Disculpen el texto: no estoy muy fluido en estos días. La fotografía es de Carlos Ayesta
UN AÑO MÁS, UN AÑO MENOS
Al terminar el año es cuando nos damos perfecta cuenta de que hemos sobrevivido un nuevo período. Siempre pensamos algo así como “menos mal: de la que nos salvamos, ya salimos de eso”.
Actuamos como si hubiésemos pasado por unas pruebas como las que aparecen en las historias antiguas, donde a un personaje le ordenan “tienes que matar un dragón, comer un dragón crudo y atravesar el Sahara sin agua”.
Es decir: recordamos todo lo negativo o dificultoso que hemos superado, pero no nos detenemos a pensar en los ratos buenos. Un sabor, un orgasmo, una revelación, una risa auténtica, un cariño verdadero.
Es normal que lo negativo parezca un montón más grande que lo positivo. Tienes que trabajar quince días seguidos para cobrar un sueldo. Tienes que esperar nueve meses para tener un niño. Tienes que trabajar cincuenta años para obtener una jubilación. El sueldo no alcanza, el niño tendrá que ser la esperanza de sí mismo y la jubilación solo alcanzará para obtener un número en la sala de espera de la muerte.
Lo que quiero decir es que no deberíamos vivir el año deseando que se vaya pronto y nos deje en paz, sino tratando de vivir cada día, meterlo dentro de nosotros, que nos sirva para algo útil y verdadero. Exprimirlo con cada sentido, en soledad o en compañía. Si hay alguien que te quiera acompañar exprimiendo el año con sus dulces y sus amargos eso parecerá una victoria.
Son 365 días. Es mejor vivir un día a la vez. Como si fuera el único. Cuando pase diremos “ya va uno”. Lo más importante es que ese día se viva usando el cuerpo y el alma. Con hambre o con hartura, con dolor o con alegría. Porque de ese modo el siguiente día será menos agresivo con nosotros.
El tiempo es como una avalancha que se nos viene encima. No está al servicio nuestro. El tiempo camina sobre estos cuerpos que nos ha dado la vida y nos va dejando marcas. Debemos aprovecharlo como quien atraviesa un bosque o una selva: ¿hay una fruta? La comemos. ¿Hay una flor, adornando el espacio como loca, sin que nadie se lo pida? Miremos esa flor. ¿Nos pica un alacrán? Lloramos y buscamos alivio. ¿Hay un río con agua limpia? A bañarse y a beber agua.
Suena fácil y hasta irresponsable lo que digo. Pero lo hago para animar. Para no decir las cosas duras que alguien debería decir.
Porque cada año será igual de frustrante si seguimos viviendo sin pensar con pensamiento propio. Si seguimos buscando culpables de nuestras fallas y errores. Si seguimos actuando sin ponernos en los zapatos del otro. Si seguimos haciendo al otro lo que no queremos que nos hagan.
El año que viene es un tiempo nuevo que se presenta para que lo usemos y dejemos de ser nuevos.
Nuestros deseos de utilizar el tiempo casi siempre son los mismos: el año que viene lograremos lo que deseamos: tener casa, comida, ropa, salud, estudios y diversión. Los estudios para tener una profesión y conseguir con ello casa, comida, ropa, salud y diversión. Y por supuesto: reducir al mínimo los problemas. Si no se consigue nada de eso ¿qué hacemos? ¿morimos o seguimos?
Creo que muy pocas personas en el mundo se proponen ser menos ignorantes a medida que avanza el tiempo.
Se persiste en mantener esquemas, en pensar poco, en seguir aceptando lo superficial. A preferir creer que saber. Parecer en vez de ser.
Los primeros 25 años del nuevo siglo ya se están yendo y han sido terribles. No solo por las pestes y la violencia, los exilios y las dictaduras, los crímenes y el predominio de fanatismos y de delincuencia en el día a día del planeta.
Han sido terribles porque la ignorancia se eleva como categoría, se acepta como algo muy importante que se debe respaldar. La ignorancia se nutre además por el predominio de la figuración: se cree que es más importante figurar que hacer una obra sólida.
¿Por qué hay tantas personas que quieren destacarse sin realizar una obra, sin marcar la diferencia en alguna actividad? ¿Por qué no se dedican a trabajar intensamente en algo que amen hasta agotar los mayores esfuerzos?
