Stanislav
Lem, divagación sobre un encuentro
Sergio
Quitral
Tengo una visión egoísta y personal sobre Stanislav
Lem, como la tengo con todo lo que es arte. Este sentido de propiedad no lo creé
yo, llegó por inspiración divina tal cual los viejos cuentos chinos. Quien me
dio esta secreta enseñanza era un tipo
con un “tic” entre nariz y pómulo. Guiñaba la nariz como Samanta la bruja de “Hechizada”,
una serie ya prehistórica. Así que le pregunté (como buen impertinente)
por el movimiento nervioso, y me
dijo lacónicamente: -se lo vi a otro y me lo copie”, inmediatamente recibí el
Satori.
Esto me conectó con otras
vertientes de la misma verdad (como “ese bolero es mío” y demás). Quedé
iluminado para siempre y salí con mi morral y bastón a predicar la enseñanza
profunda. Con esto no quiero decir, que se trata de “copiar” lo que hagan los
demás sino “de sentir como propio”, he ahí la diferencia.
Esto es una variante
del “carpe diem”, pues acurre justo ahora, lo que está diseñado para ti, tómalo, eso
es tuyo, intransferible como el Tao, ahí
está la verdad. Es la que voy a referir a continuación sobre Lem y los remates. Mi encuentro íntimo
con algo, que nos pone o no, en contacto con una conciencia propia más elevada o
como le gusta llamar a algunos a lo trascendente: con lo infinito.
Puede que un libro no llegue en el
momento adecuado, pero alguno llegará,
en algún momento, sobre todo si se es un mediano lector, a formar parte, a
integrar nuestra propia vida. Puede que entendamos el libro a un nivel superficial, pero luego
lo olvidemos, por tanto, al leer algún autor particular, entenderemos el significado, pero no
sentiremos el viaje que hemos emprendido,
como propio.
Mis recuerdos de Stanislav Lem forman parte de la segunda sensación, la más
personal. En principio reconozco cierta aversión por la literatura de ciencia
ficción, que no ofrecía la maestría de estilo literario, de Flaubert o
Máximo Gorki,y Gorki sabía de humor. Me parecía que éste, el de la ciencia
ficción, era un mundillo ramplón para pequeños artesanos de la palabra. Así “Memorias
encontradas en una bañera”, la primera novela que yo leía de Lem, tenía para
mi, un tufillo a Kafka, revuelto con novela negra, adobado con esa profusa
imaginería galáctica.
Aquel libro esparcía en el ambiente una
sensación de asfixia que provenía de los galpones de remates. No era ni oscuro ni tan bien escrito como 1984 de Orwell ni tan abismal como El
Castillo de Kafka, sino más bien una rareza humorística, que nada tenía que ver
con Polonia en los peores años de su historia ni la secuela de los años 60, para mí era
literatura de marginales, de esos libros que han vivido como perros en algún
terminal de buses, con su tapa blanda manoseada y hojas de olor penetrante.
Todo hacía recordar que era “barato”. Esta
sensación me acompaño en las primeras páginas. Luego fui cediendo a una trama homérica cada vez más interesante
y muy comedida con los sueños.
Hay dos historias cuyo tema es
la recuperación de la memoria, en la
primera un grupo arqueológico en el remoto
futuro, encuentra vestigios de una
civilización enterrada en los eones, históricamente desaparecida a causa de una
bacteria extraterrestre que ha acabado con toda la fibra vegetal existente, con
lo que se arman toda clase de ridículas teorías. Esa sociedad desaparecida sin
embargo, ha dejado un documento, el
diario de un hombre. El diario de este hombre vendría a ser la historia
de fondo, la más importante. Hablar del libro sería inútil, las “Memorias encontradas”
son ahora, parte de mi memoria.
De los Oficios de Cicerón
rescatamos un antiguo proverbio latino: “Es sobre todo propio del hombre, la
búsqueda y la investigación de la verdad”. En honor a este proverbio hay que
decir que Lem, hombre de ciencia, parece
burlarse precisamente de este principio. Su literatura es alegórica y llena de
humor negro. Escapa a las formas y los esquemas. Quizá por eso uno termina por
adoptarlo y apreciarlo profundamente, ”Memorias encontradas en una bañera”
,”Congreso de futurología”, ”Fabulas de robots” son algunos de los títulos que
recuerdo. Todos ellos encubren una buena dosis de verdad con el germen del humor.
