El lenguaje de los mensajes ha contaminado la redacción de los estudiantes. / Consuelo Bautista |
28 de Octubre de 2016
Hoy les traemos un debate
antiguo, pero permanente: las faltas de ortografía. Como las sequias reaparece
cada cierto número de años. Innegablemente la ortografía de nuestros alumnos ha
empeorado, mientras ha aumentado el conocimiento en otras materias. Sin embargo
a los que acumulamos canas y kilos de más en la cintura, nos gusta pensar, como
a Luis XIV, que tras nuestra generación vino el caos.
Si nuestros universitarios
comenten muchas faltas de ortografía es porque se les permitió entrar a la
universidad comentiendolas. Intentar
arreglar el desaguisado en la universidad es poco eficiente. Parece razonable atacar el problema antes de
llegar a la Universidad. Pero las continuas reformas
educativas sólo hacen que estorbarse. Para mayor dislate, la última reforma del
ministro Ignacio Wert, la peor de la democracia (pues todos los sectores
involucrados se han opuesto) no sólo no va a arreglar el problema sino que lo
va a agravar.
Más grave que las faltas de
ortografía de nuestros universitarios es que la sociedad las tolera. Si hubo
universitarios con faltas es que hay graduados que las siguen cometiendo. Es
fácil encontrarse con informativos y periódicos que las cometen, informes
profesionales plagados de ellas, libros infectados y post de blogs como este
llenito de ellas. La sociedad las tolera, nuestra sociedad no considera grave
cometer faltas de ortografía, por eso este problema va a seguir aumentado.
La Real Academia de la Lengua
también tolera las faltas. No sólo no lucha contra ellas sino que pasado un tiempo, las acepta como
válidas. No
en vano ha aceptado almóndigas para referirse a las albóndigas, vagamundo
para hablar de un vagabundo, Otubre para el mes de Octubre y asín por así. Hay
más pero me da pudor seguir.
Ahora les dejo con las legítimas
razones por las que no deberíamos cometer faltas de ortografía. Pero yo sólo
les diré lo que los Borg de Star Trek enunciaban a diestro y siniestro:
¡La resistencia es
fútil!
by
PacoMan
*******
El que escriba ‘habrir’ no debería graduarse
Las faltas de ortografía y de comprensión lectora abundan en la Universidad
Los profesores se plantean si además de los conocimientos deberían evaluar un lenguaje viciado por los SMS
Elisa Silió
16 FEB 2013
Escribir habrir es una falta de ortografía tan descabellada e
inverosímil que parece un signo de rebeldía, como quien escribe okupa.
Sin embargo, cuando una profesora de Hispánicas —letras— y otra de
Agrónomos —ciencias— repasan en común mentalmente las faltas más
habituales de sus alumnos aparece pronto el dichoso habrir.
¿Cómo llegan a una falta tan rocambolesca? Probablemente, conjeturan las
docentes, porque no distinguen “habría” del verbo haber de “abría”
(casi siempre escrito sin acento) de abrir. Los fallos ortográficos y de
expresión son frecuentes en unos estudiantes que con esa ortografía no
hubiesen pisado la Universidad. Los profesores reconocen que el panorama
es desolador, pero pocos bajan la nota de un examen por la ortografía y
la expresión —menos aún en las carreras de ciencias— y no existen
reglas comunes para baremar este asunto en los departamentos de las
facultades.
“Hay algo de verdad y algo de tópico. Si no hubiera sido por la métrica, el poeta podría haber dicho tal vez ‘cualquier ortografía pasada / fue mejor’. Antes había un sector de la población que no estudiaba y que apenas sabía escribir. Ese sector hoy ha accedido a la enseñanza y, por supuesto, escribe mejor”, explica el académico Salvador Gutiérrez, que fue el encargado de coordinar Ortografía de la lengua española, el polémico volumen de la RAE. “Sin embargo, los que antes estudiaban debían someterse a un largo y duro aprendizaje de corrección idiomática y, como consecuencia, su ortografía alcanzaba un nivel mucho más elevado que el que tienen los que, por ejemplo, acceden hoy a la Universidad”.
“El problema no es solo de ortografía. También, o más, de prosodia. Es decir, la organización de la sintaxis: los puntos, las comas… Entiendo “baca”, pero puedo no entender el discurso si no se organiza bien. Es difícil de marcar, pero no se esfuerzan”, plantea Flor Salazar, profesora de Filología Hispánica en la Universidad Complutense. “Por ejemplo, está muy de moda no poner las sangrías después del punto y aparte. Hemos copiado a los anglosajones y eso tenía su utilidad”, prosigue. “Yo, cuando era pequeña, todos los días hacía una redacción. Y es lo que deberían de hacer ahora. Redacción, redacción, redacción. Recuerdo a una compañera de facultad que, hace 40 años, tuvo un cero por escribir disminutivo”
“Hay algo de verdad y algo de tópico. Si no hubiera sido por la métrica, el poeta podría haber dicho tal vez ‘cualquier ortografía pasada / fue mejor’. Antes había un sector de la población que no estudiaba y que apenas sabía escribir. Ese sector hoy ha accedido a la enseñanza y, por supuesto, escribe mejor”, explica el académico Salvador Gutiérrez, que fue el encargado de coordinar Ortografía de la lengua española, el polémico volumen de la RAE. “Sin embargo, los que antes estudiaban debían someterse a un largo y duro aprendizaje de corrección idiomática y, como consecuencia, su ortografía alcanzaba un nivel mucho más elevado que el que tienen los que, por ejemplo, acceden hoy a la Universidad”.
“El problema no es solo de ortografía. También, o más, de prosodia. Es decir, la organización de la sintaxis: los puntos, las comas… Entiendo “baca”, pero puedo no entender el discurso si no se organiza bien. Es difícil de marcar, pero no se esfuerzan”, plantea Flor Salazar, profesora de Filología Hispánica en la Universidad Complutense. “Por ejemplo, está muy de moda no poner las sangrías después del punto y aparte. Hemos copiado a los anglosajones y eso tenía su utilidad”, prosigue. “Yo, cuando era pequeña, todos los días hacía una redacción. Y es lo que deberían de hacer ahora. Redacción, redacción, redacción. Recuerdo a una compañera de facultad que, hace 40 años, tuvo un cero por escribir disminutivo”
Amparo Medina Bocos, profesora jubilada de Lengua en secundaria, remarca
también la importancia de las tildes. “No es lo mismo ‘revólver’ que
‘revolver,’ pero está socialmente mejor visto que escribir vailar. Hemos caído en la dejadez. En la calle lees cafeteria y antiguedades. Nada”.
“Si un estudiante escribe que la toma de la Bastilla tuvo lugar en 1787 es probable que no obtenga un sobresaliente, aunque quizá tampoco un suspenso. Pero si escribe que la toma de la Bastilla tuvo lugar en 1987, o —como parece que escribió una vez cierto estudiante— que lo que tuvo lugar en 1789 fue la toma de la Pastilla, entonces no necesita una calificación, sino en rigor un aviso de que no ha llegado a ponerse en condiciones de ser calificado en un examen de Historia”, opina José Luis Pardo, catedrático de Filosofía en la Complutense. “Creo que este es el mismo caso de las faltas de ortografía (cuando son graves): no es lo mismo si un alumno de primero de Filosofía escribe Witgenstein con una ‘t’ de menos que si escribe el dever ser con uve. Hay que suspenderle, claro está. No hay otra manera de hacerle notar que no cumple las condiciones, pero conviene que se entere de que ha suspendido no por falta de conocimientos, sino por no reunir las condiciones previas necesarias para poder ser calificado”. “Es como si en la escuela de ingenieros se preguntasen si hay que ser exigentes en la construcción de puentes o si se debe levantar un poco la mano, aunque algunos viaductos se caigan a la primera ventolera”.
Pardo modela a los próximos filósofos y José Manuel Sánchez Ron, en la Autónoma de Madrid, a los que un día serán físicos. Este cuatrimestre el académico de la Lengua ha decidido bajar la puntuación en Historia de la Ciencia, una asignatura optativa, por los fallos “aunque de una manera generosa, no condicionará su aprobado”. “He tomado esta decisión individual a la vista de que no conduce a nada decirles que presten atención porque saldrán mejor preparados”. El primer día de clase, el científico les recuerda la importancia de escribir bien. “Les digo que no soy su colega y, por tanto, que no pueden escribir como un SMS a los amigos”.