Cada quién va por su lado y hasta lo elemental se va escapando de las manos. Predomina el pensamiento de que si no te reconocen por alguna circunstancia no llegarás ni a la esquina. Se busca un reconocimiento como sea.
En los libros está todo el conocimiento, están todos los pensamientos y los corazones luminosos que la humanidad ha creado. Puedes injertar un corazón de esos en tu corazón. Se puede borrar mucha oscuridad acudiendo a los libros.
Pero los doce meses que transcurren bajo la superficialidad de hacer un espectáculo tonto con cada cosa importante, dificulta el ejercicio pasional de leer. Decir, con orgullo: “El año que pasó no leí ni un libro” es el verdadero apocalipsis, queridas hermanas, queridos hermanos: oscuridad es apocalipsis.
Poeta, escritor y periodista, nació en Venezuela, el 1° de noviembre de 1945.
Vive en Génova, Italia.
En 1989 obtuvo el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. En el 2000 recibió el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. Ha publicado cinco poemarios y nueve novelas. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la Serie José Pulido pregunta y publica las entrevistas que ha realizado acreadores y artistas.
Ilustraciones del libro 'Nido' (Planeta, 2023) de Laura Guarisco.
“País mío, quisiera llevarte una flor sorprendente”. Cuando abre los ojos, la periodista y escritora Arianna de Sousa-García suele recordar el mar después de repetir ese verso del poetaRafael Cadenas, que ha convertido en una oración. Su natal Venezuela es lo primero en lo que piensa todos los días, asegura por teléfono desde la librería en la que trabaja en Santiago de Chile, donde se exilió hace ya casi nueve años. Hace unos meses publicó Atrás queda la tierra (Seix Barral, 2024), una novela de no ficción salpicada de poesía, que es también el crudo testimonio de una madre que huye de un país en ruinas para salvar de ese colapso a su hijo que acaba de nacer.
“Siempre pensé que sería algo momentáneo. Ahora que lo pienso, creo que todos cuando nos vamos creemos que lo será y al final termina siendo la vida. Esta es la vida”, escribe en su novela, escrita como una carta a su hijo. “Nuestro éxodo, masivo y sonoro como es, ha sido fácilmente ignorado e incluso condenado por casi todos nuestros hermanos soberanos de la li-ber-tad a pesar de ser el más grande que ha vivido este hemisferio en los últimos cincuenta años”.
Los niños son protagonistas del libro, tanto los que sufren la crisis sin fin de la República Bolivariana como los que han migrado. “Siempre tuve muy presente que lo que quería contar tenía que ver con la infancia en la diáspora venezolana”, esos pequeños que casi siempre están acompañados de sus madres, dice de Sousa-García. “Al final, es una generación de mujeres cargando en sus hombros el futuro del país, que además está desperdigado”, apunta. En su último año en Venezuela tuvo que cubrir como periodista las muertes de bebés recién nacidos, pues con los apagones y sin plantas de electricidad, los hospitales se quedaban sin oxígeno. Eso la marcó. “Se supone que esta era la revolución para nosotros, para nuestros hijos, para nuestro bienestar, para ese ‘hombre nuevo’, y al final solo se tradujo en hambre y en muerte”.
En ese entramado literario que ha contado el colapso de Venezuela desde la llegada al poder de Hugo Chávez ahora irrumpe la diáspora que se ha desbordado tanto a sus vecinos como al resto de América Latina. Más de siete millones de personas han salido empujadas por la crisis política, social y económica durante el Gobierno de Nicolás Maduro, ahora agravada por el fraude electoral con el que pretende juramentarse para un nuevo periodo a partir del 10 de enero.
Atrás queda la tierra se suma a otros dos libros que hacen memoria colectiva sobre la migración desde distintos géneros: Nido (Planeta Cómic, 2024), de Laura Guarisco, y Volver a cuando (Siruela, 2023), de María Elena Morán. Sus autoras, originarias de distintas ciudades de Venezuela, vuelcan en la ficción sus propias experiencias como migrantes, también en distintos destinos de Sudamérica. Tres acentos distintos, por origen y destino. A De Sousa-García (Puerto La Cruz, 36 años) la precedieron la ilustradora Guarisco (Caracas, 33 años), que se afincó en Medellín, en la vecina Colombia; y la escritora y guionista Morán (Maracaibo, 38 años), quien vive en São Paulo, la mega urbe brasileña.
