Ramón Ordaz: José Pulido, lo lírico cotidiano
RAMÓN ORDAZ
Cuando José Pulido señala que el poema es un “rezo” uno pudiera pasar de largo, pero algo nos detiene. Rezo es oración, ecuménica misa del espíritu en busca de absolución; éxtasis interior que se impone un diálogo con lo desconocido, esa respuesta inédita que reclama Hans- Georg Gadamer en su ensayo “Poema y diálogo”.
En ello parece coincidir Pulido cuando a su pregunta por el poema, “¿qué quieres de mí?”, y este le contesta: “Lo que no has podido decir”; en pocas palabras, la tarea de Sísifo del escritor. Sin pretensiones de contradecir, el “poema”, eso creemos, es un objeto vacío, un pre-concepto, un a priori de la conciencia del poeta, que solo su voluntad de estilo podrá concretar. El poema tiene el sello particular de cada autor, su huella de identidad que no es otra que su escritura. Buena parte de sus poemas Nicanor Parra los llamó “Artefactos”, nada gratuita su visión del poema, lo que bien podría suscribir cualquier autor de la modernidad literaria.
En “artefactos” está sugerida esa intención del poeta, el arte de hecho, esa pluralidad de su oficio que llamó también antipoemas. A todas estas el poema no existe, no es lo que el lector lee en la página, lo que apenas es un puente para llegar a él. De manera que el poema está en el afuera de la página, pertenece más al lector que al poeta que lo ha “escrito”; es él quien da cuenta del poema. De allí esa imposibilidad, el poeta no podrá decir nunca lo no dicho, porque, como el horizonte que vemos, cada vez que nos acercamos a él, más se aleja, solo que para entendernos acudimos a los términos que acuña esa cofradía de críticos, académicos e historiadores de la literatura. Con las definiciones del poema y de la poesía tenemos para vivir eternamente confundidos, cuando no cabe definición posible en ellos. El poema lo invoca y lo convoca el lector, se lo apropia. La Poesía pertenece a los fundamentos de la expresión escrita, su ámbito es universal y obra sobre todos los géneros literarios conocidos.
LO LÍRICO COTIDIANO. La expresión nos remite a la música, a la armonía, al credo de una paz y una belleza orquestadas por el acontecer de las cosas que siempre tienden a su estabilidad, al reposo, al remanso donde las aguas corren imperturbables, calladas. No hay más que imaginarse una lira y una zampoña expresando ese concierto de la naturaleza, dándole forma a esa intimidad que se sustrae a lo oculto en el mundo de la apariencia, y solo el artista sensible puede traer a la luz esas esencias veladas al común de los seres. Lo lírico es un estado: su vibración llega o no llega, se siente o no se siente. Lo lírico está allí, no todos lo miramos, no todos lo sentimos, pero está allí, imponente con sus enigmas y misterios, signado siempre por lo inesperado.
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| Augusto Mijares |
Como todo, lo lírico también cambia de estado. Nada cuesta entender que lo lírico en el mundo contemporáneo acontece de distinto modo al locus amoenus de la literatura del pasado. La sociedad que nació con el industrialismo y el acelerado urbanismo instauró una segunda naturaleza, a la que románticos como Baudelaire empezaron a dar respuesta en sus obras. En pleno siglo XXI, cuando las guerras del pasado y las del presente, con unas economías y políticas derivadas de esa errancia –o aberrancia- han construido sociedades pobladas de artificios, de tecnologías sofisticadas, de prótesis para lo orgánico y lo inorgánico en medio de una opulencia estéril, superpobladas, con terribles detonantes a su alrededor: como nunca, masas de migrantes de un país a otro, bastas poblaciones en estado de precariedad e indigencia, desnutridas y sin nicho posible para la sobrevivencia, sin duda que lo lírico se ha instalado en cada descomposición, en el detritus social y anda también entre tantos arsenales de armas y desperdicios de una cultura en crisis, en brutal decadencia. Lo lírico se conecta con lo estético, solo que las obras que surgen de esa omnipresencia constituyen respuestas disímiles: lo feo, lo grotesco, lo absurdo, los abstruso, lo obsoleto, lo errático, lo apocalíptico, en los que la sombra de la muerte compite con lo sublime, con la belleza en igualdad de énfasis y propiedad como estatus literario. Este breve cuadro no es más que la antesala donde ubicaría la Poesía en verso de José Pulido, la que se alinea en lo que su coterráneo Augusto Mijares llamó “Lo lírico cotidiano”.