El inglés es la lengua franca en ciencias, pero se niega a que se escuden en el argumento de que lo importante es ser capaces de resolver las fórmulas y problemas. “Es la manifestación de un movimiento posmoderno. La ortografía no es un juicio relativo, es una ley absoluta”, dice Ron.
Consensuar que se valore la forma y no solo el contenido de lo escrito no parece fácil. Hace una década un grupo de profesores de Hispánicas en la Complutense propuso al decanato un reglamento común al que ampararse ante las quejas estudiantiles, pero este adujo que el asunto no era de su competencia. “Debe bajarse la nota (incluso hasta llegar al suspenso) cuando se trata de faltas graves y/o muy reiteradas. No debería ser preciso ningún reglamento, como tampoco para ir a clase completamente vestido y calzado o no entrar en el aula con mascotas, y el simple decoro (el sentimiento de vergüenza ante el reproche común) debería bastar para que se inhibieran los infractores”, sugiere Pardo. Aunque, realista, concluye: “Está claro que esto ha dejado de ocurrir, de modo que es preferible que haya una norma común, si fuera posible de Estado, porque esto sería lo más parecido a no tener que estar todo el rato advirtiendo lo que en realidad no haría falta advertir porque es de sentido común”.
Que se lo digan a un profesor de un grado en Comunicación en una prestigiosa universidad pública española enfrentado a sus alumnos por su decisión de rebajar la nota con las faltas. Eso ha supuesto el suspenso de más de uno. “La culpa es de los alumnos, claro, pero también de los docentes. Rebajamos mucho el listón y obviamos la necesidad de subrayar que se debe escribir correctamente en cualquier caso, pero más en el nuestro, porque somos profesionales de la palabra”, sostiene desde el anonimato. “Algunos alumnos te dicen que se tiene que valorar solo el conocimiento de la materia y no cómo se escriben las palabras porque para eso existen correctores. Pero en las redacciones apenas queda esa figura y ya no hay tiempo para corregir. Y, aunque los hubiera, no sería excusa”
Este docente esboza un presente y futuro negro en la Universidad: “La comunidad educativa tiene cada vez más miedo a imponerse. Los alumnos se atreven a decir y hacer cosas que en nuestra generación nunca habríamos hecho, y los profesores se asustan —en algunos casos— o, sencillamente, evitan los problemas porque, con la crisis, ven recortados sus ingresos, aumentado su trabajo y lo último que les apetece es enfrentarse a reclamaciones y quejas”.
En la Comunidad Valenciana quieren ponerle coto a las faltas en las PAU (Pruebas de Acceso a la Universidad), eso sí, solo en las asignaturas de Lengua y Literatura II. En la Selectividad se rebajará hasta tres puntos por las faltas (0,25 por las grafías y 0,15 por las tildes), un descuento que llegará a los cuatro en 2015. El recorte es paulatino para dar tiempo a los institutos a que solventen el problema. La reforma de los planes de estudio del Ministerio de Educación prevé también reválidas al terminar la primaria y la secundaria. Dos pruebas externas que quizá obliguen al profesorado a hacer hincapié en la ortografía.
“Terminar con las faltas es complicado porque el resto de profesores consideran que es un tema de Lengua que no les compete y no bajan la nota”, lamenta Javier López, periodista de formación y docente de Lengua en el instituto Serranía de Alozaina (Málaga). Existe también la queja inversa: ¿si no le suspende el de Lengua, cómo lo voy a hacer yo en Historia? “El español no es patrimonio de los profesores de Lengua. Es de todos. Y cada uno en su ámbito tiene que enseñar su léxico y en clase de Matemáticas no puedes dejar que un niño escriba hangulo. No puedes”, razona Medina Bocos.