Quizá Lem, tenga que ver con esta analogía de los remates, con el gran
mamut de la Bruguera, cuya quiebra
fue la verdadera revolución socialista de donde se formó tanto intelectual
venido de abajo, y la civilización perdida no sea otra que Valencia, la pequeña pero monstruosa ciudad industrial. Puede que los arqueólogos
seamos nosotros mismos, buscando, entre libros adocenados y páginas torcidas
por la humedad, restos de nuestra olvidada emoción.
*******
Entrevista con Stanislaw Lem
por David Torres
Desde
que se publicaron sus últimos libros en España, a mediados de los 80, un vacío
perfecto (por emplear el título de uno de sus libros) ha rodeado la figura de
Stanislaw Lem, uno de los pilares indiscutibles de la literatura fantástica. Un
vacío apenas resquebrajado con el estreno de la última adaptación de Solaris,
una película hollywoodiense ñoña y empalagosa que, en realidad, tiene muy poco
que ver con la novela que parasita. Hoy, a sus ochenta y tres años, con una
docena de obras maestras a sus espaldas, Lem es mucho más que un viejo demiurgo
de la ciencia-fición: es uno de los más grandes y originales escritores vivos,
una verdadera reserva intelectual de Europa.
Volcado
prácticamente en el ensayo desde finales de los ochenta, Lem no ha dejado de
escribir libros donde constantemente hurga, experimenta y amplía los límites
del género. Libros como Provocación, reseña ficticia de la obra de un
antropólogo alemán, también ficticio, que vindica el Holocausto (“La Solución Final como
forma de redención” reza uno de los escalofriantes trabajos de Aspernicus).
Libros como El castillo, un texto autobiográfico donde relata, entre
otras cosas, su afición infantil por fabricar certificados y pasaportes de países
imaginarios, y su buceo incansable por los manuales anatómicos de su
padre.
Médico,
psicólogo, profesor de literatura, miembro fundador de la Sociedad Polaca de
Astronáutica, dueño de una cultura vastísima y de un sentido del humor
impagable, Stanislaw Lem es un escritor único. Ningún poeta ha cantado como él
la soledad del hombre en el vacío trémulo de las estrellas. A comienzos de los
sesenta publicó una fabulosa tacada de novelas que lo colocaron de golpe a la
cabeza de la literatura fantástica: Edén, Solaris, Retorno de las estrellas,
Memorias encontradas en una bañera, El invencible.
Hoy confiesa que se siente solo, trabajando “en su propia galaxia”, sobrepasado ya por una realidad extraña que le resulta más asombrosa que cualquiera de sus ficciones. Durante su juventud Lem sufrió la realidad aterradora de la invasión alemana, él y su familia escaparon de milagro del gueto de Lvov, casi todos sus amigos terminaron sus días en los hornos de gas de Belzec. Y después de la guerra soportó estoicamente la pálida sombra del comunismo que heló Polonia durante décadas. Lem se defendió de aquellas pesadillas mediante la ficción, realista primero, fantástica después.
Yo recordaba
todo eso al estrechar la mano, frágil y pequeña, del anciano que nos recibía en
el rellano de una casa de madera de dos pisos, en las afueras de Cracovia.
Acababa de salir del hospital la semana anterior. De hecho, sus primeras
palabras, después del saludo, aludieron a su reciente enfermedad: “¿Saben? La
semana pasada todos pensaban que me iba a morir. Yo también, pero era una
sensación muy agradable, sin dolor, no dolía nada...”.
Lem nos invita
a pasar a un acogedor despacho donde un gran ventanal se extiende hacia el
crepúsculo y la lenta danza de los copos de nieve. A su lado, sólo torres de
libros, y en la casa, la compañía de cuatro pequeños perros que merodean a sus
anchas por las habitaciones, bajo la sombra solícita de su esposa, Barbara.
Durante unos instantes pierdo pie, me encuentro flotando dentro de uno de sus
libros, en un pasaje en el que Ijon Tichy (el pícaro cosmonauta de Diarios
de las estrellas) fuese a visitar a un sabio sideral en una remota ciudad
nevada. Lem sonríe, entrelazando las manos sobre el regazo, y la reminiscencia
se esfuma. Delante de mí hay un anciano pequeño, fatigado, que sigue escrutando
el mundo a través de sus gafas. Pero los gruesos cristales no pueden ocultar el
brillo, ni la bondad, que despiden sus grandes ojos translúcidos.
