El último acto de resistencia del director iraní Jafar Panahi
Rocío García
Madrid
25 FEB 2012
Dicen que la película, o el proyecto como prefiere denominarlo Jafar Panahi, salió de Irán metido en un pendrive dentro de una tarta. Sea
cierto o no este viaje tan dulzón, lo que es real es que ‘This is not a
film’ (‘Esta no es una película’) llegó al último Festival de Cannes de
manera clandestina. La película es el último acto de resistencia de uno
de los directores iraníes más influyentes y más reconocidos en el mundo
contra su condena a seis años de prisión y 20 de inhabilitación para
hacer cine, viajar al extranjero o conceder entrevistas. El filme, que
se proyectó ayer por primera en España en el Museo Reina Sofía de
Madrid, se estrenará la segunda quincena de marzo.
‘This is not a film’ no es solo un acto de desafío y valentía. Es también una muestra del talento narrativo y cinematográfico de Panahi y una reflexión sobre el tiempo y la función del cine.
Hoy, Jafar Panahi, de 51 años, está en prisión, después de que su recurso ante el Tribunal de Apelación de Teherán fuera rechazado y por tanto confirmada la pena impuesta a seis años de cárcel y 20 de inhabilitación por “actuar contra la seguridad nacional y hacer propaganda contra el régimen”. Aunque nunca se concretaron las leyes supuestamente violadas por Panahi, el realizador trabajaba en una película en torno a las protestas que siguieron a la reelección del presidente Mahmud Ahmadineyad en junio de 2009.
Fue en un día sin fecha de 2011, en el intervalo entre su primer arresto, en el que protagonizó una huelga de hambre de diez días, y su condena definitiva, confirmada a finales de ese mismo año, en el obligado periodo de arresto domiciliario cuando el realizador de filmes como ‘El círculo’ y ‘El espejo’ decide llamar a su amigo y documentalista Mojtaba Mirtabhmasb y le propone que le ayude a contar su historia.“No me dejan dirigir ni salir de casa, pero lo que no dice la sentencia es que no pueda actuar y contar el guion que tenía previsto realizar”. Y a ello se dedica Panahi con Mirtabhmasb a lo largo de los espléndidos 75 minutos que dura esta película, dedicada en los créditos finales a todos los cineastas iraníes, pero en los que no figuran nombres por miedo a represalias.
‘This is not a film’ combina reflexiones, sensaciones muy amargas pero también recuerdos divertidos, en medio de llamadas telefónicas con su abogada y amigos y de asuntos domésticos como regar las plantas de la terraza o dar de comer a la iguana de su hija. Delante de la cámara, Panahi, con ayuda de una cinta aislante, delimita en el salón de su casa la supuesta habitación en un pueblo del interior de Irán en la que la joven protagonista de lo que iba a ser su próximo filme iba a estar encerrada por sus padres para impedirle viajar a Teherán a estudiar Bellas Artes. Y en ese pequeño espacio, él, también arrestado, lee el guion e interpreta la angustia de la joven, que es la suya propia, ante la injusticia y la falta de libertad. Mientras la iguana, parsimoniosa y altiva, campa a sus anchas por los sofás y las librerías de la vivienda y en el exterior suenan petardos y gritos, Panahi habla con su abogada quien le da pocas esperanzas ante el recurso presentado –“necesitamos apoyo nacional e internacional”, contesta correos electrónicos o abre la puerta a una vecina que intenta, sin éxito, dejar a su cuidado a un pequeño perro. Todo delante de la cámara de Mirtabmasb hasta que éste abandona la vivienda y es entonces cuando Panahi, a propuesta de un joven que va recogiendo la basura puerta a puerta por los distintos pisos del edificio, coge él mismo esa cámara encendida y le acompaña en el ascensor hasta la misma calle. “No salga, no salga, a ver si va a tener más problemas”, le pide el joven. Panahi se queda en el portal, sin llegar a pisar la calle. Esa calle que tanto ama. En ese momento, la escena y la película acaba con un fundido en negro.
Tomado de El país
‘This is not a film’ no es solo un acto de desafío y valentía. Es también una muestra del talento narrativo y cinematográfico de Panahi y una reflexión sobre el tiempo y la función del cine.
Hoy, Jafar Panahi, de 51 años, está en prisión, después de que su recurso ante el Tribunal de Apelación de Teherán fuera rechazado y por tanto confirmada la pena impuesta a seis años de cárcel y 20 de inhabilitación por “actuar contra la seguridad nacional y hacer propaganda contra el régimen”. Aunque nunca se concretaron las leyes supuestamente violadas por Panahi, el realizador trabajaba en una película en torno a las protestas que siguieron a la reelección del presidente Mahmud Ahmadineyad en junio de 2009.
Fue en un día sin fecha de 2011, en el intervalo entre su primer arresto, en el que protagonizó una huelga de hambre de diez días, y su condena definitiva, confirmada a finales de ese mismo año, en el obligado periodo de arresto domiciliario cuando el realizador de filmes como ‘El círculo’ y ‘El espejo’ decide llamar a su amigo y documentalista Mojtaba Mirtabhmasb y le propone que le ayude a contar su historia.“No me dejan dirigir ni salir de casa, pero lo que no dice la sentencia es que no pueda actuar y contar el guion que tenía previsto realizar”. Y a ello se dedica Panahi con Mirtabhmasb a lo largo de los espléndidos 75 minutos que dura esta película, dedicada en los créditos finales a todos los cineastas iraníes, pero en los que no figuran nombres por miedo a represalias.
‘This is not a film’ combina reflexiones, sensaciones muy amargas pero también recuerdos divertidos, en medio de llamadas telefónicas con su abogada y amigos y de asuntos domésticos como regar las plantas de la terraza o dar de comer a la iguana de su hija. Delante de la cámara, Panahi, con ayuda de una cinta aislante, delimita en el salón de su casa la supuesta habitación en un pueblo del interior de Irán en la que la joven protagonista de lo que iba a ser su próximo filme iba a estar encerrada por sus padres para impedirle viajar a Teherán a estudiar Bellas Artes. Y en ese pequeño espacio, él, también arrestado, lee el guion e interpreta la angustia de la joven, que es la suya propia, ante la injusticia y la falta de libertad. Mientras la iguana, parsimoniosa y altiva, campa a sus anchas por los sofás y las librerías de la vivienda y en el exterior suenan petardos y gritos, Panahi habla con su abogada quien le da pocas esperanzas ante el recurso presentado –“necesitamos apoyo nacional e internacional”, contesta correos electrónicos o abre la puerta a una vecina que intenta, sin éxito, dejar a su cuidado a un pequeño perro. Todo delante de la cámara de Mirtabmasb hasta que éste abandona la vivienda y es entonces cuando Panahi, a propuesta de un joven que va recogiendo la basura puerta a puerta por los distintos pisos del edificio, coge él mismo esa cámara encendida y le acompaña en el ascensor hasta la misma calle. “No salga, no salga, a ver si va a tener más problemas”, le pide el joven. Panahi se queda en el portal, sin llegar a pisar la calle. Esa calle que tanto ama. En ese momento, la escena y la película acaba con un fundido en negro.
Tomado de El país
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