viernes, 4 de noviembre de 2022

María Teresa Andruetto, ganadora del Premio Hans Christian Andersen 2012: Uno es escritor cuando tiene un grupo, aunque sea pequeño, de lectores que lo sostienen


Fotografía de Hugo Suárez




María Teresa Andruetto: “En lo que escribe, una siempre está buscándose”


La autora argentina cumple hoy 68 años. Escribe poesía, cuento y novela. Los temas sobre los que siempre vuelve son la construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura y el universo femenino. Reconocida con premios en la Argentina y en el exterior, en 2012 ganó el Hans Christian Andersen, conocido como el Nobel infantil y juvenil.


Efemérides - 68° aniversario del nacimiento de la escritora María Teresa Andruetto


Publicado el miércoles 26 de enero de 2022

María Teresa Andruetto nació el 26 de enero de 1954 en la localidad cordobesa de Arroyo Cabral y pasó su infancia en la ciudad de Oliva, también en Córdoba. Más tarde se fue a estudiar a la Universidad Nacional de Córdoba, donde en 1975 se licenció en Letras Modernas.

Su padre, inmigrante italiano, la crió con el mandato de ser “fuertemente de aquí”, de tener un lugar de pertenencia. Y tanto es así para ella, que cuando viaja al exterior -viaja mucho desde que empezó a publicar en 1993- le parece que busca la fundamentación de lo importante que es quedarse en el propio lugar. Es por eso que una de sus frases fetiche es de Jean Cocteau y dice: “Todo pájaro canta mejor si está parado sobre su árbol genealógico”. Por eso, también, decidió vivir en Córdoba. “He armado la escritura en el lugar donde estaba, no he buscado un lugar mejor para escribir o publicar. He cuidado mi vida, de mejorar las condiciones de mi vida, y en ese contexto, buscar escribir mejor o más”, contó en esta entrevista por teléfono, en la que se brindó a la charla y se tomó el tiempo de pensar las respuestas a todas las preguntas.




Durante la última dictadura cívico militar, se tuvo que exiliar y lo hizo en la Patagonia: se iba moviendo de ciudad en ciudad, “con poco más que lo puesto”. En los años ochenta pudo regresar a Córdoba, donde trabajó en docencia, dio clases de Lengua y Literatura en secundario y luego en el profesorado. Y también, empezó a dar talleres. Muchos talleres. En distintos espacios, con niños, con jóvenes, con adultos. “Algunos fueron talleres de escritura y de supervisión de escritura, lo que hoy se llama clínica, pero también muchos otros espacios llevando lecturas o ayudando a escribir sus propias experiencias en un geriátrico, en una cárcel con niños y jóvenes, en barrios con mujeres no alfabetizadas. No todos potenciales escritores, sino en distintos lugares y formas de provocar el encuentro con la propia la palabra”, explicó. Los últimos talleres los cerró hace diez años, pero llegó a tener siete por semana. “Fue una forma de ganarme el bizcocho de una manera grata. Fue muy rico”, dice Andruetto, que era jefa de hogar con sus dos hijas a cargo.

Aunque siempre había escrito, no tuvo el deseo de publicar y ser leída hasta los 28 años, cuando una enfermedad la obligó a estar en reposo casi un año. Cuando se curó, decidió que iba a tener un proyecto de escritura. Y se dedicó a escribir. Más de diez años pasaron hasta que en 1992 su primera novela, Tama ganó el concurso del premio Luis de Tejeda. Eso le abrió la posibilidad de ofrecer muchos de los textos que tenía escritos. Tenía 40 años, no había publicado nunca y en 1993 se publicaron cuatro libros suyos: Tama, Palabras al rescoldo, Réquiem y Misterio en la Patagonia. Desde entonces, no ha dejado de publicar, al menos, un libro por año.

María Teresa Andruetto en una foto para un almanaque que se hizo en 2012 para la campaña por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito en Córdoba. Foto de Natalia Roca. Gentileza María Teresa Andruetto.



En 2012 ganó el prestigioso premio Hans Christian Andersen, considerado el Nobel de la literatura infantil, ya que tiene una gran cantidad de obra catalogada como para niños y jóvenes.

Dice que le llevó diez años publicar y otros diez años hacerse conocida, algo que ocurrió por el boca a boca de sus lectores. Y también, que trabajó para que no sea solo considerada escritora de libros infantiles y juveniles, como era mayormente conocida fuera de Córdoba, dónde sí tenía el reconocimiento como poeta y autora de libros para adultos. Algo que también logró.