Desde la camiseta vinotinto de la selección de fútbol hasta la maleta con los colores de la bandera que tantos venezolanos llevan a cuestas, la nostalgia tiñe las viñetas de Nido. Ángel, el protagonista, cruza la frontera expulsado por la escasez, la hiperinflación y la violenta represión de las protestas contra el régimen de Maduro para encontrar un hogar en Medellín, como la propia autora. El cómic hace eco de los viajeros que atraviesan páramos y montañas, en autobús, a pie o haciendo autoestop, para buscar oportunidades en alguna ciudad colombiana.
Guarisquin, como también es conocida, acaba de ganar la primera edición del Premio Nacional de Nóvela Gráfica, que el Ministerio de las Culturas de Colombia creó con ocasión del centenario del cómic en el país. Ese trabajo “se convierte en un registro histórico de nuestro tiempo”, valoró el jurado del que es por mucho el principal país de acogida, con casi tres millones de venezolanos. “Yo siempre he considerado Colombia una extensión de mi casa, entonces me conmoví mucho cuando supe la noticia por todo lo simbólico que hay detrás”, relata Guarisco, que tiene tatuado en el brazo izquierdo la silueta de El Ávila, el cerro tutelar de Caracas, y en el derecho la reinita migratoria, el ave que usa como analogía en Nido.
Ilustraciones del libro 'Nido' (Planeta, 2023) de Laura Guarisco.
Toda la carga emocional del éxodo también está presente desde la primera línea de Volver a cuándo, que ganó el Premio Café Gijón. Morán se propuso escribir “una novela de izquierda que le doliera a la izquierda” para lidiar con la desilusión que le produjeron sus tres lutos, por la muerte de su padre, por la revolución y por su país. Esa trepidante ficción, en la que una madre migrante deja a su hija de 12 años al cuidado de una abuela viuda en Maracaibo, y un padre ausente reaparece, se pasea por distintas geografías de la diáspora venezolana, como las fronteras con Brasil y con Colombia, pero también los límites entre México y Estados Unidos. “Me interesa pensar las estrategias narrativas para la empatía”, explica Morán al reivindicar que la ficción logra acceder de otras maneras al lector.
Volver a cuándo comienza con la escena de la hija abandonada que se resiste a pasar al teléfono para hablar con su madre, Nina, la protagonista, que se encuentra en Pacaraima, un municipio brasileño sobre la frontera con Venezuela, a unos 2.500 kilómetros de distancia. En medio de la discusión, esa madre recién emigrada comienza a oler a chamuscado y escucha el grito de sus compañeros de viaje: “¡coño, nos están quemando!”. Ese intento por incendiar un campamento lleno de niños y adolescentes en espera de refugio ocurrió en la vida real en agosto de 2018, y se funde con la ficción novelada.
En Chile abrieron una investigación por ataque a campamento de migrantes venezolanos
El fuego xenófobo también arde en Atrás queda la tierra. El 25 de septiembre de 2021, unas seis mil personas marcharon en el norte de Chile contra la migración, en una manifestación custodiada por carabineros que destruyó e incendió carpas de familias venezolanas recién llegadas, sus colchones y sus ropas, al grito de “¡Chile para los chilenos!”. “Y ahí, en medio de todo, ese cochecito ardiendo mientras flameaba la bandera chilena, y nosotros que tanto solíamos amar este país, viéndolo todo por televisión, pensando en toda la gratitud que sentimos alguna vez”, escribe de Sousa-García.
“Nos componemos del viaje, somos el viaje. Así ha sido desde siempre”, se lee al final de Atrás queda la tierra. “Nos movemos para continuar la historia, para no apagarnos, para que nuestra familia subsista sin importar bajo qué bandera porque venimos de la noche pero no vamos hacia ella, vamos hacia el aire, vamos hacia la luz estruendosa del sol”.
Jorge Blanco y su mirada minimalista del arte venezolano
El Diario | eldiario.com
Nov 2, 2019
Desde su casa en Sarasota, Estados Unidos, donde vive desde hace más de 20 años, el artista venezolano de barba blanquecina y sonrisa jovial contó para El Diario de Caracas cómo fueron sus inicios en la ilustración, su trabajo en el Museo de los Niños y su evolución hacia la escultura
Jorge Blanco | Foto: Barbara Banks
Por: José Miguel Ferrer | @Jmigueferrer
Jorge Blanco comenzó a soñar con ser artista desde muy joven. Tenía una preocupación constante que reflejó en su propio estilo escultórico: la soledad en la que se encuentra el hombre en el mundo actual.