De la
realidad al cosmos
–Su primera novela, El hospital de la transfiguración, es una obra
realista, ambientada en la
Polonia invadida, en la que unos médicos intentan salvar a
los enfermos mentales de un hospital de una más que segura ejecución a manos de
los nazis. ¿Qué le hizo abandonar el realismo, la ficción realista, en favor de
la literatura fantástica?
–No sé, simplemente el camino de mi vida lo decidió así, yo no lo había
planeado. Por lo visto, ésas eran las inclinaciones que tenía, así eran mis
capacidades. No quería dedicarme a la literatura política, porque escribía en
los peores tiempos del estalinismo, pero tampoco lo había pensado para
escaparme de la realidad al cosmos. Salió así...
–Su última novela publicada hasta la fecha es Fiasco, hace ya casi
veinte años. ¿Ha abandonado definitivamente la ficción?
–Sí, hace trece años que no escribo ficción.
–¿Por qué?
–Durante el estado de sitio en Polonia fui con mi familia a Viena. Allí todavía
seguía escribiendo, pero cuando volvimos a Polonia, a la Polonia independiente –eso
fue hacia el año 89 ó 90– la literatura fantástica simplemente me dejó de
interesar, ya que la realidad misma me pareció bastante interesante. Ya no era
tan estéril, tan vacía, tan falsa y tan totalitaria como antes. Todavía sigo
escribiendo, artículos para varias revistas, ahora lo hago más bien como
observador, comparto mis reflexiones respecto al mundo contemporáneo
comparándolo también con los tiempos de la guerra en Polonia. Creo que los
tiempos que estamos viviendo ahora son tan tormentosos que ya no vale la pena
dedicarse a la ciencia-ficción, porque esto ya es ciencia-ficción.
–¿Qué piensa sobre los vuelos a Marte?
–Es un proyecto político, dictado por el deseo de Bush de repetir la maniobra
de Kennedy cuando apoyó los viajes a la Luna. Lo que quiere conseguir Bush es
garantizarse la victoria en las elecciones para el segundo mandato, cree que
así se cubrirá de gloria y será famoso en Estados Unidos y en todo el mundo.
Sabemos que hasta ahora sólo una de cada cuatro misiones a Marte, sin
tripulación, llegaba a realizarse: tres de cada cuatro fracasaban. Si los
americanos piensan volar hacia Marte por cien mil millones de dólares, teniendo
en cuenta esas inevitables averías, tendrán que disponer de cuatro veces esa
cantidad, y el Congreso seguramente no lo permitirá. Además, allí en Marte no
hay nada interesante: es un desierto, sin aire ni agua. Así que se trata de un
proyecto puramente político que sólo sirve para ganar fondos con vistas al
próximo mandato de Bush.
–En mi opinión, había que acabar con la dictadura de Sadam Hussein, pero los
costes resultan inabarcables, inaceptables. Se dice que es más fácil subirse a
un tigre que bajarse de él.
–Gran parte de su producción literaria tiene un profundo sentido del humor.
¿Cómo se le ocurrió introducir un elemento tan alejado, en principio, de las
convenciones del género?
–Yo, sobre todo, escribía sobre cosas terribles, espantosas, virulentas, así
que había que suavizarlo de alguna manera, mejorar el sabor. Lo que me
sorprende ahora, por ejemplo, es que cuando leo la literatura joven polaca –la
que me mandan a mi casa en paquetes grandes– a los jóvenes escritores de
veinte, treinta años, no les encuentro nada de humor. Todo lo que escriben es
tan tremendamente serio... Por lo visto, cuando uno es joven siente la
necesidad de mostrarse muy serio.
–En los Diarios de las estrellas hay burlas encubiertas contra el
sistema comunista, y otros críticos han visto también una sátira del
capitalismo en Congreso de futurología.
–Sí, hay mucho de eso. Pero la principal dificultad consiste en escribir de tal
manera que los libros no se mueran cuando se mueren los sistemas. Sin duda hay
muchas cosas en mi obra que sí han sobrevivido a esos choques tremendos, como
la caída del comunismo. Ahora la Unión Europea ha producido también profundos
cambios en la cultura polaca y europea. Pero si la mayor parte de mis libros
han conseguido sobrevivir, eso no ha sido porque yo lo hubiera planeado de
antemano. Yo simplemente escribía como podía. Cuando los libros son capaces de
sobrevivir al cambio radical del sistema eso quiere decir que hay en ellos algo
que sobrepasa la crítica política, algo que alude al hombre.