Entre otras distinciones, fue finalista del Premio Rómulo Gallegos, y obtuvo el Premio Novela del Fondo Nacional de las Artes (FNA) por la Lengua madre, el Premio Iberoamericano a la Trayectoria en Literatura Infantil SM y el Konex de Platino.

De chica ya leía mujeres como Sara Gallardo, Violette Leduc y Simone de Beauvoir. Hoy codirige la colección Narradoras Argentinas en la Editorial Universitaria de Villa María (Eduvim), que se propone rescatar y difundir obras de escritoras relevantes que permanecían inéditas, olvidadas o perdidas. Están acompañadas por estudios de investigadores e investigadoras, con la idea de mostrar la diversidad de voces, posturas y estéticas de las escritoras de la Argentina.


En 2012 ganó el prestigioso premio Hans Christian Andersen, considerado el Nobel de la literatura infantil, ya que tiene una gran cantidad de obra catalogada como para niños y jóvenes.


Dice que le llevó diez años publicar y otros diez años hacerse conocida, algo que ocurrió por el boca a boca de sus lectores. Y también, que trabajó para que no sea solo considerada escritora de libros infantiles y juveniles, como era mayormente conocida fuera de Córdoba, dónde sí tenía el reconocimiento como poeta y autora de libros para adultos. Algo que también logró.




Entre otras distinciones, fue finalista del Premio Rómulo Gallegos, y obtuvo el Premio Novela del Fondo Nacional de las Artes (FNA) por la Lengua madre, el Premio Iberoamericano a la Trayectoria en Literatura Infantil SM y el Konex de Platino.

De chica ya leía mujeres como Sara Gallardo, Violette Leduc y Simone de Beauvoir. Hoy codirige la colección Narradoras Argentinas en la Editorial Universitaria de Villa María (Eduvim), que se propone rescatar y difundir obras de escritoras relevantes que permanecían inéditas, olvidadas o perdidas. Están acompañadas por estudios de investigadores e investigadoras, con la idea de mostrar la diversidad de voces, posturas y estéticas de las escritoras de la Argentina.

Foto de Hugo Suárez. Gentileza María Teresa Andruetto.


-En las solapas de tus libros dicen que algunos de los ejes de tus obras son la construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura y el universo femenino. ¿Fueron una búsqueda a priori o empezabas a escribir y luego aparecían estos temas?

-Me parece que todos tienen que ver con la búsqueda de identidad, con una búsqueda que es infinita, porque no es para decir: yo soy, ya sé lo que soy, sino algo que está en permanente movimiento y que abarca muchas zonas, desde ¿cuál es mi lengua?, por decir dentro de la lengua o ¿cómo es la cuestión mujer dentro de las cuestiones dentro del universo de los géneros y también dentro del feminismo mismo? ¿Cuál es la singularidad? ¿Quién es uno? Yo siento que buscándome, porque al final uno en lo que escribe siempre está buscándose, buscando algo, algo que no sabe qué es, pero que evidentemente es de uno, está en uno y que es lo más difícil de encontrar. Buscando algo de eso, aparece lo social.

Y de lo que cada uno hace con esa vida arrojada, que somos, que aparecemos en una clase social, en una familia, en un espacio geográfico, en una época. Una aparece arrojada a todo eso y qué hace cada uno con eso. Eso siempre me ha llamado la atención, así como una curiosidad por saber, un intento de comprender. E intentar comprender eso, hace que uno vea el contexto en el que esa persona o ese ser imaginario que uno plantee pueda estar arrojado. En esa necesidad de comprender también hay mucho de la propia vida.

-En una entrevista, decía que para escribir La mujer en cuestión no había investigado, sino que lo que decían los personajes eran cosas “escuchadas en el ómnibus, en el mercado, en la tienda, en el aula”.




-En mis textos, la base de investigación es la vida misma. Esto no quiere decir que alguna vez no haya ido a buscar algún dato. Tengo mucha memoria auditiva para las voces, para la oralidad y para las palabras. Para escribir Los manchados, ese tiempo que te decía de enfermedad, buena parte de ese año la pasé en las zonas de Famatina y Chilecito, en la provincia de La Rioja, donde me cuidaron unas tías de mi primer marido. Siempre seguí en relación con ellas y aunque ya han muerto todas, tengo esas voces en la memoria. Claro que no son esas voces exactamente, es el recuerdo, es una metáfora, el eco de esas voces. Es una ficción de lengua del norte porque no es que yo llevé un grabador, no tiene un valor antropológico. Es la memoria de ciertas palabras, mezcladas con otras, con cosas que he escuchado acá (en Córdoba) de gente serrana.