El venezolano, nacido en Caracas el 21 de marzo de 1945, considera que entre lo caótico y el movimiento incesante de las grandes ciudades, el ser humano, en busca de tranquilidad, decide ausentarse de la relación con el otro y comenzar su naufragio.
Siguiendo esta idea, el 13 de julio de 1980 se publicó en El Diario de Caracas la primera caricatura de Blanco llamada “El náufrago”, que luego se convertiría en todo un ícono del humor gráfico en Venezuela.
“El Diario de Caracas tuvo una significativa importancia en mi vida ya que fue el primer medio que me ofreció la oportunidad de publicar mis historietas. Fue cuando Diego Arria era presidente y Tomás Eloy Martínez, director. Tuve el honor de conocer a notables periodistas que formaron parte de este grupo fundador”, dice el artista sobre sus inicios como caricaturista en los medios.
La historia que narra Blanco en esta ilustración introduce las preocupaciones del individuo moderno ante el crecimiento incesante de la sociedad. El artista explica que el personaje de la caricatura, barbudo y calvo, representa la pesadez de la repetición, de la vida burocrática que despoja al individuo de la experiencia y lo induce a realizar, una y otra vez, mecánica y absurdamente, la misma acción durante años.
Edición de El Diario de Caracas del 13 de julio de 1980, donde apareció la primera caricatura de Jorge Blanco | Foto cortesía
Su pasado es desconocido, incluso para el mismo creador, y su futuro es incierto. Según Blanco, existen dos historias para “El náufrago”: la primera cuenta la realidad de un oficinista bancario que ve transitar diariamente a cientos de personas y espera, entre el flujo constante de individuos, un momento de sosiego. Luego de ver el funcionamiento de los globos aerodinámicos, decide escapar sobrevolando la ciudad en una canasta levantada por la imponente figura de un globo realizado con retazos de tela.
“El náufrago” apareció por primera vez en El Diario de Caracas en 1980
En la primera reseña sobre la caricatura, escrita en 1980 por Luis Lozada Soucre para El Diario de Caracas, Blanco interrumpe dicha historia y comienza nuevamente a narrar la segunda razón del naufragio del barbudo: según el relato de algunos testigos, el hombre pertenecía a la tripulación de un barco encargado de realizar investigaciones científicas. Él se encargaba de mantener limpia la cubierta, barrer la cocina y la sala de máquinas, pero al mismo tiempo era un ávido lector.
Un día, en mitad del Pacífico, la tripulación atracó en una pequeña isla para estudiar a los especímenes que allí habitaban, y luego de recabar la información necesaria, recogieron sus utensilios y zarparon nuevamente. El hombre barbudo, de una notable delgadez, se quedó varado en la isla y desde ese momento representó el dilema de la melancolía del hombre moderno.
“Este personaje es la representación de un anhelo que en ciertas ocasiones todos sentimos: la total evasión, el deseo de abandonarlo todo y refugiarnos en un dulce, tranquilo e imaginario lugar, solos, sin otro compañero, apoyo o cobijo que la madre naturaleza, y sin otra propiedad y riqueza que nuestros propios pensamientos”, explica Blanco.
Sin necesidad de diálogos o elementos superfluos, la caricatura salió de los límites del periódico para ser publicada en distintos medios impresos y estampada en camisetas, tazas, afiches, cuadernos, entre otros. Los éxitos no se hicieron esperar, y en 1982 se le concedió a Jorge Blanco el Premio Pedro León Zapata al mejor caricaturista del año. El Instituto Autónomo de Biblioteca Nacional le dio un reconocimiento a su libro El náufrago I. Además, las ilustraciones de “El náufrago” fueron incluidas en The Best Design of Latin America & The Caribbean, libro editado en New York, en 1995.
Paralelamente, Jorge Blanco ocupó durante 18 años — desde 1980 hasta 1998 — el puesto de director creativo del Museo de los Niños, un espacio vital para la niñez venezolana que ha tenido desde su fundación en 1982 la finalidad de imbuir a los jóvenes en los conocimientos de las ciencias, el arte y la tecnología.
Luego de haber estudiado en la Academia de Bellas Artes de Roma, Italia, y llevar una exitosa carrera como caricaturista, la función de Blanco en el Museo de los Niños estuvo definida por la inclusión de los jóvenes en el oficio artístico, y el enaltecimiento de su curiosidad y creatividad.
Fachada del Museo de los Niños | Foto cortesía
Los habitantes de Caracas recuerdan con especial cariño a Museíto, el sonriente niño de rizos castaños y vestido de azul que constituye la imagen del Museo. En la entrada del edificio ubicado en el complejo de Parque Central, se aprecia un arcoiris que funge de tobogán por el que se desliza el niño para dar la bienvenida a un espacio creado para la enseñanza y la creatividad.
Museíto, personaje creado por Jorge Blanco como imagen del Museo de los Niños | Foto cortesía
“Representé la ciencia con la luz, porque es la ciencia con la cual percibimos el universo. Sin ella, la vida como la conocemos no sería posible. Dibujar la luz era, incluso, más difícil para mí, pero lo logré a través de un arcoiris”, recuerda Blanco en una entrevista realizada por el Museo de los Niños.
Asimismo, el artista ganador de la Orden Andrés Bello en su Segunda Clase para artistas de renombre, en el año 1998, expone que el Museo de los Niños representa un centro educativo e interactivo de ciencia, arte y tecnología dedicado a las futuras generaciones.
“Dicha experiencia me ha dejado gratos recuerdos, sobre todo del formidable y excepcional equipo humano que lo creó, construyó y desarrolló, desde su fundadora Alicia Pietri de Caldera, hasta los entusiastas jóvenes universitarios, profesionales, empleados, voluntarios de todo nivel que pusieron su inmenso entusiasmo y dedicación en este proyecto”.
Además, Blanco explicó que actualmente esta maravillosa institución se mantiene “por el titánico esfuerzo de Mireya Caldera, (hija de Alicia Pietri de Caldera, El nepotismo o compadrazgo en Venezuela siempre ha sido una plaga por exterminar) su directora, y de su ejemplar equipo”.
La escultura como expresión atemporal
El trabajo escultórico de Jorge Blanco se remonta a 1979, cuando fue invitado por Sofía Ímber a exponer en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. Además, ese mismo año recibió el Premio Universidad de Carabobo correspondiente al XXXII Salón Arturo Michelena del Ateneo de Valencia.
Museo de Arte Contemporáneo, 1979 | Foto cortesía
“Por décadas, Venezuela vivió bajo interminables guerras, caudillos, tiranos, etc. A mediados del siglo XX el país comenzó a zafarse de ese lastre e incorporarse a los avances del desarrollo de la civilización occidental; en consecuencia, esto influyó en el auge de las artes visuales”, añade Blanco sobre el auge artístico que tuvo el país en esos años.
Hasta la década de los años cincuenta, el arte venezolano estuvo fuertemente anclado al paisajismo canónico. En palabras de Blanco, desde ese momento el país se incorporó a la innovación del arte mundial y empezó una época de notable implosión expresiva en el país.
En la década de los años setenta, Blanco recibió el Premio de Escultura Torre D’Ansperto en Milán, y el primer premio de escultura de formato medio del Salón Monterotondo, ambos en Italia.
Su obra se ha caracterizado por presentar elementos propios de la naturaleza humana, desde la excelsa felicidad hasta el temor provocado por la nostalgia y la soledad. De esta forma, cada escultura suya que decora las calles del mundo puede renovarse una y otra vez con la mirada del espectador.
Blanco, seleccionado en el año 2007 para representar a Estados Unidos en la Tercera Bienal de Arte de Beijing, China, establece que es necesario mantener la excelencia en la técnica a través de los años.
“Después de 50 años de experiencia como creador, puedo decir que mi actividad artística es un larguísimo camino en un inexplorado planeta. No sé a dónde va a llegar esta ruta, dónde será su final, cada paso es una decisión difícil de tomar, a cada avance aparece una sorpresa. A través de este camino mi obra ha ido cambiando, a veces en forma dramática y otras, levemente”, añade.
“Kick” (2017), ubicada en el Hazel Dell Parkway, Carmel, Indiana, EE UU | Foto cortesía
En 1999 Blanco encontró en Estados Unidos su segunda casa, y desde Sarasota, en el estado de Florida, impulsó su obra escultórica para espacios públicos. Hasta el momento ha dispuesto 31 esculturas alrededor del mundo: 26 en Estados Unidos, cuatro en Tokio y una en Venezuela.
“Entre las manifestaciones de las artes visuales, sin duda la escultura es mi pasión, y tener la ocasión de crear, construir e instalar una de mis obras en un espacio público es además estimulante y aleccionador. Me emociona la oportunidad de poder mostrar mi trabajo a millones de personas durante muchísimos años y aprender de la interacción con el espectador”, asegura.
Además, aclara que su obra, aunque debe adaptarse al espacio público y atenerse a las necesidades de la comunidad, siempre está configurada por su concepto artístico de naturaleza minimalista y la exacerbación del sentir sobre la razón.
En líneas generales, la expresión mínima se considera un elemento hermético e inentendible por su falta de símbolos, pero detalla que “cuando una obra de arte necesita mucha explicación, no está bien. El arte es sobre sensaciones”. Su meta primordial, entre todas las cosas, es comunicar un ápice de felicidad a través de su trabajo.
“Go Bongo” (2014), ubicada en St. Norfolk, Virginia, EE UU | Foto cortesía
Los elementos propios del mundo de la niñez — inocencia, felicidad y otra perspectiva para ver el mundo — determinaron un matiz muy importante en la obra de Jorge Blanco, quién en 1993 inauguró su primera escultura en un espacio público en la ciudad de Caracas.
Maraton. 1993. Avenida Boyacá en la cota Mil. Caracas.
Ha sido invitado especial en numerosas exposiciones alrededor del mundo y su obra es un referente de una nueva forma de arte geométrico que se caracteriza por un detallado cuidado de la forma.
Su legado esparcido por el mundo ha servido para que valoren su ampliación de la concepción del color y la forma, como también lo han hecho referentes nacionales de la talla de Jesús Soto, Carlos Cruz-Diez y Mateo Manaure, para entregar un deseo de felicidad y luz.
El final del siglo XX en Venezuela estuvo signado por la llegada de Hugo Chávez al poder. El país atravesaba una situación social de extrema complejidad y el discurso “socialista” había enamorado a la población. En 1999, mucho antes de que estallara la crisis migratoria y económica, Jorge Blanco decidió dejar Venezuela para expandir su trabajo escultórico (simplemente tuvo la visión del desastre que se avecinaba).
Para el artista caraqueño, luego de su trabajo en las páginas de El Diario de Caracas y en las oficinas del Museo de los Niños, su estadía en el extranjero ha significado un avance en su relación con el arte y con la evolución de su obra.
“On Wheels” (2017), ubicada en Carmel, Indiana, EE UU | Foto cortesía
“Mi experiencia en el exterior ha sido muy enriquecedora y estimulante. Una de las grandes diferencias que he sentido es que la obra es juzgada y evaluada, es aceptada o rechazada por el gran público, directamente o a través de innumerables organizaciones privadas, comúnmente sin la intervención del Estado”, agrega.
“El gran público”, como lo llama Blanco, ha asimilado su obra alrededor de Estados Unidos como un hecho primordial para entender la relación con la ciudad. Sus esculturas, expuestas desde Kansas hasta Nevada, se han transformado en los últimos 20 años en un referente cultural del territorio norteamericano.
Aunque su experiencia en el extranjero fue estimulante, recuerda su pasado en Venezuela como momentos que no volverán y que han desaparecido rápidamente en los últimos años. El país que en los años setenta y ochenta participó en los movimientos artísticos de vanguardia y se posicionó como una nación pertinente para la difusión artística a partir de la obra de grandes exponentes, se ha visto disminuido por el aumento de la crisis.
“Thinker” (2011), ubicada en Palm Beach, Florida, EE UU | Foto cortesía
“Lo que más extraño son a las magníficas personas que conocí. Han pasado más de diez años desde mi última visita y lo que me dejó esta experiencia fue tristeza. Siento que el país donde nací y viví gran parte de mi vida desapareció, es otro, irreconocible, solo existe en mi memoria”, explica desde Sarasota.
Al recordar su paso por El Diario de Caracas, envía un mensaje a quienes llevan adelante la sala de redacción de la que fue su casa: “Les deseo un rotundo éxito en esta nueva etapa, y más por el difícil reto que tienen por delante. No tengo ni el conocimiento ni la experiencia para sugerir una recomendación a periodistas profesionales. Como un lector más, espero que cumplan con una de sus funciones principales: hacer conocer la verdad”.
El artista caraqueño, que inició su camino estudiando diseño industrial en el Instituto de Diseño Neumann y tuvo el privilegio de presentar su trabajo en la salas del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, es un referente fundamental para recordar el auge de un pasado creativo, además de proponer un nuevo futuro desde la relación del individuo con el arte.
Museo de los Niños de Caracas - Jorge Blanco y Museito