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LA DAMA DE SAL
La flor del pez se oscurece.
En el reloj de agua duerme la cóncava luz
que mueve sus agujas de hielo.
La espada se disuelve,
su nombre convertido en una ola
ya es también hierro enfadado bajo
la luna de agua.
Y mientras el mar teje su museo,
su colección de auroras
y de noches,
la dama de sal se yergue, ingrávida,
y permanece inmóvil junto al abismo insondable
con su leyenda:
“Yo soy el mar. Y el agua va y viene con mis recuerdos”.
***
SIRENA
De una tela de John William Waterhouse
En las madrugadas interminables de los bosques
que enmarañan esta ciénaga,
yo soy la sirena, hija indomable de estas aguas
y de la infinita belleza de los peces que cubren de plata
los torbellinos y las cascadas.
A esta hora me baño en la orilla donde encienden mis ojos
las piedras preciosas,
y mi canto enternece las lunas rojas del trópico
y los lobos olfatean mis escamas.
LA DAMA DE SAL
La flor del pez se oscurece.
En el reloj de agua duerme la cóncava luz
que mueve sus agujas de hielo.
La espada se disuelve,
su nombre convertido en una ola
ya es también hierro enfadado bajo
la luna de agua.
Y mientras el mar teje su museo,
su colección de auroras
y de noches,
la dama de sal se yergue, ingrávida,
y permanece inmóvil junto al abismo insondable
con su leyenda:
“Yo soy el mar. Y el agua va y viene con mis recuerdos”.
***
SIRENA
De una tela de John William Waterhouse
En las madrugadas interminables de los bosques
que enmarañan esta ciénaga,
yo soy la sirena, hija indomable de estas aguas
y de la infinita belleza de los peces que cubren de plata
los torbellinos y las cascadas.
A esta hora me baño en la orilla donde encienden mis ojos
las piedras preciosas,
y mi canto enternece las lunas rojas del trópico
y los lobos olfatean mis escamas.
8 dic 2010 - 9:45 p. m.
Fernando Denis: el Homero del Caribe
No lo voy a comparar con los recurrentes poetas malditos, ya que él se molesta con esa referencia y manifiesta la ignorancia que se tiene sobre éstos,..
No lo voy a comparar con los recurrentes poetas malditos, ya que él se molesta con esa referencia y manifiesta la ignorancia que se tiene sobre éstos, no obstante me llegan a la memoria los comentarios de cachacos en los cafés de la fría capital a finales de la década del 90, que decían: “Vive en agonía por el alcohol y dormidas callejeras, tiene un aspecto vagabundo”, incluso dudaban de su creación poética y, los ilustrados, lo comparaban, por la forma azarosa de su existencia, con el poeta francés del siglo XV François Villon: otro maldito. Fue lo primero que recordé, con ironía, al leer el titular de El Espectador: “Los periplos de un vagabundo”, referentes al poeta cienaguero José Luis González Sanjuán o Fernando Denis.
Fernando Denis forma parte de mi generación del universo blanco y negro del tablero, en esas calendas no se hablaba tanto de poesía, a pesar que en la región había muchos rapsodas y aedas, sino de peones, alfiles, escaques, celadas, gambitos, apertura española y defensa siciliana. Eran los últimos años de los 70, el juego ciencia iluminaba el panorama y la amistad fluía sin protocolos. Una tarde apareció Fernando Denis en la puerta de mi casa materna, observó una partida y después se ofreció a participar y desde esa época viene la amistad.
Paradójicamente, tres futuros poetas departieron en aquellos años mi mesa de ajedrez, Javier Moscarella, Samuel Serrano y Fernando Denis. A Samuel y Fernando les perdí el rastro durante mi exilio voluntario en México, una década después los fui encontrando uno a uno en los cafés y las calles bogotanas. A Samuel Serrano, un ciego que observa más que los videntes, le sigo su trayectoria académica y literaria en España, donde reside, y con Fernando Denis con frecuencia lo sigo encontrando en Bogotá o en Ciénaga, aún osado, con un ego a prueba de guerra, con reconocimientos de la crítica especializada, con buenos amigos de la cultura y cada día mejor posicionado como el Homero del Caribe, como él se autoproclama.
Tomado de El Espectador
LA CRIATURA INVISIBLE EN LOS CREPÙSCULOS
DE WILLIAM TURNER
¿No ves mi rostro enredado entre hilos de crepúsculos
haciendo estremecer los valles y las montañas?
El camino es la rueda del otoño atascada entre las nueces,
fuego de alas a orillas del tiempo.
Ya se acerca el cielo a la primera nota de las cuerdas,
ya el río es un ave dorada entre los juncos.
En el sueño del mundo hay astros que se despiertan,
y yo sobre el mar veo los buques incendiados,
castillos y murallas en ruinas sobre la hierba
donde antes estuvo el hombre
antes de sentir el destello de mis ojos azules.
Turner sabe lo que dijo el relámpago antes que la luz cegara la tarde.
Mis manos han rendido los colores de tus dos polos,
las almas que en el mar se ahogaron embellecieron este crepúsculo
y han llevado mi música por las arenas
hasta las bocas de los acantilados.
Acerca tu cuerpo, claro como un fruto bajo la lluvia,
y deja que tus labios se vuelvan de oro, ostenta este sol
que hiere los párpados del otoño,
besa esta eternidad que bebe con sus labios
todas las orillas del mundo.
No dejes que vuelvan a apagarse las antorchas,
que siempre haya un ciervo encendido en los espejos,
una pupila radiante del color de los pájaros
en las islas de Homero.
Ya casi es de noche en los rostros amargos de las estatuas,
y bajo las pasiones mortales tu nombre arde
y se cierne sobre el mar como el musgo sobre la roca
y salpica el ceniciento corazón de la primera estrella.
***
DÉDALUS
A todas las cosas que me oyen
yo soy Stephen el agobiante,
el soñoliento,
traje escarlata, raído, sin metáforas
años hace que escucho al que está ahí
abajo:
ojos de águila, músico y guardabosques
desde allí sueña con el mar envejecido,
canoso,
barba blanca salpicada de espuma,
el mar canta como una bruja en los bosques
donde su voz envenena los oídos
del viajero
algunas veces, ebrio
garabatea en la pared una leyenda,
observa la escalera de caracol, la torre,
le silva al pez rojo que pasa en el aire,
en cambio yo aquí arriba
declino
hacia todas las cosas,
desdibujo mi máscara, la incesante lucidez
que cubre mi rostro,
busco el talismán de una palabra,
anoche me encerré en la noche
y desperté sudando frío
soñé que tenía cabeza de pájaro
después me agarraron en la rama
soy Dédalus, el que tendrá tumba
para ser leída como un libro de viajes
veo anillos, corredores que giran
en la neblina de cobre
hasta mi cuarto de Dublín
amanece en un poema de Dante Gabriel Rossetti
se oye el cántaro bajo el cielo
se escucha un gorjeo.
Los poemas fueron tomados de Crear en Salamanca.
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