No sé si Pulido acude con su obra al llamado de Mijares, lo cierto es que da la impresión de que fuera un saldo de cuentas con quienes nos han antecedido en esta batalla de la cultura. “Llamo lírico -a punta Mijares- a lo no vulgar, a todo lo que representa belleza, fuerza, ambiciones superiores y también verdadero placer”. Augusto Mijares, a quien Luis Enrique Mármol en la década del veinte dedicó su emblemático poema “Todos iban desorientados” (en realidad el poema se titula Todos iban. Todos iban desorientados es una novela de Antonio Arraiz de 1951. Nota del editor), fue un ensayista muy vinculado a los poetas de su tiempo, por lo mismo que exigía de estos trascender cierto poetizar adormecido, quietista, viviendo como de espaldas a un tiempo que les exigía otra coartada literaria.
Poema: «Todos iban». – La locura del otro.
A Augusto Mijares
Todos iban desorientados:
perseguían un objeto próximo;
unos iban a su trabajo,
otros al trabajo de otros…
Los ojos errantes y vagos,
hacia la mancha de los pinos
cruzó indolente un enlutado…
—¿A dónde vas?
—No sé —me dijo.
¡Todos iban desorientados,
y el enlutado hacia sí mismo!
1919
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| Imagen tomada de Pinterest. |
En su propuesta de “lo lírico cotidiano” hará declaraciones más contundentes: “La poesía, ante el riesgo de quedarse sin auditorio, tiene pues que adaptarse al margen precario que se le deja: ha desistido de conmover a su público o de entusiasmarlo, y se conforma con desafiarlo y sorprenderlo por medio de la cabriola audaz, la abundancia de metáforas inconexas, todos los recursos de lo imprevisto; hasta de lo imprevisto tipográfico se ha echado mano. Poesía ingeniosa, intelectualista y drolática, lo menos poética posible”. Era una crítica a los poetas de mediados del siglo XX, pero era también una advertencia con respecto a lo que imperaba en ese momento; estaban en boga las experiencias de las vanguardias todavía, arreaban sus banderas nuevos credos poéticos que rompían con ejercicios anteriores de la poesía (la tradicional), poesía que, al tiempo que se liberaba de las viejas preceptivas, se volvía inocua, artificiosa, trivial a veces, lo que luego llegarían a superar los poetas de Sardio en adelante. Esa poesía de frente con su público, que trasciende su intimismo/esencialismo empezará a ser más frecuente en los escritores de la década del sesenta hasta que en los 80 los poetas del grupo “Tráfico” con su “Si, Manifiesto” se empeñaron en invertir los valores de la poesía nocturna, sintetizada en la obra de Vicente Gerbasi, para volcarse a una poesía de la calle, de la vida urbana, en una vagarosa transgresión que se diluyó en espectáculos y recitales mediáticos.
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| Vicente Gerbasi |
Siempre quedó pendiente esa búsqueda de “lo lírico cotidiano” planteado por Mijares. Instaurará Pulido su propia poética (prosa y verso); con sarcasmo, con ahínco de juglar, con estudiados desplantes, rebelde, desacralizador, sin complejos a la hora de juzgar lo más íntimo y privado, desprejuiciado con la palabra al sentenciar la esfera de lo público, sin anestesia su singular modo de versificar con la más absoluta libertad, versos explayados y libres, hará incisiones en el cuerpo enfermo de la sociedad que pesa como rémora a la hora del viaje.
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| Luis Enrique Mármol |
Su obra cabalga sobre una contemporaneidad conflictiva, sin horizontes precisos, donde el desvanecimiento del espacio y del tiempo conocidos parecieran haber llegado a su límite, donde el escapismo de unos y otros es lo usual; todo es aleatorio, arbitrario; no hay razones para el optimismo; no hay estado de gracia, el desahucio de todo lo que se tuvo como certeza de vida arruina la vitalidad de la palabra misma. Por eso sus versos dan coletazos de aquí para allá como buscando atrapar el oxígeno que le falta; una poética que hurga en los bajos fondos de lo cotidiano, pero también se eleva sobre las miserias para poner de pie los valores culturales que han nutrido y fortalecido su paso por este mundo, así como darle cuerpo a la luz del interior familiar, a los femeninos cuerpos que van desde la esposa, amada amante, hasta esas mujeres de perfiles eternos que persisten con sus voces de mermelada en las puertas de la noble e inolvidable provincia, esas Beatrices, esas Lauras eternas dejadas atrás, en las que ronda también la juerga de los amigos.
Nek- Laura no está
https://m.youtube.com/watch?v=DAIxrSvq6bo&pp=ygURbGF1cmEgbm8gZXN0YSBuZWs%3D
Heridas espaciales y mermeladas caseras es un poemario que da cuenta del caos en que se mueve lo lírico cotidiano, en el que se poetiza y se narra, versos en expansión como una galaxia, complejas circunstancias de vida donde no faltan la ironía, el recurso de la sorpresa, lo imprevisto, la intencionada divagación, la brusca ruptura de lo que bien podría ser también un reportaje poético, palabras que transan un contrato con el lector, el que debe estar atento porque el fuelle del oculto periodista, inseparable del poeta, cambia su juego porque lo seduce el contraste.
"Toda ideología es una guillotina que corta cabezas buscando el poder”, señala José Pulido / Foto: Cortesía Gabriela Pulido.
Construye el poeta un diorama de reportes líricos en el que la vastedad de la palabra exhibe sus urgencias, sus gritos, sus amores en los andenes de una historia perdida, en los complejos relatos testimoniales donde todos pareciéramos estar de tránsito, en esas ciudades que hemos perdido a fuerza de haberlas vivido con la intensidad y holgura que demanda la existencia, vida como el crisol donde se macera esa explosión de sentidos que tienen como vertedero los textos poéticos que como devoción y devolución de un amor nos entrega José Pulido: “que la sed tenga instintos para fundar el agua”, “Tienes que levantar tu casa con huesos de suspiros”, “Está bien todo, digo alucinado, para no desplumar mi poca fe”, son muestras de esa urgencia del que vive cautivo en un mundo de cosas sin salida posible; un mundo alterado que conduce a la alucinación del condenado, de allí la inhóspita exclamación “Está bien todo”, para no perder la fe, la última reserva de sentido que es la vida; Stanno tutti bene, como en la película de Giuseppe Tornatore. Y en ese “estar bien” tiene sus ríspidas aristas buena parte de su poesía.
Stanno tutti bene (film 1990) TRAILER ITALIANO
https://m.youtube.com/watch?v=3q5rKseSkss
El horror cotidiano paseándose tranquilo
estrenando su bolso militar
su camisa de seda del Japón o su reloj de selva destruida
sin renunciar al mismo balbuceo de periódico anímico
parecía comentar que los viejos horrores ya no asustan.
Ese diálogo que entabla con Rilke en el texto “No entenderán la esencia” llega como advertencia, como el lastimero recurso de quien lee a otro poeta queriendo entenderlo, penetrar las honduras y trashumancias de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, mientras en su exterior el mundo transcurre indiferente. Como en el Cántico de San Juan de la Cruz “Y todos cuantos vagan/ de ti me van mil gracias refiriendo,/ y todos más me llagan,/ y déjame muriendo/ un no sé qué que quedan balbuciendo”. Ese pausado y sobado dolor aliterado de lo incierto, de lo imponderable, que nos deja como en inesperado abandono, y que, guardando las distancias de la lira de San Juan de la Cruz ante la tensión “libertina” de los versos de Pulido, la situación de estado es la misma, por lo mismo que la angustia de ayer sigue siendo la nuestra. “El horror cotidiano” pareciera una sentencia bíblica, como el horror de Kurtz, el horror de Auschwitz, y todos los horrores que se puedan vivir, pero que el peso de esa cotidianidad quisiera banalizar, sustraer su tragedia y continuar su eterno carnaval “estrenando su bolso militar”. ¿No arrastramos acaso nuestros diarios horrores? Lo irónico está en que “ya no asustan” para mayor perplejidad y la presencia virtual de “maese Rilke” da para pensarse a sí mismo y atravesar el cuerpo como “el corazón de un tren descarrilado”.
No es poco lo que hay que abordar en la poesía de Pulido. Llaman la atención esos microrrelatos al final de cada texto poético: abiertos quedan esos otros diálogos ficticios que establecen otras voces, otras instancias de un contrapunto de ángeles como parece sugerirlo el poeta. Cualquiera de los textos de este libro es digno de un comentario, pero si uno deseo destacar por su artística composición es el titulado “Porque el verbo es la esencia de los desconocido”. Pulido describe con soberano dominio los intersticios de una imagen que nada tiene de gratuita, la mirada penetra espacios inverosímiles y desde la entraña de lo más oculto se hace testigo de las metamorfosis de las cosas. Su arte de miniaturista se presta para el puro goce estético:
En la corteza estriada mueve sus alas tenues,
el ser mimetizado
sé que también mis labios agitados se esconden
en un cuerpo leñoso
la mariposa existe y le doy su lugar
de bello silencio estructurado en polvo
aunque no conozca mi lenguaje
yo vivo para nombrarla
y ella existe para no escuchar
Luminosa condensación lírica ese “bello silencio estructurado en polvo” con el que nos da cuenta de la mariposa. En los versos siguientes el poeta sigue con su entreverado estilo de oposiciones para continuar con el murmullo de su “rezo”:
Puedes rezar sin palabras un sentimiento mudo
pero se vestirá de sílabas
si se rompe el columpio de la niña
y recuerdas el nombre de la piedra
Es ese decir desenfadado que nos advierte de lo que potencialmente está ahí aunque no se manifieste, porque son las sombras que arrojan las palabras y que solo el poeta con agudeza e ingenio registra esas criaturas de lo cotidiano, con su personalísima visión, para que sintamos el acto de la creación como advenimiento de la primera vez. Así se estila y se destila la poética de José Pulido.
