HONG KONG – Visitantes de China continental suben las estrechas
escaleras hasta una habitación atiborrada de delicias prohibidas:
estantes con revelaciones llenas de escándalos sobre sus señores del
Partido Comunista.
La librería Recreación Comunitaria del Pueblo
en las muy bulliciosas calles comerciales de Hong Kong se especializa en
vender libros y revistas prohibidas por el gobierno chino, en su mayor
parte por sus relatos morbosamente condenatorios de dirigentes
partidistas, pasados y presentes. El negocio prospera en un momento en
el que muchos ciudadanos chinos arden por la desconfianza hacia sus
dirigentes.
“Venimos aquí a comprar libros que no podemos leer en China”, comentó Huang Tao, un vendedor de suplementos nutricionales del sureste de China que, hace poco, escogió un volumen sensacionalista sobre la corrupción entre altos dirigentes partidistas. “Son tantas las cosas sobre las que nos han engañado”, dijo, haciendo señas hacia libros sobre la hambruna devastadora de finales de los 1950 y principios de los 1960, un episodio que las historias oficiales han apagado con eufemismos. “No podemos averiguar la verdad, así es que el negro se vuelve blanco y el blanco se vuelve negro”.
“Venimos aquí a comprar libros que no podemos leer en China”, comentó Huang Tao, un vendedor de suplementos nutricionales del sureste de China que, hace poco, escogió un volumen sensacionalista sobre la corrupción entre altos dirigentes partidistas. “Son tantas las cosas sobre las que nos han engañado”, dijo, haciendo señas hacia libros sobre la hambruna devastadora de finales de los 1950 y principios de los 1960, un episodio que las historias oficiales han apagado con eufemismos. “No podemos averiguar la verdad, así es que el negro se vuelve blanco y el blanco se vuelve negro”.
Tales publicaciones
meten de contrabando hechos y rumores en el torrente sanguíneo de la
vida política china. El flujo del contrabando se refuerza por el flujo
de publicaciones en internet y descargas de ejemplares piratas. El
comercio muestra la sed de información en una sociedad controlada por la
censura, y las dificultades que las autoridades partidistas enfrentan
al tratar de suprimir esa sed, en especial cuando, dicen personas en el
negocio, los funcionarios están entre los ávidos lectores de libros
prohibidos.
“Estos libros están jugando un papel enorme en la elevación de la conciencia del pueblo chino”, dijo un periodista pequinés que va a Hong Kong varias veces al año y compra montones de revelaciones. Solicitó que no se usara su nombre por temor a algún castigo. “Es imposible evitar que algo pase”.
“Estos libros están jugando un papel enorme en la elevación de la conciencia del pueblo chino”, dijo un periodista pequinés que va a Hong Kong varias veces al año y compra montones de revelaciones. Solicitó que no se usara su nombre por temor a algún castigo. “Es imposible evitar que algo pase”.
Contienen relatos de
cada escándalo concebible del pasado. Luego, están las profecías
pesimistas sobre el futuro de China. Un libro pronostica una guerra con
Japón en 2014; otro, el derrocamiento de la actual dirigencia ese mismo
año. El de mayores ventas entre estas jeremiadas febriles es “2014: The
Great Collapse”, señala que es segura la caída del Partido Comunista, y
cita lo que dice son documentos secretos del partido. “No son chismes ni
adivinaciones”, declara el prefacio.
“Algunas personas toman muy en serio a estos libros. Apenas ayer recibí una llamada telefónica para pedir 20 ejemplares de este libro. Parecía ser un hombre de negocios chino”, contó Paul Tang, el propietario de la librería, que en chino tiene el nombre más irónico de Comuna del Pueblo.
“En este
momento, más de 90 por ciento de nuestras ventas son de visitantes del
continente”, dijo Tang, de 38 años, quien antes trabajó en cadenas de
comida rápida. Tres socios y él abrieron la librería en 2002 y dos años
después cambiaron el centro de atención hacia los libros prohibidos para
visitantes de China continental. “La pregunta que hacen con mayor
frecuencia no es sobre el contenido de los libros”, dijo Tang. “Es cómo
pueden llevar los libros a China”.
Ese juego de las escondidas sucede todos los días, cuando los viajeros chinos regresan de Hong Kong a otros destinos, a veces con contrabando. En ocasiones, se instruye a los agentes aduanales para que detengan algunos títulos en particular, dice gente del gremio, pero si se descubre cualquier cosa que tenga algún aspecto político, a menudo se examina detenidamente, y se toman las decisiones de lo que se confisca sobre la marcha.