Visiones
del futuro
–Usted, como polaco y como judío, ha vivido y padecido las peores pesadillas
utópicas del siglo XX: el nazismo, el comunismo. ¿Cómo ve el futuro próximo,
los próximos años bajo la égida del capitalismo?
–Nadie sabe cómo va a ser el futuro. De momento, podemos observar que en el
mundo cada vez se le da más importancia al Este. China, por ejemplo, va
convirtiéndose en un centro importante que podría competir con los Estados
Unidos. Luego tenemos los problemas que supone la cada vez mayor nuclearización
del mundo; son procesos que ya no se puede parar, no se pueden tapar. Por
ejemplo, los americanos ya no pueden salir de Iraq. Sin embargo, eso no predice
el camino que pueda seguir el capitalismo, puesto que hay muchos capitalismos.
Incluso en China se está cultivando una especie de capitalismo de un solo
partido.
Influencias,
prehistoria...
–Dijo hace años en una entrevista que “el mercado literario ha matado la
literatura”.
–Sí, Harry Potter es como opio para las masas. Hoy en día, gran literatura hay
muy poca. Tal vez Pynchon, Saul Bellow... Pero ésos son nombres ya antiguos, y
de los nuevos hay muy pocos. Es más fácil ser poeta, puesto que ahora para eso
no hace falta ni siquiera sentido.
–¿Qué opina de Internet y de las nuevas tecnologías?
–Internet, como cada nueva tecnología, tiene sus ventajas y desventajas. Si mi
secretario necesita ponerse en contacto con mi representante en Hollywood lo
hace en cinco minutos. Pero a través del correo electrónico nos llegan enormes
cantidades de basura y todavía no existe ninguna manera eficaz de filtrarlo.
Para mí el secretario es como un filtro de protección.
–Un filtro humano, no tecnológico.
–Si no fuera por él, ¡me volvería loco! En Internet tengo una página web polaca
y una americana, hay muchos chats, y yo no soy capaz de verlo todo, de leerlo
todo. Nadie dispone de tanto tiempo. Sólo un niño se entusiasmaría con una
montaña de chocolate.
–Como lector, ¿cuáles son sus influencias?
–Ninguna.
–Me refiero a cuando empezaba a escribir.
–Se ha hablado de Lem en relación con Borges, Italo Calvino, Anthony Burgess o
Torrente Ballester. ¿Se siente usted cómodo en esta compañía?
–Claro, ¿y por qué no me iba a sentir cómodo? Cada uno trabaja en su galaxia.
–¿Hay otros maestros contemporáneos, o no contemporáneos, con los que se
sentiría más a gusto?
–Hoy en día no tengo relaciones profundas con otros escritores. La mayoría de
los escritores con los que estaba en contacto ya han muerto.
–Muchas de sus grandes obras, Solaris, El invencible, La voz de su amo,
contienen enigmas sin respuesta, misterios impenetrables. He tenido discusiones
con amigos sobre libros suyos, en concreto, sobre La investigación.
Jesús Urceloy me dijo que el secreto del libro, la clave, estaba en una
conversación entre el estadístico y el policía, pero yo, personalmente, no vi
ninguna clave.
–Yo tampoco. Es como en los sueños: cuando sueñas con algo, tú mismo no sabes
de dónde ha venido ese sueño, cómo explicarlo. Es algo que no se sabe, si se
supiera, entonces se podría escribir la explicación.
–Hay otros escritores, Borges por ejemplo, que traman laberintos y dejan entrever
una grieta, una solución. Sin embargo, sus libros parecen laberintos perfectos,
impenetrables, sin salida. Laberintos no humanos. Parafraseando a Borges: no
hechos por hombres ni destinados a que los descifren los hombres.
Clases de
laberintos
–¿Son esos laberintos algo así como imágenes del caos?
–Nunca diría que todos los libros que he escrito durante tantos años tienen un
solo significado. Cada uno va desarrollándose, y cuando cambia, todo alrededor
va cambiando también. Cincuenta años escribiendo son muchos años.