Cuando estaba escribiendo Los manchados, nosotros teníamos una ovejas y vino un hombre de la sierra, que vivía acá pero era santiagueño, a esquilarlas y dijo algo, tres o cuatro palabras. No sé qué dijo, pero con esa frase yo después hago un budín (risas). También está el recuerdo de las lecturas, de (Juan) Rulfo, de (Héctor) Tizón. Memorias de esas lecturas, no es tampoco que las voy a ver, pero sí que las tengo muy leídas. Todo eso se mezcla, se hace un amasijo y después leo y voy escuchándome leer, hasta que voy puliendo y encontrando ahí también algo. Primero los dejo que hablen y después voy a ver cómo y qué hacemos con eso. Porque hay mucho trabajo de revisión, sobre todo de escucha. De corrección en el oído.

María Teresa Andruetto en el escenario del teatro La chacarita, esperando al público, antes de que empiece la representación de su texto “Los ahogados” por parte del grupo Teatro de Ilusiones Animadas.



-¿Y cómo fue el armado de Lengua madre, donde hay cartas firmadas por muchas personas?

-Yo pasé una parte del exilio interno en Patagonia. En un momento estuve en Trelew, que quedaba a 1.600 kilómetros del pueblo de mis padres. No existía la virtualidad y no se podían mandar cartas por correo porque era peligroso. En mi pueblo de origen, hay una fábrica de ataúdes y había un hombre que les llevaba los ataúdes a los funebreros de distintos lugares de la Patagonia. Ese hombre pasaba por la casa de mi mamá, que me hacía un paquetito con alguna comida y una carta. Yo me fui moviendo y esas cartas se perdieron, pero hace 22 años encontré en un libro que estaba en lo alto, que no lo había visto, una carta de mi mamá, una de esas cartas, dos hojas, que eran de dos cartas distintas porque tenían dos fechas. Y entonces lo que hice -te estoy contando un recurso de escritura muy íntimo- fue transcribirlas a la computadora y luego usar ese estilo, el estilo de mi madre, de la carta de mi madre, para las cartas. Las vacié y las llené tantas veces a medida que la novela me lo iba pidiendo, volvía y hacía las cartas. Pero siempre guardando un poco entre la memoria que tenía de la forma de escribir de mi madre, de la forma de escribir de las madres también porque es lo que una madre le reprocha a la hija, le dice, la cuida, toda la mezcla esa de ser madre. Y después hice varias cosas para darle credibilidad, eso ya en un trabajo de corrección, posterior, una pregunta que me hacía era si las cartas iban a estar ordenadas temporalmente o no. Decidí que no. Que el lector fuera y viniera. Decidí romper los encabezamientos, porque me parecía que se volvía muy arduo. Pero hay algo, es siempre la vida lo que me interesa, la vida en su singularidad. Captar algo de eso que siempre se escapa, que eso logre mantenerse vivo en lo que uno escribe, porque rápidamente lo que se escribe podría volverse lugar común, frase hecha, estereotipo.




-¿Tiene alguna rutina para escribir?

-Para lo único que tengo rutina es para cuando tengo que hacer una conferencia, un ensayo que alguien me pide; eso está más ligado al trabajo, al deber. Pero para la escritura de ficción, la poesía, no; eso está ligado a lo que aparece. Cuando algo me entusiasma entonces sí, estoy mucho tiempo. Pero puedo pasar tiempo sin que eso no suceda. No hay un orden, una cosa de que yo me levanto y me meto en una novela. Salvo que ya esté con un asunto entusiasmada. A la ficción, la poesía, todo lo que yo llamo la escritura misma, lo tengo siempre corrido del lugar del deber.

-Y antes de jubilarse en la docencia, ¿cómo hacía para compatibilizar el trabajo fuera de casa, el trabajo en casa y la crianza de tus hijas con la escritura?

-Tenía unos grupos chicos de supervisión de cuentos, con los que investigaba y releía relatos de grandes escritores para aprender y transmitir técnicas y hallazgos; y a la vez que ellos escribían y yo supervisaba sus cuentos. También yo escribía, por otro lado, los míos. Los cuentos de mi libro Cacería son de esa época. Siempre hubo una dialéctica, llamémosle, entre lo que yo enseñaba y lo que aprendía. Porque creo que uno nunca aprende tanto como cuando tiene que enseñar algo. En esa época, que tenía mucho trabajo, dos niñas, una casa, la verdad que no sé. Siempre tuve mucha energía notable, en relación a mis amigas. Escribía los fines de semana, como tampoco podía salir mucho por la cuestión de las niñas. O a la noche, a veces. Con el tiempo, pude reservarme un día y dejármelo para la escritura. Escribía también menos que ahora y tenía una vida más esforzada. Ahora tengo una vida muy cómoda, no tengo más que las obligaciones que yo misma me pongo. Me levanto a la mañana y salimos a caminar y después vengo y si tengo un proyecto entre manos, puede que me venga a la máquina o sino, responda mails. Eso me lleva un tiempo. Eso sí, tiene algo más de laborioso, como secretaria de mí misma. Lo otro aparece más ligado al tiempo libre. Cuando yo tenía muchos trabajos, la escritura era mi recreo. Algo de eso yo necesité que siguiera siendo así: en el deseo de mantener el deseo de escribir.

Foto de Juana Luján. Gentileza María Teresa Andruetto.



-Sobre el acto de escribir, ¿siente que cambió algo entre sus primeros libros publicados (Tama, Palabras al rescoldo, Réquiem, Misterio en la Patagonia en 1993) y el último (Extraño oficio en 2021)?

-En cuanto al deseo, no. Cuando no lo siento, aborto un proyecto. Me ha pasado muchas veces con muchas cosas. Lo que sí ha cambiado mucho es, por un lado, el oficio, que se ha afectado por el mismo proceso de escritura, el proceso de vivir y las lecturas. Leo mucho, parece una obviedad en un escritor, pero yo leo mucho, poesía, ensayos, novelas y de cosas muy diversas; y escucho entrevistas, de filósofos, de escritores. Eso afecta mucho el oficio.

Y por otro lado, lo que ha cambiado son mis condiciones de vida. La vida que tenía en los años ochenta y una parte de los noventa, la anterior era tan dura que ni la cuento, fue mejor, pero muy esforzada, mucho trabajo, muchas obligaciones, como puede tener una mujer joven con hijos. Ahora vivo en un lugar lindo, tranquilo, con mi compañero de hace 30 años y no tengo mayores problemas ni de tiempo ni, al momento, de salud ni económico para la vida que quiero hacer, que es una vida tranquila, sencilla. Si me proponen una beca de residencia de escritura, ¿para qué quiero eso? Cuando yo era joven y tenía todas esas dificultades, me hubiera venido bien irme un mes a escribir a algún lado, pero ahora puedo escribir cuando quiera. El problema, en todo caso, es que me aparezca qué escribir: el deseo, algo que me interpele.




-Entre cuento, novela y poesía, ¿qué le da más felicidad escribir? ¿O qué le cuesta más?

-La poesía cuando aparece, que aparece muy poco, me da como una cosa así muy fuerte. Después el cuento, el cuento me fascina, me cuesta mucho escribir cuentos como yo quiero que resulten, como termino de aceptarlos. Tengo muchos que he dejado a mitad de camino o hechos, pero que están muy “planos”. No me gustan. Digo la novela en tercer lugar porque una novela tiene distintos momentos.

-¿Cómo son esos momentos?

-Salvo La mujer en cuestión (que la escribí en un arrebato de tres meses, aunque después la corregí un par de años) mis novelas han demorado tres, cuatro años. Y eso hace que, como funciono yo, no haya un continuum de escritura. Por ahí escribía un día o dos y después pasaban 15 que no. Empieza en la cabeza, hasta que llega un momento en que algo cuaja y se vuelve imperioso y entonces sí, ya hay un tiempo más continuado, más intenso. La novela se estira en el tiempo porque va ingresando el tiempo, y la vida. En las novelas que he escrito, nunca supe hacia dónde iba: algo apareció y se fue sumando a otras cosas, y hasta que esa masa informe empezó a cobrar cierta condición, a leudar, capaz que pasaron un año o dos. Y entonces ahí empieza una escritura.


Que me lleve a mí a alguna parte, que no sé cuál. Y que termina siendo un lugar, si el camino es genuino, si yo acepto todos los problemas que me plantea y las espera que me pide y las demandas temporales. Si me entrego a eso, termina llevándome a un lugar que es muy de mí. Y que tal vez desconocía.

María Teresa Andruetto, jurado del premio nacional de novela Sara Gallardo, durante el anuncio de la obra ganadora (“La sed”, de Marina Yuszczuk), el 4 de octubre último en el CCK. Foto de Soledad Amarilla.



-¿En qué radica la dificultad para la escritura?

-Creo que la dificultad en la escritura consiste más aceptar eso que viene de uno, pero que muchas veces uno desconoce, en eso que no controlamos. Justamente ahora estoy viendo unas entrevistas de (el filósofo francés Gilles) Deleuze sobre la creación y muchas de las cosas que él dice, las reconozco en mi recorrido de escritura.