En marzo, Zhou Qicai, un hombre de negocios del noreste de China, arrastraba una maleta repleta con 400 ejemplares de una revista en chino, cuando un agente aduanal inspeccionó su equipaje. La revista, Boxun, contenía un reportaje sobre funcionarios en un juzgado en su lugar de origen, de quienes se sospechaba que eran corruptos, y él quería compartirla con sus amigos.
“Le dio una mirada a la revista y dijo: 'Son
publicaciones reaccionarias; son ilegales’”, comentó Zhou. El agente las
confiscó, anotó detalles personales y le advirtió que no volviera a
contrabandear. “Eso no importó”, señaló Zhou. “Regresé, volví a tratar
un par de días después y traje 93 ejemplares sin ningún problema”.
Una antigua colonia británica, Hong Kong se convirtió en una región de China con autogobierno, en 1997, y, a pesar de las presiones de Pekín, sigue estando libre de censura. En 2012, Hong Kong tuvo 34.9 millones de visitas de nacionales chinos, muchos en un frenesí de compras.
Los agentes aduanales chinos confiscan con frecuencia publicaciones sobre temas prohibidos. Sin embargo, hoy día, prácticamente no se sabe de ningún proceso judicial contra quienes atrapan ya que el gobierno tendría dificultades para explicar sus prácticas ocultas de censura, aun ante tribunales dóciles, controlados por el Partido, dijo Bao Pu, el jefe de New Century Press, un editor de Hong Kong que ha publicado muchos libros de funcionarios destituidos o retirados.
“Nunca pueden justificar abiertamente sus normativas porque no existe una lista pública de libros prohibidos y estas personas toman sus propias decisiones arbitrarias”, dijo Bao, el hijo de un funcionario chino destituido. “Simplemente, habría demasiadas personas a las que procesar; habría una reacción violenta”.
El flujo ilícito incluye memorias y
estudios de acontecimientos y personas que el Partido Comunista
preferiría olvidar, como la hambruna del Gran Salto y la brutal
Revolución Cultural bajo Mao Zedong, así como la agitación que culminó
en las medidas enérgicas aplicadas en la plaza de Tiananmén en junio de
1989. Exfuncionarios cuyas memorias no se pueden publicar en China,
entre ellos Zhao Ziyang, el finado dirigente del partido al que
destituyeron, con frecuencia van a Hong Kong en busca de editoriales.
Y también están las revistas y libros que ofrecen relatos procaces de la vida privada de funcionarios partidistas. Son pocos los integrantes de la elite política de China que se escapan de tener un libro, o, por lo menos, un capítulo dedicado a sus presuntos complots, amantes o fortunas mal habidas.
Algunos de los libros de poca valía y escritos con
premura parecen imaginativos, aun según los generosos estándares que
estableció China hace poco, como el del escándalo de la vida real que
involucra a Bo Xilai, un miembro del politburó, quien cayó del poder
después de que detuvieron a su esposa Gu Kailai bajo cargos de haber
asesinado a un hombre de negocios británico.
“Es como cuando su
National Enquirer se convierte en la única forma de discusión política”,
dijo Geremie Barme, un profesor de la Universidad Nacional Australiana
en Camberra, quien estudia a la cultura y la política chinas. “Se trata
de una tragedia que el Partido ha generado para sí mismo. Todos sus
procesos siguen ocultos a la población”.
No obstante, muchos lectores de publicaciones prohibidas que se consiguen en Hong Kong son funcionarios chinos, a menudo ansiosos por saber chismes que puedan ayudarlos a moverse por los traicioneros escollos políticos. Los libros y las revistas sobreviven a la arremetida contra el material en internet, en parte porque tantos lectores son funcionarios que temen usar la red para ver material prohibido o carecen de la capacidad para impedir la censura, notó Tang.
“No tienes que leer el Diario del Pueblo
porque no te dirá lo que está pasando realmente, sino que tienes que
leer estos”, señaló Ho Pin, un periodista chino exiliado que opera
Mirror Books, una editorial con sede en Nueva York que publica libros y
revistas de escándalos, en chino.
Funcionarios chinos de visita en
Hong Kong compran a menudo para regalarlos a compañeros de trabajo,
comentó. “En el pasado, dabas una muy buena botella de licor. Pero eso
ya no es nada hoy día, igual que un cartón de cigarrillos”, expresó Ho.
“Pero si le das uno de nuestros libros o revistas, se pondrá muy
contento”.
Tomado de Noticias.Latam.
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