Por Willy McKey | 14 de Febrero, 2013
Cuatro encapuchados acaban de asesinar al historiador y artista plástico Napoleón Pisani en el centro de la ciudad.
Los criminales intentaban robar una colección de monedas antiguas.
Entraron por un ala poco protegida del museo, apenas resguardada por una
pared luego de la construcción del mausoleo.
Y escribo “apenas” porque acá las paredes ya no son suficientes.
Hay que tener algo roto adentro para
poder matar. Pero asfixiar, matar a golpes, llegar a esa región tan
primitiva, tiene que ser producto de que algo esté roto allá afuera.
Un historiador de 70 años es asesinado y
eso se parece demasiado a querer asfixiar a la historia, a lo que
deberíamos recordar, a lo que hemos olvidado entre tanta capucha, a eso
que ahora somos.
Porque estaban encapuchados.
Asesinos sin rostro que caminan por las
calles de una sociedad portátil, casi orgullosa de su impunidad
monstruosa que ha convertido en símbolo la mirada recortada de la
Historia.
Esos ojos asomados por un recuadro
vieron morir a un héroe civil, a un custodio de la memoria. Ojos que
quiere colarnos una mirada orgullosa de contrabando.
Los ojos del Gran Hermano se cierran
cuando es conveniente. Y ahora parece serlo, tan cerca de la muerte, tan
cerca del Panteón Nacional, tan cerca de que ahora los museos parezcan
una extensión de una morgue infinita, de lunes a domingo y en horarios
de oficina.
Y no será suficiente un memorándum ni
una rueda de prensa. Ni que encarguen al mayor de todos los inspectores,
como si eso fuera una disculpa: esta muerte ya está impune.
La frase de la directora de la Fundación
Boulton se bambolea entre las grietas que quedan, entre las junturas,
por encima de esas mismas paredes: “¿Cómo es posible que eso pase al
lado del Panteón Nacional? Si esto no está resguardado, ¿qué diablos
está resguardo en el país?”
Ese faraónico e innecesario monumento a
la muerte que un capricho le está construyendo a Simón Bolívar hoy puede
sumarse un cadáver nuevo.
Y no hablo tan solo del edificio costoso y blanco, sino del mapa entero. Del país.
Hay algo roto allá afuera. Algo
monstruoso que permite que unos delincuentes puedan matar a un
historiador, a un artista plástico, a plena luz del día, pasando por
encima de la posteridad posible y cerca de cadáveres que ese hombre
conocía mejor que sus asesinos.
¿Dónde se pone uno esta muerte ajena y
tan alegórica? ¿Dónde, si ya está encima de uno, a milímetros de un país
que se nos rompió adentro, allá donde nadie llega?
Hombres sin rostro asesinan a un
historiador por unas monedas viejas, frente a la memoria de próceres
convertidos en edificio, en repaso, en excusa.
La historia oficial transformándose en fosa común.
La vida tan lejos, devaluándose.
por Willy Mckey
***
Blog de Napoleón Pisani Sardi: Escritos de un salvaje
Tomado de Prodavinci
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Triste, muy triste noticia... con todos los agravantes y ningún atenuante. Sonroja y abochorna.
ResponderEliminarBuen viaje a los puertos grises, amigo Napoleón Pisani
by PacoMan