Todo lo que uno hace después, lo que aprende, el oficio, las lecturas, la sapiencia, el trabajo, es para que eso se haga mejor. Lo difícil de la escritura tiene que ver más con eso. Uno puede enseñar muchas cosas en un taller, pero no se puede fabricar un escritor. Porque todo eso que se enseña asienta sobre algo que el otro trae o no trae. Yo creo que más que un interés es una necesidad interior.




-¿Y qué pasa en relación a ese tiempo que hay que darle a la escritura?

-Los tiempos de escritura son diversos. A veces algo puede salir más rápido o más lento. Demorar mucho o no. Por más que uno intente, no avanzar. No poder. Creo que ese es el respeto que uno le debe a uno mismo, a ese deseo que a mí me parece lo más importante porque si eso no está, lo que se hace es del orden del hábito, del trabajo.

-Hoy es una escritora conocida y reconocida, traducida a varios idiomas, ¿cómo fueron sus inicios? ¿Le costó llegar a publicar por primera vez?

-Muchísimo.

-¿Cree que hoy es más fácil publicar?

-Yo escribía desde jovencita, como quizás le pasa a mucha gente, pero siempre como una cosa de reparación para conmigo, como algo íntima, no en el imaginario de convertirme en escritora. Porque, ¿cuándo uno es escritor? ¿Cuando escribe, cuando publica, cuando tiene lectores? Yo escribía pero no imaginaba ser leía y también tenía otras preocupaciones. Hacia mis 28 años, empiezo a escribir mi primera novela, a raíz de un problema de salud y una convalecencia larga, que me provoca dos cosas. Por un lado, un tiempo de casi un año, en el cual yo estoy al cuidado de otros, y por otro lado, el temor a la muerte. De ese laberinto, intento salir por arriba y se reafirma ese deseo de escribir ya en un proyecto de escritura. Empiezo a desear que lo que escribo se pueda publicar y sea leído. Después me sano, intento publicar, pero eran otros tiempos. Córdoba tenía muy pocos espacios de edición y no eran para alguien desconocido, que no hubiera publicado nunca. No existía la virtualidad y tampoco tenía posibilidades de ir a Buenos Aires, instalarme en un hotel y ofrecer originales a editoriales, que era lo que se hacía si uno no vivía en la Capital.

-¿Y no pensó en la autopublicación?

-No se me ocurrió. Primero que era costoso, tenía otras necesidades, por decirte: comprarme una heladera, cosas así más prácticas, y también porque algo en mí, que se supongo que tiene que ver con la propia estima de lo que uno hace, necesitaba que fuera el afuera el que me reconociera. Entonces intenté con algunos concursos y en 1992, gané el premio Luis de Tejeda, que es un premio nacional que otorga la editorial de la Municipalidad de Córdoba, uno de los primeros que hubo después de la Dictadura. Presenté mi novela Tama y saqué el primer premio. Eso significó una edición, que para mí era tocar el cielo con los dedos. Visto desde ahora era una edición pequeña, de 500 ejemplares, que se vendía en la editorial municipal y se distribuía en las bibliotecas de Córdoba. Y también un dinero que me permitió a mí acomodar algunas cosas, como por ejemplo tener una ayuda doméstica para tener más de tiempo de escritura.

Entre 1992 que gané el premio y 1993 que se publicó la novela, me dio tanta fuerza y confianza, de hecho creo que ese fue el premio, que empecé a ofrecer cosas que tenía escritas. Y tenía mucho. De esos diez años que había escrito sin publicar. Diez años de un deseo de escritura que se sostuvo sin lectores, cosa que todavía hoy me sorprende, porque es algo muy difícil para un escritor durante diez años ir escribiendo sin lectores, sin publicación, sin nada.

-Entonces, ¿cuándo uno es escritor? ¿Cuando escribe, cuando publica, cuando tiene lectores?

-Para mí un escritor es tal cuando tiene un grupo, aunque sea pequeño, de lectores que lo sostiene. Que lo sostiene quiero decir lectores que van a buscar qué hay ahí y qué sigue habiendo en el próximo libro. Lectores que no sean del círculo íntimo de amigos, que se trascienda ese círculo. Una vez me dijo un editor: con cien lectores genuinos, un escritor se sostiene. Como diciendo: hay grandes escritores a quienes no les hacen falta miles de lectores. A veces hay escritores que tienen un grupo de lectores pequeños pero sostenido, que a la vez influyen sobre otros.

María Teresa Andruetto en una marcha. Foto de Hugo Suárez. Gentileza María Teresa Andruetto.




Tomado de Argentina.gob.ar.




 
  María Teresa Andruetto, Escritora, Cuento " La felicidad" - Vos.com.ar




Entrevista a María Teresa Andruetto


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