Igual sentimiento despierta en nuestra lectura su antología “Nunca es un artificio el nuevo exilio”, el mismo desparpajo, el mismo tono satírico porque la vida es un eterno despecho y la errancia parece estar, en el hado de cada ser humano, en ese nuevo éxodo cuya tierra prometida para los migrantes es algo etéreo como el cielo.
Se queda en pelotas el poeta cuando advierte que declina la recta humanidad que lo antecede; observa, menudea su espíritu ante lo que la vida puso en baja en un desfalleciente, fallido país, “país kamikaze”, en el que la vejez no tiene cabida y morirse tampoco. “Épica mínima” llamó la poeta Márgara Russotto uno de su libros de poesía, conseguimos aquí los mismos acontecimientos de los habitantes en ese espacio íntimo de la casa. Dice Márgara: “La miseria/ es también/ esta hilera de libros/ como en pánico abrazados/ entre letras de polvo./ Alucinadas sus tapas/ por el hongo del tiempo/ nada es discernible/ y cúbrense de espanto ante el grito del vendedor/ degollado/ con su cesta de flores,/ Que se caigan y floten/ estas tiránicas páginas/ a los pies aquellos de tanto camino torcido/ mezclándose en el lodo” (“Épica mínima” ‘Pensamientos de bibliotecaria’, Caracas, Edición Cultura Universitaria, 1996).
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| Márgara Russotto |
Ya podemos advertir cómo los viejos y magnos eventos de la épica se han desplazado a lo lírico cotidiano, al acontecer de nuestras ciudades, de nuestros hogares. La épica es el “género poético primordial” nos señala Jorge Luis Borges: “En la épica está el tiempo, en la épica hay un antes, un mientras y un después; todo eso está en la poesía”. (“Siete noches”. ‘La Divina Comedia’. México: Fondo de Cultura Económica 1995). Con la poesía de José Pulido esa épica, lo lírico cotidiano, alcanza su punto álgido entre la celebración, la errancia y el desencanto. “Se necesita un diccionario del olvido”, escribe el poeta; así nos hablará de “metáforas lisiadas”, “Si quieres suicidarte en la amada Caracas sal a buscar cebollas”; “Siento que mi cuerpo foráneo inverosímil/ nada tiene que ver con el muchacho que mira desde adentro”. Majadero y burlón, echará por delante su propia condición de ciudadano en caída libre:
Comencé a sentir las desventajas de la tercera edad
cuando en el fragor del Metro una muchacha abandonó su puesto
y me dijo ignorando mis fuerzas literarias
—siéntese, abuelito—
el escote de su vestido surgió como un avión
sobre esta isla emergida en 1945
y mis ojos no tuvieron tiempo de rasgarse
Para cerrar cito aquí su velado epitafio, por aquello de que uno nunca sabe y en el carro del implacable tiempo vamos todos:
No podría saltar un charco de agua
sin fracturarme un fémur
cuando muera no digan “vuela alto”
porque no podré hacerlo
aunque me salgan alas de ángel o de cuervo
no podré volar alto
siempre he sido muy torpe con las alas
sé que me golpearé con postes y azoteas
Tengan piedad de mí
FAIM ! Session du 3 mai - José Pulido
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https://m.youtube.com/watch?v=F2ZJiBGXsTk&pp=ygUdam9zw6kgcHVsaWRvIHBvZXRhIHZlbmV6b2xhbm8%3D
Ramón Ordaz (El Tigre, 1948). Poeta y ensayista venezolano. Licenciado en Educación por la Universidad de Oriente (UDO), tiene una maestría en Literatura Iberoamericana por la Universidad de Los Andes (ULA). Autor de los libros Esta ciudad, mi sangre (1975), Potestades de Zinnia (1979), Entreveros (1985), Antología del otro (1990), Diario de derrota (1993), Kuma (1997), En los jardines de Colón (1998), El pícaro en la literatura iberoamericana (2000), Profanaciones (2002), Albacea (2003) y El mar es nuestra sed (2007). Ganador del Premio Conac de Poesía (1991) y del Premio de Poesía Bienal Literaria «Teófilo Tortolero» (1996). En 1992, publicó su experiencia con la poesía gráfica bajo el título de Grafopoemas. Fue el editor de la revista En Ancas. Dirigió el Centro de Estudios Literarios «José Antonio Ramos Sucre».
https://tiberiades.org/?p=6202
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