Hace tres cursos, López, de 37 años, comenzó a ser profesor de Lengua y Literatura y le sorprendió “una didáctica del siglo XIX en el XXI”. En su opinión, para mejorar la ortografía “ya no sirve, como funcionó con generaciones anteriores, hacer dictados o copiar muchas veces una palabra mal escrita”. Él mantiene contacto a través de las redes sociales con sus alumnos y les obliga a expresarse con corrección. “Cuando escribías una carta te esforzabas, aunque fuese a un amigo, porque era algo de lo que quedaba constancia y decía mucho de ti. Por eso quiero que entiendan que en Tuenti o en Facebook también se puede escribir bien y tienen que elevar el registro. La relación alumno-profesor no puede ser la misma que entre ellos”. López saltó a los medios con su campaña Tu ignorancia me alimenta. “Por cada falta que le restaba puntos en el examen tenían que traer un producto si querían recuperar la nota”, recuerda. Y así donaron 500 kilos de comida.
No todo son malas noticias. Hay una minoría muy preocupada por la lengua. Lo constatan en el departamento de dudas de la RAE, Español al Día, que recibe un centenar de preguntas diarias. “Cada vez más gente accede a la educación media y superior y un buen dominio de la herramienta lingüística es imprescindible para acceder a puestos de trabajo cualificados. También ahora hay más medios para obtener información y resolver cuestiones lingüísticas, como los diccionarios de dudas o servicios como el nuestro, que permiten a los hablantes obtener respuesta a sus preguntas sin tener que buscarla por sí mismos en manuales de gramática u obras de referencia, a menudo, difíciles de entender y digerir”, cuentan.
El descrédito del uso del lenguaje es tal que unas oposiciones a
Policía Municipal en Las Palmas de Gran Canaria levantaron polvareda el
año pasado por esta razón. Cien candidatos denunciaron ante el registro
del Ayuntamiento la prueba ortográfica que solo aprobaron 17 de los 168
opositores. La prueba consistía en descubrir los fallos de 22 frases en
10 minutos. La cuestión es: ¿debe el Estado bajar el nivel requerido?
“No es que las instituciones hayan de ser severas, sino justas”, matiza
Gutiérrez, también catedrático de Lingüística en la Universidad de León.
“Los que desean acceder a un puesto de la Administración no solo han de
conocer los asuntos que atañen a la plaza a la que concursa, sino
también a la lengua en que se expresan. Si los policías tienen que
redactar informes o levantar actas, han de demostrar en la oposición que
pueden hacerlo de forma correcta”.
El filósofo Pardo no da crédito: “Denuncian al Estado los infractores
de la norma más elemental para la convivencia (el uso respetuoso y
compartido de la lengua), pero si el Estado permitiese las infracciones,
que es lo que sí sería un delito atroz y una dejación escandalosa,
nadie pondría una denuncia. Todo un ejemplo de moralidad pública”. Y se
muestra categórico: “Los organismos no deben dejar de castigar a los
infractores de la ortografía como no dejan de hacerlo con los
infractores de las normas de tráfico”.
Con la reforma educativa del ministro Wert, los alumnos de secundaria
recibirán un 25% más de clase de Inglés, Matemáticas y Lengua. Quizá
entonces el drama de las faltas se acabe o, al menos, se aminore. De
alcanzarse este objetivo, será el adiós al hit del momento: ola k ase.
Se + han = 'san'
El punto final no existe y las frases no arrancan con mayúsculas. Estas se usan indistintamente.
“Haber” y “a ver” es el mayor quebradero de cabeza.
Por contagio de la manera de escribir por móvil desaparece la ch, que pasa a ser x. Mucho es muxo.
La g es hoy w. Uno no es guapo sino wapo.
Las palabras acortadas en los apuntes de clase —tb por también o pq / porque— se ven en los exámenes.
Los términos se funden: derrepente, asique, osea.
“Hecho” de hacer y “echo” de echar no se distinguen.
Aparecen nuevas palabras como el gerundio tuviendo.
Una s por una x espectativas y una n que no existe transtorno.
Tomado de El país
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by PacoMan
En 1968 nace. Reside en Málaga desde hace más de tres lustros.
Economista y de vocación docente. En la actualidad, trabaja de Director Técnico.
Aficionado a la Ciencia Ficción desde antes de nacer. Muy de vez en cuando, sube post a su maltratado blog.
Y colabora con el blog de Grupo Li Po
22/06/2024
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