre, de Josep Maria Prous i Vila, “todo un descubrimiento”. En esa línea, Muñoz Molina apuesta por dos libros de Chaves Nogales recuperados por Renacimiento, y por Tierras de sangre, de Timothy Snyder , “un libro prodigioso que analiza la mala suerte de catorce millones de europeos exterminados en doce años.”
Susana Fortes piensa regalar El río de la luz, de Javier Reverte ya que “los libros de viajes cuando los escribe un tipo fiable tienen el mismo efecto que una vieja película de aventuras o un western de John Ford”; El silencio del bosque, de Tana French, una historia irlandesa a medio camino entre la novela negra y el thriller psicológico; La Carta esférica, de Arturo Pérez-Reverte, “una lectura de hace años a la que siempre vuelvo, porque consigue desarmarme por completo. Hace que me olvide del oficio y me reconcilia con las razones iniciales por las que empecé a leer. O Irse a Madrid de Manuel Jabois, “un chaval de Pontevedra, una especie de Julio Camba pero más joven y más guapo”. Por último, Román Gubern descubre que le gustaría regalar Y siguió la fiesta, de Alan Riding, “sobre la vida cultural en el París ocupado por los alemanes.”; El amigo americano, de Charles Powell, “que he leído con mucho placer”, y El discreto encanto de la subversión, de Alberto Villamandos.
Papel de regalo
Por Alberto Olmos
Comprar libros para leerlos es mucho menos inteligente que comprar libros para que los lean los demás. Regalar un libro es quitarse un muerto de encima. También tiene algo de filantropía inconsecuente: contribuyes al beneficio de un autor, pero no cargas con el peso de su prosa ni con la obligación de echarle un vistazo a sus desvelos. A día de hoy, con la literatura saldada en varias formas (libros gratis gracias a las bibliotecas, al intercambio de novedades entre autores, al envío promocional si haces reseñas y al envío corporativo de las novedades del sello que te publica), lo mejor es considerar la compra de libros como parte de un mercado humorístico, similar al de los matasuegras o al de esos oscar de plástico al padre del año. El Día del Libro debería ser el 28 de diciembre, día de la broma pesada de obligar a los demás a leer; y qué cosas. Uno recibe un libro como recibe una nómina: esto vales, para esto vales, a esto te asemejas. Elijo un libro para alguien y me pongo en evidencia. Regalo papel, y ya ese gesto indica las ganas que tengo de que el otro se quede solo, un rato cada día, saboreando su soledad; pasando las páginas del ensimismamiento. El papel, de regalo, siempre cuesta más de desenvolver que cualquier otro regalo, porque debajo del papel de regalo hay más regalo en papel; todo es una manualidad interminable, el origami de ti mismo.
Por Alberto Olmos
Comprar libros para leerlos es mucho menos inteligente que comprar libros para que los lean los demás. Regalar un libro es quitarse un muerto de encima. También tiene algo de filantropía inconsecuente: contribuyes al beneficio de un autor, pero no cargas con el peso de su prosa ni con la obligación de echarle un vistazo a sus desvelos. A día de hoy, con la literatura saldada en varias formas (libros gratis gracias a las bibliotecas, al intercambio de novedades entre autores, al envío promocional si haces reseñas y al envío corporativo de las novedades del sello que te publica), lo mejor es considerar la compra de libros como parte de un mercado humorístico, similar al de los matasuegras o al de esos oscar de plástico al padre del año. El Día del Libro debería ser el 28 de diciembre, día de la broma pesada de obligar a los demás a leer; y qué cosas. Uno recibe un libro como recibe una nómina: esto vales, para esto vales, a esto te asemejas. Elijo un libro para alguien y me pongo en evidencia. Regalo papel, y ya ese gesto indica las ganas que tengo de que el otro se quede solo, un rato cada día, saboreando su soledad; pasando las páginas del ensimismamiento. El papel, de regalo, siempre cuesta más de desenvolver que cualquier otro regalo, porque debajo del papel de regalo hay más regalo en papel; todo es una manualidad interminable, el origami de ti mismo.
Tomado de El cultural.es
11/06/2024
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