Pedro Llanes Delgado |
En octubre de 2007 fui invitado por el Instituto Cubano del Libro y las autoridades culturales de Venezuela a la Feria de los Estados de ese país. Desde que los funcionarios de la Cámara del Libro me entregaron el pasaporte con una explicación en detalle del cronograma de trabajo, vuelos, lugares de estancia, tuve la certeza de que todo iba a salir bien. De todas formas me encontraba un poco preocupado porque viajaría fuera de delegación. Llegamos a las cinco de la tarde al Aeropuerto Internacional Simón Bolívar y los trámites de aduana fueron bastante ágiles. Afuera me estaban esperando mis guías Ángie y Carla, dos muchachas excelentes. Me hospedaron en Sabana Grande, en Caracas y al otro día me despidieron hacia el estado de Lara. A pesar de mis dos viajes anteriores a Venezuela, nunca había ido a los estados. El trayecto de la Guaira a Barquisimeto lo hice en un vuelo de Aeropostal y recuerdo que me impresionó cuando el avión descendía lentamente cerca de la periferia de la ciudad. Se veían abajo los techos brillosos de las construcciones, las elevaciones arcillosas algo desteñidas y la vegetación aquí y allá. La poetisa Wafi Salih, hija de padres árabes y su hermano Jacinto me estaban aguardando. Fueron muy amables conmigo. Me trasladaron de hotel, me condujeron por la ciudad, se encargaron de que estuviera a tiempo en las actividades, en uno de los museos del centro. Conocí allí al escritor argentino Emiliano Bustos, intercambiamos libros y direcciones y pude apreciar su poesía. Lara para mí fue el lugar donde me descansé de las tensiones de viaje. Wafi y Jacinto después de nuestros compromisos de trabajo —recitales, charlas, prensa plana, escrita— me llevaron en auto a diferentes encuentros con la memoria de Barquisimeto.
Barquisimeto |
El avión para
el estado de Mérida se me escapó por embotellamiento en la vía. Wafi y
Jacinto me embarcaron en ómnibus a las doce del 9 de octubre, hacía mucho
calor. En Cuba abro el libro de Wafi publicado por Monte Ávila, hojeo sus páginas,
es una poetisa y persona maravillosa. A las diez de la noche estábamos entrando
en Mérida. La iluminación, los aludes de la montaña y la altura me daban
confianza. Gonzalo Fragui, su esposa y Neida me esperaban. Me alojaron
en el hotel Plaza, en el centro de la ciudad universitaria. De día
examiné los alrededores, el parque con la estatua del Libertador, me pareció
todo muy bello. Fragui me organizó un recital en el área de Feria a la que
asistieron escritores y profesores de la Universidad de los Andes. Hablé más
con Neida, la esposa de un funcionario diplomático venezolano que estudió en la
Escuela Internacional Raúl Roa Kourí. Agradezco a Fragui y a ella tantas
atenciones y facilidades. Mérida es limpia, hermosa, con unas calles bien
trazadas y los Andes de fondo. Da la impresión de haber salido de un sueño. En Táchira
las actividades se realizaron en La Grita, pequeño pueblo montañés.
Respondí preguntas en un conversatorio abierto, recité para los niños de los
colegios y eso me alegró. Encontré allí a Imeldo Álvarez, escritor
cubano de mucha experiencia y conocí al poeta Freddy Yáñez, joven
director de una revista en San Cristóbal.
Tuvieron muchas atenciones
conmigo. Al regreso a La Guaira —por San Antonio, cerca de la frontera
con Colombia— ya era de noche y me esperaban como siempre Angie y Carla.
Otra estancia en Sabana Grande y al otro día la vuelta a Cuba,
acompañado de Victor Fowler. Doy gracias al Libro y al gobierno
de Venezuela por su sistema de invitaciones e intercambios y tanta belleza
de paisaje y de corazón.
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