–Sin embargo, algunos pasajes de sus libros (por ejemplo, la batalla de El
invencible, algunas descripciones de Edén) tocan los límites del arte
narrativo. Como narrador, usted se mete en terrenos donde no se ha metido
nadie. Pienso en la topografía del planeta en Solaris...
–Sí, por eso siempre me han decepcionado las producciones cinematográficas, la
última de Soderbergh o la de Tarkovski. En ninguna salieron esas visiones mías.
Cada director es como un caballo que quiere llevar el carro en su dirección. Y
al final siempre salía un malentendido. Ya no me hace ilusión que hagan
adaptaciones cinematográficas de mis obras. Tendría que haber afinitas,
un entendimiento, una unión espiritual entre el escritor y el director de cine,
para evitar esos malentendidos. La versión americana me ha parecido muy mala.
Yo no quería que hicieran la película, pero me convencieron de que debía dejar
que probaran una vez más. Me decían que ese joven director americano lo iba a
hacer mejor.
–Hablando de malentendidos, ¿qué le pasó con Philip K. Dick?
–Aquello ocurrió porque él en aquel momento estaba tomando muchos alucinógenos.
Escribí un artículo sobre su obra y le invité a venir a Polonia, pero Dick
pensó de repente que yo no existía, que había algo así como un comité llamado
Lem que intentaba secuestrarle y que le deseaba todo lo peor... Dick estaba muy
mal de la cabeza.
–En aquel artículo (“Un visionario entre charlatanes”) decía que Ubik le había
gustado mucho.
–¿Hay otros libros de Dick, aparte de Ubik, que le gustaran?
–Era un escritor muy irregular, tenía libros muy buenos y otros mediocres. Eso
dependía mucho de la cantidad de drogas que tomara.
–¿Qué otros escritores de ciencia-ficción le han interesado?
–Dick me ha parecido el más original de todos.
–Hubo una época en la que su nombre estaba al lado de Bradbury y de Asimov,
como el contrapeso, digamos, de la ciencia-ficción anglosajona. ¿Cuál fue su
relación con Bradbury, con Clarke, con Asimov?
–Ninguna. Creo que los rusos, los hermanos Arkadij y Boris Strugaccy, han sido
mejores.
Comunicación
imposible
–En casi todas sus obras los seres humanos no pueden comprender a los seres
extraterrestres, pero, al parecer, tampoco los seres humanos son capaces de
comprenderse entre sí. ¿Es la comunicación imposible?
–No sólo en mis libros, fíjese en la política: el extremismo islámico contra el
mundo occidental, Europa contra América... Los americanos en Iraq son como
niños en un desierto. ¿De qué tipo de entendimiento podemos hablar? El mundo
hoy es muy cruel. Mire –me dice, enseñándome la portada de una revista alemana
donde sale la fotografía de uno de los cadáveres plastinados de Gunther von
Hagens–, fíjese en este “doctor Muerte” que presume de hacer obras de arte con
cadáveres.
–Es curioso, porque usted en Un valor imaginario escribió un cuento, una
reseña ficticia sobre un artista que exponía obras de arte que, en realidad,
eran radiografías. La realidad siempre va más allá.
–Sí. Hay que esforzarse bastante para prever lo que puede traer la
realidad.
Tomado de El Cultural
*******
Sergio Quitral nació en 1964, en Chile, residenciado en Venezuela desde 1980. Profesor egresado de la Universidad de Carabobo en Ciencias Sociales. Ensayista en temas de arte y poesía, colaborador de "Tuna de Oro" y revista "Poesía" en la UC. Profesor de Arte del Centro Piloto Luis Eduardo Chávez, del Ateneo de Valencia. Libros publicados: "La promesa que nos hace la Noche", 1er. Premio Bienal "Roque Muñoz", editado por Secretaria de Cultura Gobierno de Carabobo, en la colección María Clemencia Camarán (2002). "La balsa de Medusa" Colección Primer Libro Poesía de la Universidad de Carabobo (2002). "Aquel Viento sin Nombre", edición personal Hermana Poesía (2004). "Sobre tigres, hombres y sueños" Premio Conac, Poesía Concurso Nacional de las Artes, edición "Cada día un libro" (2006) “El reino del pájaro silencioso”, Colección Breves Contemporáneos, editorial El Perro y la Rana, 2009.Caracas. El fuego protector", editorial El Perro y la Rana, 2013,Caracas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario